01/05/2018
¿Qué tiene aun que decirnos Marx sobre el
capitalismo actual? La pregunta es pertinente, porque la principal obra
económica de Marx, El capital, esto es, el volumen primero de este
ladrillo, apareció hace 150 años, en septiembre de 1867. El primer volumen y,
en parte, también importantes borradores del segundo y el tercero de esta obra
son de 1864 y 1865.
Sin embargo, El capital de Marx no versa
sobre el capitalismo del siglo xix, sino sobre la lógica del desarrollo
capitalista, quiere descifrar el nexo interno entre todos los fenómenos de una
economía capitalista. Quiere ser una “teoría general”, que pueda explicar la
dinámica que sigue el capitalismo, sus crisis y coyunturas, transformaciones y
revoluciones. Marx no construye ninguna teoría del “capitalismo puro”, sin consideración
de su historia. Se interesa por las tendencias a largo plazo del desarrollo
capitalista, lo estudia con la mirada puesta en el futuro: ¿qué aspecto tendrá
el mundo cuando el capitalismo pueda desarrollarse y extenderse sin bridas ni
frenos? Le interesa la Inglaterra de su tiempo, altamente industrializada;
después, los EEUU, como país donde la industrialización capitalista de todos
los ámbitos —en ese momento, de la agricultura— avanza más rápidamente, porque
muestra la imagen del futuro para todo el mundo capitalista.
Los estudios tecnológicos de Marx
Aunque era filósofo y jurista de formación, con 25
años se pasó al estudio de la economía política, al que se dedicó cuarenta
años, hasta su muerte, en marzo de 1883. Como autodidacta y coetáneo del cénit
de la primera revolución industrial en Inglaterra, estaba entusiasmado por las
revoluciones tecnológicas de la época. Al ver desde el principio al capitalismo
desarrollado como un modo de producción altamente tecnologizado que
transformaba el mundo de forma más fundamental que todas las formas económicas
anteriores, consideraba indispensable el estudio de la tecnología y las
ciencias experimentales coetáneas, a diferencia de la mayor parte de
economistas de su época. En varios intentos, durante 1851-52, 1856-57, 1861-63
y, nuevamente, desde 1868 hasta 1878, realizó extensos estudios sobre ciencias
experimentales y tecnología.(1) Marx mostró especial interés por los
descubrimientos en las ciencias experimentales de su tiempo, p. ej., en
química, física y fisiología, y estaba fascinado por sus aplicaciones
tecnológicas, p. ej., en la agricultura. Marx, empero, era todo menos un
admirador acrítico de la nueva agricultura industrial y de la gran industria
fabril, cuyas consecuencias social y ecológicamente devastadoras vio con
exactitud. Conocía los escritos de autores ingleses contemporáneos como Andrew
Ure, el propagandista del sistema fabril, o Charles Babbage, el inventor de la
primera calculadora y teórico de la organización racional de la empresa. Estudió
los escritos del pionero de la agroeconomía Justus von Liebig, y compartió la
creencia de este coetáneo suyo en las posibilidades casi ilimitadas para el
desarrollo de las fuerzas productivas sociales que se habían abierto con las
nuevas tecnologías y el sistema fabril. Pero no consideraba a la técnica, la
tecnología ni las ciencias experimentales como las fuerzas motrices. La fuerza
motriz del tiempo inesperado en que la productividad de la fuerza de trabajo se
había intensificado residía, a su juicio, en la dinámica específica del
capitalismo moderno.
Una sentencia del viejo Marx: la tecnología no es
economía política
Para comprender la actitud de Marx para con las
revoluciones técnicas de su tiempo es útil recordar una de sus frases clave
dichas de paso: “Sólo tecnología no es economía política”.(2) No son las
tecnologías de la producción, transporte o comunicación las que determinan la
marcha del desarrollo capitalista, sino al revés. Es el nuevo funcionamiento
del sistema fabril, específicamente capitalista, con el que comienza la
“moderna ciencia de la tecnología”, la aplicación sistemática en la producción
de los resultados de las ciencias experimentales, la búsqueda constante de
innovaciones, la aceleración del progreso técnico, la larga sucesión de nuevas
revoluciones tecnoindustriales.
