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El planeta burgués a la deriva
03/05/2018
Conceptos borrosos
Decadencia y neofascismo son dos conceptos de
difícil definición aunque esenciales para entender la realidad actual, sus
presencias abrumadoras, sus fronteras borrosas los hacen a veces “invisibles a
los ojos” (como lo enseñó Saint-Exupéry). ¿Dónde termina el autoritarismo
burgués y comienza el neofascismo?, ¿cómo diferenciar a un proceso de
decadencia de una gran turbulencia muy persistente o de un fenómeno de
corrupción social muy extendido?
Cuando hablamos de decadencia por lo general nos
referimos a procesos prolongados donde convergen un conjunto de indicadores
como la reducción sistemática del ritmo de crecimiento económico hasta llegar
al estancamiento o la retracción, la declinación demográfica, la degradación institucional,
la hegemonía del parasitismo, la desintegración social generalizada y otros.
Sin embargo a veces es inevitable señalar la decadencia de una civilización o
de un conjunto de naciones sin que se hagan presentes todas esas señales, lo
que decide la cuestión es la evidencia de un proceso duradero de descomposición
sistémica, de desorden creciente, de entropía que se manifiesta en el
comportamiento de las clases dirigentes corroídas por el parasitismo pero
también de las clases subordinadas.
Es común confundir decadencia con crisis
prolongada, así es como la llamada “larga crisis del siglo XVII europeo”
aparenta con su desorden, sus confrontaciones, llevar a esa región al desastre,
sin embargo dicho proceso le permitió eliminar restos precapitalistas, digerir
las riquezas acumuladas del saqueo periférico iniciado en los siglos XV y XVI,
principalmente de América, y avanzar en el siglo XVIII hacia su aburguesamiento
general cuyas tres expresiones más notables fueron la revolución industrial en
Inglaterra, las transformaciones en el continente desatadas por la Revolución
Francesa seguida por las guerras napoleónicas y el control del planeta por
parte de Occidente completado hacia fines del siglo XIX.
En un sentido contrario lo que se presenta como superación
de la decadencia (el adiós a la crisis de los años 1930) entre el fin de la
Segunda Guerra Mundial y comienzos de los años 1970, donde emergió la
superpotencia estadounidense y se produjeron los “milagros económicos” de
Alemania Occidental. Italia, etc., en realidad no fue más que una
rehabilitación de un poco más de dos décadas sostenida por la muletas del
keynesianismo militar de Estados Unidos y de la intervención estatal en general
dinamizando la oferta y la demanda de los países capitalistas centrales. Que se
fue agotando hacia el final de los años 1960 hasta hacer crisis en la década
siguiente dando vía libre al parasitismo financiero y sus acompañantes
culturales, institucionales y económicos. La droga keynesiana calmó los
dolores, brindó un dinamismo pasajero pero inoculó venenos que terminaron por
agravar más adelante la situación del enfermo.
Por su parte el neofascismo aparece emparentado con
el fascismo clásico, suele en ciertos casos reproducir nostalgias del pasado,
sin embargo se diferencia del mismo. A veces resucita viejos demonios que se
mezclan en una marcha confusa (si la observamos desde antes de 1945) con
descendientes de sus víctimas bajo la bandera común del racismo antiárabe, de
la islamofobia o de la rusofobia. Después de todo el viejo fascismo también
nació cultivando incoherencias, mezclando banderas contrapuestas como el
elitismo nacionalista-imperialista y el socialismo, Hitler y su
“nacional-socialismo” racista y ultra autoritario constituye el caso más
grotesco.
En ambos casos se trata de expresiones que recogen
pragmáticamente sentimientos de odio y desprecio hacia pueblos o sectores
sociales considerados inferiores, corruptos, bárbaros y en consecuencia
potenciales objetos de agresión (aplastamiento de los más débiles) adornándolas
con títulos de nobleza (raza superior, patriotismo, civilización, valores
morales, democracia, honestidad, etc.).
Cuando observamos al viejo fascismo vemos como
Hitler o Mussolini en sus ascensos al poder hacían demagogia “social” o “socialista”,
captando el espíritu de la época y la introducían junto a otros condimentos en
sus sopas dictatoriales, aunque Franco afirmaba el conservadorismo más negro
sin necesidad de esas demagogias. Y en América Latina aparecían dictaduras
militares, apéndices subdesarrolladas de Occidente, cultivando ambigüedades
curiosas, como en Argentina en el golpe de estado de 1930 donde se combinaba el
patriotismo aristocrático, la admiración hacia el fascismo italiano y el
sometimiento colonial al Imperio Inglés.
El neofascismo no se queda atrás y hoy en Europa
constatamos que en países como Polonia o Letonia se mezclan el
ultranacionalismo, el antisemitismo y otros brotes nazis, el respeto formal a
la institucionalidad democrática made in Unión Europea, el neoliberalismo
económico, la fobia antirusa y el sometimiento a la OTAN. En Brasil, Paraguay,
Honduras o Argentina es preservada la formalidad democrática, bandera cultural
de su amo imperial, junto la concentración mafiosa del poder. Tanto en el
fascismo como en el neofascismo los discursos oficiales no han sido ni son otra
cosa que vestimentas de ocasión del lobo autoritario.
El comienzo de la decadencia
La crisis en la que estamos sumergidos debería ser
considerada como el capítulo actual de un largo proceso de decadencia pensado
como fenómeno de carácter planetario. ¿Cuándo comenzó? Al hacer el recorrido
temporal hacia atrás encontramos años decisivos como 2008 cuando estalla la
burbuja financiera y se despliega la serie de crecimientos económicos anémicos
en Occidente y se va desacelerando la expansión china. Lo que inevitablemente
nos lleva a 2001 y sus alrededores cuando convergen el fin del auge neoliberal
de los 1990 (plagado de turbulencias) con el lanzamiento imperial de una
desesperada (y fracasada) fuga militarista hacia adelante apuntando hacia la
conquista del corazón geopolítico de Eurasia y sus tesoros energéticos.
Esa mirada nos impulsa a seguir retrocediendo y
llegar a los años 1970 cuando emerge la crisis petrolera y la estanflación, y
se instala la declinación tendencial de la tasa de crecimiento económico global
que se prolonga hasta la actualidad, motorizada por las potencias económicas
dominantes tradicionales y suavizada por el ascenso chino. Sin olvidar el
antecedente de 1968 (con epicentro en los sucesos de Mayo en Francia y sus
extensiones), terremoto político-cultural que quiebra la ilusión de la nueva
prosperidad civilizacional de Occidente.
Dicha ilusión se apoyaba en la efímera recuperación
keynesiana de Europa del Oeste y Estados Unidos, si la medimos en tiempos
históricos, enfrentada con la constante reducción de su área de dominación
territorial planetaria (ampliación del campo socialista y del espacio
postcolonial).
Atravesamos esa fiesta geográficamente limitada,
entramos en la Segunda Guerra Mundial y navegamos por las recesiones de los
años 1930 desembocando en 1929 para finalmente detenernos en 1914, año clave
que marca el final del ascenso irresistible de Occidente desde sus fracasos en
las Cruzadas del Este (hacia Medio Oriente y hacia el espacio eslavo) y sus
primeros éxitos importantes en el Oeste, desde el siglo XV: la conquista
completa de la península Ibérica y de posiciones en el Oeste de África y sobre
todo del continente americano. Ofensiva plurisecular que culmina a lo largo del
siglo XIX devorando a la casi totalidad de la periferia.
Dicho mega-saqueo generó (y sigue generando) lo que
Malek calificó como “Surplús Histórico”, es decir “el surplus acumulado por
Europa y Estados Unidos bajo la forma de civilización occidental basada en el
saqueo de Asia, África y América latina. Inmensa acumulación de poder que
constituye la fuente de la iniciativa histórica de los países del Oeste, desde
el período de los descubrimientos marítimos pasando por la explosión de la
bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki y hasta nuestros días”1.
Acumulación de riquezas que le permitió crear un gran mercado interno, su
industrialización y el desarrollo de una sucesión de revoluciones científicas y
tecnológicas. El mundo del año 1900 era decididamente occidental por
integración burguesa de su espacio original y por sus ampliaciones coloniales y
semicoloniales.
En ese momento el “progreso”, es decir la marcha
ascendente de la civilización burguesa (identificada con los patrones
culturales de Occidente) devenida planetaria consiguió imponer la imagen de un
proceso irresistible de mejoras sucesivas de la condición humana, dictadas por
la expansión del sistema o por su posible “superación socialista” engendrada
desde el interior del capitalismo central industrializado. Así fue como la
generación bolchevique cultivó la esperanza de que la revolución que ellos
encabezaron en la periferia euroasiática rusa constituía el detonante de la
revolución proletaria en el Oeste, los dirigentes de la primera gran
insurrección exitosa de la periferia creían erróneamente ser la avanzada de la
llegada del postcapitalismo socialista occidental (y en consecuencia mundial).
