05/05/2018
| Alain Bihr
Este título puede parecer enigmático a la mayor
parte de lectores. ¿Qué es esta primera mundialización? ¿Y qué nos puede decir
Marx? Para comenzar a responder a estas dos cuestiones, partamos de lo que Marx
nos dijo sobre el origen del capitalismo.
De hecho, nos dijo relativamente poco. A la vista
de la miles de páginas que dedicó al capitalismo, las alrededor de
cuatrocientas páginas en las que aborda las sociedades precapitalistas, por lo
demás, dispersas a lo largo de su obra, parecen parientes pobres. Está a la
vista que el problema no le interesaba mucho.
Y sin embargo lo poco que nos dijo nos proporciona
algunas claves para abordar correctamente la cuestión y ponernos en vía de su
resolución. Para empezar, nos permiten reformular la cuestión, desplazándola y
precisándola a la vez.
El desplazamiento de la cuestión
Porque la cuestión no es el origen del capitalismo,
sino el origen del capital. En efecto, ¿qué es el capitalismo? Es el modo de
producción que se desarrolla sobre la base de esta relación de producción que
es el capital.
Modo de producción es el concepto formado por Marx
para designar un tipo determinado de sociedad global, de totalidad social que
se desarrolla sobre la base de relaciones de producción determinadas. Distingue
diferentes modos de producción en la historia: comunismo primitivo, modo de
producción asiático, modo de producción esclavista, feudalismo,
capitalismo, comunismo desarrollado.
¿Cómo nace el capitalismo del capital?
Sencillamente como el resultado global del proceso de reproducción de este
último tomado en la totalidad de sus niveles y dimensiones. Este proceso de
reproducción implica:
- Por una parte, un devenir-mundo del capital: una expansión espacial continua de las relaciones capitalistas de producción que acaban por englobar al conjunto del planeta, y de la humanidad que lo puebla, bajo la forma de un mercado mundial, aunque fragmentado en unidades políticas rivales y jerarquizado por desigualdades de desarrollo entre estas últimas.
- Por otra parte, un devenir-capital del mundo: una apropiación (transformación y sumisión) progresiva del conjunto de las relaciones sociales, prácticas sociales, modos de vida y de pensar, etc., a las exigencias de la reproducción del capital como relación de producción, dicho de otra forma la producción de una sociedad capitalista apropiada a la economía capitalista. Por ejemplo: la formación de un sistema apropiado de necesidades individuales y colectivas; la formación de un espacio social apropiado (caracterizado por la urbanización creciente y una densificación de las redes de comunicación); la formación de una estructura de clases apropiada; la formación de una individualidad apropiada (el individuo emprendedor de sí mismo) etc.
A partir de ahí, la cuestión del origen del
capitalismo se resuelve por sí misma y se reformula a la vez. Se resuelve por
sí misma: se comprende que el origen del capitalismo está simplemente en el
capital y su proceso global de reproducción. Se reformula: lo que hay que
explicar no es cómo se formó el capitalismo (ya se sabe: es el efecto de la
reproducción del capital llevado a cabo durante siglos) sino cómo se formó el
capital: ¿cuáles han sido las condiciones históricas de la aparición de esta
relación de producción singular que es el capital?
La precisión de la cuestión
Al mismo tiempo, la cuestión puede también
precisarse. En la medida en que se conocen, sobre todo gracias al análisis que
nos ha proporcionado Marx, los diferentes elementos que compone esta relación
de producción que es el capital, también se pueden precisar las condiciones de
su aparición. Para que esta relación de producción que es el capital pueda
formarse, se deben reunir al menos las siguientes cinco condiciones.
En primer lugar, hace falta una concentración creciente de dinero
(de riqueza en forma monetaria) en manos de una minoría de agentes económicos.
Esto supone el desarrollo ascendente de las relaciones mercantiles partiendo de
la división mercantil del trabajo. En el marco de las relaciones
precapitalistas de producción, esta concentración tiene una doble forma:
- Por una parte, en manos de comerciantes: agentes socio-económicos cuya función específica es la circulación de mercancías y su objetivo propio es el enriquecimiento monetario (la acumulación de la riqueza bajo la forma abstracta de moneda). Y de forma más precisa, una élite mercantil de negociantes (de comerciantes al por mayor) que consiguen monopolizar segmentos del comercio lejano. Entendiendo por esto no sólo un comercio que se practica en largas distancias sino también y sobre todo un comercio que pone en contacto unas áreas de producción y de circulación mercantil extranjeras con otras, que sólo se comunican por la intermediación de estos negociantes.
- Por otra parte, la de grandes propietarios terratenientes que se enriquecen (acumulan riqueza monetaria) con la comercialización de los productos de su suelo o subsuelo, en cualquier forma que sean producidos; es decir, en cualquier forma de explotación del trabajo humano (esclavitud, servidumbre, trabajo asalariado).
En segundo lugar, hace falta la expropiación de una parte
significativa de la población activa (la población en condiciones de producir).
Expropiación entendida en el sentido marxiano de una desposesión inmediata de
cualquier medio de producción y de consumo propio. De manera que esta población
tenga como única posibilidad para intentar sobrevivir el poner en venta su
fuerza de trabajo.
En tercer lugar, hace falta la entrada en el intercambio
mercantil de los medios de producción, artificiales (instrumentos y
máquinas) o naturales (tierra: suelo y subsuelo). Hace falta que estos
diferentes medios de producción puedan adquirirse en forma de mercancías, que
se formen mercados específicos donde estén disponibles de forma permanente.
En cuarto lugar, hace falta la emergencia en el seno de los dos
grupos precedentes, de negociantes y de propietarios terratenientes, de una
clase de capitalistas industriales (en el sentido que define Marx): agentes
que no esperan la valorización de su capital sólo de la circulación de
mercancías, sino ante todo de la creación de una plusvalía combinando para ello
de manera productiva fuerzas de trabajo y medios de producción adquiridos en el
mercado.