¿Cómo se desarrollan las revoluciones técnicas en
el capitalismo? ¿Por qué se dan, en realidad? ¿Cómo se llevan a cabo? Marx lo
estudió en detalle y tenía la mirada puesta tanto en la primera como en los
inicios de la segunda revolución industrial, en los años siguientes a la gran
depresión de 1873. La búsqueda permanente de mejoras e innovaciones técnicas en
el sistema fabril distingue al capitalismo industrial. Marx las explica con la
lógica de la “producción de plusvalía relativa”: los empresarios industriales
ganan a la competencia incrementando constantemente la productividad de sus
empleados, mediante la introducción y perfeccionamiento de innovaciones
técnicas. Como todos hacen la apuesta, la base técnica de muchas industrias
(tendencialmente, de todas) se recicla continuamente y la capacidad productiva
aumenta constantemente. Así, cobra cada vez más fuerza la tendencia a la
sobreproducción y la sobreacumulación, que, periódicamente, lleva a crisis,
grandes y pequeñas.
En las crisis del capitalismo moderno se
manifiestan las “revoluciones de valores”, que son las consecuencias
inevitables de las constantes innovaciones técnicas. Llevan a la destrucción de
capital, la obsolescencia de todas las tecnologías, la desaparición de
profesiones. Marx estudió minuciosamente varias de las crisis de su tiempo: las
de 1847-48, 1857-58 y 1873-79. Las revoluciones técnicas y transformaciones
bruscas del régimen industrial exigen crisis. La desvalorización y destrucción
de capital abren paso a la aplicación y proliferación de nuevas técnicas. El
progreso técnico y la innovación se aceleran, así como la racionalización y
reorganización por razones técnicas. Pero las nuevas técnicas, especialmente
las tecnologías, sólo dan la posibilidad de transformaciones más o menos
radicales de la empresa y la circulación capitalistas. Se imponen cuando
cooperan con ellas los actores determinantes del capitalismo moderno: las
empresas, los capitalistas, los financieros, los trabajadores asalariados. Y
sólo lo hacen cuando encuentran o, mejor, cuando pueden abrir, mercados
suficientemente grandes y estables para los posibles productos de las nuevas
tecnologías. El capitalismo industrial moderno de alta tecnología penetra en
los mercados mundiales o, más bien, crea y expande mercados mundiales (como la
industria de comunicaciones de entonces, con las industrias del ferrocarril y
los telégrafos, que Marx tenía ante sus ojos).
Marx y la digitalización
La crítica marxiana de la economía política se ha
quedado inconclusa, Marx no pudo tratar suficientemente muchos de los problemas
centrales de su teoría. Por ello, está justificada la pregunta de si su
análisis del capitalismo industrial se adecúa a los fenómenos actuales. El
propio análisis marxiano de las mercancías tiene sus límites. No es adecuado
sin más con las mercancías ficticias o cuasimercancías, falla con los bienes
públicos o comunes. ¿Puede la economía política marxiana, en la forma en que
aseveran los marxistas de hoy, tratar el trabajo cognitivo y sus productos?
¿Puede explicarse con el Marx de los marxistas qué valor añadido crea
exactamente un trabajador cognitivo que, p. ej., diseña programas? ¿Qué
se produce exactamente en y mediante Internet? ¿Qué se compra y se vende?
Ningún producto, sino derechos de uso (p. ej., a instalar Windows 10 en un PC).
¿Qué pasa, empero, si el acceso es libre y gratuito (como al abrir una cuenta
de Facebook o al emplear software libre)? ¿El “valor” de los productos de
software, fabricados y distribuidos por empresas privadas de evidente alta
rentabilidad, lo determina la media, o la cantidad marginal, de trabajo
necesario para su producción? Como bien sabía y subrayaba Marx, con la mirada
puesta en sus conocimientos científicos, no hay relación alguna entre el
trabajo necesario para un descubrimiento o invención científico o tecnológico y
el trabajo necesario para su reproducción. Es este último, a juicio de Marx, el
que determina el valor de cada mercancía. ¿Aun se puede, por tanto, aprehender
la economía de la información o de los bienes cognitivos en términos de valor?
El “Fragmento sobre las máquinas”
Los profetas del poscapitalismo dicen poder
descubrir en los primeros manuscritos de Marx un vaticinio genial de los
desarrollos contemporáneos que señalan derechamente a una superación del
capitalismo. Se trata del denominado Fragmento sobre las máquinas, un
pasaje de los manuscritos económicos de 1857-58.(3) Ahí Marx se permite
un experimento intelectual: supóngase que el sistema fabril, según la lógica capitalista,
es crecientemente empujado hacia la “fábrica automática”. Entonces, lo que él
denomina trabajo inmediato será cada vez más irrelevante respecto a la
masa de capital empleado, y el carácter del trabajo se transformará. El trabajo
de cada individuo se convertirá, directamente, en trabajo social, lo que se
pague ya no será el trabajo inmediato de cada individuo, sino el conjunto del
proceso industrial encarnado en la fábrica automática, en el sistema maquinal.
