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5-12-2012
Traducido para Rebelión por Enrique
Prudencio y revisado por Christine Lewis Carrol.
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En conmemoración de la muerte del
renombrado erudito e historiador marxista Eric Hobsbawm, Verso presenta su
introducción a la edición más reciente de El manifiesto comunista de Marx y
Engels, para deleite de todos. (Matthew Cole).
I
En la primavera de 1847 Karl Marx y
Frederick Engels acordaron afiliarse a la llamada Liga de los Justos (Bund
der Gerechten), una rama de la anterior Liga de los Proscritos (Bund der
Geächteten), sociedad secreta revolucionaria creada en París en la década
de 1830 bajo la influencia de la Revolución Francesa por artesanos alemanes, la
mayoría sastres y carpinteros, y todavía compuesta principalmente por estos
artesanos expatriados radicales. La Liga, convencida de su “comunismo crítico”,
se ofreció a publicar un manifiesto redactado por Marx y Engels como su
documento político y también a modernizar su organización siguiendo sus líneas.
Y efectivamente se reorganizó en el verano de 1847, cambiando su antiguo nombre
por el de Liga de los Comunistas (Bund der Kommunisten) comprometida con
el propósito de “derrocar a la burguesía, instaurar el dominio del
proletariado, acabar con la vieja sociedad basada en las contradicciones de
clase (Klassengegensätzen) y establecer una nueva sociedad sin clases ni
propiedad privada”. Un segundo congreso de la Liga celebrado también en Londres
en los meses de noviembre y diciembre de 1847 aceptó formalmente los objetivos
y nuevos estatutos e invitó a Marx y a Engels a redactar el nuevo Manifiesto exponiendo
los objetivos y políticas de la Liga.
Aunque tanto Marx como Engels prepararon
borradores y el documento representa claramente los puntos de vista de ambos,
el texto final fue escrito casi con toda certeza por Marx, tras una reprimenda
a éste por parte del Ejecutivo, puesto que a Marx, tanto entonces como después,
le resultaba difícil terminar sus textos sin el apremio de una fecha límite. La
ausencia virtual de borradores anteriores sugiere que lo escribió a toda prisa
(i). El documento resultante, de veintitrés páginas, titulado Manifiesto
del Partido Comunista (conocido desde 1872 como El Manifiesto
Comunista), se publicó en febrero de 1848 tras imprimirlo
en las oficinas de la Asociación Educativa de los Trabajadores, más conocida
como la Communistischer Arbeiterbildungsverein, que sobrevivió
hasta 1914 en el 46 de Liverpool Street de Londres.
Este pequeño panfleto es el texto político
más influyente desde laDeclaración de los derechos humanos y ciudadanos de
la Revolución Francesa. Por suerte estaba ya en la calle antes de que estallaran
las revoluciones de 1848, que desde París se propagaron como un incendio
forestal por todo el continente europeo. Aunque su horizonte era firmemente
internacionalista -la primera edición anunciaba de forma optimista pero errónea
la publicación inminente en inglés, francés, italiano, flamenco y danés- su
impacto inicial fue exclusivamente en alemán. A pesar de que la Liga Comunista
era pequeña, desempeñó un papel significativo en la revolución alemana, al
menos mediante el periódico Neue Rheinische Zeitung [La Nueva
Gaceta Renana] (1848-49), que editaba Karl Marx. La primera edición del Manifiesto se
imprimió tres veces en unos meses, por capítulos, en la Deutsche
Londoner Zeitung, corregida y maquetada de nuevo en 30 páginas en abril o
mayo de 1848, pero desapareció de la circulación con el fracaso de las
revoluciones de 1848. Cuando Marx se estableció en Inglaterra en 1849 para
comenzar su exilio de por vida, los ejemplares que quedaban del Manifiesto eran
tan escasos que pensó que valía la pena reimprimir la Sección III (Socialistische
und kommunistische Literatur) en el último número de su revista de Londres
, Neue Rheinische Zeitung, politisch-ökonomische Revue [La
nueva gaceta renana, revista político económica]
(noviembre de 1850), poco leída.
Nadie podía predecir un futuro tan
extraordinario del Manifiesto en las décadas de 1850 y 1860.
Un impresor alemán emigrado imprimió privadamente una nueva edición en Londres,
probablemente en 1864, y otra pequeña edición en Berlín en 1866, la primera
publicada en Alemania. Entre 1848 y 1868 parece que no hubo traducciones,
excepto una versión en sueco, publicada probablemente a finales de 1848, y otra
en inglés en 1850, significativas en la historia bibliográfica del Manifiesto sólo
porque la traductora parece haber consultado a Marx o seguramente a Engels
puesto que ella vivía en Lancashire. Ambas versiones desaparecieron sin dejar
rastro. A mediados de la década de 1860 no quedaba prácticamente nada impreso
de lo que había escrito Marx.
El protagonismo de Marx en la Asociación
Internacional de Trabajadores (la denominada “Primera Internacional”,
1864-1872) y la aparición en Alemania de dos partidos importantes de la clase
obrera, ambos fundados por antiguos miembros de la Liga Comunista que lo tenían
en gran estima, llevó a un resurgimiento del interés por el Manifiesto,
al igual que por otros escritos suyos, en especial el de su lúcida defensa de
la Comuna de París de 1871 (conocido como La guerra civil
de Francia) que le proporcionó una considerable notoriedad en la prensa
como líder peligroso de la subversión internacional, temido por los gobiernos.
Y en particular el juicio por traición a los líderes de la Socialdemocracia
alemana Wilhelm Liebknecht, August Bebel y Adolf Hepner en marzo de 1872 le
proporcionó una publicidad inesperada. La acusación leyó el texto del Manifiesto,
lo que proporcionó a los socialdemócratas su primera oportunidad de publicarlo
legalmente en una larga tirada como documento perteneciente al procedimiento
judicial. Como parecía lógico que un documento escrito antes de la revolución
de 1848 necesitara algunas correcciones y comentarios explicativos, Marx y
Engels escribieron el primero de los prefacios de todos los que desde entonces
han acompañado a las nuevas ediciones del Manifiesto (ii). Por
motivos legales el prefacio no se pudo distribuir legalmente en su momento,
pero la edición de 1872 (basada en la de 1866), se convirtió en la base de
todas las ediciones posteriores. Mientras tanto, entre 1871 y 1873, aparecieron
al menos nueve ediciones del Manifiesto en seis lenguas.
