Entrevista a David
Graeber, antropólogo libertario y autor de "En deuda"
03-12-2012
ANDRÉS LOMEÑA: ¿Se considera el precursor
de una antropología anarquista?
DAVID GRAEBER: No creo que lo hago pueda
llamarse antropología anarquista. Escribí un pequeño panfleto planteando la
pregunta: “¿Qué ocurriría si hubiera una antropología anarquista? ¿Cómo sería?”
Pero todo era hipotético. Sólo soy un antropólogo libertario de izquierda que
intenta hacer un trabajo valioso para que las personas intenten cambiar el
mundo de una forma positiva.
A.L.: El libro Redes de
indignación y esperanza de Manuel Castells está dedicado a los
movimientos sociales y usted publicará en unos meses El proyecto de la
democracia. Me gustaría saber qué podemos esperar de su nuevo libro;
últimamente sólo oigo a personas que critican todo tipo de protestas sociales
porque creen que el único cambio posible se consigue a través de simples
subidas o bajadas de impuestos.
D.G.: Sí, eso es lo que ocurre cuando
pones el listón tan bajo. Si nuestra mayor esperanza es poner más dinero bajo
el control de los políticos... tú me dirás.
Estoy de acuerdo con Castells y hemos
ofrecido los mismos argumentos en muchas ocasiones. Lo que a mí me
fascina es la manera en que la idea original de democracia (el autogobierno
popular) ha permanecido a pesar de la hostilidad continua de las élites. Veo
el movimiento Occupy Wall Street como un momento de un proceso
mucho más largo que en Estados Unidos retrocede a antes de la revolución
estadounidense. A menudo nos olvidamos de los llamados padres fundadores de la
“odiada democracia estadounidense”, que estaban abiertamente en contra de este
proceso. Establecieron algo conocido como sistema “republicano” para
contener y prevenir lo que con frecuencia denominaban “los horrores de la
democracia”. Cuarenta o cincuenta años más tarde, la clase política
estuvo forzada a renombrar el sistema como “democracia” porque el término era
aún muy popular. ¿Por qué? ¿Qué quería decir realmente la gente? De
eso trata el libro.
A.L.: Siempre se acusa a la izquierda de
ser utópica. ¿Puede ser útil o dañino el pensamiento utópico?
D.G.: Si no eres utópico, esto
sólo quiere decir que no tienes iniciativa política. Ya no serás el
movimiento del futuro, sino alguien reducido a un papel reaccionario
defendiendo los fragmentos del pasado. Todos los movimientos exitosos
son utópicos (el de la derecha contemporánea, quizás, el mayor de todos). Los
peligros de la utopía no residen en soñar nuestra sociedad de una forma
radicalmente diferente: vienen cuando sientes que sólo hay una visión utópica,
no muchas, e intentas imponer esa visión por la fuerza.
A.L.: En España, el partido político Escaños
en blanco tiene una única regla: no tomar posesión del escaño. Es algo
legal y argumentan que ahorran dinero al Gobierno porque reducen concejales.
Desconozco si hay propuestas parecidas en su país.
D.G.: El Partido Libertario de
Estados Unidos propuso algo similar hace dos décadas: si una pluralidad no
vota, entonces los sillones no tienen que ocuparse. Yo prefiero la propuesta
reciente de Ocupa Atenas: más que dejar el sillón vacío, el voto
negativo debería considerarse como un voto contra el sistema representativo de
partidos y esos escaños se completarían al azar.
A.L.: Usted se ha convertido en una nueva
referencia moral para muchos. ¿Qué podría aconsejar a sus lectores?
D.G.: Bueno, simplemente estoy
transmitiendo la sabiduría que absorbí al tomar parte en los movimientos que
hubo desde Seattle, que están basados en el siguiente principio: la
resistencia tiene que ser una materialización (hasta donde sea posible) del
mundo que uno desea crear. Esa actitud surge de una confluencia entre
feminismo, anarquismo e incluso ciertas corrientes espirituales. Algunas
veces he definido la acción directa como la insistencia desafiante de actuar
como si uno fuera libre. Desafiante, porque desde luego uno sabe que
en el fondo no lo es.
También significa el reconocimiento de que
una vez que empiezas desde un cierto deseo compartido a lograr algunos
objetivos prácticos en el mundo, las diferencias filosóficas (incluso la
existencia de perspectivas fundamentalmente incompatibles) no son un problema,
son en realidad una ventaja en la resolución de problemas colectivos. Esto
no es realmente una tradición intelectual que salga de un libro, sino una
tradición práctica que se ha desarrollado durante décadas de duro trabajo
intentando resolver en qué consiste un movimiento genuinamente democrático, basado
en formas de organización que podrían existir en una sociedad libre como la que
de verdad podemos lograr.
Rebelión ha publicado este artículo con
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2 comentarios:
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