Éste, empero, no dependerá del conocimiento y experiencia de grupos de
trabajadores singulares, sino del conocimiento socialmente disponible,
desarrollado durante generaciones. Marx habla de “fuerza productiva general” o
“intelecto general”, de las “potencias generales del cerebro humano” que, en el
futuro, existirán en cada trabajador individual como “individuo social”.(4) En
el intento marxiano de pensar el desarrollo del capitalismo hasta su fin
lógico, una fábrica automática y vacía, vigilada y controlada por escasos
trabajadores cognitivos de alta competencia, los filósofos marxistas leen todo
tipo de afirmaciones exorbitantes.(5) Ni el conocimiento sustituirá al
trabajo ni “la ciencia” ni el “intelecto general” se convertirán en el
principal agente del proceso productivo. El conocimiento, el alto conocimiento,
la ciencia, no son nunca “fuerza productiva inmediata”, como escribe Marx en
algún lugar, sino la precondición para una productividad creciente del trabajo.
El conocimiento, el saber general y especializado, debe obtenerse mediante trabajo
social, desarrollarse y, sobre todo, transmitirse. El simple mantenimiento de
un buen nivel educativo cuesta considerables cantidades de trabajo social. Marx
se imagina una fábrica del futuro en que la masa de trabajadores fabriles de su
tiempo habrá desaparecido, ya que su “trabajo simple” habrá devenido superfluo,
el trabajo fabril que quede será trabajo de especialistas de alta
cualificación. No afirma que el trabajo manual vaya a desaparecer
completamente; aun menos que el trabajo intelectual (que se basa en y aporta
conocimiento) y el manual puedan, algún dia, separarse totalmente. El simple
manejo o la vigilancia y comunicación mediante sistemas autómatas que utilizan
robots no se puede equiparar a pura tarea intelectual ni a trabajo de investigación.
Marx y los mitos de la economía digital
Una parte considerable de la obra de Marx consiste
en críticas, de los economistas del período clásico, pero también de “falsas
críticas de la economía política”, expuestas por otros socialistas. En las
lecturas filosóficas actualmente de moda se oculta el tipo de crítica que es
especialmente importante para Marx. La crítica de la confusión, la irreflexión,
el dogmatismo de los economistas que, a la sazón como hoy, descansaban sobre
una montaña de problemas irresueltos. Marx pretendía haber refutado sus dogmas
y errores, deshecho sus antinomias y planteado un tratamiento racional de sus
problemas irresueltos ―y, señaladamente, desde el “punto de vista puramente
económico”, que siempre adoptó. De ahí se sigue que difícilmente habría
aceptado los mitos sobre una economía o, mejor, un capitalismo digital,
actualmente compartidos y difundidos por tantos. Antes bien, como economista
crítico, habría visto como tarea suya criticar concienzudamente los exaltados
sinsentidos y afirmaciones insostenibles, precisamente cuando provienen de la
“izquierda”. Para Marx, lo mismo que para los economistas políticos que todavía
consideran fértil su teoría, esto es, relevante para la investigación, la
“digitalización” ofrece más bien un melón por abrir que soluciones fijas y
acabadas.
El mundo del capitalismo digital es muy distinto,
pero, como antes, ningún software funciona sin hardware, como antes, es
necesaria una infraestructura de cables, antenas de telecomunicaciones,
servidores, etc. Hay que poder guardar y transmitir los datos, es necesario
generar, mantener, reemplazar, es decir, organizar y reorganizar, soportes de
datos (libro, disco duro, Cloud, etc.) y redes de comunicación. Ningún “bien
digital” o “informativo” puede convertirse en mercancía (y, con ello, interesar
a los capitalistas) sin derechos de propiedad privada, sin derechos de autor.
Se trata de bienes “no rivales” (el uso por uno no merma el uso por otro), pero
cada consumidor potencial puede y debe poder ser efectivamente excluido de su
uso.(6) “Bienes libres” como conocimientos puramente científicos,
compartidos ilimitadamente en una academic community, son, para los
capitalistas privados, de interés limitado; los pueden utilizar, pero no pueden
hacer negocio con ellos.
Las “técnicas” como tales, puras tecnologías,
producen sólo precondiciones para transformaciones sociales, no crean ni
fuerzan nada. Ninguna tecnología ni ningún tipo de mercancías hacen, “por sí
mismos”, imposible la propiedad privada, el mercado o el capital.