Durante los cuarenta años siguientes el Manifiesto conquistó
el mundo, empujado por el surgimiento de los nuevos partidos laboristas
(socialistas), en los que la influencia marxista creció rápidamente en la
década de 1880. Ninguno de estos eligió la denominación de Partido Comunista
hasta que los bolcheviques rusos volvieron a la denominación original después
del triunfo de la Revolución de Octubre, pero el título de Manifiesto del
Partido Comunista permaneció inalterado. Incluso antes de la Revolución Rusa de
1917 ya se habían imprimido varios centenares de ediciones en unos treinta
idiomas, incluidas tres ediciones en japonés y una en chino. Sin embargo la
zona en la que tuvo más influencia fue el cinturón central de Europa que va
desde Francia en el oeste hasta Rusia en el este. No sorprende que el mayor número
de ediciones se realizara en ruso (70) más otras 35 en las lenguas del imperio
zarista: 11 en polaco, 7 en yidis, 6 en finlandés, 5 en ucraniano, 4 en
georgiano y 2 en armenio. Hubo 55 ediciones en alemán y para el imperio de los
Habsburgo, 9 en húngaro, 8 en checo y solo 3 en croata, una en eslovaco, otra
en esloveno y 34 en inglés, lo que incluye los EE.UU., (donde la primera
traducción apareció en 1871), 26 en francés y 11 en italiano, la primera en
1889 (iii). El impacto en el suroeste europeo fue limitado: 6 ediciones en
español (incluida América Latina) y una en portugués. También fue bajo el
impacto en el sureste de Europa, 7 ediciones en búlgaro, 4 en serbio, 4 en
rumano y una sola edición en ladino, presumiblemente editada en Salónica. El norte
de Europa estuvo moderadamente bien representado con 6 ediciones en danés, 5 en
sueco y 2 en noruego (iv).
Esta desigual distribución geográfica no
solo reflejaba el desarrollo desigual del movimiento socialista y de la propia
influencia de Marx, tan distinta de otras ideologías revolucionarias como el
anarquismo. Debe recordarnos también que no existía una estrecha correlación
entre el tamaño y la fuerza de los partidos socialdemócratas y laboristas en
cuanto a la difusión delManifiesto. Así, hasta 1905 el Partido
Socialdemócrata Alemán, con cientos de miles de afiliados y millones de
votantes, imprimió las nuevas ediciones del Manifiesto en
tiradas menores de 2.000 o 3.000 copias. Del programa de Erfurt del partido de
1891 se tiraron 120.000 ejemplares mientras que, al parecer, no se imprimieron
más de 16.000 copias del Manifiesto en los 11 años
comprendidos entre 1895 y 1905, cuando en este último año la circulación de su
revista teórica Die Neue Zeit era de 6.400 ejemplares (v). No
se esperaba del afiliado medio de un partido marxista socialdemócrata de masas
que aprobase exámenes de teoría. Al contrario, las 70 ediciones de la Rusia
prerrevolucionaria se correspondían con una combinación de organizaciones,
ilegalizadas la mayor parte del tiempo, cuyo número total de miembros no
pasaría de unos pocos miles. Asimismo las 34 ediciones en inglés fueron
publicadas por y para las sectas marxistas dispersas por el mundo anglosajón
que operaban en el ala izquierda de los partidos laboristas y socialistas de entonces.
Éste era el entorno “en el que la claridad de un camarada se medía
invariablemente por las señales en su Manifiesto” (vi). En otras
palabras, los lectores del Manifiesto, aunque formaban parte de los
nuevos partidos y movimientos laboristas socialistas, casi con toda seguridad
no eran una muestra representativa de su afiliación. Eran hombres y mujeres con
un interés especial en la teoría que subyace en estos movimientos. Y
seguramente esto es verdad todavía.
Esta situación cambió después de la Revolución
de Octubre, por lo menos en los partidos comunistas. A diferencia de los
partidos de masas de la Segunda Internacional (1889-1914), los de la Tercera
Internacional (1919-43) esperaban que todos sus miembros comprendieran la
teoría marxista o al menos mostraran algún conocimiento de la misma.
Desapareció la dicotomía entre los líderes políticos de hecho, desinteresados
en la escritura de libros, y los ‘teóricos’ como Karl Kautsky, conocido y
respetado como tal, pero no como político práctico en la toma de decisiones.
Siguiendo a Lenin, ahora se suponía que todos los líderes debían ser teóricos
importantes puesto que todas las decisiones políticas estaban justificadas con
base en el análisis marxista, o más probablemente en la autoridad textual de
‘los clásicos’: Marx, Engels, Lenin y a su debido tiempo, Stalin. La
publicación y distribución a nivel popular de los textos de Marx y Engels se
convirtió en una cuestión más importante para el movimiento de lo que había
sido en los tiempos de la Segunda Internacional. Se publicaban desde series con
los textos más cortos, probablemente siguiendo el ejemplo de la editorial
alemana Elementarbücher des Kommunismus durante la República
de Weimar, hasta compendios adecuadamente seleccionados de lecturas tales como
la inestimable Selección de correspondencia de Marx y Engels,
primero en dos volúmenes y después en tres, o las Obras Reunidas de
Marx y Engels en dos o en tres volúmenes, así como la preparación de las Obras
Completas (Gesamtausgabe), todo respaldado por los recursos
ilimitados a estos efectos del Partido Comunista de la Unión Soviética y muchas
veces imprimidas en la Unión Soviética en una gran variedad de lenguas
extranjeras.
El Manifiesto Comunista se benefició de esta nueva situación de tres
maneras. Su circulación sin duda aumentó. La edición barata publicada en 1932
por las editoriales oficiales de los partidos comunistas estadounidense y
británico “de cientos de miles” de copias se ha descrito como “probablemente la
mayor edición masiva jamás impresa en inglés” (vii). El título del Manifiesto ya
no era una supervivencia histórica, sino que se vinculaba directamente con la
política de la época. Desde el momento en que un Estado principal afirmó
representar la ideología marxista, la posición delManifiesto como
texto de ciencia política quedó reforzada y consecuentemente entró en los
programas educativos de las universidades, destinada a expandirse rápidamente
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el marxismo de los lectores
intelectuales iba a encontrarse con su público más entusiasta en las décadas de
los 60 y 70.
