08/05/2017
| La Caterva
[En el marco de las Jornadas Gramsci y América
Latina, organizadas en la ciudad de Buenos Aires a fines de abril por el
Seminario “Teoría y praxis política en el pensamiento de Gramsci” y el
Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC/UBA), se entrevistó
a Claudio Katz, uno de los conferencistas del encuentro, quien destacó que uno
de los principales legados de Gramsci para la región es"la necesidad de
forjar identidades políticas propias de la izquierda, con nítidos perfiles
anticapitalistas"]
¿Cuál es el significado de estas jornadas en la
actual coyuntura latinoamericana?
Nos permite evaluar la situación de la región a la
luz de algunos conceptos de Gramsci. No cabe duda que el principal dato del
momento es la restauración conservadora que presenta tres modalidades. Primero
los gobiernos derechistas continuados, que en países como México, Perú o
Colombia llevan muchos años aplicando políticas neoliberales de expansión del
desempleo, la precarización y la desigualdad.
Segundo los nuevos mandatarios derechistas que
lograron cortar el ciclo progresista con sus victorias electorales. Es el caso
de Macri que implementa un proyecto reaccionario sin las mediaciones
tradicionales. Encabeza la gestión estatal de una Ceocracia embarcada en la
demolición de conquistas populares.
Finalmente, en otros países la derecha accedió al
gobierno por medio de golpes institucionales. Una banda mixta de parlamentarios
corruptos, jueces y dueños de de los medios de comunicación consumaron en
Brasil, la misma asonada que en pasado perpetraban los militares. A toda
velocidad recortan planes sociales, flexibilizan el empleo y desfinancian las
jubilaciones.
Esta modalidad golpista se inició en Honduras en el
2009 y continuó en Paraguay en el 2014. Sigue un modelo de imponer el cambio
por la fuerza para convalidarlo luego en los comicios. Introduce además todas
las manipulaciones imperantes desde hace décadas, en el sistema político
mexicano.
¿Pero qué implicancias tiene ese proceso desde una
mirada gramsciana?
Supone un mayor peso de las formas coercitivas de
dominación, en comparación a las modalidades persuasivas de hegemonía que
utiliza la clase dominante.
En algunos regímenes derechistas simplemente
persiste el autoritarismo y el terror. Más de un centenar de luchadores
ambientalistas han sido ultimados junto a Berta en Honduras. También supera el
centenar el número reciente de militantes sociales asesinados en Colombia y en
nueve años se contabilizan 253 muertos en Perú por represión a las protestas.
En México persiste la impunidad. En lugar de
esclarecer los crímenes de Ayotzinapa, el gobierno respondió con ocho nuevos
muertos a las manifestaciones de los docentes. Con estos modelos en mente Macri
tantea acciones represivas apaleando maestros, desalojando piqueteros y
adiestrando gendarmes para actuar en las calles. Temer trabaja en la misma
dirección.
¿Es factible ese curso represivo en un contexto
económico tan adverso?
Lo intentan. La prosperidad de la década pasada
quedó atrás y desde el 2012 impera un ciclo recesivo. Brasil padeció en los
últimos dos años el peor retroceso económico desde la crisis del 30. Los
precios de las materias primas oscilan entre nuevas caídas y leves
recuperaciones, sin recuperar el elevado promedio de la década anterior. Las
remesas y la inversión externa retroceden y el previsible repunte de la tasa de
interés estadounidense disuade la llegada de capitales.
Además, al cabo de un intenso proceso de expansión
del agro-negocio retrocede la industria local y crece el desempleo. Como los
gobiernos derechistas retoman la ortodoxia neoliberal se agrava la pobreza, la
desigualdad y la precarización. Ahora buscan acuerdos de libre-comercio con la
Unión Europea y aceptan la agenda china de invasión importadora y saqueo de los
recursos naturales. También reactivan las privatizaciones inconclusas o
fracasadas de los años 90 e implementan un brutal recorte de los derechos
populares, con mayor flexibilización laboral y contra-reformas en el sistema de
jubilaciones.
Esa cirugía agrava el escenario social y ahonda la
división por arriba. En la nueva reorganización neoliberal se afianza el
capital financiero, despuntan problemas en las actividades primarias y la
industria se desmorona.