Como sabemos la expansión del capitalismo liberal
que según las ideas dominantes al comenzar el siglo XX irradiaba al planeta
para convertirlo tarde o temprano en un universo próspero y libre (pero que en
realidad desarrollaba al centro y subdesarrollaba a la periferia) fue
interrumpida por una carnicería espantosa, sin precedentes en la historia
universal llamada Primera Guerra Mundial. Y también sabemos que la tan esperada
revolución socialista en Occidente empujada por la crisis y por el novedoso
ejemplo soviético no llegó nunca y que lo que si llegó allí fue el fascismo.
Raíces occidentales del fascismo clásico
Las interpretaciones tradicionales del viejo
fascismo europeo suelen navegar entre las que lo atribuyen a una suerte de
desviación moral de las élites y también de las masas populares embaucadas por
ellas, principalmente producto de la Primera Guerra Mundial o bien como
resultado de la radicalización de ciertas taras culturales generada por formas
específicas, perversas, de desarrollo de la modernidad en países como Alemania
e Italia o también como reacción antiproletaria de la alta burguesía
arrastrando a las clases medias, en este último caso el fascismo habría sido
una emergencia terrorista burguesa de la lucha de clases2.
No han faltado en ciertos casos algunas referencias a la historia anterior que
casi siempre quedan aplastadas por el peso apabullante de los desórdenes de las
primeras décadas del siglo XX que produjeron esa novedad sorprendente. Un
marxista eminente de aquellos tiempos, Karl Radek afirmaba hacia 1930 luego de
las últimas elecciones en Alemania que marcaban el ascenso de los nazis: “Debemos
constatar que sobre este partido que ocupa el segundo lugar en la política
alemana, ni la literatura burguesa ni la literatura socialista no han dicho
nada. Es un partido sin historia que se instala de improviso en la vida
política de Alemania como una isla que emerge en medio del mar bajo el efecto
de fuerzas volcánicas”3.
“Partido sin historia” según Radek, más aún el
medievalista Karl Werner agregaba que “Nadie ha negado más la historia
alemana que los ideólogos nazis”4,
la Escuela de Frankfurt afirmó esa hipótesis, Max Horkheimer señalaba hacia
1943 que “El fascismo en su exaltación del pasado deviene antihistórico. Las
referencias de los nazis a la historia solo significan que los poderosos tienen
que mandar y que no hay como emanciparse de las leyes eternas que guían la
historia. Cuando ellos dicen Historia en realidad dicen lo contrario: Mitología”5.
Incluso en pleno auge hitleriano, Hermann
Rauschning, uno de los más agudos evaluadores del nazismo, no pudo escapar a la
idea del carácter aberrante, ahistórico y efímero del nazismo presentado como
una sorpresivo estallido de nihilismo. Según Rauschning: “este fanatismo
producido y difundido es tan artificial e inauténtico que todo ese gigantesco
aparato podría llegar a derrumbarse de un día para otro, a partir de algún
acontecimiento sin dejar traza alguna de vida autónoma de alguna parte de su
mecanismo”6.
Partido sin historia, negador de la historia,
reemplazando la descripción científica de la historia real por la mitología,
construcción nihilista efímera, etc.
Sin embargo a propósito del caso paradigmático por excelencia del
fascismo: el nazismo alemán y su furia exterminadora de judios, autores como
Goldhagen al plantear un interrogante de sentido común: ¿quién fueron los
ejecutores del Holocausto?, concluye que: “de no haber existido una
considerable inclinación entre los alemanes corrientes a tolerar, apoyar e incluso,
en muchos casos, contribuir primero a la persecución absolutamente radical de
los judíos en la década de 1930 y luego (por lo menos entre los encargados de
realizar la tarea), de participar en la matanza de judíos, el régimen jamás
habría podido exterminar a seis millones de personas”, a lo que agrega: “cabe
señalar que la existencia de un antisemitismo muy difundido en otras zonas de
Europa explica porque los alemanes encontraron en otros países a tantas
personas dispuestas a ayudarles y deseosas de matar judíos”7.
A partir de allí resulta inevitable como hace el autor buscar referencias en la
tradición histórica del pueblo alemán y señalar por ejemplo la ferocidad
antisemita de Martin Lutero (1483-1546) como una de las fuentes de su
popularidad. A lo que debemos agregar el plurisecular desprecio hacia los
eslavos, con especial énfasis en rusos y polacos, considerados pueblos inferiores
destinados a ser esclavizados por pueblos superiores como los alemanes, lo que
legitimaba la vocación por marchar hacia el Este, hacia su conquista imperial,
como lo anticipaba Hitler mucho antes de llegar al poder. La “Drang nach
Osten” (empuje o expansión hacia el Este) que en el siglo XIX impulsaban
intelectuales nacionalistas como Heinrich von Sybel quien postulaba revivir las
aventuras medievales de colonización alemana del Europa oriental, revalorizando
los mitos de las cruzadas germánicas y escandinavas hacia el Este en la Baja
Edad Media, paralelas a las cruzadas hacia el Medio Oriente. Asi fue como la
Orden Teutónica intento conquistar tierra rusa y fue derrotada como lo relata
el film “Alexander Nevsky” de Sergei Einstein anticipando en 1938 la derrota
catastrófica que los herederos nazis de la Orden sufrirían en la URSS pocos
años después. Todo esto nos lleva a entender la aparente locura de Hitler por
conquistar el Este no como un empecinamiento insólito sino como herencia
cultural profunda, latente en la subjetividad popular alemana. Como señala
acertadamente Ayçoberry en su libro ya citado: “En el desarrollo de la
política exterior (de Hitler) todo estaba subordinado a la expansión hacia el
Este… lo que impuso abandonos tácticos inquietantes para los nacionalistas
primarios: renuncia al Tirol para conseguir la alianza con Italia, a la
expansión ultramarina para seducir a Inglaterra e incluso a conquistas en
Francia ya que según Hitler la guerra contra dicha nación “solo se justificaría
si de esa manera conseguimos cubrir nuestra retaguardia y así ampliar nuestro
espacio vital en el Este” cuyo foco central era la captura y destrucción de la
Unión Soviética8.
La mitología, subestimada por Horkheimer, revelaba
la existencia de una memoria histórica imperialista nada superficial.
Necesitamos ampliar el espacio de la memoria
europea y poner al descubierto un pasado monstruoso de conquistas coloniales
exitosas o fracasadas, de las gigantescas matanzas de los pueblos originarios
de América, de africanos árabes o subsaharianos, de asiáticos de India y China,
en suma de vastos genocidios periféricos que moldearon la cultura de sus
asesinos occidentales. Malek menciona al “surplus histórico” principalmente
económico que acumuló Occidente con dichos saqueos que no debería ocultar la
componente criminal del mismo, no como recuerdo lejano sino como parte decisiva
de la reproducción de una civilización sanguinaria. Matanza de periféricos
combinada con grandes masacres y saqueos internos que explicó Marx en su
descripción de la Acumulación Originaria.
En ese sentido Hitler, Mussolini o Franco no fueron
los productos de irrupciones momentáneas sin pasado ni futuro.
Los mitos históricos no deberían ser arrojados al
basurero de las historias falsas, sobre todo si aparecen en la superficie o
quedan sumergidos en la memoria social para reaparecer en el momento menos
pensado. Son formas concretas de memoria, latentes, en consecuencia componentes
de la cultura popular, pueden ser criticadas, acusadas de ser visiones
deformadas o “irreales” del pasado como también lo podrían ser ciertas
construcciones de historia “científica” basadas en unos pobres datos
disponibles o no tan pobres pero siempre incompletos, casi siempre
distorsionados por el observador influido por la cultura (las deformaciones
ideológicas) de su tiempo.
Una observación que merece ser el objeto de una
reflexión más amplia es que la llegada del fascismo (su primera victoria en
Italia) se produjo muy poco tiempo después de que Occidente consiguiera
convertirse en amo del mundo, visto desde el lago plazo histórico ambos
fenómenos convergen en un corto espacio temporal. La civilización burguesa
devenida realmente universal, planetaria, comenzó a tocar sus límites
territoriales y fue dejando de lado sus discursos democráticos (se quiebra la
lógica de la expansión hacia espacios indefensos y cobran fuerza las del
canibalismo interimperialista, del disciplinamiento terrorista interno y del
expansionismo desesperado).