Históricamente, los actores del capitalismo han demostrado siempre ser bastante
hábiles. Hasta ahora, la digitalización de la economía parece haberse llevado
bien con el capitalismo. Con la transformación de la señal analógica en
digital, los datos o informaciones tampoco estarán ilimitadamente accesibles,
aunque su copia y difusión sean más fáciles y rápidas que nunca. A pesar de que
actualmente sea fácil técnicamente copiar bienes digitales, descubrir y
desarrollar productos semejantes es tan difícil e igualmente costoso en trabajo
(por su incertidumbre) como antes. Esta particularidad de la producción
cognitiva no ha desaparecido con la digitalización. Como antes, la
digitalización tiene también muchos límites materiales y sociales, por ejemplo,
el limitado número de desarrolladores de software o de especialistas en ITC,
cuyo tiempo de trabajo también es limitado.
El viejo Marx no se habría tragado algunos de los
mitos de la digitalización actualmente en boga, p. ej., el de la economía de
costes marginales cero. Una reproductibilidad técnica de bienes alta o (casi) a
voluntad lleva a costes marginales (los costes de cada unidad adicional
producida) decrecientes y, con ello, a costes fijos decrecientes, en total. En
principio, sí. Pero los costos marginales determinan sólo una parte de los
costes totales, precisamente cuando caen rápidamente. La técnica digital
(especialmente, el software) necesita vigilancia y mantenimiento, esto es,
trabajo constante, que aumenta cuando el software debe ampliarse, renovarse y
adaptarse a menudo, que es siempre el caso en una economía competitiva
capitalista. Ni siquiera gigantes del software como Microsoft escapan a eso.
Más allá de la esperanza de vida de los equipos (físicos y sociales), los
costes aumentan repentinamente y, por ello, muchas empresas se aferran hasta
hoy a equipos y software obsoletos; capital fijo, para ellos.(7)
En el capitalismo, la digitalización no es gratis,
ni es un regalo de la naturaleza ni de la sociedad. Los bienes digitales, los
datos y las necesidades necesitan, igual que antes, representación física. Su
generación, tratamiento, almacenamiento y difusión requieren energía. De modo
que la entropía aumenta. Los medios de comunicación electrodigitales, tal y
como los conocemos y utilizamos actualmente, necesitan y generan una masa
gigantesca de basura electrónica, y que crece rápidamente, cuyo transporte, almacenamiento
y tratamiento posterior tiene enormes consecuencias para la economía mundial.
Necesitan materias primas, de modo que alimentan a la activa industria minera
mundial. Así que una economía capitalista digital tampoco es ingrávida y
también choca con límites materiales.
A Marx, la denominada paradoja de la
productividad no le habría dejado frío. Como economista, era un friki
fanático y, evidentemente, habría tomado nota de que los países capitalistas de
vanguardia, durante las últimas décadas, no han logrado ningún salto realmente
impresionante en productividad ni crecimiento. Le habría llamado la atención
que, a pesar del uso de tecnologías avanzadas de la información y la
comunicación en casi todos los campos, de incrementos exponenciales de la potencia
de les ordenadores, de innovaciones constantes, no aumente rápidamente de modo
correspondiente la productividad y, con ello, la rentabilidad. No obstante,
para Marx la ausencia de fuertes aumentos de la productividad del trabajo con
toda la digitalización habría sido un problema, porque, de una innovación
técnica, esperaba que se extendiera sobre muchas ramas de la industria,
generara una ola de “revoluciones de valor”, de destrucción y renovación de
capital, con el ascenso de nuevas ramas industriales y el declive de viejas
industrias, esto es, una gran transformación real del capitalismo. Hasta ahora
ésta tan sólo se ha suplicado elocuentemente, pero, en las estadísticas
relevantes sobre producción y productividad, no aparece.
Por ello, Marx se habría preguntado cómo emplean su
capital las empresas de alta tecnología actualmente líderes que dependen
totalmente de tecnología digital. ¿Qué producen, qué venden los “cuatro grandes
de Silicon Valley”? ¿Cómo y con qué obtienen dinero y ganancias? En primer
lugar, bloqueando el acceso general a Internet o a plataformas especiales,
abiertas a cambio de una cuota para usuarios de pago, un negocio que tiene poco
que ver con técnica digital, y mucho con poder político y acceso de facto a
bienes semipúblicos (en parte, también comunes), esto es, con una privatización
de la infraestructura digital políticamente autorizada y buscada. En segundo
lugar, recopilando datos y revendiéndolos y haciendo propaganda de ellos (un
producto informativo híbrido, que combina servicio con representaciones
físicas). Entonces pueden, como Facebook y Google, renunciar al cobro de
tarifas para el acceso a sus plataformas. Sus clientes, habitualmente otras
empresas capitalistas de todas las ramas posibles, compran un sitio en la plataforma
y pagan por él una parte (anticipada) del beneficio extra que obtienen gracias
a su acción publicitaria. El valor añadido real es sólo marginal, en algunas
agencias de publicidad, que, efectivamente, prestan un servicio o bien crean un
producto.