En términos de Gramsci se podría afirmar que la
reestructuración por arriba potencia las divisiones en las elites y obstruye la
conformación de un bloque estabilizado de las clases dominantes.
¿Por eso pierden legitimidad los gobiernos
derechistas?
Es otro rasgo compartido por regímenes signados por
un alto grado de corrupción. En la república de delincuentes que impera en
Brasil se acrecienta el número de ministros y congresistas involucrados en
malversaciones de fondos. Macri es un presidente off shore, al frente de
una cleptocracia de millonarios que se enriquece endeudando al Estado. El
sistema de coimas organizadas que destapó el caso de Odebrecht ensucia a varios
presidentes y ministros de Perú, Colombia y Panamá.
Como la restauración conservadora combina
fragilidad económica con ilegitimidad política se afianza un escenario de gran
turbulencia. Pero si recordamos las distinciones que establecía Gramsci entre
distintos tipos de crisis (corto y largo plazo, dominación, dirección),
convendría precisar que el contexto actual es de enorme inestabilidad pero no
de crisis orgánicas. No se observa aún el tipo de colapso que conocimos a
principio del milenio en Argentina, Bolivia o Ecuador.
Me parece que el dato de la ilegitimidad es clave.
Ya no rige el marco de los años 80, cuando Gramsci era leído para explicar la
novedad de los sistemas constitucionales pos-dictatoriales. Las discusiones
sobre esa forma de dominación de la burguesía han quedado atrás. Las elecciones
son habituales y las expectativas en los políticos, el parlamento o las
instituciones han decaído al mismo nivel que el resto del mundo.
Sin embargo mencionaste en el panel que la
movilización callejera de la derecha es un nuevo y preocupante dato
Si efectivamente las derechas han comenzado a
reinventarse en las calles, con el padrinazgo de los medios de comunicación y
un sofisticado manejo de las redes sociales. Construyen su propio imaginario
político combinando ideas liberales y antiliberales. Por un lado enaltecen el
individualismo y la consiguiente fantasía de actuar por decisión propia sin
ningún condicionante. Por otra parte retoman el discurso de hostilidad a la
política por la impotencia de esa actividad para resolver el flagelo de la
inseguridad o la corrupción.
Los vimos en la marcha del 1 de abril en Argentina.
Ponderan la “plaza republicana” y desprecian la “plaza populista”. Despliegan
un gran revanchismo y un desenfrenado odio de clase. En un clima de 1955
retoman los mitos del gorilismo tradicional, descalificando a los morochos
“arreados” a las marchas por un simple choripán.
Pero a diferencia de los cacerolazos de los últimos
años, los derechistas ya no gritan sólo contra Venezuela y Cuba. Ahora insultan
a los docentes y exigen represión de los piquetes o prohibición de las huelgas.
Repiten un libreto acorde al giro conservador de los intelectuales mediáticos
decepcionados con el progresismo que han copado la pantalla.
Un proceso semejante se observó en Brasil en los manifestantes
que el año pasado determinaron la caída de Dilma. Ese beligerante grupo social
desplegó la bandera de la anti-política y opera como sostén de la cirugía
conservadora que motoriza el Juez Moro.
El mismo sentido reaccionario tiene el movimiento
de Uribe, que logró el triunfo del No en el plebiscito de Colombia o las
fuerzas callejeras, que desde el 2015 gestaron la candidatura de Lasso en
Ecuador. La diabolización del chavismo es el guión común de esas campañas
reaccionarias.
La presencia callejera de la derecha recién
despunta y afronta muchas limitaciones. Se sostiene exclusivamente en las
clases medias y altas. En pocos casos logran superar en número a las marchas
rivales de la izquierda o el progresismo. Pero configura el dato más peligroso
del momento. Si se afianza podría aportar un sostén más consistente a la
restauración conservadora.
¿Como el fascismo en la época de Gramsci?
Sólo en cierta medida y primero tienen que ganar.
Pero tu analogía nos advierte sobre los casos más extremos. Por ejemplo en
Venezuela, el sanguinario elemento pinochetista está muy presente en todo el
conglomerado antichavista.
