Daniel Eskibel | May 24, 2016
El origen de las conductas
delictivas no está en la pobreza sino en la psicología humana, en la relación
social entre las personas y en la interacción entre las comunidades, los
individuos y los entornos físicos que comparten.”
Año 1969, Universidad de Stanford, Estados Unidos de América. El Prof. Phillip Zimbardo diseña un experimento de psicología social.
Más de 40 años después sabemos que el Prof.
Zimbardo es una eminencia en su área, un especialista reconocido
internacionalmente, Profesor emérito de Stanford, ex docente de las
Universidades de Yale, New York y Columbia, ex Presidente de la American
Psychological Association y autor de contribuciones científicas muy importantes
en el terreno de la Psicología Social.
Volvamos al experimento de Zimbardo. ¿Qué hizo en
aquel lejano 1969?
Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos
idénticos: la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por
entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York. Y el otro en Palo Alto,
una zona rica y tranquila de California.
Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con
poblaciones muy diferentes, y un ¿Resultado?
El auto abandonado en el Bronx comenzó a ser
desguazado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, la
radio…todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron. En
cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto: nadie lo tocó.
-¡La pobreza!- dice de inmediato un coro de voces.
Porque claro: se ha transformado en un lugar común atribuir a la pobreza las
causas del delito.
Sin embargo, el experimento de Zimbardo todavía no
había finalizado. Faltaba lo más importante. El auto abandonado en el Bronx ya
estaba deshecho. Y el de Palo Alto llevaba una semana y tan campante. Entonces
los investigadores hicieron una cosa. Solo una.
Rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto.
¿Resultado?
Se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el
robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el
del otro barrio. En pocas horas. Con la misma furia.
¿Y entonces? ¿Por qué el vidrio roto en el auto
abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un
proceso delictivo?
Ya no se trata de pobreza. Ahora lo que queda en
evidencia es algo diferente, algo relacionado con la psicología humana, con la
relación social entre las personas y con la interacción entre las comunidades,
los individuos y los entornos físicos que comparten.
Un vidrio roto en un auto abandonado es todo un
mensaje. Un mensaje que habla de deterioro, de desinterés, de falta de
preocupación, de ruptura de sutiles códigos de convivencia. Un mensaje que
muchos descifran como de ausencia de ley, de normas, de reglas. Como que vale
todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica ese mensaje.
Hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible. Y el
vidrio roto desemboca en la violencia más irracional.
La teoría de las ventanas rotas
La mecha encendida por Zimbardo en el 69 ha seguido
ardiendo. Uno de los desarrollos posteriores más interesantes es resultado del
trabajo de los profesores James Q. Wilson y George Kelling. Sus conceptos son
conocidos como La teoría de las ventanas rotas.
Los estudios de Wilson y Kelling sobre la
criminalidad concluyen:
- Que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.
- Que si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, entonces pronto estarán rotos todos los demás.
- Que si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí crecerá el delito.
- Que si se cometen pequeñas “faltas” y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos y delitos cada vez mayores.
- Que los espacios públicos deteriorados son progresivamente abandonados por la mayoría de la gente (que se repliega nerviosa y asustada hacia sus casas) y que esos mismos espacios abandonados son progresivamente ocupados por los delincuentes.
La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por
primera vez a mediados de la década de los 80 en el Metro de Nueva York, donde
había sido contratado como consultor George Kelling.
El Metro de Nueva York se había convertido en el
punto más candente de la inseguridad, el miedo y el peligro.
Fiel a sus ideas, Kelling recomendó una estrategia
de seguridad que comenzaba por combatir las pequeñas transgresiones: graffitis
deteriorando el lugar, suciedad de las dependencias, ebriedad entre el público,
evasiones del pago del Metro, pequeños robos y desórdenes…
El resultado fue extraordinariamente alentador.
Comenzando por lo pequeño, pronto el Metro fue un lugar seguro.
Tiempo después, en 1994, Rudolph Giuliani fue
electo Alcalde de Nueva York y nombró como Jefe del Departamento de Policía de
la ciudad a William Bretton.
¿Quién era? El Director de la Policía del Metro
durante la consultoría de Kelling. ¿Qué hizo? Basado en la teoría de las
ventanas rotas y en la experiencia del Metro, impulsar una política de
Tolerancia Cero frente al delito.