Más aún, es posible detectar en Europa embriones
significativos de fascismo entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX
bien antes de la mega crisis iniciada en 1914, desde las emergencias políticas
protofascistas en Francia9
hasta manifestaciones ideológicas virulentas de rechazo al legado de la
Revolución Francesa, la Comuna de París y la proliferación de expresiones
democráticas radicales, socialistas y comunistas. Nietzsche o Sorel anunciaron
el fascismo avant la lettre, como restablecimiento de jerarquías
sociales vigorosas, de autoritarismos rejuvenecedores de Occidente.
En la Europa de fines del siglo XIX, próspera e
imperialista, donde en los más alto de sus sistema de poder reinaba una pequeña
élite financiera (la Haute Finance señalada por Polanyi como garante del
equilibrio y la paz interior10),
emergían los brotes de lo que va ser el fin del capitalismo liberal y el
nacimiento del fascismo.
Incluso fuera del escenario europeo en los años
1920 y aún antes de 1914, en Estados Unidos (extensión neoeuropea), aparecieron
lo que algunos autores señalan como los orígenes norteamericanos de la
ideología nazi. Domenico Losurdo señala “el notable papel que los
movimientos reaccionarios y racistas americanos desarrollaron al inspirar y
alimentar en Alemania la agitación que al final desembocó en el triunfo de
Hitler. Ya en los años 20, entre el Ku Klux Klan y los círculos alemanes de
extrema derecha se establecieron relaciones de intercambio y colaboración con
la consigna del racismo en contra de los negros y en contra de los judíos”.
Losurdo agrega ejemplos concretos incluidos algunos referidos a las raíces
lingüísticas de conceptos fundamentales del discurso nazi: “El término Untermensch,
que juega un papel tan central como nefasto en la teoría y en la práctica del
Tercer Reich, no es otro que la traducción de Under Man [sub-hombre]. Lo
reconoce Alfred Rosenberg, uno de los principales ideólogos del nazismo, quien
expresa su admiración por el autor estadounidense Lothrop Stoddard: a él
corresponde el mérito de haber acuñado por primera vez el término en cuestión,
que resalta como subtítulo (The Menace of the Under Man) [La amenaza del
sub-hombre] de un libro publicado en New York en 1922 y de su versión alemana
(Die Drohung des Untermenschen) aparecida tres años después. En cuanto a su
significado, Stoddard aclara que éste sirve para mostrar al conjunto de
“salvajes y bárbaros”, “esencialmente negados a la civilización, sus enemigos
incorregibles”, con quienes es necesario proceder a un radical ajuste de
cuentas, si se quiere evitar el peligro que amenaza destruir la civilización.
Elogiado, mucho antes que por Rosenberg, por dos presidentes estadounidenses
(Harding y Hoover), el autor americano es posteriormente recibido con todos los
honores en Berlín, donde encuentra a los exponentes más ilustres de la
eugenésica nazi, además de los más altos jerarcas del régimen, incluido Adolf
Hitler que estaba empeñado ya en su campaña de aniquilación y esclavitud de los
Untermenschen, es decir de los “indios” de Europa oriental”11.
No solo se trata de la influencia de la teoría
estadounidense de la “white supremacy”, reacción protofascista desde fines del
siglo XIX contra la abolición de la esclavitud, expresada en Alemania como
supremacía aria sino también de textos decisivos como “El Judío Internacional”
de Henry Ford publicado en 1920, luego traducido y muy difundido en Alemania
donde importantes jefes nazis como Von Schirack e Himmler señalarán años
después haberse inspirado en ese libro. Himmler hizo notar que el libro de Ford
cumplió un papel significativo en la formación de Hitler12
Despegue, auge, declinación y recomposición de la
marea periférica
La irrupción del fascismo clásico pero también su
derrota y renacimiento como neofascismo, debe ser relacionado con el ascenso y
posterior declinación de una marea periférica que amenazó sepultar la hegemonía
occidental, hecho decisivo del siglo XX. Pero que ahora se presenta principalmente
bajo la forma de potencias emergentes despertando la histeria geopolítica de
los Estados Unidos y una profunda crisis existencial en algunos de los
principales países europeos como Alemania, Francia o Italia tironeados de un
lado por su amo norteamericano y sus viejos instintos occidentalistas
imperiales (que lo hacen ver al Este como un espacio de depredación) y por el
otro por sus intereses económicos concretos que apuntan hacia algún tipo de
asociación o amistad con las grandes economías euroasiáticas empezando por
China y Rusia.
En 1914 la expansión occidental se convirtió en
guerra intestina (interimperialista) y en 1917 se produjo el primer mega
desgajamiento, el mayor espacio geográfico del planeta donde habitaba el
Imperio Ruso rompió con Occidente convirtiéndose en Unión Soviética. Más
adelante llegaron la escisión china (1949), las expulsiones del conquistador
occidental en la península indochina, la revolución cubana y un amplio abanico
de nacionalismos periféricos que quebraban los viejos lazos coloniales. Era
posible mostrar una suerte de film donde el espacio de dominación global de
Occidente se retraía gradualmente.
La ilusión marxista-eurocéntrica de superación
postcapitalista desde el centro imperial (desarrollado) del mundo fue reemplazada
por otra ilusión no menos pretenciosa según la cual dicha superación se
expandía desde la periferia subdesarrollada, desde los capitalismos o
semicapitalismos sometidos. Sin embargo cuando en los años 1970 y 1980 comenzó
y se fue agravando la crisis del capitalismo central, cuando perdía dinamismo
productivo y en su seno se propagaba el parasitismo financiero, la amenaza
comunista y antiimperialista también fue perdiendo dinamismo. La radicalización
maoísta de la revolución china comenzó a convertirse desde fines de los años
1970 en “socialismo de mercado” y de allí en un curioso capitalismo burocrático
con el partido comunista a la cabeza haciendo de China en el siglo XXI la
segunda potencia capitalista del mundo tendiendo a devenir la primera. La URSS
se fue pudriendo y colapsó al comenzar los años 1990 arrastrando a todo su
espacio “socialista” incluyendo a países que habían mantenido su autonomía como
Albania y Yugoslavia.
Sobre todo a partir del fin de la URSS pero con
manifestaciones anteriores, hacia fines del siglo XX, en buena parte de Europa
emergía una ola reaccionaria que retomaba componentes del viejo fascismo
incorporando elementos nuevos. Racismo contra los inmigrantes, odios
interétnicos, recuperación más o menos sinuosa, más o menos desfachatada de
banderas enterradas en 1945. Se trató de un proceso confuso que tomaba en
consideración los nuevos tiempos globales y que dio sus primeros pasos antes
del derrumbe soviético. En la Francia de 1981, por ejemplo, la izquierda ganaba
las elecciones pero se ponían de moda los llamados “nuevos filósofos” como
Bernard Henri Levy o André Glucksmann que despegando como supuestos
“humanistas antiestalinistas” derivaron pronto en un anticomunismo rabioso
convergiendo en muchos aspectos con la derecha neofascista. Aparentemente
Francia giraba políticamente hacia la izquierda (después se comprobó que se
trataba de una pura apariencia) mientras se desplazaba culturalmente hacia la
derecha. La socialdemocracia, desde España hasta Alemania iba abandonando sus
estandartes keynesianos, productivistas e integradores, y penetraba en el
universo neoliberal gobernado por la especulación financiera, las llamadas
derechas “democráticas” hacían algo parecido. Y gradualmente se extendía una mancha
maloliente que empezaba a ser calificado como neonazismo, neofascismo, extrema
derecha, nueva derecha, etc. En Europa del Este en lugares como Polonia, los
países bálticos, Croacia o más recientemente en Ucrania reaparecieron los
viejos fantasmas del fascismo. Ya en pleno siglo XXI en Alemania, Austria,
Francia y otros países europeos los neofacistas obtienen grandes progresos
electorales, en varios de ellos asociando estilos y tradiciones del pasado
hitleriano con sólidas amistades sionistas. La nueva islamofobia reemplaza a (y
a veces se mezcla con) la vieja judeofobia, hasta se produjeron casos
tragicómicos donde en un mismo movimiento se apretujaban algunos veteranos (e
incluso jóvenes) admiradores de Hitler y Mussolini… y de Benjamín Netanyahu. También
afloraba en el este europeo y no solo en Ucrania (Guerra Fría 2.0 mediante) el
revanchismo antiruso dispuesto a vengarse de la derrota sufrida siete décadas
atrás.
En Estados Unidos, sobre todo desde 2001 emergió
una ola ultraimperialista que se fue desarrollando a través de los gobiernos de
Bush y Obama hasta desembocar en Trump al ritmo de la degradación financiera.