En cualquier caso me parece que las teorías del
revolucionario italiano nos permiten entender el enorme peso de la ideología
conservadora, en la irrupción callejera de la derecha. Esas creencias
reaccionarias retoman el modelo de temor al comunismo que se forjó durante la
guerra fría, pero con una inédita incidencia de los medios de comunicación.
Cuando en los 80 las teorías de Gramsci recobraron
influencia se debatía intensamente cuál era el canal de transmisión
predominante de la ideología burguesa: las ilusiones en el sistema
constitucional, la mercantilización de la sociedad o la radio y la televisión.
Una respuesta actual sin duda enfatizaría la primacía de los medios.
En tu exposición también subrayaste la centralidad
de la resistencia popular. ¿Cuál es la gravitación de esa lucha?
Enorme y decisiva. Hay una batalla social en curso
en toda la región con movilizaciones gigantescas en Argentina. En marzo pasado
hubo un millón de personas en las manifestaciones de los sindicatos y el paro
general tuvo un nivel de efectividad que corroboró la gran capacidad de acción
de la clase trabadora.
Lo mismo comienza a observarse en Brasil. Este año
no sólo los movimientos sociales sustituyeron a la derecha en la ocupación de
las calles. Se realizó la primera huelga general en décadas con un gran
acatamiento. En México el gasolinazo marcó un punto de giro, luego de las
intensas luchas de los maestros y las víctimas de Ayotzinapa. En Chile la
batalla contra los Fondos de Pensión congrega multitudes y en Colombia se
acrecientan las protestas de los movimientos sociales.
Es necesario subrayar la gravitación de estas
acciones por abajo, si queremos retomar el énfasis asignado por Gramsci a la
voluntad y a la subjetividad en la transformación de la sociedad. Ese es el
sentido de su filosofía de la praxis, en contraposición al fatalismo o la
resignación.
Y también un aliento a la militancia…
Por supuesto. Hay nueva generación luchadores que
resiste la restauración conservadora. Participaron activamente en la
experiencia política de la década pasada, sin padecer las frustraciones y
derrotas que afectaron a sus antecesores de los años 70.
Actúan en un marco también distinto al escenario de
entre-guerra que vivió Gramsci. Pero hay ciertas batallas políticas en el
contexto latinoamericano que actualizan los planteos del revolucionario
italiano. Gramsci trabajó para unir el campo popular en un bloque histórico,
forjando alianzas de la clase obrera con los campesinos. Esa misma política
supone en la actualidad hermanar a los asalariados con los informales y la
clase media.
La derecha sólo puede prevalecer imponiendo una
desgarradora guerra de pobres contra pobres. Por eso alienta la hostilidad
contra las huelgas. Coloca en toda la región muchas fichas, en la erosión de la
solidaridad con los combativos movimientos de la docencia. Frente a situaciones
de ese tipo Gramsci sugeriría actuar con radicalidad y audacia.
Pero en el plano político situaste el eje de la
resistencia en la batalla de Venezuela. ¿Por qué razón?
Porque ahí se define el resultado de toda la etapa
latinoamericana. No cabe la menor duda que hay un golpe reaccionario en marcha,
que combina el sabotaje de la economía con la violencia callejera y las
provocaciones diplomáticas. En un plazo más prolongado es lo mismo ocurrió con
Salvador Allende.
El trasfondo obvio de esa agresión es el petróleo.
Venezuela es la principal reserva continental de crudo y provee el 12 %
del combustible importado por Estados Unidos. Para confiscarlo el Departamento
de Estado promueve una situación de caos, tendiente a repetir lo operativos de
Irak, Libia o Panamá. Saben queuna vez derrocado el gobierno ya nadie se
acordara dónde queda Venezuela.
En ese operativo la hipocresía de los medios no
tiene límite. Transmiten en cadena escenarios terminales con denuncias macabras
del país, luego de silenciar el golpe de Brasil, Paraguay u Honduras. No le
asignan ni cinco minutos a los crímenes en Colombia y México o al fraude
electoral de Haití. Legitiman a los golpistas, ocultando que Leopoldo López
estaría condenado a perpetua en Estados Unidos por su responsabilidad en las
muertes de las guarimbas. Acusan al gobierno de cualquier tropelía, omitiendo
que el grueso de los asesinatos afecta a militantes del chavismo.