En quinto lugar, aún hace falta que el conjunto de obstáculos
materiales, morales, jurídicos, políticos, religiosos, a las distintas
condiciones precedentes, que son múltiples en el seno de las sociedades
precapitalistas, puedan ser descartados o soslayados. En particular, hace
falta que no haya poder político suficientemente poderoso para prohibir,
bloquear o frenar de forma significativa el conjunto de procesos citados.
Las diferentes líneas de historicidad
Marx no sólo nos permite reformular la cuestión
inicial del origen del capitalismo. También nos da algunas pistas interesantes
para su resolución. Dos de ellas me parecen particularmente sugestivas y
heurísticas.
La primera está esbozada por Marx en un célebre
pasaje de los Gründrisse, titulado por él mismo «Formas anteriores a la
producción capitalista. (A propósito del proceso que precede a la formación de
la relación capitalista o la acumulación primitiva)». De hecho es doble.
En base a dos líneas del prólogo a la Contribución
a la crítica de la economía política (1859), se ha atribuido durante mucho
tiempo a Marx (y se le continúa atribuyendo de forma habitual) la tesis de un
devenir histórico uniforme de las sociedades humanas, de una sucesión monótona
de los modos de producción desde el comunismo primitivo hasta el comunismo
desarrollado pasando por el modo de producción asiático, el modo de
producción esclavista, el feudalismo y el capitalismo, esquema que un cierto
marxismo proclamó durante décadas.
Ahora bien, en este pasaje de los Gründrisse,
de una extensión de varias decenas de páginas, Marx avanza por el contrario la
idea de que, al salir de la prehistoria (del comunismo primitivo), las
sociedades humanas han evolucionado según líneas de historicidad diferentes.
Más en concreto, distingue tres: la seguida por las sociedades asiáticas
(que iba a conducir al modo de producción asiático), la seguida por las
sociedades de la antigüedad mediterránea (que iba a conducir al modo de
producción esclavista), y por último la seguida por las sociedades europeas
(que iba a conducir a la formación del feudalismo).
Añade Marx que en las dos primeras líneas de
historicidad, detalladas arriba, los distintos procesos que podían conducir a
la formación de la relación capitalista de producción no se inician; o se
detienen una vez iniciados y acaban por abortar; o incluso, por combinación o
perversión de las relaciones de producción predominantes, conducen a otros
resultados, incluso a resultados contrarios. Sólo en el seno de la tercera
línea de historicidad, la que ha conducido al feudalismo, estos diferentes
procesos pueden esperar desarrollarse hasta dar nacimiento a la relación
capitalista de producción.
Así, ese pasaje de los Gründrisse sugiere
esta hipótesis completamente original y paradójica, que la relación capitalista
de producción sólo pudo formarse o, al menos desarrollar sus premisas
(presupuestos) y sus primicias (sus formas embrionarias) en el marco del
feudalismo. Hipótesis que he confirmado en buena parte 1/.
En efecto, el feudalismo implica sobre todo:
La servidumbre. Es una relación de explotación y
de dominación que vincula a un campesino y su familia con la tierra y su señor:
como contrapartida de la posesión en principio hereditaria (tenencia) de una
parcela de dominio señorial que no tiene derecho a abandonar, el campesino debe
distintas cargas en trabajo (prestación personal), en dinero (una parte más o
menos importante del producto de su trabajo agrícola y artesanal) o en
especies. Pero sigue siendo dueño de su proceso de producción y dispone de la
parte del sobreproducto que queda tras las deducciones anteriores, que puede
intercambiar en mercados rurales o urbanos próximos, eventualmente integrados
en circuitos de intercambio lejanos. Lo cual dinamiza el conjunto de
intercambios mercantiles y es favorable a la formación y a la acumulación de
capital mercantil.
La exclusión de la ciudad en la organización de la
propiedad territorial y del poder político. Es un punto en el que Marx
insiste en el pasaje anterior. Al contrario de lo que pasó en las sociedades asiáticas
y en las sociedades mediterráneas antiguas, donde la ciudad es la sede de los
propietarios terratenientes y de quienes detentan del poder político (sean o no
los mismos), en el feudalismo, la propiedad terrateniente y el poder político
tienen su sede en el campo, en la jerarquía feudal (la jerarquía de relaciones
de soberano a vasallo y la adjudicación subsiguiente de feudos). Esto permitió
la formación de villas emancipadas respecto a los propietarios territoriales y
a los poderes políticos (los señores laicos o religiosos), en manos de una pequeña
burguesía de artesanos o incluso una burguesía mercantil de negociantes y
banqueros (cambistas, usureros, etc.). Con ello, ésta última pudo asegurarse
una base material e institucional sólida para su acción económica y política
bajo la forma de control de verdaderas redes de ciudades-Estado mercantiles
(cf. Italia septentrional y central, lo antiguos Países Bajos, la Hansa en
torno al Báltico).
La parcelación del poder político. La formación del feudalismo
corresponde a un considerable debilitamiento e incluso a un verdadero eclipse
de las formas estatales del poder político. Éste adoptó en adelante la ya
citada forma de jerarquía feudal. Esto fue unido a la parcelación de este
poder, disperso en una multitud de señores rivales. Aunque la dinámica de los
conflictos entre señores conducía a una progresiva recentralización del poder
(en forma de una transformación de los reinos en monarquías), todos estos
poderes eran demasiado débiles para conseguir bloquear o incluso dificultar
seriamente el desarrollo de las relaciones mercantiles y el ascenso potencial
de la burguesía mercantil.
La retroacción de los procesos anteriores sobre las
relaciones feudales de producción. Esta retroacción incidió sobre estas relaciones en
un sentido capitalista (en el sentido de formación de las distintas condiciones
de las relaciones capitalistas de producción). Supuso:
- La acumulación de riqueza monetaria (en forma de capital mercantil) en manos de la burguesía mercantil y también de una parte de la nobleza feudal que se verá incitada a transformar las cargas en trabajo y especie en rentas en dinero, forzando así al campesinado a implicarse un poco más todavía en la economía mercantil y monetaria.