Finalmente, Marx se habría interesado por las
consecuencias de la digitalización en la propia producción de viejos bienes
materiales. Ya vio las consecuencias para los trabajadores industriales de los
primeros comienzos del sistema fabril, vio la racionalización y
perfeccionamiento de los procesos productivos, acompañados de vigilancia y
controles intensivos. Vio la compresión del trabajo, el alargamiento de la
jornada, el aumento de su intensidad, la presión creciente y la ascendente
inseguridad para los trabajadores industriales. En el volumen primero de El
capital, Marx fue uno de los primeros economistas del siglo xix que vio la
posibilidad, incluso la inevitabilidad, del paro tecnológico masivo. Argumentó
largo y tendido contra los defensores de la denominada teoría de la
compensación, esto es, la temprana tesis de que por cada trabajo que
desapareciera gracias a los avances tecnológicos, surgiría otro, o más, en otra
industria, quizás totalmente nueva y, al final, todo se equilibraría
maravillosamente. Marx tenía otra visión. Consideraba posible e inevitable el
paro tecnológico masivo, la desaparición de profesiones y categorías laborales
enteras en el capitalismo de alta tecnología y, por ello, habría comprendido
totalmente nuestras preocupaciones actuales.
Notas:
(1) Estos estudios están documentados en incontables
libretas y cuadernos de trabajo que Marx dejó tras de sí. Hasta ahora tan sólo
se ha publicado una parte de dichos libros y anotaciones, en la medida en que
se han conservado, en los volúmenes de la sección cuarta de la segunda MEGA
(obras completas de Marx y Engels).
(2) En la “Introducción”, rápidamente desechada, del
verano de 1857 a sus manuscritos económicos de 1857-1858 (en Karl Marx,
Friedrich Engels, “Ökonomische Manuskripte 1857/1868”, Werke, Berlín,
vol. 42, 1983, p. 21).
(3) Este fragmento, de menos de quince páginas
impresas, es importante, p. ej., para el periodista británico Paul Mason, que,
por lo demás, no necesita mucho al Marx viejo (véase Paul Mason, Postkapitalismus.
Grundrisse einer kommenden Ökonomie, Fráncfort, 2016).
(4) Véase Karl Marx, “Ökonomische Manuskripte
1857/1858”, en Karl Marx, Friedrich Engels, Werke, vol. 42, Berlín,
1983, pp. 601, 602. Por cierto, el desarrollo del sistema fabril hasta la
fábrica automática también se encuentra en el volumen primero de El capital.
(5) Tras ello se encuentra el deseo de demostrar
teóricamente, con citas de Marx, el inevitable final del capitalismo. Lo que
Marx describe en el fragmento, como experimento intelectual, es un futuro
altamente tecnologizado del capitalismo, que no se puede aprehender, tan
ligeramente, con los conceptos facilones de valor. Ciertamente no, si se
soslayan los problemas irresueltos de la teoría marxiana, como es mala
costumbre entre filósofos y adeptos a las más nuevas lecturas de Marx.
(6) Para poder convertir la información en mercancía,
hay que trabajarla. Quien tenga que comprar una información, debe saber qué
valor tiene, pero el vendedor no le puede revelar su contenido, es decir, su
valor de uso, antes de haberla vendido y de que ésta haya sido totalmente
pagada. De ahí que se den originales formas intermedias de venta, esto es, de
abandono parcial de los derechos de uso con el tiempo.
(7) Sobre esto, véase Rainer Fischbach, Die schöne
Utopie. Paul Mason, der Postkapitalismus und der Traum vom grenzenlosen
Überfluss, Colonia, 2017.
Miembro
del Consejo Editorial de Sin Permiso, profesor de economía política en la
Universidad de Lancaster, es uno de los grandes conocedores vivos de la obra de
Marx. Acaba de publicar el libro "Kritik der politischen Ökonomie heute.
Zeitgenosse Marx" [Crítica de la economía política hoy. Marx
contemporáneo] (VSA Verlag 2017).
Fuente:
Spw.
Zeitschrift für sozialistische Politik und Wirtschaft, 224, 2018
Traducción:
Daniel
Escribano
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