La derecha ha provocado el desastre actual
intentando tumbar una y otra vez al gobierno desde la Asamblea. Cuenta con la
descarada complicidad de las clases dominantes de la región. Esos gobiernos se
amoldan a Trump conspirando desde la OEA contra Venezuela.
En términos de Gramsci esta batalla presenta un
doble significado. En el plano moral definirá un resultado de confianza o
resignación en el movimiento popular. Si gana la derecha se creará un escenario
de derrota y una sensación de impotencia frente al imperio.
En otro terreno Venezuela sintetiza una lucha
antiimperialista, directamente conectada a los anhelos nacionales que subrayaba
Gramsci. Es controvertible su interpretación de esa dimensión pero no la
centralidad que le asignaba. Hoy Venezuela es la principal trinchera contra
Trump. Su programa de avasallar la región empezando por el muro en México,
transita por la confiscación del petróleo venezolano.
Igualmente señalarse críticas al gobierno
bolivariano
Ciertamente y en varios planos, aunque en el marco
de la gran decisión de Maduro de resistir. A diferencia de Dilma o Lugo no se
entrega. Esa firmeza explica el odio de los poderosos de la región.
Pero hasta ahora el gobierno ha priorizado el
enfrentamiento con la derecha en términos burocráticos de un poder del Estado
contra otro. El Ejecutivo o Judicial versus el Legislativo. Reacciona por
arriba y responde a un golpe de la Asamblea con una acción del Tribunal de
Justicia. Apuntala más el sostén del ejército que el respaldo por abajo. Por
eso en la durísima confrontación del último año no apeló al poder comunal y en
ausencia de ese basamento el pueblo tomará distancia.
Lo más grave es la tolerancia de la corrupción y
sobre todo de la fuga de capitales. No expropian a los empresarios que provocan
el colapso de la economía con manipulaciones de las divisas y los bienes
importados.
Pero estamos en medio de la batalla y no está escrito
el resultado final. Hubo una interesante reactivación de los mecanismos para
paliar el desabastecimiento y se adoptó la excelente iniciativa de retirar al
país de la OEA. La única forma de vencer a la derecha es transformar en hechos
el discurso socialista. En las situaciones límites y frente al abismo el
proyecto bolivariano puede renacer con un perfil más radical.
La aplicación de Gramsci a Venezuela implicaría hoy
asumir decisiones revolucionarias. El líder comunista convocaba a adoptar esas
decisiones sin ninguna vacilación. Por eso ponderó la acción de los
bolcheviques como una “revolución contra El Capital”, en el sentido de
procesos que vulneran todas las prescripciones previas. Subrayó la inexistencia
de un curso predeterminado de la historia. Aplastar el sabotaje de los
capitalistas con el poder comunal sería el equivalente a la acción de los
soviets que reivindicaba Gramsci.
Hay otro tema que discutiste en las jornadas, al
conectar el legado del pensador italiano con los debates sobre el ciclo progresista
Si efectivamente es un problema clave. Yo creo que
el ciclo progresista en Sudamérica fue un resultado de rebeliones populares que
tumbaron gobiernos neoliberales, modificaron las relaciones de fuerza, evitaron
los brutales ajustes aplicados en otras regiones y permitieron mejoras sociales
o conquistas democráticas.
Pero no fue un periodo pos-liberal. Las
transformaciones no tuvieron la solidez requerida para dejar atrás el
neoliberalismo. No se alteró la estructura primarizada de las economías y se
mantuvieron los privilegios de los grupos dominantes. La restauración
conservadora determina el declive de ese período, aunque la derrota de la
derecha en Ecuador indica una indefinición. La disputa final se define en
Venezuela.
Cualquiera sea el diagnóstico es indiscutible el
retroceso del ciclo progresista. Especialmente en Brasil y Argentina ese
declive obedece a las inconsistencias económicas de un modelo
neo-desarrollista, que renunció a implementar las transformaciones básicas para
superar la dependencia de las exportaciones primarias. En el terreno político
mantuvieron el viejo sistema de alianzas y corrupción de los grupos dominantes
y cuando aparecieron las protestas sociales se asustaron y facilitaron la
demagogia de la derecha. Sufrieron el desgaste que sobreviene a la ausencia de
radicalización.