Multiplicación de intervenciones militares directas e indirectas, golpes
blandos y sanciones contra países rebeldes a la dominación imperial, racismo,
islamofobia, confrontación con Rusia acercándose al límite de la guerra…. la
era Trump ha ido asumiendo todas las características de un protofascismo.
Regresando al ascenso y derrota del viejo fascismo
es necesario resaltar no solo la persistencia imperialista alemana en torno de
la “marcha hacia el Este”, motor del expansionismo hitleriano, sino los
delirios mussolinianos acerca de la restauración del imperio romano o el
españolismo no menos delirante de José Antonio Primo de Rivera nostálgico de
imperio español desaparecido. La tentativa de conquista de la Unión Soviética
tomó la forma de una gran cruzada europea contra el gigante eurasiático donde
participaron no solo alemanes sino también franceses, españoles, italianos,
belgas, ucranianos occidentales, letones, etc. El aspecto
imperialista-occidental del fascismo clásico y en consecuencia de los fascismos
periféricos como satélites coloniales, seguidores elitistas de sus amos
históricos, queda al descubierto.
En ese sentido, más allá de los debates acerca de
la naturaleza socialista de la URSS, de su legitimidad comunista y de su lugar
en la historia de las ideas y practicas postcapitalistas, es importante
destacar que probablemente, visto a nivel de la historia universal, el mayor mérito
de la experiencia soviética ha sido el de la destrucción de la barbarie
fascista, inscripta en el multisecular recorrido de saqueos y genocidios
occidentales. Ese solo hecho alcanza para justificar, reivindicar su
existencia, sin la URSS Hitler habría conquistado esos territorios, la exitosa
marcha hacia el Este habría otorgado a Alemania el liderazgo de Europa y
seguramente la primacía global como cabeza de un nuevo imperio.
La captura de Berlín por el ejército soviético
podría ser vista como el símbolo de la victoria de la humanidad condenada a la
esclavitud, la periferia, el “Oriente” tantas veces estigmatizado. Oriente
despreciado (y temido) cuyas prolongaciones se extendían hacia las periferias
interiores del centro del mundo (los judíos y los gitanos europeos y demás
grupos locales considerados inferiores, peligrosos, desechables).
Los ciclos fascista y neofascista aparecen como
etapas de la larga decadencia sistémica global, intentos brutales de salvación,
de recuperación de la vitalidad perdida. Derrotada la primera arremetida
reaccionaria (1945) las formas autoritarias extremas del capitalismo realizaron
un prudente repliegue estratégico, pero coincidente con la evaporación de la
marea periférica en los años 1980 y comienzos de los 1990 la peste comenzó a
recomponerse renovando discursos y técnicas de intervención, se trató de una
transformación acorde con los nuevos tiempos donde el fenómeno entrópico está
experimentando un gigantesco salto hacia adelante. En el pasado el retroceso
del polo hegemónico occidental (del espacio territorial bajo su control, de su
dominación financiera, tecnológica, etc.) atrapó, arrastró hacia el fracaso a
ensayos de autonomización capitalista o con pretenciones postcapitalistas. El
caso de Japón entre la restauración Meiji e Hiroshima mostró los límites de la
creación de una potencia capitalista (imperialista) independiente respecto de
la trama de dominación occidental. El caso de la URSS expresó la debilidad de
una construcción postcapitalista híbrida, geopolíticamente antagónica a
Occidente, mezclando entre otras cosas estatismo, aspiraciones comunistas y
modernización negadora de herencias culturales colectivistas rechazadas como
precapitalistas. Tampoco debemos olvidar en este caso las consecuencias de la
cruzada nazi que le costó 27 millones de muertos y el posterior acoso
político-militar sufrido durante la Guerra Fría, formas concretas de ejercicio
del poder de Occidente, prisionero de su dinámica expansionista,
estratégicamente incompatible con algún tipo de coexistencia medianamente
durable (esa obsesión occidental por controlarlo todo que se expresó en el
pasado como anticomunismo renace actualmente como rusofobia).
Ahora, cuando se profundiza la declinación
occidental emergen nuevos desafíos periféricos, principalmente los de China y
Rusia. En ambos casos y luego de distintos recorridos se han constituido
sistemas que de manera muy general pueden ser caracterizados como capitalismos
burocráticos con amplios márgenes de autonomía respecto de Occidente y arrastrando
el peso de sus respectivas herencias culturales socialistas. Con un bien
orquestado giro hacia el capitalismo insertado en la trama global pero
preservando el gobierno del Partido Comunista en el caso chino, demoliendo
primero el edificio soviético para después de una efímera tentativa de
instauración neoliberal imponer controles estatales sobre la economía en el
caso ruso13.
En principio quedan abiertos dos escenarios entre
otros, si partimos del supuesto de que la crisis global se va a agravar. El
primero muestra a China y Rusia arrastradas por el desastre general, sus
estructuras exportadoras dependientes de los mercados de Europa y Estados
Unidos, el entramado financiero internacional del que forman parte y las
exigencias de militarización derivadas de la agresividad de los países de la
OTAN, las atarían a la degradación euro-norteamericana-global.
El segundo escenario presenta a estas potencias
sobreviviendo al desastre, afirmando su espacio euroasiático, una de las
variantes (atención, no la única) de ese futuro posible sería la introducción
en sus sociedades de componentes defensivas postcapitalistas para lo que
disponen de reservas culturales más que suficientes.
Profundización de la decadencia
La vocación planetaria-imperialista del capitalismo
(de su motor occidental) nos permite establecer paralelos con ciclos de
civilizaciones anteriores que no alcanzaron esa dimensión geográfica. Imperios
condenados a expandirse de acuerdo a las leyes que rigieron su reproducción,
ampliando su espacio de dominación hasta llegar al límite establecido por las
técnicas de su época, en ese momento su lógica de reproducción ampliada chocaba
con la barrera territorial, entonces el desarrollo vigoroso se iba
transformando en decadencia, las virtudes en corrupción, los equilibrios en
desorden, la explotación eficaz de pueblos y recursos naturales en
superexplotación devastadora de la periferia que destruía la sustentabilidad
del sistema, mientras que la multiplicación de controles
administrativos-represivos, entre otros factores, contribuía al crecimiento del
parasitismo.
La comparación con el caso de Roma es inevitable,
es el mejor documentado. Pierre Chaunu nos explica que “la conquista se
desarrolló mediante la expansión en círculos concéntricos realizando la
extracción de hombres y productos de la periferia hacia el centro. Lo
característico de dicho sistema es que excluía al estado estacionario, no podía
subsistir sin agregar nuevas zonas de extracción a las existentes llegando
finalmente, luego de un enriquecimiento incesante, a la degradación del centro
ya que no podía vivir dentro de límites estables, sin la existencia en sus
bordes de un espacio abierto explotable, de una “frontera abierta”, de una zona
de extracción no integrada todavía. El punto de inflexión ocurrió bajo el reino
de Trajano, a comienzos del siglo II cuando se alcanzó el límite de la expansión
en Dacia, Escocia, Armenia...el norte de África desde Mauritania a Egipto…
cuando la conquista romana había llegado a un poco más de 6 millones de
kilómetros cuadrados habiendo absorbido la totalidad del espacio disponible
posible”14.
Las técnicas de comunicación y transporte de la época permitieron llegar al
máximo de territorio más allá del cual los costos de conquista y su preservación
superaban a los beneficios lo que obligó al proceso de reproducción del polo
dominante a superexplotar al espacio bajo control. Los equilibrios y consensos
periféricos entraron en crisis, las bases tributarias y esclavistas fueron
tensionadas más allá de lo tolerable. Engels señalaba que cuando el Imperio
comenzó a declinar: “el estado romano se había convertido en una máquina
gigantesca y complicada con el exclusivo fin de explotar a los súbditos.
Impuestos, gabelas y requisas de toda clase, sumían a la masa de la población
en una pobreza cada vez más miserable, por las exacciones de los gobernantes,
de los recaudadores, de los soldados... (en consecuencia) los bárbaros contra
los cuales pretendía proteger a los ciudadanos eran esperados por estos como
salvadores"15.
Junto a ello Roma y las otras grandes ciudades del Imperio invadidas por el
parasitismo se fueron convirtiendo como lo explica Chaunu en “ciudades
cancerosas, glotonas, insaciables, de crecimiento anárquico, destructoras del
tejido ambiental, que se expanden más allá de las condiciones que las hicieron
nacer y desarrollarse”16.
Dicho de otra manera, la ciudad ordenadora se fue sumergiendo en el desorden,
la eficacia urbana (la ciudad como mecanismo de control y explotación de su
periferia) fue derivando en ineficacia parasitaria lo que desordenaba al
sistema en su conjunto, lo que exigía expandir, hacer más complejas las
estructuras de control aumentando así su ineficacia general, etc., etc., el
círculo vicioso de la decadencia se expandió de manera irresistible.
