18/04/2020
Al aprobar
el DU 038-2020, el gobierno del Presidente Vizcarra ha optado por un camino
equivocado. Objetivamente, ha dado la espalda a miles de trabajadores por
extender la mano a doctos empresarios y a su organización representativa, la
CONFIEP.
Es bien sabido
que en una circunstancia de crisis, cuando peligra el equilibrio social, y
asoman colapsos en la vida de los pueblos; las autoridades máximas de un Estado
tienen un deber ineludible: preservar las fuerzas productivas que les aseguren
la supervivencia.
El problema
radica en que no siempre se dan cuenta de un hecho inequívoco: la principal
fuerza productiva en cualquier país del mundo, son los trabajadores. Ellos
generan la riqueza, la producción, la vida misma. Sin los trabajadores, no es
posible nada; con los trabajadores, es posible todo.
Ocurre, sin
embargo, que embelesados por el efímero Poder de la Clase Dominante, algunos
gobernantes creen que los trabajadores son algo así como “una fuerza añadida”,
y que la principal, son los empresarios porque ellos tienen el capital. ¡Eso es
lo que hay que preservar!, parecen decir, sin darse cuenta que el capital
fenece, o se multiplica, no por sus propias leyes, sino por la fuerza de los
hombres.
El Perú vive
una crisis sanitaria de primer nivel. Hoy, ella es internacional por cuanto se
ha extendido a numerosos países y ha cobrado vidas humanas en distintos
confines de planeta. Más de dos millones de personas está infectada, y más de
200 mil han perecido. Esta crisis nos ha mostrado diversas experiencias. La más
importante de ellas es que los bienes materiales no valen nada en comparación
con lo que es fundamental: la vida misma.
Una persona
puede tener mucho dinero que no puede gastar; oficinas de lujo, que no puede
usar; vehículos modernos, que no puede conducir; ropa de moda, que no puede
lucir; hermosos adornos que nadie puede ver. La cuarentena lo ha devuelto a su
real dimensión: es simplemente un ser humano desprovisto de bienes, de riqueza
y de poder ¿Qué necesita, entonces? Alimento, salud, educación y reposo. Y debe
esperar que pase esta crisis para ser otra vez un trabajador. Sobrevivió con el
aporte de millones, y vivirá con él más adelante. Trump no se da cuenta de
ello. Por eso quita presupuesto a la Organización Mundial de la Salud, e incrementa
el de la OTAN. Para él, la guerra. Para los pueblos, la paz.
El 90%
de la población peruana está compuesta trabajadores del campo y la ciudad. Unos
siembran la tierra y hacen la cosecha. Otros, trabajan en la fábrica, en la
empresa, la oficina, o la tienda. Muchos se vieron –precisamente por efecto de
la crisis del sistema vigente- a crear su propia fuente de trabajo: se hicieron
ambulantes, o taxistas. Pero nunca dejaron de ser trabajadores. En otras
palabras, nunca perdieron su esencia. Hoy, están llamados a cambiar el país.
Es verdad
que el Decreto de Urgencia 038 no “afecta a todos” en términos reales. Hay
diversos segmentos que quedarán fuera de sus efectos. Y es verdad que proclama
su voluntad de ser una disposición “transitoria” -alude a 90 días-. Pero ni una
ni otra, lo justifica. Objetivamente refleja una voluntad: puesto en la
disyuntiva de amparar a los empresarios o a los trabajadores, el gobierno ha
optado por dar la mano a “los cogotudos”, como los definiera lúcidamente
Isidoro Gamarra. Cobrar los impuestos que las grandes empresas deben, y poner
tributo a los más ricos, habría lo indicado.
Para ellos,
30 mil millones de soles. Para los otros –los trabajadores- la “suspensión
perfecta” de salarios, su empleo y sus derechos más elementales. Esta
“suspensión perfecta”, no es un invento reciente. La formuló Alberto Fujimori a
través del Decreto 003-97, en su artículo 15, cuando por primera vez, habló de
la “Suspensión temporal perfecta” como una manera de echar a la calle a decenas
de miles de obreros y empleados en nuestro martirizado país. Algunos de los que
hoy gritan contra el 038-2020 callaron aquella vez cuando el “chinito de la
yuca”, vino a “poner orden” en el mundo laboral.
Para los
empresarios, hay hoy varias alternativas: “Reactiva Perú”, el pago del 35% de
la planilla, la postergación en materia tributaria; y ahora, la suspensión
perfecta. Para los trabajadores, el encierro de la cuarentena, el hambre, y la
voluntad de patear latas.
Esta crisis
nos ha puesto un reto: hay que cambiar esta realidad. Construir un país con
progreso y desarrollo. Acabar con este Estado viejo, dependiente y sometido. Y
forjar una Patria verdadera en la que los trabajadores sean no solo columna
vertebral, sino también fuerza dirigente. Ese es el deber que nos
convoca.
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