En tu presentación contrapusiste este balance con
el expuesto por los teóricos del progresismo.
Si. Es un debate importante porque muchos de ellos
se auto-definen como marxistas y gramscianos. Pero exponen un balance idílico
de Kirchner o Lula, estimando que fueron gobiernos exitosos. A lo sumo destacan
la existencia de errores en la connivencia con los bancos, las disputas con los
medios de comunicación o la batalla cultural para aproximar a una clase media
atada al consumismo.
Yo creo que esa lectura es superficial y elude
reconocer que los gobiernos progresistas declinaron por su adaptación a la
agenda de las clases dominantes. Esa mirada repite los mismos desaciertos que
cometieron los gramscianos socialdemócratas de los 80, cuando presentaban al
constitucionalismo burgués como un nuevo camino hacia la emancipación.
Al igual que en ese momento el gramscismo liberal
considera indispensable acotar cualquier cambio a lo marcos del capitalismo. Se
guían por el principio de impedir el desborde de ese sistema y olvidan que una
política antiliberal consecuente exige transitar por senderos anticapitalistas.
Ese estrecho vínculo entre Gramsci y Lenin es desconocido por los
socialdemócratas.
La consecuencia política de esta postura es la
promoción de una estrategia exclusivamente centrada en el retorno electoral a
la presidencia en el 2018 y 2019. Ese objetivo tiene total prioridad frente a
la resistencia social. Dan por seguro el fracaso de la derecha y suponen que
todo puede recomenzar como si nada hubiera ocurrido. Recrean a futuro la misma
fantasía de un capitalismo humanitario y redistributivo que propagaron en la
última década.
Pero ese no es el único balance del ciclo
progresista.
Ciertamente. Hay una interpretación opuesta que
niega la existencia de ese proceso o supone que concluyó hace mucho tiempo.
Considera que los gobiernos centroizquierdistas o radicales coincidieron con
sus pares derechistas en la primarización extractivista y estima que finalmente
adoptaron un perfil autoritario y populista.
Esta mirada considera que Lasso y Moreno expresaron
en Ecuador dos vertientes complementarias del neoliberalismo y que en Venezuela
la burguesía derechista confronta con sus pares chavistas.
Es una errónea simplificación de la realidad
latinoamericana. La continuada dependencia de las exportaciones agro-mineras no
equipara a gobiernos tan contrapuestos. La centralidad del petróleo, el gas o
el litio no asemeja a Maduro, Evo Morales o Raúl Castro con Lula o Correa y
menos aún con Peña Nieto o Macri. Es equivocado, además, impugnar a los
gobiernos progresistas con los mismos razonamientos de vago republicanismo que
utilizan los liberales.
¿Pero no sería acertado observar esos procesos con
la óptica de la “revolución pasiva” que estudio Gramsci?
Es una idea interesante pero de dudosa aplicación a
lo ocurrido en la última década. El contraste entre jacobinismo y bismarkismo
no tiene correspondencia con lo sucedido en Sudamérica y es muy discutible la
propia concreción de una modernización conservadora. Esta noción choca con la
primacía del agro-negocio y la ausencia de transformaciones económicas
significativas. El período estuvo signado además por importantes conquistas
populares. Igualmente es un tema abierto y todo depende de la interpretación
asignada a la noción de revolución pasiva.
Pero el mayor problema no radica en la aplicación
de ese concepto gramsciano, sino en la mirada general de los teóricos
autonomistas. Renuevan la estrategia de soslayar la batalla por el manejo del
Estado. Retoman la idealización de los movimientos sociales y la fascinación
con el ámbito defensivo de la territorialidad.
Me parece que la promoción de metas
anticapitalistas debe ser complementada con la definición de políticas
socialistas para alcanzarlas. Gramsci postulaba esa conexión y por eso
compartía la prioridad asignada por Lenin a la transformación de la sociedad
mediante la conquista del poder.