Al trasladarnos al mundo moderno observamos cómo,
según lo señala Fieldhouse, “la proporción de la superficie terrestre
terrestre ocupada de hecho por europeos, ya todavía bajo control europeo
directo como colonias, ya como antiguas colonias, era del 35 % en 1800, del 67
% en 1878 y del 84,4 % en 1914. Entre 1800 y 1878 la media de la expansión
imperialista fue de 560 mil Km2 al año”17. Lo que a partir de fines del siglo XV se había
extendido en zonas costeras de América, África y Asia sumado a espacios
territoriales más vastos se convirtió en una embestida arrolladora en el siglo
XIX. Grandes espacios interiores de esos continentes fueron ocupados y
comenzaron a ser explotados, en algunos casos sometiendo a las poblaciones
originarias, destruyendo sus culturas y en otros exterminándolas, a todo eso se
lo denominó progreso, victoria de la civilización, etapa inevitable del
desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo amalgamando así las
imágenes del cambio positivo y del genocidio, del bien como objetivo superior
junto al crimen como daño de menor importancia histórica. Las víctimas
aparecían como seres inferiores (subhombres, Untermenschen) destinados a
ser civilizados (superexplotados) o exterminados, dualidad cultural que
anticipaba el doble discurso nazi, su doble imagen: la bella estética del
desfile de las juventudes arias junto a la estética siniestra de los campos de
concentración. El capitalismo ascendente del siglo XIX, desde su base europea,
que se autorefrenciaba como civilización portadora de la historia universal,
del maravilloso destino del mundo, completaba la faena iniciada varios siglos
atrás.
El proceso de ocupación casi total del planeta, del
espacio territorial posible coincidió con lo que Polanyi llamó “la paz de
cien años” (entre el fin de las guerras napoleónicas en 1815 y el comienzo
de la Primera Guerra Mundial en 1914) al interior del espacio europeo solo
enturbiado por pequeños conflictos o de muy corta duración18.
El fin victorioso del expansionismo europeo, entre fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, convergió con el comienzo de una súper crisis, con una
guerra intestina que marcó hacia 1914 el comienzo de la decadencia.
A partir de allí se sucedieron en el espacio
occidental recesiones, hiperinflaciones, la guerra civil española, los ascensos
fascistas, la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo, la prosperidad
occidental y de Japón durante algo menos de tres décadas hasta llegar a la
crisis de los años 1970 con la crisis energética y la estanflación. Mientras
tanto desde 1917 el espacio de dominación territorial de Occidente se fue
retrayendo al mismo tiempo que la guerra fría, la militarización y la
saturación de la ola consumista generaban en su seno las condiciones para la
emergencia de la hipertrofia financiera como centro de una expansión
parasitaria sin precedentes.
Es posible argumentar que la etapa colonial
extensiva sentó las bases de una posterior explotación más intensiva de lo
conquistado y que las turbulencias del siglo XX permitieron digerir lo
conquistado atravesando un recorrido complejo que incluyó grandes pérdidas
territoriales, pero que al final de ese siglo la URSS y su área de influencia
habían desaparecido dando lugar a grandes reconversiones capitalistas y que
China había ingresado al sistema global del capitalismo aportando entre otras
cosas unos 230 millones de obreros industriales baratos. Sin embargo esa
incorporación no permitió superar la decadencia occidental, seguramente la
agravó, tanto Estados Unidos como Europa y Japón sobrevivieron al ritmo de
burbujas financieras para finalmente luego de 2008 ingresar en una etapa de
crecimientos económicos anémicos, deterioros institucionales y degradaciones de
vastos sectores sociales donde las burguesías dominantes han devenido
lumpenburguesías y donde el aparato militar del amo estadounidense (Guerra de
Cuarta Generación mediante) se ha convertido en un parásito cada vez más
sofisticado desde el punto de vista tecnológico y cada vez más costoso e
ineficaz en el que el mercenario va reemplazando al ciudadano-soldado (notable
paralelo con la decadencia romana).
Debajo de la llamada recuperación territorial del
capitalismo se reproduce agravándose la degradación general del sistema.
Tendencias pesadas, sobredeterminantes, imponen la declinación.
Una de ellas es la declinación tendencial
plurisecular de la tasa de ganancia que se fue manifestando a lo largo del
siglo XX para llegar más recientemente a una suerte de piso provisorio muy
bajo, que probablemente este anunciando una futura caída catastrófica
(numerosos indicadores financieros, energéticos, laborales, de demanda, etc.
así lo indican) lo que confirma una de las hipótesis decisivas de Marx
(Gráficos 1, 2 y 3).
Tasas bajas que impulsan al mismo tiempo el
enfriamiento en las inversiones productivas, la expansión de los negocios
financieros parasitando sobre la actividad económica general y la declinación
tendencial de la tasa de crecimiento de la economía global, personajes claves
del establisment como Larry Summers vienen anunciando desde hace casi un lustro
el ingreso a un prolongado período de estancamiento con centro en la
declinación de la economía de los Estados Unidos19
(Gráfico 4).
La decadencia promueve el parasitismo que a su vez
exacerba la decadencia y ya hemos ingresado en la etapa en que el parasitismo
financiero decae porque su víctima productiva se acerca al estancamiento, a
fines de 2013 los negocios globales con productos financieros derivados
representaban 9,3 veces el Producto Bruto Global, a fines de 2015 habían caído
a 6,6 veces manteniéndose aproximadamente en ese nivel hasta la actualidad20.
La contracción no apacigua al parásito, por el contrario exacerba sus peores
inclinaciones: el canibalismo financiero, las operaciones mafiosas, los golpes
de mano, los saqueos, las aventuras delirantes van cubriendo un clima de
negocios cada vez más enrarecido. No se trata de una enfermedad limitada a la
cúpula del sistema sino abarcando a la totalidad de las sociedades llamadas de
alto desarrollo, donde se agrava la fragmentación social, se deterioran las
instituciones, se extienden las irrupciones neofascistas.
La tan publicitada globalización comercial,
maravilla neoliberal que se expandía quebrando tejidos sociales y acumulando
desocupación y pobreza llegó a su máximo en 2008 cuando las exportaciones
representaban el 30,7 % del Producto Bruto Global (en 1963 llegaban al 11,7 %),
entonces dejó de crecer e inició el camino descendente (Gráfico 5).
Además se va cumpliendo otro de los pronósticos de
Marx, el de la polarización creciente del sistema entre una minoría cada vez
más pequeña y más rica y una masa global, el proletariado y semiproletariado
del siglo XXI, cada vez más paupérrima. Los años de la prosperidad keynesiana
vieron proliferar la ilusión del fin del pronóstico marxista, incluso al
comenzar el siglo XXI organismos internacionales y expertos mediáticos
anunciaban una marea de nuevas clases medias en la periferia que hacia
2020-2030 alentaría un gran salto industrial global apoyado en el futuro
consumismo. Pero la llegada de la crisis de 2008 marcó el fin de esa fantasía,
la concentración global de ingresos avanza incontenible no solo en la periferia
sino también en los capitalismos centrales, la miseria de masas se extiende21
(Gráfico 6).
Neofascismo
Al igual que el fascismo clásico el neofascismo
significa la radicalización de la explotación de recursos humanos y naturales,
aunque el primero no tuvo el nivel despliegue planetario y la capacidad
tecnológica del segundo. En ambos casos se trata de un gran salto cualitativo
de la dinámica de explotación-opresión del capitalismo triturando libertades
democráticas, garantías sociales de las clases bajas, identidades culturales,
etc. Todavía seguimos impactados por las atrocidades pasadas del fascismo sin
darnos cuenta muchas veces de la carga de barbarie, mucho mayor, de la que es
portador el neofascismo. Los grandes genocidios del siglo XX se opacan ante las
consecuencias posibles de la devastación neofascista en curso protagonizada por
el Imperio y sus aliados.
Es necesario profundizar el análisis del fenómeno,
detectar sus principales características, algunas constataciones pueden
servirnos para ello.
Primera constatación: del rompecabezas ideológico
fascista al pensamiento confuso neofascista
El viejo fascismo no escondía su nombre y la
mundialización del capitalismo bajo la forma de cultura occidental22
extendió desde sus bases europeas lo que aparecía según sus propagandistas como
una mezcla de renovación vivificante de la modernidad y de restablecimiento del
orden conservador y autoritario corrompido por el liberalismo y amenazado de
muerte por el comunismo. El rechazo a la democracia burguesa, desde su forma
monárquica constitucional hasta el elitismo republicano le servía en Europa
como caballito de batalla para descalificar toda forma de democracia, de ese
modo recogían las críticas populares de izquierda ante la estafa a la
democracia realizada por las clases dominantes y las introducían en la mochila
autoritaria.
