16-03-2013
El ciudadanismo se concreta en un conjunto de movimientos de
reforma ética del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos mediante una
agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las
competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la
explotación, la exclusión y el abuso no son factores estructurantes, sino meros
accidentes o contingencias de un sistema de dominación al que se cree posible
mejorar moralmente (Manuel Delgado, en la acampada del 15 M de Barcelona)
Introducción
Recientemente nos ha llegado un escrito
de Federico Noriega, de CGT (aunque es evidente que su lógica no es extensible
a todo ese sindicato), informando sobre la creación de una "Asamblea
Ciudadana" en Sevilla. Es un escrito curioso, en el que la palabra
"ciudadano" aparece de manera obsesiva, numerosísimas veces en apenas
unos pocos párrafos. Hasta tal punto que, en un momento determinado, Noriega
alude incluso a la "cosa ciudadana" (sic) que aún no tenía nombre.
¿"Cosa" ciudadana?
Me gustaría consultar si, para estos
amantes de lo "participativo", está permitido disentir o no estar de
acuerdo con ellos en algo, es decir, si la idolatrada participación no se
limita únicamente a darles la razón en todo, o si, por el contrario, toda
crítica implica automáticamente ser tachado de "sectario" o alguna
otra acusación-comodín similar.
Dos asambleas diferentes por el precio
de una
Sea cual sea la respuesta a dicha
consulta (que, me habéis pillado, era meramente retórica), me gustaría
desarrollar algunas consideraciones necesarias sobre todo este asunto. En
primer lugar, era intrigante por qué han puenteado de forma tan evidente el
recién creado Bloque Crítico, que agrupa a sindicatos como SAT, CGT o USTEA y a
casi todas las organizaciones de la izquierda anticapitalista local, y que
plantea un interesante decálogo de mínimos en defensa, por ejemplo, del derecho
de autodeterminación, la abolición de la monarquía, la nacionalización de la
banca y de los sectores estratégicos de la economía, el rechazo de las guerras
imperialistas, la libertad para los presos políticos, etc.
No he usado el pretérito por
casualidad. Digo que era intrigante porque ya ha dejado de
serlo. Una vez aparecida en la prensa información sobre la primera sesión de
tan maravillosa asamblea ciudadana, hemos descubierto que la idea principal de
sus miembros es conformar una "candidatura electoral ciudadana".
Además, en el programa encontramos el cambio de la ley electoral, lucha contra
la corrupción, mayor facilidad para plantear ILP's y, como idea más
transformadora, una fiscalidad más progresiva. El catedrático Juan Torres, que
está viniendo a ser uno de sus portavoces, ha llegado a afirmar que la
"Asamblea Ciudadana" no es de izquierdas ni de derechas, sino
partidaria de "la honestidad". ¡Entonces ya está todo claro, Juanito!
Al Bloque Crítico no sólo se lo está
puenteando, sino que además se lo está sustituyendo por un proyecto con
características bien diferentes. Quizá el Bloque Crítico ha sido demasiado
lento, y debió configurar de entrada una especie de Asamblea Popular
permanente, que, aparte de romper la dinámica estéril de las manifestaciones
rituales, sirviera de contrapoder popular. Pero, sea por lo que sea, el
ciudadanismo se vuelve a tomar la revancha.
Las tribulaciones del ciudadano Botín
Porque no existe la menor casualidad en
el hecho de que esta asamblea se autodenomine "ciudadana". El término
"ciudadano" es un término interclasista, un término que reproduce una
de las grandes fantasías de la sociedad capitalista: la igualdad formal como
camuflaje de una desigualdad esencial. Rajoy, Botín y el indigente de mi barrio
sólo tienen una cosa en común, aparte de pertenecer a la especie denominada
homo sapiens: los tres son "ciudadanos".
Los filósofos Carlos Fernández Liria y
Luis Alegre Zahonero han expuesto en sus obras, con bastante razón a mi
parecer, que nuestra revolución debe aspirar a crear una sociedad de ciudadanos
dotados de independencia civil real, lo cual sólo puede lograrse colectivizando
los medios de producción. Pero también han dejado meridianamente clara otra
cosa: bajo el capitalismo, la ciudadanía es una farsa porque no se cumple ese
requisito.