- La diferenciación socio-económica del campesinado bajo el efecto de esta implicación en la economía: por un lado, la emergencia de una capa de campesinos ricos que consiguen comprar su libertad (y por tanto quedar exentos en todo o en parte de las extracciones señoriales), adquirir (alquilar o comprar) tierras, aumentar su material agrícola, emplear ocasionalmente o de forma duradera obreros agrícolas, etc.; por otro, la formación de un protoproletariado agrícola de campesinos que entran en el círculo vicioso del sobreendeudamiento que no les dejó otra opción que alquilar sus brazos (en trabajos agrícolas de temporada, o en las minas, etc.) o abandonar la tierra (para escapar de las cargas y de los acreedores) engrosando las filas de vagabundos o de plebe urbana que vivía de la rapiña y de la mendicidad.
- La formación de una protoburguesía industrial (en el sentido de Marx) que se alimenta de tres fuentes. La primera ya nos es conocida: la capa del campesinado enriquecido, algunos de cuyos elementos se convirtieron en capitalistas agrarios. La segunda son los propietarios terratenientes feudales, una parte de los cuales fueron incitados a sustituir por trabajo asalariado el trabajo servil en sus dominios (echando a los siervos para contratar en su lugar obreros agrícolas; a veces son los mismos). La tercera también nos es conocida: la burguesía mercantil desde el momento en que intenta maximizar la valorización de su capital mercantil poniéndose a controlar las condiciones de producción de las mercancías que pone en circulación. Esto tuvo lugar con la aparición y desarrollo de manufacturas separadas (recurriendo al trabajo a domicilio de campesinos o artesanos), sobre todo en el campo, para sortear las reglamentaciones corporativas vigentes en las ciudades.
Este proceso ocupa la Edad Media central (siglos
XI-XIII), concentrándose sobre todo en el norte de Italia y en el corazón del
feudalismo europeo (el espacio comprendido a grandes rasgos entre el Loira, el
Rin y el Támesis). Sin embargo, esta dinámica se interrumpió durante todo un
siglo (entre la primera mitad del siglo XIV y mediados del XV) bajo los efectos
conjugados de una serie de crisis agrícolas, episodios recurrentes de peste y
la guerra de los de Cien Años (1337-1453), que enfrentó al principio a los
reinos de Francia y de Inglaterra, pero en la que se implicaron también los
reinos de Escocia, de Castilla y de Portugal. Después de lo cual se reanudó la
dinámica, aunque en un contexto que cambió en parte de naturaleza y de
dimensión.
La autodenominada acumulación primitiva y la
primera mundialización
La segunda pista heurística en el tratamiento de
los orígenes de la relación capitalista de producción fue abierta por Marx en
un pasaje todavía más célebre de su obra: la última sección del Libro I de El
Capital titulada La acumulación primitiva.
En ella, Marx trata explícitamente de las
condiciones que hicieron posible la formación de la relación capitalista de
producción en el período que va desde el final de la Edad Media hasta lo que se
suele denominar la revolución industrial que se desencadena en el último tercio
del siglo XVIII en Inglaterra. Además centra su análisis en esta
última. Insiste sobre todo en la más esencial de estas condiciones: la
expropiación de los productores, que para él es el verdadero "secreto de
la acumulación primitiva", lo que le lleva a dar una gran importancia a
los cambios sobrevenidos en las relaciones de producción en el seno de la
agricultura inglesa (en particular los cercados: enclosures) y en la
"legislación sanguinaria" que se abatió sobre el protoproletariado de
campesinos expropiados para forzarles a entregar su fuerza de trabajo a los
dueños de las minas, las manufacturas y las fábricas inglesas.
Pero, a la vez, Marx señala la existencia de otras
muchas condiciones que rigieron durante estos tres o cuatro siglos la formación
del capital. Sobre todo en el siguiente pasaje:
El descubrimiento de las regiones auríferas y
argentíferas de América, la reducción de los indígenas a la esclavitud, su
enterramiento en las minas o su exterminio, los comienzos de conquista y de
pillaje en las Indias orientales, la transformación de África en una especie de
coto comercial para la caza de pieles negras, éstos son los idílicos
procedimientos de la acumulación primitiva que señalan la aurora de la era
capitalista. Inmediatamente después estalla la guerra mercantil: tiene al mundo
entero por escenario. Iniciándose con la revuelta de Holanda contra España,
toma proporciones gigantescas en la cruzada de Inglaterra contra la Revolución
francesa y se prolonga, hasta nuestros días, en expediciones de piratas, como
las famosas guerras del opio contra China.
Los diferentes métodos de acumulación primitiva que
hace aflorar la era capitalista se reparten primero, por orden más o menos
cronológico, Portugal, España, Holanda, Francia e Inglaterra, hasta que ésta
los combina todos, en el último tercio del siglo XVII, en un conjunto
sistemático, abarcando a la vez el régimen colonial, el crédito público, las
finanzas modernas y el sistema proteccionista. Algunos de estos métodos se
basan en el empleo de la fuerza bruta, pero todos sin excepción explotan el
poder de Estado, la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, con el fin
de precipitar violentamente el paso del orden económico feudal al orden
económico capitalista y abreviar las fases de transición. Y la fuerza es, en
efecto, la partera de toda vieja sociedad preñada. La fuerza es un agente
económico 2/.