Los fascismos italiano, alemán o español
encontraron partidarios en las élites periféricas. En 1936 nacieron las
Falanges Libanesas, en 1937 aparecía la Falange Socialista Boliviana ambas
formadas por admiradores del falangismo español y del fascismo mussoliniano, en
los años 1930 gobernó El Salvador el dictador Martínez, un general admirador de
Hitler aunque administrando un país económicamente dependiente de los Estados
Unidos23,
ya señalé la fuerte influencia del fascismo italiano en el golpe militar de
1930 en Argentina a lo que hay que agregar entre otras cosas las relaciones
amistosas (sobre todo en la esfera militar) de la presidencia del general
Agustín P. Justo (entre 1932 y 1938) con Alemania e Italia y bajo la influencia
del Gran Mufti de Jerusalem se formó en 1941 la Legión Árabe Libre como parte
del ejército alemán24
A partir de un pragmatismo muy audaz el fascismo
clásico consiguió armar un rompecabezas ideológico relativamente sólido, lo
fundó no solo gracias a la inescrupulosidad de sus dirigentes sino también
contando con ideólogos de peso como Oswald Spengler o Martin Heidegger en
Alemania o Tommaso Marinetti y Gabrielle d'Annunzio en Italia. Consiguió ubicar
en un espacio común a variantes más o menos distanciadas de las estructuras
religiosas cristianas, católicas o protestantes, hasta otras ultra-católicas
como la española.
El neofascismo es mucho más pragmático, no rechaza
a la democracia burguesa sino que trata de mimetizarse en ella, asumiéndola
demagógicamente para colocarla al servicio de sus banderas racistas y
autoritarias, el gobierno de Letonia, por ejemplo, no encuentra incoherente
adherir a los postulados democrático liberales de la Unión Europea de la que
forma parte con la realización el desfile anual en Riga de los veteranos de las
Waffen SS integrante del ejército nazi alemán (tampoco la Unión Europea se
alarma por esos hechos)25.
Rusofobia, bien vista por la OTAN, persecución a la población rusoparlante,
nostalgias nazis y formalismo democrático.
Tampoco en Polonia, también miembro de la Unión
Europea, parecen producirse graves problemas ante la existencia de un gobierno
neofascista, la rusofobia más extrema y la adhesión a las reglas europeas en
materia de derechos humanos e institucionalidad democrática. En Francia el
Frente Nacional adapta sus orígenes fascistas a los nuevos tiempos, acentúa su
xenofobia, su agresividad anti-islámica, anuda lazos con la extrema derecha de
Estados Unidos pero busca suavizar (maquillar con colores republicanos) su
imagen extremista a nivel local26.
En todos esos casos el antiguo antisemitismo es colocado debajo de la alfombra
o tirado al basurero (mientras se observa con simpatía la cruzada antiislámica
de Benjamín Netanyahu), la obsoleta demagogia “social” de Mussolini es
remplazada por la de las instituciones democráticas.
En América Latina podemos encontrar similar
acatamiento formal a las reglas de la democracia representativa en regímenes
dictatoriales y protodictatoriales como en Honduras, Brasil, Argentina, México
o Paraguay, en algunos casos apoyados en la histeria neofascista de las clases
medias. En varios de esos gobiernos autoritarios se codean viejos fascistas
antisemitas con sionistas, resultado de curiosas convergencias de generaciones
diferentes. La amplitud neofascista no se detiene en las puertas del imperio
donde Donald Trump agrupa al racismo blanco de las clases bajas (donde se nota
un cierto tufillo a Ku Klux Klan), persigue a los inmigrantes y estrecha su
amistad con la ultraderecha gobernante en Israel. Tampoco lo hace cuando se
trata de realizar operaciones en la periferia promoviendo por ejemplo al Estado
Islámico en Medio Oriente buscando destruir Siria y acorralar a Irán. Aunque en
este caso no deberíamos limitarnos al aspecto conspirativo del tema ya que la
maniobra se apoya en mercenarios pero también en fuerzas sociales concretas de
la región. La decadencia o desaparición de los viejos nacionalismos
postcoloniales (nasserismo, kadafismo, nacionalismo argelino) en un contexto de
agravación de la crisis ha dado pié a la emergencia de una suerte de
naofascismo islamista, tradicionalista al extremo en materia religiosa (que
como otros tradicionalismos religiosos extremistas deforma de manera delirante
la historia religiosa). Se extiende así, de manera bizarra, el espacio
neofascista global que entre otras características tiene la de no tener
ideólogos de peso, no los necesita, ni le interesa tenerlos. Su diseño
pragmático se corresponde con un grado mucho mayor de degradación
civilizacional que en el caso del fascismo clásico. Aquí ya no hay rompecabezas
ideológico a organizar, la nueva barbarie no busca encuadrar ideológicamente
poblaciones, disciplinarlas culturalmente, militarizarlas, sino introducirlas
en una suerte de dualidad caótica, con un polo dominante saqueador,
superexplotador, socialmente restringido y grandes masas humanas marginadas.
Heidegger está de más, bienvenidos los manipuladores mediáticos, los magos de
la posverdad inyectada en las redes sociales, los exitosos del inmediatismo
nihilista.
Segunda constatación: del fascismo industrial al
neofascismo financiero
El fascismo emergió de las crisis del capitalismo
liberal europeo en cuya cima se encontraba la Haute Finance señalada por
Polanyi, imperialista, es decir como lo enseñaba Lenin dominado por el capital
financiero. Sin embargo ese tipo de dominación, para expresarlo en términos
gramscianos, no se había convertido en hegemonía, la cultura financiera no era
todavía la cultura de la totalidad del mundo burgués, su control era ejercido
sin que su veneno ideológico haya invadido completamente al cuerpo productivo
donde predominaba la industria, la modernidad aún tenía alma industrial.
De manera acertada Jeffrey Herf caracteriza al
nazismo como modernismo reaccionario, como aceptación e incluso
exacerbación de las innovaciones tecnológicas combinada con el rechazo al
legado de la Revolución Francesa, principalmente sus aspectos democráticos,
igualitarios27.
De ese modo el autor desautoriza la presentación del hitlerismo como simple
oscurantismo, como retroceso a una suerte de medievalismo troglodita. Aunque
Herf lo señala como especificidad alemana, sin embargo el fascismo italiano e
incluso el franquismo y su fundamentalismo católico ultramontano podrían ser
caracterizados de la misma manera.
Albert Speer, que fue ministro de armamento y
guerra de Hitler, trató de justificarse durante los Juicios Nuremberg y luego
en sus memorias señalando que “los criminales sucesos de aquellos años no
solo fueron el fruto de la personalidad de Hitler. El alcance de los crímenes
tamnién se debió al hecho de que Hitler fue el primero capaz de emplear los
instrumentos tecnológicos para multiplicar el crimen, a mayor tecnología mayor
es el peligro”28. La culpabilización de la tecnología lleva a otorgarle
un alto nivel de autonomía respecto de las decisiones humanas, se trata de una
suerte de fetichismo tecnológico que cumple un papel decisivo en la cultura
moderna.
En el imaginario modernista de comienzos del siglo
XX tecnología era casi equivalente a tecnología industrial, con sus máquinas
cada vez más eficaces, con grandes organizaciones estatales o privadas, civiles
o militares, intentando funcionar a la perfección imitando a las máquinas visualizadas
como paradigma superior del progreso. El paraíso autoritario aparecía como una
gran maquina humana obedeciendo mecánicamente a quienes la manejan. El fascismo
clásico puede ser entonces presentado como expresión autoritaria de la
modernidad industrial durante las primeras décadas de la decadencia, no es
exagerado hablar entonces de fascismo industrial.
A diferencia de ello el neofascismo emerge mucho
tiempo después, arrastrando viejas historias pero inserto en un universo
capitalista completamente financierizado, donde las innovaciones tecnológicas
de la industria, la agricultura o la minería forman parte de una dinámica
general de negocios en la que prevalece la cultura financiera, sus ritmos, su
reproducción parasitaria. Donde la urbanización degenera en caos, donde la
fragmentación social y la transnacionalización han quebrado integraciones
nacionales y articulaciones estatales. Con tasas de ganancias productivas
tendencialmente a la baja y tasas de crecimiento económico anémicas en los
capitalismos dominantes tradicionales y desacelerándose en China. La hegemonía
parasitaria en el área central histórica del capitalismo global capturando de
manera irregular a vastas zonas periféricas se corresponde con una etapa muy
avanzada de la decadencia sistémica, su imagen financiera, es decir no
productiva, mafiosa, volátil, aventurera define la identidad neofascista.