Por tanto, bajo una sociedad
capitalista hay dos clases de ciudadanos: los empresarios (la clase dominante)
y los que, por no tener medios de producción, nos vemos obligados a vender
nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Los primeros no deben tener sitio en
nuestra asamblea porque, de hecho, si nuestra asamblea tiene algo de
emancipador, su tarea esencial será luchar contra la dominación que dichos
ciudadanos empresarios ejercen.
Es cuestión de clase
Y es que el análisis de clase de la
sociedad no es un antojo purista. Es sencillamente la única forma de entender
algo de lo que sucede a nuestro alrededor. El lenguaje nunca es neutral, sino
que nos ayuda a configurar el reflejo de nuestra realidad circundante y, por lo
tanto, a transformarla mediante consignas y tácticas adecuadas. Por eso no
rechazamos la categoría de la "ciudadanía" por empecinamiento. Más
bien observamos un empecinamiento de los ciudadanistas por meternos esta
palabra hasta en la sopa.
Diferentes encuestas corroboran algo:
el término "ciudadano" es, principalmente, un término propio de
ambientes universitarios, refinados y cultos. La gente normal de los barrios
suele emplear la categoría de "pueblo" y, también con relativa
frecuencia, habla de "los trabajadores". Rara vez se refieren a sí
mismos como "ciudadanos". ¿Y por qué empeorar la situación? Es
positivo que así sea, ya que la palabra "pueblo", aun sin ser tan
precisa como la noción de "clase trabajadora", ha tenido siempre a lo
largo de la historia connotaciones jerárquicas muy claras, haciendo referencia
siempre a los de abajo. Rajoy o Botín no son parte del pueblo, aunque sí son
ciudadanos, ya que la ciudadanía es más que nada una noción administrativa,
legalista... y poco respetuosa con los inmigrantes sin papeles, por cierto.
No se trata, por tanto, de que, como
decía Marat (el enemigo jurado del 15
M ) en su blog "Iniciativa de clase", no seamos
ciudadanos. Claro que lo somos (salvo los aludidos sin papeles), pero el
problema es que Botín también lo es. Y que, por tanto, nosotros aspiramos a que
unos ciudadanos (los trabajadores, los de abajo) luchen contra otros (los
empresarios, los de arriba). Por ejemplo, si hay un desahucio, nosotros
apoyamos a unos ciudadanos (los desahuciados) contra otros (los dueños del
inmueble, los banqueros, etc).
Y es que, a pesar de su pretendido
"internacionalismo" (cosmopolitismo burgués en realidad), al final
estos ciudadanistas incurren en el mismo error que el nacionalismo burgués. Me
explico: una cosa es luchar por la emancipación del pueblo trabajador andaluz
(como defiende la MAIS )
y otra muy distinta luchar por "los andaluces", así, en general (como
defiende por ejemplo el PA). Porque, lógicamente, la emancipación de esta
tierra, la superación de la marginación histórica y el subdesarrollo a los que
históricamente nos ha sometido el Estado español, pasa porque unos andaluces
(los trabajadores, los de abajo) luchen contra otros (los empresarios, los de
arriba). Eso es nacionalismo de clase.
La insoportable levedad de las modas
políticas
Pero volvamos al asunto que nos ocupa.
Hace poco, en una manifestación, le pasó algo a un compañero de luchas. Empezó,
con otra gente, a cantar "el pueblo unido jamás será vencido" (más
que nada porque la de "el pueblo armado jamás será aplastado" es
ilegal) y, entonces, un lumbreras comenzó a criticarle porque cantaba cosas
"muy antiguas". Interesante.
Como siempre, la ignorancia es
demasiado atrevida. La categoría de "ciudadanía" puede encontrarse
fácilmente en autores tan "modernos" como Platón y Aristóteles. Es
decir, que ya se usaba en el siglo IV a. C. En cambio, categorías como
"clase obrera" tienen menos de dos siglos de antigüedad. Por lo
tanto, alguien que habla de ciudadanía está 23 siglos más anticuado que alguien
que habla de clase obrera.