La URSS emergió de la Segunda Guerra
Mundial como una de las dos superpotencias, encabezando una vasta región de
Estados comunistas y de Estados satélite. Los partidos comunistas occidentales,
con la notable excepción del partido comunista alemán, emergieron más fuertes
de lo que fueron nunca, ni parecía probable que lo fueran a ser. Aunque había
empezado la Guerra Fría, en el año de su centenario el Manifiesto lo
publicaban no solamente los editores comunistas o marxistas, sino también
editoriales no políticas en grandes ediciones con introducciones de académicos
eminentes. En otras palabras, ya no era solo un documento marxista clásico,
sino que se había convertido en un clásico político y punto.
Sigue siendo un clásico incluso después
del final del comunismo soviético y del declive de los partidos y movimientos
marxistas en muchas partes del mundo. En los Estados sin censura, se puede
encontrar en librerías o bibliotecas. El propósito de una nueva edición no es
por tanto poner el texto de esta asombrosa obra maestra al alcance de todo el
mundo y menos aún revisitar un siglo de debates doctrinales acerca de la
interpretación “correcta” de este documento fundamental del marxismo. Se trata
de recordarnos de que el Manifiesto aún tiene mucho que decir
al mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
II
¿Qué tiene que decir? Se trata, por
supuesto, de un documento escrito para un determinado momento histórico. Parte
del mismo quedó obsoleto casi de inmediato, como por ejemplo las tácticas
recomendadas a los comunistas en Alemania, que no se aplicaron durante la
revolución de 1848 y sus secuelas. Otra parte del mismo se fue quedando
obsoleta a medida que transcurrían los años que separaban a los lectores de la
fecha en que se escribió. Hacía mucho tiempo que Guizot y Metternich ya no
lideraban gobiernos para ser personajes de los libros de historia y el zar ya
no existe (aunque el Papa sí). En cuanto a la discusión sobre la “literatura
socialista y comunista”, los propios Marx y Engels reconocieron en 1872 que ya
entonces estaba desfasada.
Y lo que es más importante: con el paso
del tiempo, el lenguaje del Manifiesto ya no era el de sus
lectores. Por ejemplo, se ha comentado ampliamente la frase que decía que el
avance de la sociedad burguesa había rescatado “a una parte considerable de la
población de la idiotez de la vida rural”. Pero mientras no hay duda de que
Marx en ese momento compartía el desprecio e ignorancia habituales del
habitante de la ciudad hacia el entorno campesino, la frase alemana actual y
analíticamente más interesante de dem Idiotismus des Landlebens
entrissen no se refiere a la “estupidez”, sino al “horizonte estrecho”
o “al aislamiento del conjunto de la sociedad” en que vivía la gente del campo.
Hacía eco del significado original del término griego idiotes, de
donde se derivan los significados actuales de “idiota” o “idiotez”: “una
persona preocupada solo de sus asuntos privados y no de los de una comunidad
más amplia”. Desde 1840 y en los movimientos cuyos miembros, al contrario que
Marx, no habían recibido una educación clásica, el sentido original se
desvaneció y se malinterpretó.
Esto resulta aún más evidente en el
vocabulario político delManifiesto. Los términos como Stand (Estado), Demokratie(democracia)
o “nación/nacional”, o bien tienen poca aplicación a las políticas de finales del
siglo XX o han dejado de tener el significado que tenían en el discurso
político o filosófico de la década de 1840. Por poner un ejemplo obvio: el
“Partido Comunista”, de cual nuestro texto afirmó ser el Manifiesto,
no tuvo nada que ver con los partidos de la política democrática moderna, ni
con los “partidos de vanguardia” del comunismo leninista, sin mencionar los
partidos estatales de tipo soviético o chino. Ninguno de estos partidos existía
en aquel momento. La palabra “partido” todavía significaba esencialmente una
tendencia o corriente de opinión o táctica, aunque Marx y Engels reconocían que
en cuanto esto se materializaba en los movimientos de clase, se desarrollaba
algún tipo de organización (diese Organisation der Proletarier zur Klasse,
und damit zur politischen Partei). De ahí la distinción en la sección IV
entre “los partidos de clase obrera existentes… los cartistas en Inglaterra,
los reformistas agrarios en Estados Unidos” y otros, no constituidos todavía
(viii). Como deja claro el texto, en esta etapa el partido comunista de Marx y
Engels no constituía una organización ni intentaba serlo, y menos pretendía ser
una organización con un programa específico distinto al de las demás
organizaciones (ix). Por cierto, no se menciona en el Manifiesto el
sujeto real en cuyo nombre se escribió, la Liga de los Comunistas.
Por otra parte, queda claro que el Manifiesto no
solo se escribió en y para una situación histórica determinada, sino que
también representaba una fase relativamente inmadura del desarrollo del
pensamiento marxista. Y esto se hace más evidente en los aspectos económicos.
Aunque Marx había empezado en serio a estudiar la economía política en 1843, no
se propuso desarrollar el análisis económico expuesto en El Capital hasta
que llegó exiliado a Inglaterra después de la Revolución de 1848 y tuvo acceso
a los tesoros de la biblioteca del Museo Británico en el verano de 1850. De ahí
que la distinción entre la venta de su mano de obra al
capitalista por parte del obrero y la venta de su fuerza de
trabajo que resulta esencial para la teoría marxiana de la plusvalía y la
explotación no se había hecho en el Manifiesto. Tampoco opinaba el
Marx maduro que el precio de la mercancía “trabajo” era su coste de producción;
es decir, el coste del mínimo fisiológico de mantener con vida al trabajador.
En resumen, Marx escribió el Manifiesto menos como economista
marxiano que como comunista ricardiano.