Tercera constatación: el neofascismo como ruptura
del metabolismo humanidad-naturaleza
Anticipado por Marx (que recogía estudios avanzados
de su época como los de Liebig), aunque sin ocupar un lugar central en su obra,
el fenómeno de ruptura del equilibrio entre la reproducción social y la de la
naturaleza termina por ser realidad en el siglo XXI. La devastación del medio
ambiente, el agotamiento de recursos naturales, forman ahora parte de la
dinámica del capitalismo. Las avalanchas de la agricultura transgénica, de la
minería a cielo abierto, de la hipertrofia y polución urbanas son algunas, y
decisivas, manifestaciones de un proceso cuya magnitud amenaza con restringir
de manera significativa las condiciones de la existencia humana en el planeta.
La superexplotación de recursos energéticos, por ejemplo, ha conducido a una
rápida reducción de las reservas petroleras con reemplazos insuficientes a la
vista lo que llevará a una dramática degradación de las actividades económicas
y sociales en general.
Una de las características de las tendencias
neofascistas es su rechazo a las llamadas “tonterías ecológicas” que
desalentarían las inversiones perjudicando el desarrollo empresario. No se
trata de un capricho autoritario sino de la expresión de la necesidad profunda
del gran capitalismo de rentabilizar sus negocios en una era donde las bajas
tasas de ganancias productivas los obligan no solo a practicar el canibalismo
financiero sino también a reducir costos y tiempos saqueando recursos
naturales.
Estados Unidos y su gobierno están a la vanguardia
del proceso destructivo global29,
el abandono del Acuerdo de París sobre cambio climático en nombre del empleo y
el desarrollo industrial aparecen como una medida demagógica nacionalista de
Donald Trump que responde a las presiones de los grandes grupos económicos de
los Estados Unidos cuyo único objetivo es aumentar sus ganancias destruyendo a
su paso todos los obstáculos ecológicos que se les presenten.
El aspecto financiero del neofascismo converge con
sus prácticas devastadoras de la naturaleza, de articulaciones sociales y de
supervivencias culturales cuya interacción metabólica comienza a fracturarse a
comienzos del siglo XXI.
Cuarta constatación: el carácter
occidental-imperialista del neofascismo sobredetermina a sus manifestaciones
ideológicas parciales.
Existió un discurso fascista, con sus variantes
nacionales, regionales, religiosas o poniendo a la religión en un segundo
plano, más allá de sus mezclas oportunistas, exhibiendo un conjunto de
paradigmas, estilos y hasta escenografías que le otorgaban una cierta identidad
universal: las camisas pardas en Alemania, las negras en Italia, azules en las
falanges españolas o en los lancieris rumanos, la camisas blancas de la falange
boliviana uniformaban a fuerzas militarizadas que ejercían la violencia contra
la población civil.
Es muy difícil encontrar algo parecido en el
neofascismo, su carácter universal viene dado por la intervención del imperio
global estadounidense y no por escenografías o discursos comunes. Se trata de
una ola reaccionaria de configuración variable, en Europa predomina el discurso
racista contra los pueblos periféricos, xenofobia propagada en sociedades
afectadas por el envejecimiento demográfico y la pérdida de dinamismo económico
(tiene el aspecto de un neofascismo defensivo), en América Latina moviliza
principalmente a clases altas y medias contra los pobres, donde se combina
según los casos racismo y segregación social internos, en Estados Unidos uno de
los baluartes de la victoria de Trump fueron las clases bajas blancas
decadentes dominadas por el resentimiento social y la xenofobia, pero en Medio
Oriente una fuerza de choque decisiva fue el ultraislamismo del Estado
Islámico, Al Qaeda y otras organizaciones “antioccidentales” financiadas y entrenadas
por Occidente nutriéndose de bases sociales políticamente a la deriva
desencantadas de la modernización. El objetivo imperial no es regimentar sino
controlar estratégicamente poblaciones caotizadas o apáticas, acorralar y si es
posible destruir estados rivales o fuera de control. Sobredeterminación
imperialista que por su dimensión planetaria, su presentación ideológicamente
confusa y su impacto devastador no debería ser visto como como locura del polo
dominante mundial sino como resultado decadente mucho más amplio de la
reproducción ampliada negativa de la civilización burguesa que abandona
completamente sus mitos progresistas para sumergirse en el nihilismo. Es un
fenómeno que se expresa a través de indicadores productivos, tecnológicos,
financieros, ambientales, demográficos, urbanos y otros que integran un proceso
más vasto donde también aparecen la agonía de la racionalidad, el pesimismo
social, el descrédito de la solidaridad.
Luces y sombras
El fascismo aparentaba ser una avalancha imparable,
así lo creyó por ejemplo Stefan Zweig, escritor de gran popularidad
internacional entre las dos guerras mundiales, austríaco representativo de la
alta burguesía liberal nunca pudo reponerse del shock causado por la llegada de
la barbarie nazi. Marchó al exilio y terminó suicidándose en Brasil en 1942,
tres años antes del derrumbe nazi. Murió creyendo en la victoria universal del
nazismo, el mundo que el añoraba, el del capitalismo liberal europeista, no volvería
más, "no somos sino fantasmas o recuerdos" señaló acerca de su
universo desaparecido que el reconocía plagado de injusticias pero también de
posibilidades de superación. Así lo describió en su obra póstuma: “El Mundo de
ayer” que curiosamente termina tal vez contradiciendo su pesimismo: “El sol
brillaba con plenitud y fuerza. Mientras regresaba a casa, de pronto observé mi
sombra ante mí, del mismo modo que veía la sombra de la otra guerra detrás de
la actual. Durante todo ese tiempo, aquella sombra ya no se apartó de mí; se
cernía sobre mis pensamientos noche y día. Pero toda sombra es, al fin y al
cabo, hija de la luz”30. Pero también madre de la luz sería necesario agregar,
de una luz diferente, nueva. La catástrofe nazi (su emergencia y derrumbe
final) significó, engendró como reacción, el despliegue de fuerzas sociales
regeneradoras de dimensiones nunca antes vistas. El fin de la Segunda Guerra
Mundial abrió las puertas al socialismo en el centro-este europeo, a la
revolución china, a las grandes descoloniazciones en la periferia, obligando a
las burguesías de los países centrales a ceder en sus propios territorios ante
las demandas de sus trabajadores, allí no regresó el viejo capitalismo liberal
sino que se instaló la adaptación keynesiana. Eso era impensable por ejemplo
hacia 1940 para quienes con criterio “realista” observaban las fuerzas en
presencia, incapaces de percibir la dinámica profunda del mundo, el devenir
posible que incluía entre sus alternativas el despertar de grandes masas
humanas subestimadas buscando superar un sistema decadente.
El desafío neofascista es muy superior al que
representó el fascismo, su capacidad letal es mucho más grande, sus víctimas
potenciales ya no se cuentan en decenas de millones sino en el mejor de los
casos en centenas de millones, su reproducción devastadora amenaza la vida en
el planeta. El coloso imperial dispone de la mayor maquinaria de guerra que
jamás ha conocido la humanidad, su desarrollo comunicacional le permite atacar
en cualquier lugar del mundo. Sin embargo su naturaleza parasitaria, el
alejamiento psicológico de su élite respecto de la realidad paralelo a su
financierización, la corrupción que la atrapa, su inmediatismo desenfrenado, lo
conducen hacia derrotas o empantanamientos sorprendentes como los que ha
sufrido en Siria y Afganistán o en sus tentativa de domesticación de Rusia y
China, como parte de su estrategia fracasada de control de Eurasia. O que el
caso latinoamericano lo han llevado a instaurar regímenes autoritarios
sumamente frágiles como en Brasil o Argentina.
El Imperio se degrada empujado por sus estrategias
de recomposición, respuestas salvajes que al intentar imponer una reproducción
devastadora que niega estratégicamente la supervivencia de la mayor parte de la
humanidad crea las condiciones de su caída. Si no hace nada se sigue hundiendo,
las tasas de ganancia corporativas caen, los tejidos productivos se debilitan,
pero si hace lo que le dictan sus intereses concretos se hunde mucho más.
Cuando Hitler asumió como Canciller del Reich, Carl
Schmitt, uno de los más destacados ideólogos del nazismo, declaró: “Hoy, 30
de enero de 1933, es posible afirmar que Hegel ha muerto”31,
es decir la Razón como fundamento de la civilización burguesa, la apuesta a una
visión racional, científica, de la historia humana, de su desarrollo presente y
futuro. Pero la reconfiguración ideológica nazi duro poco, Hegel empezaba a
sufrir sus primeros achaques pero siguió con vida sobreviviendo a ese primer
momento de descomposición civilizacional cuyo final fue simbolizado por el
soldado soviético colocando la bandera roja en lo alto del Reichstagg el 2 de
Mayo de 1945. No solo Hegel seguía vivo sino que también otro alemán: Carlos
Marx, aparecía en la escena anunciando su victoria.