Quienes han reprochado a Marx –y han sido muchos–
el haber descuidado o minimizado el papel del Estado o haberlo reducido a
"una superestructura» totalmente subordinada a la infraestructura
económica" puede que nunca hayan leído este pasaje. O está claro que
no lo han comprendido en absoluto…
Pero hay otro punto sobre el que voy a insistir
aquí. En este panorama general de "la acumulación primitiva", lo que
pasa a primer plano, al igual que el papel de partera de la historia que tiene
la violencia concentrada del Estado, es lo que habría que llamar una primera
mundialización, algunos de cuyos momentos señala aquí Marx: el descubrimiento y
la colonización de las Américas; la afluencia a Europa de metales preciosos
ligados al pillaje y a la explotación minera de esas mismas Américas; el
desarrollo del sistema de plantaciones esclavistas también en las Américas y la
trata negrera que las avitualla con mano de obra desde las costas africanas; la
conquista de los mercados orientales y el comienzo de la colonización de
algunas regiones orientales; la rivalidad entre potencias europeas por
apropiarse de esos flujos de riquezas mercantiles y monetarias, exacerbada por
la puesta en marcha de políticas mercantilizadas, degenerando de forma regular
en guerras que acaban por tener una dimensión mundial; la necesidad por
consiguiente de un reforzamiento militar pero también administrativo y fiscal
de los Estados; la necesidad de desarrollar también el crédito público; etc.
Lo que se perfila aquí claramente es la hipótesis de
que en, y por, esta primera mundialización se ha completado la formación de la
relación capitalista de producción. Esta hipótesis me ha servido de hilo
conductor para La primera edad del capitalismo, cuyo primer tomo
aparecerá el próximo setiembre 3/.
Las dos olas de la expansión europea
La anterior cita de Marx nos dice que, al contrario
de lo que repiten muchos discursos (políticos, mediáticos y también académicos)
contemporáneos, la mundialización no data de ayer, del último cuarto del siglo
XX. Si entendemos por ello la interconexión entre el conjunto de los
continentes del planeta y su integración en una misma unidad, un mismo mundo,
entonces hay que hacer remontar su origen a la expansión europea fuera de
Europa que comienza en el curso del siglo XV. En el marco de esta
primera mundialización, y favorecidas por esta expansión, acabarán de formarse
las relaciones capitalistas de producción. En suma, el capital nació de una
mundialización que desde entonces no ha dejado de extenderse y de
profundizarse; en una palabra, de perfeccionarse.
Esta expansión operó en tres direcciones (las
Américas, Asia y África) y en dos olas sucesivas.
La iniciativa de la primera fue de los ibéricos: españoles (de hecho,
castellanos) y portugueses. Sus motivaciones fueron sobre todo de orden
económico: buscaban, por una parte, metales preciosos (plata y oro) para
responder a la penuria monetaria engendrada en toda Europa por el desarrollo
anterior de las relaciones mercantiles; por otra parte, especies (ante todo
pimienta), mercancías muy valorizables en el mercado europeo, provenientes de
Asia (India e Indonesia), que los venecianos se habían asegurado casi en
monopolio en sus establecimientos del Levante (Alep, Tripoli) o de Egipto
(Alejandría) donde concluían vías comerciales que pasaban por Asia central o
por el océano Indico, el golfo Arabigo-pérsico y el Mar Rojo.
A estas motivaciones económicas se añadían otras de
orden político-ideológico. En este sentido, los Ibéricos querían continuar la Reconquista:
la guerra plurisecular que les permitió expulsar de la península Ibérica a los
árabes musulmanes, soñando con (re)conquistar el norte de África y Palestina
para liberar los lugares santos cristianos (Nazareth, Jerusalen). Dicho de otra
manera, se trataba de una revancha tras el fracaso de las cruzadas.
Ya se sabe cuáles fueron los principales
resultados. La apertura de una ruta marítima hacia Asia bordeando África a
iniciativa de los portugueses (entre 1415 y 1498) y el establecimiento por
estos últimos de un imperio comercial en Asia en las primeras décadas
del siglo XVI: el establecimiento de una posición predominante en el seno de
las relaciones comerciales entre todas las orillas del océano Indico, desde el
Este de África hasta Malasia, pasando por las costas de India y de Bengala,
prolongada hacia China (Macao) y sur del Japón en las siguientes décadas.
Además y casi simultáneamente el (re) descubrimiento
del continente americano (1492-1504) por un Cristóbal Colón que quería
establecer otra ruta comercial hacia las Indias orientales navegando hacia el
oeste, pronto seguida de la conquista y de la colonización de las Antillas,
México (sede del Imperio azteca), partes de América Central y toda una parte de
la cordillera andina (en particular el actual Perú, sede del Imperio inca).
Mientras, en virtud del tratado de Tordesillas (1494), los portugueses ocuparon
y colonizaron las costas del actual Brasil a partir de 1502.
En cuanto al continente africano, fue doblemente
afectado por esta primera ola de la expansión europea, exclusivamente a
iniciativa de los portugueses. Por una parte, abrieron a lo largo de las costas
occidentales y orientales una serie de establecimientos comerciales y de puntos
de apoyo en la ruta de las Indias. Por otra, y sobre todo, se lanzaron a la
colonización de dos zonas: 1° al oeste, la zona congoleña y angoleña, donde
querían procurarse esclavos que sirvieran de mano de obra en las plantaciones
de caña de azúcar abiertas en algunas islas del Atlántico (Madeira, Santo
Tomé), y en el nordeste brasileño desde mediados del siglo XVI; 2° al este, a
lo largo del Zambeze, la región mozambiqueña y zimbabuense donde sobre todo les
atraía el oro, que lo necesitaban para animar su comercio en el océano Indico.
La segunda ola de la expansión europea fue en
cambio por iniciativa de Europa del Norte (Inglaterra, Provincias Unidas de los Países-Bajos
y, en menor medida, Francia). Consistió básicamente en apoderarse de las
posiciones ya ocupadas por los ibéricos o que habían dejado libres, o en
saquear (en sentido propio o figurado) las posiciones ocupadas por éstos de las
que no consiguieron apoderarse, disputándose entre ellos los resultados de las
operaciones.