Y sin embargo, a pesar de que Marx y
Engels recordaban a los lectores que el Manifiesto era un
documento histórico desfasado en muchos aspectos, promovieron y ayudaron la
publicación del texto de 1848 con modificaciones y aclaraciones relativamente
menores (x). Reconocieron que seguía siendo una importante exposición del análisis
que distinguía su comunismo de todos los demás proyectos existentes para la
creación de una sociedad mejor. En esencia este análisis era histórico. Su
núcleo era la demostración del desarrollo histórico de las sociedades y
específicamente de la sociedad burguesa, que reemplazó a sus predecesoras,
revolucionó el mundo y a su vez creaba necesariamente las condiciones para su
reemplazo inevitable. Al contrario que la economía marxiana, “la concepción
materialista de la Historia” que subyace en este análisis había encontrado ya
su formulación madura a mediados de la década de 1840, y había permanecido
prácticamente sin cambios en los años posteriores (xi). En este aspecto el Manifiesto era
ya un documento definitorio del marxismo. Encarnaba una visión histórica,
aunque su esquema general requería un análisis más detallado.
III
¿Qué impresión causará el Manifiesto al
lector que accede hoy al mismo por primera vez? El nuevo lector no puede dejar
de ser arrastrado por la convicción apasionada, la brevedad concentrada, la
fuerza intelectual y estilística de este asombroso panfleto. Está escrito como
en un único estallido creativo, con frases lapidarias que se transforman de
forma casi natural en aforismos memorables que se conocen mucho más allá del
mundo del debate político: desde la apertura “Un fantasma recorre Europa, el
fantasma del comunismo”, hasta el final “Los proletarios no tienen nada que
perder más que las cadenas. Tienen un mundo que ganar” (xii). Igualmente fuera
de lo común en la escritura alemana del siglo XIX son los párrafos cortos,
apodícticos, generalmente de una a cinco líneas. Solo en cinco casos, entre más
de doscientos, hay quince líneas o más. Sea lo que sea, El Manifiesto Comunista
como retórica política tiene una fuerza casi bíblica. En resumen, es imposible
negar su irresistible poder literario (xiii).
No obstante, lo que indudablemente
impactará al lector contemporáneo del Manifiesto es el
diagnóstico notable del carácter revolucionario y el impacto de la “sociedad
burguesa”. No se trata simplemente de que Marx reconociera y proclamara los
extraordinarios logros y el dinamismo de una sociedad que detestaba, para
sorpresa de más de un defensor posterior del capitalismo ante la amenaza roja.
De lo que se trata es que el mundo transformado por el capitalismo que
describió en 1848, en pasajes de elocuencia oscura y lacónica, se reconoce en
el mundo en que vivimos hoy, 150 años después. Curiosamente, el optimismo poco
realista de dos revolucionarios de veintiocho y treinta años ha demostrado ser
la fuerza más perdurable del Manifiesto. Porque aunque el “fantasma del
comunismo” obsesionó realmente a los políticos y aunque Europa atravesaba un
periodo de crisis económica y social y estaba al borde de la mayor revolución a
escala continental de su historia, estaba claro que no se daban los fundamentos
necesarios que respaldaran la convicción del Manifiesto de que
se aproximaba el momento de derrocar el capitalismo (la revolución burguesa en
Alemania iba a ser el preludio de la revolución proletaria que le sucedería).
Al contrario. Como sabemos ahora, el capitalismo se disponía a comenzar su
primer periodo de avance global triunfal.
Dos cosas contribuyeron a la fuerza del Manifiesto.
La primera es su visión, incluso en el mismo comienzo de la marcha triunfal del
capitalismo, de que este modo de producción no era permanente, estable, “el fin
de la historia”, sino una fase temporal de la historia de la humanidad,
destinada como sus predecesoras a ser sustituida por otro tipo de sociedad (a
no ser –y esta frase del Manifiesto no se ha estudiado con
suficiente atención– que se derrumbara “sobre la ruina común de las clases
contendientes”). La segunda es su reconocimiento de las necesarias tendencias
históricas a largo plazo del desarrollo capitalista. El potencial
revolucionario de la economía capitalista era ya evidente. Marx y Engels no
pretendieron ser los únicos que lo reconocieran. Desde la Revolución Francesa
algunas de las tendencias que observaron se imponían claramente. Por ejemplo el
declive de las “provincias independientes o débilmente asociadas, con
intereses, leyes, gobernantes y sistemas fiscales separados”, ante los
estados-nación “con un gobierno, un código de derecho, un interés nacional de
clase, una frontera y un arancel aduanero. Sin embargo, al final de la década
de 1840, lo que había conseguido la “burguesía” era mucho más modesto que los
milagros que se le atribuían en El Manifiesto. Después de todo, en
1850 el mundo no producía más de 71.000 toneladas de acero (casi el 70% en
Inglaterra) y se habían construido menos de 24.000 millas de ferrocarriles (dos
tercios en Inglaterra y EE.UU.) Los historiadores no han tenido dificultad en
demostrar que incluso en Inglaterra la Revolución Industrial (un término
utilizado específicamente por Engels a partir de 1844) (xiv) apenas había
creado un país industrial, ni siquiera en su mayor parte urbano antes de 1850.
Marx y Engels no describieron el mundo ya transformado por el capitalismo en
1848; pronosticaron que el destino lógico del mundo sería que el capitalismo lo
transformara.
Ahora, en el tercer milenio del calendario
occidental, vivimos en un mundo en el que esta transformación ha producido. En
cierto sentido prácticamente podemos ver la fuerza de las predicciones del Manifiesto incluso
más claramente que las generaciones que vivieron entre el momento de su
publicación y el actual. Porque hasta la revolución en el transporte y las
comunicaciones posterior a la Segunda Guerra Mundial había limitaciones a la
globalización de la producción, “al carácter cosmopolita de la producción y el
consumo en todos los países”. Hasta la década de 1970 la industrialización
permaneció abrumadoramente confinada en sus regiones de origen. Algunas
escuelas marxistas podrían incluso argumentar que el capitalismo, al menos en
su forma imperialista, lejos de “obligar a todas las naciones a adoptar el modo
de producción burgués, so pena de extinción” perpetraba o incluso creaba, por
su naturaleza, el “subdesarrollo” en el llamado Tercer Mundo. Mientras un
tercio del género humano vivía en sistemas económicos del modelo del comunismo
soviético, parecía que el capitalismo nunca triunfaría en su empeño de obligar
a todas las naciones a “convertirse en burguesas”. No “crearía un mundo a su
imagen”. Otra vez, antes de la década de 1960 la predicción del Manifiesto de
que el capitalismo conllevaba la destrucción de la familia aparentemente no se
había producido, ni siquiera en los países occidentales avanzados donde hoy
alrededor de la mitad de las personas nacen o crecen con madres solteras y la
mitad de los hogares de las grandes ciudades está formada por una sola persona.