Según algunos, está muy bien repetir
las palabras e ideas de moda que nos inculca el telediario; pero, y cansa hasta
decirlo, cualquiera que se pasee por una ciudad en pleno 2013, a menos que tome la
poco saludable determinación de arrancarse los ojos, comprenderá fácilmente la
existencia de clases sociales, de barrios pobres contra otros ricos, de un
pueblo trabajador buscándose la vida como puede mientras otros viven
lujosamente a base de explotarlo. Otra cosa es que dicho proletariado (ojo:
proletario es simplemente el que no tiene medios de subsistencia propios y debe
vender su fuerza de trabajo) no responda ya, en ciertas zonas del mundo como la
nuestra, a la imagen del tradicional obrero de fábrica de mono azul. Que sea
más heterogéneo y diversificado, que trabaje en el sector servicios, en el
campo, como "falso autónomo" o haciendo chapús para huir como puede
del paro. Pero, ¿desde cuándo la gente no tiene que ganarse la vida para vivir?
Más allá de la forma, que sí ha
cambiado sustancialmente en ciertas zonas del mundo (ojo: la industria no ha
desaparecido, sino que se ha deslocalizado a otras áreas más favorables para la
explotación del subproletariado del Tercer Mundo), la esencia del fenómeno
sigue siendo exactamente la misma: los capitalistas extraen una plusvalía de la
fuerza de trabajo que compran: de cada camarera, de cada recepcionista, de cada
mozo de almacén. ¿O es que ahora creemos que los empresarios extraen sus
ganancias de una chistera? Por otro lado, ¿en qué sentido puede estar anticuado
algo que sucede en pleno 2013?
Excusatio non pedita
Pero, como ya nos conocemos de sobra,
me adelantaré a lo que contestarán los "ciudadanistas". "Es
que no se puede ser tan radical, así irá más gente a las manifestaciones", etc. Desgraciadamente, esta
insensatez ha salido incluso de la boca de miembros del Frente Cívico creado
por Anguita. Me sentiría mejor, con todo, si alguien me explicara qué
fundamento empírico tiene tal presuposición. La realidad es que la movilización
de masas más importante de los últimos tiempos en Andalucía fue la "Marcha
Obrera" del SAT. Y fue convocada así, como marcha obrera, generando una enorme
simpatía popular en todas las ciudades de Andalucía, e incluso en otras zonas
del Estado.
La verdad es que una idea así sólo la
puede albergar alguien que, por no salir nunca del reducido ambiente de la
pequeña burguesía radicalizada en el que se mueve, cree que la palabra
"pueblo" causa rechazo en la gente mientras que la categoría
"ciudadana" le gusta. Pero supongamos por un instante que,
efectivamente, iría menos gente a las manifestaciones en caso de ser convocadas
sin aludir al carácter "ciudadano" de la lucha. Incluso aunque fuera
así (no es el caso), yo no sería partidario de emplear la categoría ciudadano.
Porque debo ser un excéntrico, pero
estoy convencido de que el cambio social que necesitamos no vendrá de un
repentino enternecimiento del corazón de la burguesía ante nuestra ejemplaridad
ética. Estoy convencido de que una élite que ha estado dispuesta a desahuciar a
cientos de miles de familias, bombardear escuelas y hospitales, dar golpes de
Estado (como el de Franco) cada vez que ha visto peligrar sus privilegios y
matar de hambre a media África, no va de pronto a cambiar de actitud,
entregando su poder repentinamente por las buenas, convencida por la florecita
que algún Lennon con nariz de payasito le entregue a un madero. Estoy
convencido de que puede haber diversas maneras de cambiar el mundo, pero de que
desde luego agitar las manos haciendo una sentada pacífica frente al parlamento
no es una de ellas.
Y, por tanto, no aspiro únicamente a
sacar a más y más masa a la calle. De ser así, la celebración del gol de
Iniesta en Sudáfrica habría sido el acto más revolucionario de nuestra
historia. A lo que aspiro es a sacar a un pueblo concienciado a la calle. Así,
no voy a decirle a la gente que no tome el parlamento porque la policía es
nuestra amiga y el cambio debe canalizarse por vías ciudadanas y democráticas
(como si una urna fuera, por sí misma, más democrática que un fusil). Lo que
voy a decirle a la gente es que aún no tenemos el suficiente poder acumulado
para tomar el parlamento. Que tenemos la razón, pero no la fuerza. Y que, por
ese mismo motivo, lo que debemos hacer es acumular más fuerzas y que, entonces,
volveremos al parlamento.