Así, entre 1600 y 1660, los Holandeses agrupados en
la Vereenigde Oost-Indische Compagnie (Compañía unificada de las Indias
orientales) expulsaron manu militari a los portugueses de la casi
totalidad de sus emplazamientos comerciales, asegurándose a su vez una posición
predominante tanto en el comercio de India a India como en los
intercambios entre Asia y Europa. Simultáneamente emprendieron la colonización
de Ceylán (Sri Lanka) y una parte de Indonesia (sobre todo la parte central de
Java) para hacer producir especias.
Además, a partir de los años 1720, los británicos
agrupados en la East India Company (la Compañía de las Indias
orientales) y los franceses agrupados en una similar Compagnie des Indes
orientales, desde establecimientos comerciales previamente establecidos (Madras
y Calcuta del lado británico, Puducherry y Chandernagor del francés),
intentaron extender su imperio territorial a dos regiones de India (el Decán
oriental y Bengala), provocando así un violento conflicto que redundó en
ventaja para los británicos en el marco de la guerra de los Siete Años
(1756-1763).
Entre tanto, británicos, holandeses y franceses se
establecieron en las costas orientales de Norteamérica y comenzaron a colonizar
a partir de ahí el interior de las tierras, los primeros al este de los Apalaches,
entre Florida (en manos de los españoles) y el Maine, los últimos a lo largo
del río San Lorenzo. Los británicos expulsaron pronto a los holandeses; tras lo
cual la rivalidad con los franceses por el acceso a las pieles canadienses (la
principal riqueza inmediata del país) fue creciendo y acabó, en esta ocasión
también, con una victoria británica en el marco de la guerra de los Siete Años.
Las posiciones se movieron poco en Sudamérica,
exceptuando el corto cuarto de siglo (1630-1654) durante el cual los
holandeses, agrupados en la West-Indische Compagnie (la Compañía de las
Indias occidentales), llegaron a ocupar la mayor parte del Nordeste brasileño,
en aquel momento la principal zona productora de caña de azúcar.
Por contra, los españoles perdieron la casi
totalidad de las Antillas (excepto Cuba, la parte oriental de La Española y
Puerto Rico) en beneficio de ingleses, holandeses y franceses, que se las
disputaron entre ellos. El motivo de su rivalidad era doble. Por una parte, el
desarrollo de plantaciones de caña de azúcar (principalmente en Jamaica, por
parte británica; en Santo Domingo, la zona occidental de La Española, por parte
francesa) para competir con el azúcar brasileño. Por otra parte, el comercio de
contrabando con el conjunto de colonias ibéricas. A señalar que un segundo
centro de contrabando se desarrolló pronto desde el Río de la Plata, hacia el
sur brasileño (portugués) y el Perú español. Los británicos fueron los grandes
señores desde comienzos del siglo XVIII.
Durante esta segunda fase de la primera
mundialización, el continente africano quedó básicamente reducido a un vasto
"coto comercial para la caza de pieles negras" (Marx): sirvió
para abastecer de esclavos a las plantaciones americanas (brasileñas,
antillanas, norteamericanas) de caña de azúcar, algodón, tabaco, etc. Tres
regiones se vieron particularmente afectadas por la trata negrera: Angola (ya
citada) y las zonas interiores de la parte de la costa guineana denominada
Costa de los Esclavos (correspondiendo a las actuales costas de Togo y Benín) y
del espacio senegambiano.
La doble dimensión comercial y colonial de la
expansión europea
Tal como sugiere este breve repaso de la expansión
europea de los siglos XV-XVIII, ésta revistió esencialmente dos formas
diferentes. La expansión colonial consistió en la ocupación y la dominación (el
control, la administración, la imposición fiscal, etc.) de un territorio
exterior a Europa, la apropiación de sus riquezas naturales (suelo y subsuelo)
y culturales (producidas y acumuladas por las poblaciones indígenas), el
exterminio o la expulsión de estas últimas o su explotación bajo diferentes
formas (sobre todo la reducción a la esclavitud o a diferentes formas de
servidumbre, más raramente el trabajo asalariado). Todo ello en beneficio de la
metrópoli europea y de los colonos metropolitanos que se establecen y tienen
descendencia. La colonización va acompañada de establecer la colonia como la
periferia de la metrópoli: a la primera se le impone toda una serie de
obligaciones (orientaciones productivas, imposiciones fiscales, etc.) y de
prohibiciones (en particular, desarrollar actividades productivas susceptibles
de competir con la agricultura, el artesanado y la proto-industria de la
metrópoli, comerciar con el extranjero o incluso con otras colonias sin pasar
por la metrópoli, etc.) que limita y determina el desarrollo socio-económico en
función de los intereses metropolitanos, especializándola en la producción de
productos primarios (agrícolas y mineros) y obligándola a importar productos
manufacturados desde la metrópoli.
Desde esta época se perfila por tanto el desarrollo
desigual entre centro y periferia, marca característica de la mundialización
capitalista. Esto no dejó de crear progresivamente tensiones entre la metrópoli
y sus colonias, a medida que los intereses de la aristocracia terrateniente y
de la burguesía mercantil criollas entran en contradicción con las obligaciones
y restricciones impuestas por la metrópoli.
En cuanto a la expansión comercial, consistió en la
organización de circuitos comerciales entre Europa y el resto del mundo, en
cuyo interior los capitales mercantiles europeos se aseguraron una posición
dominante, basada según los casos en el pillaje, el comercio forzoso y desleal
o incluso el comercio regular del lado no europeo y en situación de oligopolio
o monopolio del lado europeo. Lo que permitió a los capitales europeos
maximizar sus beneficios en el mercado europeo, jugando sobre todo con las
diferencias de precio, entre Europa y el resto del mundo, de los productos (por
lo general de lujo: especias y sedas asiáticas, por ejemplo) sobre los que
giraba su tráfico.
A pesar de sus evidentes oposiciones (predominio de
la propiedad y de la renta de la tierra por un lado, del capital y del
beneficio mercantil, del otro), estas dos formas se mostraron complementarias.