En resumen, lo que en 1848 le podría haber
parecido a un lector no comprometido retórica revolucionaria -o en el mejor de
los casos una predicción plausible– se puede leer actualmente como una
caracterización concisa del capitalismo a finales del siglo XX. ¿De qué otro
documento de 1840 podría decirse lo mismo?
IV
Sin embargo, si al final del milenio nos
sorprende la visión aguda del Manifiesto sobre el futuro
entonces remoto de un capitalismo masivamente globalizado, el fallo de otra de
sus predicciones resulta igual de sorprendente. Ahora resulta evidente que la
burguesía no ha producido “por encima de todo… sus propios sepultureros” dentro
del proletariado. “La caída de la burguesía y la victoria del proletariado”
tampoco han resultado “igualmente inevitables”. El contraste entre las dos
mitades del análisis delManifiesto en la sección “Burgueses y
Proletarios” exige una explicación más amplia transcurridos 150 años de lo que
era necesario en su centenario.
El problema no reside en la visión de Marx
y Engels de un capitalismo que necesariamente transformó a la mayoría de la
gente que se ganaba la vida en este sistema económico en hombres y mujeres que
para su propio sustento necesitaban ofrecer su mano de obra por jornales o
salarios. Indudablemente lo ha hecho, aunque actualmente los ingresos de
algunas personas teóricamente empleadas a cambio de un salario, como los
directivos de empresa, difícilmente pueden considerarse proletarios. Tampoco
mentían al creer que la mayoría de esa población trabajadora sería
esencialmente fuerza de trabajo industrial. Aunque Gran Bretaña fue excepcional
siendo un país en que los trabajadores manuales asalariados constituyeron la
mayoría absoluta de la población, el desarrollo de la producción industrial
requirió la entrada masiva de trabajadores manuales durante más de un siglo
después del Manifiesto. Incuestionablemente éste ya no es el caso
de la producción moderna de alta tecnología intensiva en capital, una evolución
que no tuvo en cuenta el Manifiesto, aunque en sus estudios
económicos más desarrollados el propio Marx imaginó el posible desarrollo de
una economía con menos necesidad de mano de obra, al menos en una época
post-capitalista (xv). Incluso en las viejas economías industriales del
capitalismo, el porcentaje de personas empleadas en la industria manufacturera
permaneció estable hasta la década de 1970, excepto en EE. UU., donde el
declive se produjo algo antes. En realidad, con muy pocas excepciones –como las
de Gran Bretaña, Bélgica y EE.UU.– en 1970 los trabajadores industriales
constituyeron probablemente una proporción mayor de la población total ocupada
del mundo industrializado y en vías de industrialización que se haya dado nunca
antes.
En cualquier caso, el derrocamiento del
capitalismo previsto por el Manifiesto no se basaba en la
transformación previa de la “mayoría” de la población en proletaria, sino en la
suposición de que la situación del proletariado en la economía capitalista era
tal que una vez organizado en un movimiento de clase necesariamente político,
podría tomar la iniciativa, agrupar en torno a él el descontento de otras
clases y así conquistar el poder político como “el movimiento independiente de
la inmensa mayoría en el interés de la inmensa mayoría”. Así, el proletariado
“se sublevaría para ser la clase dirigente de la nación… [y] constituirse en la
nación” (xvi).
Como no se ha derrocado el capitalismo,
tendemos a descartar esta predicción. No obstante, y aunque parecía
absolutamente improbable en 1848, el levantamiento de movimientos organizados
con base en la conciencia de la clase obrera estaba llamado a cambiar la
política de la mayoría de los países capitalistas de Europa, lo que existía
raramente fuera de Gran Bretaña. Partidos laboristas y socialistas emergieron
en la mayor parte del mundo “desarrollado” en 1880, convirtiéndose en partidos
de masas en Estados con la franquicia democrática que tanto habían ayudado a
establecer. Durante y después de la Primera Guerra Mundial otra rama de los
“partidos proletarios” siguió la senda revolucionara de los bolcheviques, otra
rama se convirtió en los pilares que sustentaron el capitalismo democratizado.
La rama bolchevique apenas tiene ya importancia en Europa occidental o se ha
asimilado a la socialdemocracia. La socialdemocracia, tal como existía en los
tiempos de Bebel e incluso de Clement Attlee, lucha en la retaguardia. No
obstante, los partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional, a veces
con sus nombres originales, son aún potencialmente los partidos de gobierno de
varios Estados europeos. Aunque esos gobiernos fueron menos frecuentes a
principios del siglo XXI que a finales del XX, estos partidos han batido el
record de continuidad como grandes agentes políticos durante más de un siglo.
En resumen, lo que está equivocado no es
la predicción del Manifiesto del papel central de los movimientos
políticos con base en la clase obrera (y aún en ocasiones éstos llevan
específicamente el nombre de clase, como los partidos laboristas británico,
holandés, noruego y australiano). Lo que está equivocado es la proposición: “De
todas las clases que se enfrentan hoy a la burguesía, solo la proletaria es
realmente revolucionaria”, cuyo destino inevitable, implícito en la naturaleza
y desarrollo del capitalismo, es el derrocamiento de la burguesía: “Su caída y
la victoria del proletariado son igualmente inevitables”.
Incluso en los notorios “años cuarenta del
hambre”, el mecanismo que debía conseguirlo –la inevitable pauperización (xvii)
de los obreros– no resultó totalmente convincente; a menos que se basara en la
suposición, improbable incluso entonces, de que el capitalismo estaba en su
crisis final a punto de ser inmediatamente derrocado. Era un mecanismo dual.