Pero la lectura de Gramsci ha servido para subrayar
la complejidad de ese camino que es ignorada por muchas corrientes…
Sin duda. Esa omisión salta a la vista entre
quiénes simplemente proclaman que todos los gobiernos de América Latina son
indistintamente burgueses. Las consecuencias extremas de esta ceguera se han
observado recientemente en Ecuador, entre las vertientes de izquierda que
llamaron a votar a Lasso con argumentos insólitos.
Afirmaron que el banquero facilitaría un mayor
respeto de la democracia o que sería más fácil desenvolver la lucha por mejoras
populares. Hay que remontarse varias décadas para encontrar algún precedente de
semejante miopía.
Yo creo que el mayor peligro actual de las posturas
sectarias se verifica en Venezuela. Algunos hacen causa común con la derecha en
la crítica a Maduro. Repiten las mismas acusaciones de los medios de
comunicación hegemónicos o recurren a despistadas comparaciones con Gadafi y
Hussein. No exponen sus cuestionamientos desde un terreno de lucha común contra
el golpe.
Aquí conviene recordar el rechazo total de Gramsci
a la teoría del social-fascismo, que en su época equiparaba a Hitler y
Mussolini con los adversarios socialdemócratas. Al igual que Trotsky promovía
estrategias de frente único contra la derecha, que son vitales en el contexto
actual de Venezuela.
A escala regional es el momento de la solidaridad.
Tal como ocurrió con Cuba durante el periodo especial hay que poner el hombro
en las circunstancias más difíciles de acoso, demostrando que la izquierda se
ubica en el campo opuesto de la reacción.
¿El trasfondo de los problemas que señalas no es la
atadura al modelo revolucionario de 1917 que Gramsci comenzó a renovar?
Puede ser. Pero yo evitaría cualquier sugerencia de
contraposición entre Lenin y Gramsci. Me parece que existe una
complementariedad, derivada de la incorporación de temporalidades más largas a
la vertiginosa experiencia soviética de doble poder. Hay complementariedad y no
antagonismo entre la “guerra de posición” y la “guerra de maniobra”. Son
momentos sucesivos de una misma estrategia
Los procesos de China, Vietnam o Cuba ya
demostraron en condiciones bélicas la preeminencia de períodos revolucionarios
prolongados. También los escenarios institucionales vigentes en las últimas
décadas obligar a reconsiderar las temporalidades. Exigen replantear la
tradición que concibe al gobierno de los trabajadores, la captura del estado y
la transformación de la sociedad como procesos simultáneos. Actualmente son
válidas las hipótesis de gobiernos populares, estados en disputa y grandes
fracturas en la sociedad a lo largo un periodo significativo.
¿Cuál sería entonces el principal legado de Gramsci
para la coyuntura latinoamericana actual?
No hay una sola faceta, pero quizás conviene
resaltar lo más obvio: la necesidad de forjar identidades políticas propias de
la izquierda, con nítidos perfiles anticapitalistas. Como ese cimiento supone
la reivindicación abierta de nuestras tradiciones socialistas,
antiimperialistas y revolucionarias, una actitud gramsciana actual se
contrapone con la fascinación que despierta el Papa Francisco.
Resalto este dato porque Bergoglio fue elogiado
primero como eventual sustituto de Chávez y ahora como una alternativa mundial
progresista a Trump. Es asombrosa la falta de realismo de esta actitud, que
confunde necesidades de supervivencia de los procesos radicales con
expectativas favorables hacia la institución más reaccionaria del planeta.
¿Pero cuál es la conexión con Gramsci?
Su crítica frontal al Vaticano. Gramsci fue un
militante comunista empeñado en revolucionar la conciencia de los oprimidos
para que actuaran al servicio de sus propios intereses. En cambio la Iglesia
recluta fieles y no quiere protagonistas. Rechaza a los militantes y disuade la
lucha. Busca apaciguar o disciplinar a los rebeldes. Con ese propósito elaboró
una doctrina social contra el ideal comunista.
La filosofía de la praxis apunta hacia la dirección
opuesta de expandir la conciencia socialista. Actualmente ya no interesa tanto
el ámbito elegido por los intelectuales orgánicos para enlazar la teoría con la
práctica. Retomar a Gamsci implica priorizar la vigencia y primacía del
proyecto socialista.
Abril 2017
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