La expansión colonial abrió múltiples oportunidades para la expansión del
capital mercantil europeo por medio de la explotación de los circuitos
mercantiles entre metrópolis y colonias. A la inversa, la expansión mercantil
abrió muchas veces la vía a la expansión colonial, cada vez que se mostró
necesario y posible maximizar el beneficio mercantil controlando las
condiciones de producción de los productos comercializados: por ejemplo en
Ceylán y en Indonesia; en las orillas del Zambeze; en el Decán y en Bengala.
Estados y compañías comerciales de privilegio
Evidentemente, la expansión europea no habría sido
posible sin la intervención directa o, al menos, sin el apoyo de los diferentes
Estados europeos. Sin ninguna duda, los Estados fueron los principales actores.
Es la evidencia misma en lo que se refiere a la
colonización, que implica descubrimiento, reconocimiento, conquista y después
ocupación de territorios más o menos vastos, con el fin de valorizar los
recursos materiales y explotar a la población apropiándose de su sobretrabajo.
Semejante empresa no podía ser pacífica: por el contrario, suponía, según los
casos, enfrentarse a los poderes políticos que reinaban en esos territorios y a
las poblaciones indígenas que trataba de expropiar, obligar al sobretrabajo (en
forma de esclavitud o de servidumbre), incluso masacrar pura y simplemente.
Operaciones todas ellas que sólo un Estado puede emprender, porque es el único
que está en condiciones de concentrar la violencia social, y también la riqueza
social necesaria para lograrlo, o en las que debe intervenir, llegado el caso,
para autorizar y reglamentar su ejecución por agentes privados, a la vez que
les presta todo tipo de ayuda y apoyo material para la ocasión.
Pero la intervención del Estado no se requiere
menos en lo que se refiere a la expansión comercial. Esta última pocas veces ha
sido pacífica: la protección de los emplazamientos comerciales supuso casi
siempre su militarización (construcción de fuertes o fortalezas, instalación
permanente de guarniciones); a la vez que la seguridad de las conexiones
comerciales marítimas hacía necesarias la presencia e intervención constantes
de una marina militar. Más en general, las expediciones exploratorias que abrieron
las vías marítimas, la puesta en pié y el mantenimiento de una marina
comercial, la constitución misma de las compañías comerciales que explotaron
estas vías, requirió la ayuda y el apoyo de los Estados bajo diversas formas:
préstamos o incluso donativos, concesiones siempre ventajosas o incluso
privilegios exclusivos instituyendo en su beneficio monopolios; políticas
mercantilistas para asegurar la protección del comercio entre colonias y
metrópolis considerando rivalidades extranjeras; guerras comerciales destinadas
a defender las posiciones adquiridas o a extenderlas, etc.
En este contexto pudieron formarse y prosperar
estos otros actores principales de la primera mundialización capitalista que
fueron las compañías comerciales de privilegio, de las que acabo de citar
algunos ejemplos; las dos principales eran la Vereenigde Oost-Indische
Compagnie y la East India Company. Presentan algunas características
específicas.
• En primer lugar, son empresas comerciales que, a
cambio de dinero contante y sonante (derechos, préstamos más o menos forzosos,
incluso donaciones más o menos espontáneos a su soberano), obtienen el
monopolio del comercio exterior, según cada caso, con un Estado o un grupo de
Estados extranjeros, un territorio o una zona geográfica exteriores
determinados, o incluso con un continente entero. Por eso se les suele
denominar compañías de privilegio o compañías privilegiadas o
incluso también compañías en monopolio. Además, llegado el caso y como
condición suplementaria de su expansión comercial, obtienen de su soberano el
derecho a tomar posesión y a colonizar territorios en las zonas de su
incumbencia, incluso el de ejercer funciones soberanas: emitir moneda, hacer
justicia, establecer alianzas y hasta hacer la guerra. Cada una de ellas posee
así, eventualmente, su propia marina de guerra y sus propias tropas.
Constituyen una especie de vasallos de sus respectivos Estados, con una carta
que fija sus privilegios y también sus obligaciones al respecto.
• En segundo lugar, las compañías comerciales de
privilegio constituyeron la forma más concentrada del capital mercantil de
los tiempos modernos. Reunían dos condiciones esenciales de la acumulación de
capital comercial en las formaciones precapitalistas como son el comercio
lejano y el monopolio: todas ellas prosperaron en base a la monopolización de
esta parte por excelencia del comercio lejano durante toda la época
protocapitalista, el comercio de ultramar. Todas ellas eran capitales
socializados, procedentes de la asociación de múltiples socios bajo diferentes
formas jurídicas: sociedades personales; sociedades en comandita; sociedades
por acciones, de las que constituyeron los primeros ejemplos históricos.
• Las compañías comerciales de privilegio, en
tercer lugar, constituyeron la forma de capital mercantil y, en general, de
capital sin más, que mejor aseguró la valorización durante la época
protocapitalista. De ahí su excepcional prosperidad, testimoniada tanto en la
masa y el ritmo de acumulación de su capital como en el número, esplendor y
perennidad de las fortunas privadas que se constituyeron gracias a ellas.
• En fin, en último lugar, lo que las diferenció de
lleno de otras formas contemporáneas de capital mercantil concentrado fue la
dimensión planetaria de su campo de actividad. Para asegurar sus condiciones
excepcionales de valorización, tuvieron que coordinar operaciones en diferentes
mercados, repartidos en diferentes continentes. En este sentido, estas
compañías fueron las (muy) lejanas prefiguraciones de nuestras actuales
empresas transnacionales.
La culminación de las relaciones capitalistas de
producción en Europa occidental
La expansión comercial y colonial de Europa en los
tiempos modernos produjo un doble efecto global. En Europa occidental,
contribuyó a la culminación de las relaciones capitalistas de producción. Más
en general, favoreció la formación e incluso el reforzamiento de las diferentes
condiciones sociales (el paso de una sociedad de estamentos a una sociedad de
clases), políticas (la formación de un tipo particular de Estado: el Estado de
derecho) e ideológicas (la Reforma, el Renacimiento, las Luces, etc.) de estas
últimas.