Además del efecto de pauperización en el movimiento obrero, se demostró que la
burguesía no estaba “capacitada para gobernar porque es incompetente para
asegurar la existencia a sus esclavos dentro de su esclavitud, ya que no puede
evitar que se hundan hasta tal extremo que tiene que alimentarlos en vez de al
contrario”. Lejos de proporcionarle el beneficio que alimentara el motor del
capitalismo, ahora la mano de obra se lo comía. Pero dado el potencial
económico enorme del capitalismo, tan dramáticamente expuesto en el propio Manifiesto,
¿por qué fue inevitable que el capitalismo no pudiera proporcionar sustento,
aunque miserable, a la mayor parte de la clase obrera o alternativamente que no
pudiera permitirse un sistema de previsión social? ¿Ese “pauperismo” (en
sentido estricto, ver nota 17) se desarrolla con mayor rapidez que la población
y la riqueza”? (xviii). Si el capitalismo tenía una larga vida por delante como
resultó obvio muy poco después de 1848, esto no tenía por qué ocurrir, y
efectivamente no ocurrió.
La visión del desarrollo histórico de la
“sociedad burguesa” del Manifiesto, lo que incluye a la clase obrera que
la misma generaba, no condujo necesariamente a la conclusión de que el
proletariado derrocaría al capitalismo y al hacerlo abriría el camino al
desarrollo del comunismo, porque la visión y la conclusión no derivaban del
mismo análisis. El objetivo del comunismo, adoptado antes de que Marx se
hiciera “marxista”, no derivaba del análisis de la naturaleza y el desarrollo
del capitalismo, sino de un argumento filosófico –incluso escatológico– sobre
la naturaleza humana y su destino. La idea fundamental de Marx a partir de
entonces de que el proletariado era la clase que no podía liberarse a sí misma
sin liberar al mismo tiempo a la sociedad en su conjunto, aparece primero como
una “deducción filosófica, en lugar de ser producto de la observación” (xix).
En palabras de George Lichtheim: “el proletariado apareció por primera vez en
los escritos de Marx como la fuerza social necesaria para llevar a cabo los
objetivos de la filosofía alemana”, como lo expuso Marx en 1843 y 1844 (xx).
La “posibilidad positiva de la
emancipación de Alemania”, escribió Marx en la Introducción a la
Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, reside:
En la formación de una clase con cadenas
radicales… una clase que sea la disolución de todas las clases, esfera
de una sociedad que posea un carácter universal porque sus sufrimientos sean
universales y sus reivindicaciones no sean derechos individual es porque
el agravio cometido contra él no es un mal particular sino un
mal en sí mismo… Esta disolución de la sociedad como una clase
particular es el proletariado… La emancipación de los alemanes
es la emancipación del ser humano. La filosofía es
la cabeza de esta emancipación y el proletariado es
el corazón. La filosofía no se puede reconocer a sí misma sin la
abolición del proletariado y el proletariado no puede ser abolido sin que la
filosofía devenga en una realidad (xxi).
Por entonces el conocimiento que Marx
tenía del proletariado no iba más allá del hecho de que “estaba naciendo en
Alemania sólo como consecuencia del creciente desarrollo industrial” y que éste
era precisamente su potencial como fuerza liberadora, puesto que al contrario
que las masas de pobres de la sociedad tradicional, era hijo de una “drástica
disolución de la sociedad” y por tanto su existencia proclamaba la “disolución
del orden mundial existente hasta entonces”. Tenía aún menos conocimiento sobre
los movimientos obreros, aunque sabía mucho de la historia de la Revolución
Francesa.
En Engels encontró un socio que aportó a
la sociedad el concepto de la “Revolución Industrial” y los conocimientos de la
dinámica de la economía capitalista como realmente era en Gran Bretaña, más los
rudimentos de un análisis económico (xxii), todo lo cual le indujo a predecir
una futura revolución social, que sería fomentada por una clase obrera real a
la que él conocía muy bien por el hecho de vivir y trabajar en Gran Bretaña al
comienzo de la década de 1840. Los enfoques de Marx y Engels sobre “el
proletariado” y el comunismo se complementaban mutuamente. Lo mismo ocurría con
sus concepciones respectivas de la lucha de clases como motor de la historia
(en el caso de Marx derivado principalmente de su estudio del periodo de la
Revolución Francesa; en el caso de Engels por la experiencia de los movimientos
sociales en la Gran Bretaña pos-napoleónica). No sorprende que “ambos
estuvieran de acuerdo en todos los campos teóricos”, en palabras de Engels (xxiii).
Engels le aportó a Marx los elementos de un modelo que demostraba la naturaleza
fluctuante y “autodesestabilizadora” del funcionamiento de la economía
capitalista, en particular el esbozo de una teoría de las crisis económicas
(xxiv) y el material empírico acerca del auge del movimiento obrero y del rol
revolucionario que podría desempeñar en Gran Bretaña.
En la década de 1840 la conclusión de que
la sociedad estaba al borde de la revolución resultaba plausible. Como lo era
la predicción de que la clase obrera, aún siendo inmadura, la lideraría.
Después de todo, a las pocas semanas de la publicación del Manifiesto,
un movimiento de los trabajadores parisinos derrocó a la monarquía francesa y
dio la señal revolucionaria a la mitad de Europa. No obstante, la tendencia del
desarrollo capitalista a generar un proletariado esencialmente revolucionario
no podía deducirse del análisis de la naturaleza del desarrollo
capitalista. Era una posible consecuencia de este desarrollo, pero no podría
señalarse como la única posible. Y aún menos podía demostrarse que el éxito de
un derrocamiento del capitalismo por parte del proletariado abriera
necesariamente la puerta al desarrollo del comunismo. (El Manifiesto sólo
afirma que en ese momento se iniciaría un proceso de cambio muy gradual) (xxv).
La visión de Marx de un proletariado cuya misma esencia lo destinara a
emancipar a toda la humanidad y a poner fin a la sociedad de clases mediante el
derrocamiento del capitalismo representa una esperanza deducida de su análisis
del capitalismo, pero no una conclusión necesariamente impuesta por ese
análisis.
