Nelson
Manrique
29 May 2018
En La ideología
alemana (1845) los jóvenes Carlos Marx y Federico Engels inscribieron una
formulación categórica: “Sólo reconocemos una ciencia, la ciencia de la
historia”. La proposición es interesante por sus implicaciones políticas. Los
apologistas del capitalismo creen que el capitalismo es un estadio eterno, que
nació con la humanidad y desaparecerá con ella. Marx, por el contrario,
sostiene que éste tiene una existencia histórica, es decir tiene un principio y
un final.
Marx situó los
orígenes del capitalismo a inicios del siglo XVI, cuando éste adoptó la forma
de un capitalismo mercantil que desplegó la “acumulación originaria”, que
permitió el pleno despliegue del capitalismo a través de la conquista,
colonización y saqueo del mundo y la constitución del mercado planetario con
una división del trabajo que aseguraba la hegemonía de Europa en desmedro de
los continentes colonizados: América, Asia, África. Así se creó las condiciones
para el despliegue de una segunda fase, el capitalismo industrial, en el cual
vivió Marx y desde el cual realizó su crítica general del capital.
Marx creía que la
fase industrial del capitalismo era su fase final. Los conflictos y
contradicciones generadas por el orden burgués darían lugar a revoluciones
proletarias que, en un tiempo más o menos rápido, liquidarían el orden social
capitalista, abriendo el camino a la sociedad sin clases, donde desaparecería
la explotación del hombre por el hombre.
Como es evidente,
su pronóstico no se realizó. Al comienzo del siglo XX los marxistas tuvieron
que reconocer que el capitalismo había entrado en una nueva fase, el
capitalismo monopólico, al que Lenin denominó imperialismo. En su momento el
imperialismo fue también señalado como como la “fase final del capitalismo”. En
momentos de crisis, como el crack de 1929, muchos creyeron estar librando la batalla
final por el triunfo definitivo de la revolución proletaria.
El golpe al
marxismo y a la causa del socialismo fue muy fuerte. Pero luego de dos décadas,
y especialmente luego de la crisis global del 2008, el interés sobre el
marxismo como herramienta de crítica del orden capitalista ha retornado con
fuerza. Sin embargo, la propuesta socialista ha terminado diluyéndose en la
imprecisión. Entre las fuerzas progresistas se difundió una consigna optimista:
“Otro mundo es posible”, pero pasado el tiempo, este “otro mundo” posible,
sigue siendo una consigna vaga, que se oye cada vez menos. Dotar de contenido a
una propuesta anticapitalista positiva debiera partir de la comprensión de en
qué momento histórico nos encontramos. Al respecto, creo que se puede aventurar
algunas proposiciones:
1) El orden social
general sigue siendo capitalista. Lo es porque su motor fundamental sigue
siendo la acumulación del capital, sus agentes se movilizan por el logro de
utilidades, se continúa y profundiza en una escala nunca antes alcanzada la
desigualdad, prosigue la depredación de los recursos humanos, materiales y la
destrucción de planeta, etc.
2) Pero la fase
industrial del capitalismo sido superada y hemos entrado en una fase, a la que
debiera llamarse capitalismo informacional. La transición a esta nueva fase ha
dejado desfasadas las plataformas políticas levantadas por el marxismo durante
la fase industrial. Es imposible seguir sosteniendo la centralidad de la clase
proletaria en el proceso revolucionario, la dictadura del proletariado, un
orden social superior surgido de las condiciones materiales de existencia del
proletariado, el asalto al poder, guiado por un partido de clase.
3) Entre otros
cambios, la transición a la fase informacional del capitalismo va acompañada de
la declinación cualitativa y cuantitativa del proletariado industrial clásico,
cuya posición está además crecientemente amenazada por la expansión de la
automatización y la robotización en la producción, que se estima se masificará
en la próxima década. La clase obrera, que en 1957 representaba en los Estados
Unidos la mitad de la población económicamente activa, representa hoy apenas el
17%.
4) Mientras tanto,
los trabajadores del sector servicios, cuyo centro motor son las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación, constituyen hoy en EEUU las
cuatro quintas partes de la población económica activa. Éstos tienen
diferencias fundamentales con el proletariado: su trabajo no es mecánico y
repetitivo sino creativo y flexible, por lo general son propietarios de sus
medios de producción. La masificación del uso de la computadora, el medio de
producción fundamental del capitalismo informacional, cambió radicalmente el
panorama del mundo del trabajo.
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