No puedo presentar aquí todo este proceso cuya
exposición ocupará el segundo tomo de Primera edad del capitalismo 4/.
Me contentaré con ilustrar el primer aspecto con el ejemplo de los efectos
producidos por el famoso comercio triangular en la culminación de
las relaciones capitalistas de producción en Europa occidental. Se trata del
circuito de intercambios que se organizó desde la segunda mitad del siglo XVII
entre Europa, África y las colonias europeas en las Américas. Este circuito
se desarrolla en tres tiempos.
• Una compañía negrera armaba y equipaba uno o
varios navíos y embarcaba un cargamento compuesto de productos industriales
diversos (tejidos y vestidos de lana o lino, sombreros, barras de hierro o
plomo, utensilios metálicos diversos, armas blancas, armas de fuego y pólvora,
más tarde telas de algodón indias), alcohol (vino, aguardiente o ron) y tabaco,
quincallería y baratijas, aunque también joyas y porcelana, sin contar las
conchas que se usaban como moneda. Ya que los esclavos africanos eran
adquiridos a cambio de mercancía, en forma de trueque, mucho más raramente a
cambio de oro o plata, por los europeos, en establecimientos dispersos a lo
largo de las costas africanas.
• Llegados a un puerto de las Américas, los
esclavos eran vendidos a los propietarios de plantaciones que los necesitaban
para mantener, renovar o aumentar su stock de mano de obra sierva. También ahí,
el intercambio solía hacerse en forma de trueque, proponiendo los plantadores
directamente, a cambio de los esclavos, productos tropicales (azúcar, melaza,
ron, café, tabaco, algodón, índigo, etc.), aunque también madera, hierro y
fundición, o pieles que habían conseguido en intercambios con las colonias
norteamericanas. Si no, con el dinero o las letras de cambio obtenidos contra
los esclavos, el negociante negrero adquiría esos productos con los que formaba
un nuevo cargamento.
• Sólo le quedaba al negrero llevar su cargamento a
buen puerto a Europa, para venderlo a negociantes que se encargasen de darle
salida, o a industriales para que lo transformasen. Habiendo recuperado su
capital inicial, engrosado con un beneficio (con el que remunerar eventualmente
a sus socios financieros), la compañía negrera podía entonces relanzar todo el
ciclo de intercambios comerciales, que gracias a la ganancia realizada,
permitía ampliar sin cesar su escala.
¿A quién beneficiaba este comercio triangular? Los
primeros beneficiarios de la trata eran evidentemente las compañías negreras
que se dedicaban a ello. Pero también se podía incluir a los plantadores que,
sin la trata, no habrían podido valorizar sus tierras y sus productos
agrícolas. En fin, por el papel central que juega en el comercio triangular, la
trata participaba del efecto de arrastre general de este último sobre las
economías protocapitalistas europeas. Es lo que quiero subrayar aquí.
• En primer lugar, este comercio contribuía al
desarrollo de la construcción naval y de armamento marítimo, por tanto al
reforzamiento de la potencia marítima de las naciones y de los capitales
implicados. Ahora bien, la construcción naval tiene por sí misma grandes
efectos de arrastre hacia arriba (actividades agrícolas, silvícolas,
artesanales, industriales alimentando los astilleros navales con medios de
producción: madera, hierro, cobre, telas, cuerdas, anclas y cadenas marinas,
etc., así como medios de consumo, sobre todo alimentarios), y hacia abajo (por
el excedente de poder de compra de los productores), sin contar las actividades
conexas de seguros, de corretaje, etc. Todo ello contribuía a ampliar los
mercados.
• En segundo lugar, este comercio abría salidas
suplementarias a la agricultura, la pesca, el artesanado y la industria de las
metrópolis europeas, y de forma doble.
Por una parte, por medio de las compañías negreras,
sus productos sirvieron de moneda de cambio contra el bosque de ébano en
las costas africanas. A título de ejemplo, se puede establecer sin duda una
relación directa de causa y efecto entre el desarrollo de la trata negrera de
Liverpool y el destacado crecimiento que conoció toda la actividad
manufacturera en el interior del país durante el siglo XVIII, ya se trate de la
industria textil de Manchester y Lancashire o de la metalurgia de Sheffield: al
proporcionarles mercados, la trata negrera estimuló la acumulación de capital y
la consiguiente transición de la manufactura hacia la industria mecánica.
Por otra parte, la prosperidad de las plantaciones
en las colonias americanas, donde la esclavitud fue una condición esencial,
contribuyó a ampliar el mercado colonial, y por tanto la demanda proveniente de
las colonias de productos metropolitanos: productos de lujo, destinados a la
clientela de las familias de plantadores y de los industriales de la caña de
azúcar, y también productos corrientes que servían para el mantenimiento de las
masas de esclavos, por ejemplo tejidos de lino o lana de mediocre calidad destinados
a vestirlos, o incluso carne y pescado salado que servía para alimentarlos. Se
puede decir otro tanto de los materiales para el tratamiento de la caña de
azúcar (molinos, calderas, etc.) o del añil (cubas), importado desde las
metrópolis.
• En tercer lugar, el desarrollo de los
intercambios entre metrópolis y colonias en el marco del comercio triangular
proporcionó a la fracción del capital mercantil dueña del comercio colonial una
fuente consecuente de valorización y de acumulación. Y por medio de las
reexportaciones, los intercambios entre colonias y metrópolis estimularon
también el comercio entre los diferentes Estados europeos, con los mismos
efectos.