A lo que el análisis del capitalismo del Manifiesto indudablemente
puede llevar –especialmente cuando se adentra en el análisis de Marx sobre la
concentración económica, que apenas se insinuaba en 1848– es a una conclusión
más general y menos específica acerca de las fuerzas autodestructivas innatas
en el desarrollo capitalista. Debe alcanzar un punto –y en 2012 no solo los
marxistas están de acuerdo en esto– en que:
La sociedad burguesa moderna con sus
relaciones de producción, intercambio y propiedad, una sociedad que ha
suscitado medios de producción e intercambio tan gigantescos, es como el
aprendiz de brujo que ya no puede controlar los poderes del mundo inferior… Las
dimensiones del arco de la sociedad burguesa son demasiado estrechas para
abarcar la riqueza que ha creado.
No sería irracional sacar la conclusión de
que las “contradicciones” inherentes al sistema de mercado, sin más nexo de
unión entre los seres humanos que el descarnado interés propio, el cruel “pago
al contado”, un sistema de explotación y de “acumulación interminable” que
nunca se pueden superar; que a partir de cierto punto, mediante una serie de
transformaciones y reestructuraciones el desarrollo de este sistema
esencialmente “autodesestabilizador”, conduzca a una situación que ya no se
pueda describir como capitalismo. O citando al propio Marx, en que “la
centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo
lleguen al final a un punto en que se hagan incompatibles con su integumento
capitalista”, y ese “integumento reviente en pedazos” (xxvi). El nombre por el
que conozcamos la subsiguiente situación es indiferente. Sin embargo, como
demuestran los efectos de la explosión económica del mundo en el medio ambiente
mundial, tendrá que marcar necesariamente un giro brusco que lo aleje de la
apropiación privada para pasar al control social a escala global.
Resultaría improbable que tal “sociedad
post-capitalista” se pareciera a los modelos tradicionales del socialismo y aún
menos al “socialismo real” de la era soviética. La forma que haya de tomar y
hasta dónde encarnaría los valores humanistas del comunismo de Marx y Engels,
dependería de la acción política a través la cual se produciría el cambio, ya
que esto, como sostiene el Manifiesto, resulta fundamental para la
conformación del cambio histórico.
V
En la visión marxiana, no importa cómo
describimos ese momento histórico en que “el integumento reviente en pedazos”,
la política constituirá un elemento esencial. El Manifiesto se
lee principalmente como un documento de inevitabilidad histórica y en efecto su
fuerza se deriva en gran medida de la confianza que proporcionó a sus lectores
saber que el capitalismo estaba inevitablemente destinado a ser enterrado por
sus sepultureros y que ahora -y no en cualquier otro periodo histórico- han
nacido las condiciones para la emancipación. Sin embargo, en contra de las más
divulgadas hipótesis, si el Manifiesto alega que tal cambio
histórico lo consigue el hombre haciendo su propia historia, no es un documento
determinista. Las fosas han de ser cavadas por la acción humana o a través de
ella.
Efectivamente es posible hacer una lectura
determinista del argumento. Se ha sugerido que Engels tendía a hacerla más que
Marx, con importantes consecuencias para el desarrollo de la teoría marxista y
el desarrollo del movimiento obrero marxista tras la muerte de Marx. Sin
embargo, y pese a que se citase como evidencia (xxvii) en los propios borradores
de Engels, no se intuye esta lectura determinista en el Manifiesto.
Cuando el Manifiesto sale del campo del análisis histórico y entra
en el de la actualidad, se convierte en un documento de opciones y
posibilidades políticas -no de probabilidades políticas- y en absoluto de
certezas. Entre el “ahora” y el momento impredecible en el que “en el
transcurso de la evolución”, se produzca “una asociación en la que el libre
desarrollo de cada uno sea la condición del desarrollo libre de todos”, está el
campo de la acción política.
El cambio histórico a través de la praxis
social y la acción colectiva constituye su núcleo. El Manifiesto contempla
el desarrollo del proletariado como “la organización de los proletarios en una
clase, y consecuentemente en un partido político”. La “conquista del poder
político por el proletariado” (la conquista de la democracia) es “el primer
paso de la revolución obrera” y el futuro de la sociedad bascula sobre las
acciones políticas posteriores del nuevo régimen (es decir, cómo utilizará el
proletariado su supremacía política). El compromiso con la política es
lo que históricamente distinguió al socialismo marxiano de los anarquistas y
los sucesores de aquellos socialistas cuyo rechazo de toda acción política
condena específicamente el Manifiesto. Incluso antes de Lenin, la
teoría marxiana no trataba sólo de “la historia nos demuestra lo que pasa”,
sino también acerca de lo “que tenemos que hacer”. Ciertamente la experiencia
soviética del siglo XX nos ha enseñado que podría ser mejor no hacer “lo que se
debe hacer” bajo condiciones históricas que imposibilitan virtualmente el
éxito. Pero esta lección se podría haber aprendido también considerando las
implicaciones del Manifiesto Comunista.
Pero entonces el Manifiesto -y
ésta no es la menor de sus notables cualidades - es un documento que prevé el
fallo. Esperaba que el resultado del desarrollo capitalista fuera “una
reconstitución revolucionaria de la sociedad” pero, como ya hemos comprobado,
no excluía la alternativa de “la ruina común”. Muchos años después, otra
investigación marxiana reformuló esto como la elección entre socialismo y
barbarie. Cual de ambos prevalezca es una pregunta que el siglo XXI debe
contestar.
Notas:
(i) Solo se han descubierto dos fragmentos
de esos materiales –un plan para la sección III y el borrador de una página,
Karl Marx Frederick Engels, Obras Completas, Vol. 6 (Londres 1976,
páginas 576 y 577).
(ii) En vida de los fundadores eran: (1)
Prefacio a la (segunda) edición alemana, 1872; (2) Prefacio a la (segunda)
edición rusa, 1882, la primera traducción rusa de Bakunin apareció en 1869,
comprensiblemente sin la bendición de Marx y Engels, (3) Prefacio a la
(tercera) edición alemana, 1883; (4) Prefacio a la edición inglesa, 1888; (5)
Prefacio a la (cuarta) edición alemana, 1890; (6) Prefacio a la edición polaca,
1892; y (7) Prefacio “A los lectores italianos”, 1893.