Nos encontramos ahora sumergidos en una decadencia
mucho más profunda y extendida que la de los años 1920-1930 amenazando
convertirse en un proceso de autodestrucción de alcance planetario, además
según afirma una multitud de comunicadores y académicos la ilusión
postcapitalista del siglo XX ha sido enterrada, Marx ha muerto. Pero ocurre que
los amos del mundo y sus seguidores no son los únicos protagonistas de esta
historia, la humanidad sufriente abrumadoramente mayoritaria también existe,
tiene memoria y capacidad de rebeldía (y la ejerce), la cúpula del Capitolio en
Washington es un buen lugar para que en el futuro, el fin de los devastadores
culmine con la colocación de una bandera liberadora y con la sonrisa burlona de
Marx anunciando que su defunción no era más que una posverdad propagada por el
Imperio.
La imagen de la bandera sobre el Capitolio me
genera algunos interrogantes... ¿cómo será esa bandera?, ¿será roja, será una
wiphala, tal vez una todavía no creada?… ¿quién la portará?, ¿un
estadounidense, un chino, un francés, un mexicano, un egipcio, un peruano? En
el caso de Berlín-1945 la cosa estaba clara: tenía que ser inevitablemente un
soviético levantado la bandera roja, pero ahora la multiplicidad de ofensivas
imperiales y de resistencias, de desquicios económicos, sociales y ambientales
periféricos pero también en el centro del mundo, el caos global de
deslocalizaciones industriales y estafas financieras, me hacen pensar que el
portador de la bandera puede ser cualquiera de ellos u otros y que la bandera
será el resultado de la creación de una humanidad rebelde. En su última etapa
declinante, la civilización burguesa ha devenido completamente universal, la
densidad de las intercomunicaciones globales, la transnacionalización de la
economía han ido desdibujando especificidades, creando nuevas formas de
pluralismo de lo real, rehabilitando memorias olvidadas, en suma, haciendo
posible la superación global del sistema.
Este texto tiene como disparador la ponencia
“Conciencia socialista y crisis de la civilización burguesa” presentada en la
Mesa Redonda 1979 – Las fuerzas subjetivas del socialismo – Međunarodna Tribina
Socijalizma u Svetu, Cavtat- Jugoslavija, 1979.
1Anouar Abdel Malek, “Political Islam”, Round Table
1978 “Socialism and the Developming Countries”, Socialism in The World, Cavtat
1978, Number 11, Yugoslavia.
3Citado por Pierre Ayçoberry en “La question nazie.
Les interpetations du national-socialisme”, p.19. Éditions du Seuil, Paris,
1979.
4Citado por Edmond Vermeil, “Doctrinaires de la
revolution allemande”, p. 64. Fernand Sarlot éditeur, Paris, 1939.
5Carta de Horkheimer a Leo Lowenthal, citada por
Martin Jay, “The Dialectical Imagination. A History of the Frankfurt School and
the Institute of Social Research 1923-1950”, p. 278, Heinemann London, 1973.
7Daniel Jonah Goldhagen, “Los verdugos voluntarios
de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto”, Taurus Pensamiento,
Madrid, 1998.
9Zeev Sternhell, “La droite revolutionaire. Les
origines françaises du fascisme, 1885-1914”. Editions du Seuil, Paris, 1978
11Domenico Losurdo, “Guerra preventiva,
americanismo e antiamericanismo”, en Giuseppe Prestipino (a cargo de), Guerra
e pace, Istituto Italiano per gli Studi Filosofici- La Città del Sole,
Napoli, 2004.
13En realidad la demolición no fue tan profunda como
lo presentaban las apariencias, el viejo aparato golpeado y en parte eliminado
pudo atravesar la tempestad de los años 1990, renovarse ideológicamente,
desalojar a los neoliberales, recomponer el complejo industrial-militar y el
sistema de inteligencia y dar a luz una nueva era nacionalista encabezada por
Vladimir Putin.
15Citado en Fernández Urbiña J., "La crisis del
siglo III y el fin del mundo antiguo", Akal/Universitaria, Madrid, 1982.
17David Fieldhouse, “Economía e imperio. La expansión
de Europa (1830-1914)”, Siglo XXI editores, México 1990.
18“El siglo XIX produjo un fenómeno desconocido en
los anales de la civlización occidental, una paz de cien años de 1815 a 1914.
Aparte de la Guerra de Crimea, un evento más o menos colonial, Inglaterra,
Francia, Prusia, Austria, Italia y Rusia solo guerrearon entre si 18 meses. Un
cálculo de cifras comparables para los dos siglos precedentes nos da un
promedio de 60 a 70 años de grandes guerras en cada uno”. Karl Polanyi, op.
cit.
19Larry Summers, “IMF Fourteenth Annual Research
Conference in Honor of Stanley Fischer”, Washington, DC - November 8, 2013.
21Según un reciente informe de OXFAM: “El 82 % de la
riqueza generada (en 2017) fue acaparada por el 1% más rico de la población
global mientras que 3,7 mil millones de personas que constituyen la mitad más
pobre de la población del planeta no incrementaron su riqueza”, OXFAM, “Richest
1 percent bagged 82 percent of wealth created last year - poorest half of
humanity got nothing”, January 2018, www.oxfam.org.
22La “cultura occidental” debe ser entendida como forma
imperialista que se fue forjando a través de un doble proceso de
“normalización” interna (destrucción de las culturas populares, del
colectivismo campesino, etc. y de los posteriores aplastamientos de las
protestas e insurrecciones obreras) y del genocidio colonial. En ese sentido la
emancipación europea (sobre todo del centro y del oeste) podría ser visualizada
como des-occidentalización.
23En 1938 nombró como Director de la Escuela Militar
a Eberhardt Bohnstedt, general Wehrmacht aunque al estallar la guerra mundial
la presión estadounidense lo obligó a cambiar de bando.
24Curiosidades de los nuevos tiempos neofascistas,
recientemente el primer ministro nada menos que de Israel, Benjamín Netanyahu,
trató de reducir la culpabilidad genocida de Hitler lanzando la tesis de que el
Holocausto no figuraba entre la intenciones del Furer sino que el exterminio de
judios habría sido aconsejado por el Mufti y que el influenciable Hitler habría
seguido al pie de la letra esos consejos. De ese modo la derecha sionista llega
hasta las últimas consecuencias de su brutalidad ideológica buscando mejorar la
imagen hitleriana. “Netanyahu dice que fue el muftí de Jerusalén quien
sugirió a Hitler el Holocausto. Aluvión de críticas al primer ministro por sus
polémicas declaraciones sobre el exterminio nazi, muchas desde el interior de
Israel”, ABC Internacional, 31/05/2016.
25“La formación letona de la Waffen-SS fue creada en
1943 y estuvo integrada por 150.000 hombres que se enrolaron en las filas
fascistas de manera voluntaria. Entre algunas de las atrocidades que cometieron
destaca la extinción casi total de la población judía del país”. RT, “Marcha de
veteranos de las Waffen SS en Riga”, 16 de marzo de 2014.
26"En el congreso del Frente Nacional en Lille
este domingo (11 de marzo de 2018) Marine Le Pen, elegida por tercera vez
presidenta del partido xenófobo y antiinmigrantes propuso cambiar de nombre al
partido. Quiere rebautizarlo como “Rassemblement National”. La llama del logo,
que es un calco del logo del neofascismo italiano del Movimiento Social
Italiano (MSI), será conservada. Entre los invitados estaba Steve Bannon, ex
asesor de Donald Trump, que dijo a los militantes que “la historia está de
nuestro lado y nos va a llevar a la victoria”. El “rebranding¨ es una necesidad
después de que el FN perdió su liderazgo en la encuestas". María Laura
Abignolo, "El xenófobo Frente Nacional francés cambia de nombre y
destituye a su fundador", 11/03/2018, Clarín, Buenos Aires.
27Jeffrey Herf, “El modernismo reaccionario.
Tecnología, política y cultura en Weimar y el Tercer Reich”, Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires, 1993.
29Michael Greshko, , Laura Parker, and Brian Clark
Howard, "A Running List of How Trump Is Changing the Environment, National
Geographic, March 23, 2018, https://news.nationalgeographic.com/2017/03/how-trump-is-changing-scienc...
https://www.alainet.org/es/articulo/192628
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