• En cuarto lugar, la sobreexplotación del trabajo
permitida por la esclavitud fue una condición esencial para la obtención por
Europa de un conjunto de medios de producción (sobre todo materias primas), y
también de medios de consumo (sobre todo productos de lujo) que fueron
esenciales para la acumulación del capital industrial en las metrópolis
europeas, desde el doble punto de vista de su valor (fueron producidos a menor
coste) y de su valor de uso (permitieron la apertura y el desarrollo de nuevas
ramas industriales). Pensemos por ejemplo en el desarrollo de las refinerías de
azúcar, las destilerías de ron, la confitería, la chocolatería, las
manufacturas de tabaco, las manufacturas de telas de algodón, las tintorerías,
etc. La industria algodonera, llamada a jugar un día un papel piloto y motor en
la revolución industrial, no habría podido desarrollarse nunca sin las
plantaciones de algodón de las Antillas. Y este efecto de estimulación del
desarrollo industrial metropolitano por el comercio triangular no sólo se hizo
sentir en los puertos que participaban directamente y en sus regiones interiores
inmediatas, sino también muy lejos de ellos: así, aparecieron manufacturas de
algodón en la región parisina, en el Delfinado, en Alsacia, en plena Suiza,
etc.
• En último lugar, aunque una parte hubiera sido
esterilizada en forma de gastos suntuarios, las ganancias generadas por el
desarrollo de las plantaciones esclavistas en las colonias así como las
acumuladas por medio del comercio triangular, alimentaron la acumulación de
capital (mercantil y también industrial) en las metrópolis. En el siglo XVIII,
contribuyeron también a reunir las condiciones de la revolución industrial,
tanto en Francia como en Gran Bretaña. Así, negociantes enriquecidos en el
comercio triangular financiaron los trabajos de Watt (1736-1819) y de Boulton
(1728-1809) que acabaron de poner a punto la máquina de vapor, mientras que
capitales acumulados en ese mismo comercio se reinvirtieron durante la segunda
mitad del siglo XVIII en las industrias mineras y siderúrgicas.
Un primer mundo capitalista
Simultáneamente, la expansión europea hizo nacer un
primer mundo capitalista, englobando una gran parte del planeta, y presentando
una estructura característica:
- Europa occidental constituye el centro, que domina (ordena y controla) este mundo, cuyo predominio se lo disputan en permanencia los principales Estados, con conflictos casi continuos, ocupando sucesivamente la primera plaza España, las Provincias Unidas, Francia y Gran Bretaña.
- El resto de Europa (la Europa del norte, la Europa central y oriental, la Europa del sur: Italia, España y Portugal desde del siglo XVII) constituye una semi-periferia: agrupa las formaciones que no han sabido tomar parte en la expansión comercial y colonial de ultramar o que no han sabido conservar sus posiciones.
- Hemos visto cómo, fuera de Europa, se constituye una vasta periferia que engloba zonas más o menos extendidas de los continentes americano, africano y asiático.
- Más allá todavía figuran formaciones marginales, en el sentido no de formaciones desdeñables, sino de formaciones situadas al margen de este primer mundo capitalista: un rosario de formaciones que van desde el Imperio otomano al Japón pasando por el Imperio safávida (en Iran), el Imperio mogol (en India) y desde luego el Imperio chino (bajo las dinastías Ming y Qing). Estas formaciones marginales entraban ya en comunicación (comercial, diplomática) con el primer mundo capitalista; las formaciones centrales tendían a integrarlas (en una posición semiperiférica o periférica), pero las primeras resistieron a esta integración con más o menos éxito 5/.
Conclusión
Más allá de la cuestión particular en el que se
centra, el enfoque anterior pretende defender y mostrar por qué es necesario y
cómo es posible servirse de Marx para tratar cuestiones en las que él mismo
apenas se detuvo o incluso las desatendió totalmente.
¿Por qué es necesario? Por la riqueza irremplazable
y desigual de su obra, a pesar de sus límites e insuficiencia. Esta riqueza no
está tanto en los resultados directamente establecidos por Marx en sus análisis
(modo de funcionamiento del capitalismo, luchas de clase, conflictos
internacionales, formaciones ideológicas, etc.) como por los instrumentos
conceptuales que forjó (comenzando por las relaciones de producción, relaciones
de clase, etc.); por el método que siguió (ir de lo abstracto a lo concreto:
partir de la lógica de las relaciones sociales para comprender cómo ella ordena
los fenómenos sociales, aunque desbaratada a veces por la complejidad de estos
últimos y por las contradicciones que se desarrollan en su seno); por el modelo
de inteligibilidad de lo social que sostuvo, colocando en su centro el concepto
de producción (cualquier realidad social es a la vez producida y productora) y,
por consiguiente, la relación dialéctica sujeto–objeto.
¿Cómo es posible? Sencillamente, tomándose la
molestia de leer al propio Marx, no contentándose con lo que se repite sobre el
mismo desde décadas, ya sea para alabarlo o para criticarlo. Si se lee a Marx,
directamente en sus textos, se encontrará muy a menudo otra cosa, mucho más y
mejor que lo que el marxismo o el anti-marxismo le han atribuido. Y éste es el
mejor homenaje que se le puede hacer doscientos años después de su nacimiento.
Este texto de Alain Bihr retoma y desarrolla
la exposición hecha en la Universidad de Lausanne el 17 de abril de 2018.
Anuncia a su manera la publicación (en setiembre) del primer tomo de la obra
titulada: La primera edad del capitalismo.
http://alencontre.org/marxisme/marx-et-la-premiere-mondialisation-i.html.
y
http://alencontre.org/marxisme/marx-et-la-premiere-mondialisation-ii.html
http://alencontre.org/marxisme/marx-et-la-premiere-mondialisation-ii.html
Traducción: viento sur
Notas:
3/ Le premier âge du capitalisme, tome 1 : L’expansion européenne,
Lausanne – Paris, Page 2 – Syllepse, aparecerá en setiembre 2018.
4/ Será el objeto del segundo tomo de Le premier
âge du capitalisme, tomo 2 : La marche de l’Europe occidentale vers le
capitalisme, a aparecer en primavera 2019.
5/ La presentación detallada de este mundo ocupará el
tercer tomo de Le premier âge du capitalisme que aparecerá en otoño
2019.
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