La clave de la estrategia apuntaba a crear
comunidades limpias, ordenadas y cuidadas, no permitiendo transgresiones a la
ley y a las normas de convivencia urbana. Y el resultado práctico fue un enorme
abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
Tolerancia cero frente al delito
Los problemas de inseguridad pública y la expresión
“tolerancia cero” forman parte desde hace años del discurso político tanto en
España como en Estados Unidos y América Latina. Muchos incorporan la tolerancia
cero a su discurso político como eje de sus políticas contra la delincuencia. Y
muchos otros hacen del antagonismo con la tolerancia cero un eje crucial de su
discurso político.
Pero la discusión parece estar oscurecida por
algunos errores y pre-conceptos.
Porque muchas personas han escuchado la expresión
“tolerancia cero” y creen comprender que se refiere a una especie de solución
autoritaria y represiva.
Pero en realidad su origen es exactamente lo
contrario, y su eje conceptual central es más bien la prevención y la promoción
de condiciones sociales de seguridad.
Por eso es necesario clarificar y diferenciar.
Una cosa es el experimento inicial de Zimbardo.
Pero otra cosa es la interpretación del mismo a partir de donde surge la teoría
de las ventanas rotas elaborada por los profesores Wilson y Kelling. Un tercer
asunto diferente es el trabajo de Kelling aplicando sus teorías a los problemas
de inseguridad del metro de Nueva York en los 80. Y un cuarto asunto es la
tolerancia cero aplicada en los 90 en Nueva York por el Jefe de Policía Bretton
y el Alcalde Giuliani. Son todos conceptos conectados pero diferentes. Y más
diferentes aún son las adaptaciones conceptuales y prácticas que se siguieron
desarrollando en otros países.
¿Qué surge de esta tarea de clarificar y
diferenciar?
Pues surgen los matices, los pliegues, los claroscuros.
Comprender estos matices enriquece el discurso político y mejora no solo la
comunicación sino tal vez hasta el diseño mismo de las políticas contra la
inseguridad pública.
¿Cual sería el concepto de tolerancia cero si nos
atenemos a sus orígenes?
No se trata entonces de la horda primitiva
linchando al delincuente, ni de la prepotencia o del desborde policial. Es más:
de acuerdo a la teoría de las ventanas rotas sería necesaria la tolerancia cero
también frente a estas violaciones a la ley. No se trata tampoco de la pena de
muerte ni del ojo por ojo y ni siquiera de bajar la edad a la que se es
imputable penalmente.
Tampoco es un conjunto de recetas prefabricadas
para otra realidad, sino más bien un conjunto de ideas acerca de cómo se
origina el delito. Esas ideas basadas en la psicología social pueden traducirse
luego en decisiones concretas de acuerdo a la realidad del país o de la ciudad.
No es un dato menor hacer un llamado de atención:
no es toleracia cero frente a la persona que comete el delito, sino tolerancia
cero frente al delito mismo. Y no es poca la diferencia.
De lo que se trata, sí, es de crear (o reconstruir)
comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos
de la convivencia social humana.
Nota:
Este artículo ha tenido una vida curiosa. Lo publiqué originalmente en el Diario Correo de Punta del Este en la edición del 9 de junio de 2008. Llevaba como título “¿Cómo recuperar una sociedad en la que se produce un delito por hora?”. Tenía, además, algunas consideraciones sobre la realidad local. Poco tiempo después el artículo comenzó a circular anónima y masivamente por Internet. Tan masivamente que a mi mismo me llegó desde distintos puntos del mundo como si fuera de autor anónimo (!!). Y todavía hoy sigue dando vueltas por las bandejas de entrada de miles de internautas, aunque generalmente incompleto y distorsionado. Avatares de estos tiempos, por supuesto…
Este artículo ha tenido una vida curiosa. Lo publiqué originalmente en el Diario Correo de Punta del Este en la edición del 9 de junio de 2008. Llevaba como título “¿Cómo recuperar una sociedad en la que se produce un delito por hora?”. Tenía, además, algunas consideraciones sobre la realidad local. Poco tiempo después el artículo comenzó a circular anónima y masivamente por Internet. Tan masivamente que a mi mismo me llegó desde distintos puntos del mundo como si fuera de autor anónimo (!!). Y todavía hoy sigue dando vueltas por las bandejas de entrada de miles de internautas, aunque generalmente incompleto y distorsionado. Avatares de estos tiempos, por supuesto…
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