(iii) Paolo Favil li, Storia del
marxismo italiano . Dalle origini alla grande guerra (Milán
1996, páginas 252 a 254).
(iv) Me he basado en los datos del
inestimable Bert Andréas, Le Manifeste Communiste de Marx et Engels.
Histoire et Bibliographie 1848-1918 (Milán 1963)
(v) Datos de los informes anuales del
Parteitage del SPD. Sin embargo no proporcionan datos cuantitativos acerca de
las publicaciones previstas para 1899 y 1900.
(vi) Robert R. LaMonte, “ The New
Intellectuals”, New Review II , 1914; citada por Paul Buhle en Marxism
in the USA: From 1870 to the Present Day (Londres 1987), pág. 56.
(vii) Hal Draper, The Annotated
Communist Manifesto (Centro para la Historia del Socialismo, Berkeley,
California 1984), pág. 64.
(viii) El original alemán comienza esta
sección con la discusión dedas Verhältniss der Kommunisten zu den bereits
konstituerten Arbeiterparteien… also den Chartiesten, etc. La traducción
oficial en inglés de 1887, revisada por Engels, atenúa el contraste. Una
interpretación más fiel sería comparar los “partidos obreros ya constituidos”,
como los cartistas, etc., con los que todavía no se habían constituido.
(ix) “Los comunistas no constituyen un
partido separado opuesto a otros partidos de la clase obrera… No establecen
principios sectarios propios para formar y moldear el movimiento proletario”
(Sección II).
(x) La más conocida de éstas, subrayada
por Lenin, fue la observación del prefacio de 1872 de que la Comuna de París
había mostrado “que la clase obrera no puede simplemente tomar el control de la
maquinaria del estado ya existente y utilizarla para sus propios fines”.
Después de la muerte de Marx, Engels añadió la nota al pie de página
modificando la primera frase de la Sección I para excluir las sociedades
prehistóricas del alcance universal de la lucha de clases. Sin embargo, ni Marx
ni Engels se molestaron en comentar o modificar los pasajes económicos del
documento. Si Marx y Engels consideraron realmente un Umarbeitung oder
Ergänzun más desarrollado del Manifiesto (Prefacio a
la edición alemana de 1883) resulta dudoso, pero no hay duda de que la muerte
de Marx hizo que esa revisión fuese imposible.
(xi) Compárese el pasaje de la Sección II
del Manifiesto(“¿Requiere una intuición profunda comprender que las
ideas, puntos de vista y concepciones del hombre, en otras palabras, que la
conciencia del hombre cambie con cada cambio de las condiciones de su existencia
material, de sus relaciones sociales y de su vida social?”) con el pasaje
correspondiente en el Preface to the Critique of Political Economy (“No
es la consciencia de los hombres lo que determina su existencia sino, al
contrario, es su existencia social la que determina su conciencia”).
(xii) Aunque ésta es la versión inglesa
aprobada por Engels, no es una traducción estrictamente correcta del texto
original: Mögen die herrschenden Klassen vor einer kom-munistischen
Revolution zittern. Die Proletarier haben nichts in ihr, (es decir “en la
revolución”) zu verlieren als ihre Ketten”.
(xiii) Para un análisis estilístico, vea
S.S. Prawer, Karl Marx and World Literature (Verso, Nueva York
2011), páginas 148 y 9. Las traducciones del Manifiesto que
conozco no tienen la fuerza literaria del texto original en alemán.
(xiv) En “Die Lage Englands. Das
18.Jahrhundert” (Obras de Marx y Engels I, páginas 566 a 568)
(xv) Ver, por ejemplo, la discusión sobre Fixed
capital and the development of the productive resources of society en
los manuscritos de 1857 y 1858. Obras completas, vol. 29 (1987), páginas 80 a
99.
(xvi) La frase alemana “sich zur
nationalen Klasse erheben” tenía connotaciones hegelianas que la traducción
inglesa autorizada por Engels modificó, probablemente porque pensó que los
lectores no lo comprenderían en la década de 1880.
(xvii) Pauperismo no debería leerse como
sinónimo de “pobreza”. Las palabras alemanas, tomadas del inglés, son pauper (persona
indigente… que vive de la beneficencia o de alguna provisión pública”:
Diccionario del siglo XX de Chambers) y pauperismus(calidad de
indigente).
(xviii) Paradójicamente, algo parecido al
argumento marxiano de 1848 es el término utilizado ampliamente por los
capitalistas y los gobiernos del libre mercado para demostrar que las economías
de los estados cuyo PIB se doblan cada pocas décadas estarán en bancarrota si
no se suprimen los sistemas de redistribución de las ganancias (estado del
bienestar, etc.), implantados en tiempos de menor abundancia, y en los que
aquellos que obtienen ingresos mantienen a los que no los tienen.
(xix) Leszek Kolakowski , Main
Curretns of Marxism, vol. 1, TheFounders (Oxford 1978), página 130.
(xx) George Lichtheim, Marxism (Londres
1964), página 45.
(xxi). Obras Completas, Vol. 3 (1975),
páginas 186 a 187. En este pasaje he preferido en general la traducción de
Lichtheim,Marxism. El vocablo alemán que traduce como “clase” es
“Stand”, que hoy resulta engañosa.
(xxii) Publicado como Outlines of
a Critique of Political Economy en 1844 (Obras completas,
vol. 3, páginas 418 a 443)
(xxiii) “ On the History of the
Communist League” (Obras Completas, vol. 26, 1990), página 318.
(xxiv) “Outlines of a Critique” (Obras
completas, vol. 3, página 433 y siguientes). Parece proceder de escritores
británicos radicales, principalmente John Wade, History of the Middle
and Working Classes (Londres 1835), a quien se refiere Engels en
relación con esto.
(xxv) Esto es incluso más evidente en las
formulaciones de Engels que constituyen de hecho dos borradores del Manifiesto Draft
of a Communist Confession of Faith” (Obras Completas, vol. 6, página
102) y Principles of Communism (Ibíd., página 350)
(xxvi) From Historical Tendency of
Capitalist Accumulation enCapital, vol. 1 (Obras Completas,
vol. 35, 1996), página 750.
(xxvii) Lichtheim, Marxism,
páginas 58 a 60
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