El mantra de la participación
Tras las movilizaciones populares del 15 M , surgieron progres como
hongos diciendo que las reivindicaciones debían reducirse, eliminando todas
aquellas que se refirieran a la estructura del poder económico. Pero si podemos
votar mil tonterías insustanciales y, sin embargo, la esfera del poder
económico se queda fuera de dichas votaciones, estamos reproduciendo justamente
el cáncer de la sociedad actual.
Supongamos que planteamos prohibir los
desahucios, cosa con la que yo naturalmente estaría de acuerdo. Si bajo el
capitalismo se hiciera tal cosa, ¿qué propietario iba a alquilar una casa,
sabiendo que los inquilinos no tienen la obligación de pagar? La única solución
sería la expropiación forzosa. Si insistimos en la propiedad es porque es la
clave, no por sectarismo. Sectaria es la obsesión por parte de los
ciudadanistas de que no se toque la propiedad.
En un principio, el 15 M tenía evidentes
resonancias de una revuelta popular contra el poder de los bancos. Pero la idea
de los ciudadanistas era dejar sólo puntos referidos a la necesidad de mayor
participación democrática. Una estupidez casi tan grande como el referendum
sobre los recortes que propone IU en Andalucía. ¿Quién nos ha dicho que si la
gente pudiera, por ejemplo, votar la salida de la UE lo haría? De lo que se trata es de trabajar
con el pueblo, solucionando sus problemáticas reales para persuadirlo de la
necesidad de la emancipación social. No de sondear su opinión actual,
mediatizada por la propaganda capitalista.
Por otro lado, la realidad es que el
proceso más participativo de los últimos años es el que dio la mayoría absoluta
al PP en las últimas elecciones generales. Si me voy a la placita de mi barrio
con unos colegas y decidimos que habría que expropiar todas las viviendas
vacías del barrio, la decisión no será mejor por ser más participativa, sino
que será mejor en sí misma, desde la perspectiva de los intereses objetivos del
pueblo. Sin embargo, la elección generalizada de concejales del PSOE y el PP en
las últimas municipales fue mucho más participativa, por el sencillo motivo de
que en dicho procesos electoral estuvieron implicados muchísimos más vecinos
del barrio (y, por lo tanto, mucho más "sujeto histórico") que en
nuestra ágora improvisada. Aunque, probablemente, en esta última seamos
bastante más simpáticos, lo cual también cuenta.
El mantra del horizontalismo
Desgraciadamente, comparada con las
resoluciones de nuestra ágora, será una decisión muchísimo más horizontal la
que lleve al PSOE y al PP al Ayuntamiento o al Parlamento, puesto que yo y mis
cuatro colegas no somos nadie para imponerle al resto del barrio (o del país)
qué es lo que deben decidir ni cuál es el modo más adecuado de hacerlo. No
puedo culparles porque piensen que es más adecuado poner una urna y participar
masivamente y por millones, antes que reunirnos en una placita (si no llueve) cuatro
o cinco y decidir por todos los demás.
¿Estoy diciendo que la reunión en la
plaza no deba celebrarse? No. Lo que estoy diciendo es que hay que ser realista
con respecto a lo que dicha reunión significa. ¿Estoy diciendo que es menos
representativa que el parlamento? Tampoco. Lo que estoy diciendo es que es
objetivamente más representativa, pero a la vez mucho más elitista y vertical,
ya que existe un fenómeno llamado "falsa conciencia", opuesto a la
conciencia de clase, que por desgracia está generalizado y que no necesitamos
volver a explicar porque ya fue aclarado hace siglos. Y ese carácter a la vez
representativo pero elitista, propio de éste y de cualquier otro movimiento
emancipador, encierra una contradicción que sólo se verá superada si incrementa
exponencialmente su representatividad, conectándose con las luchas ya en curso
y, de manera particular, con el movimiento obrero y el sindicalismo
alternativo.
El ABC de la hegemonía
Así pues, la sociedad que dicha ágora
proyecta es mucho más horizontal que la actual, pero los medios para
proyectarla son más verticales, y además no pueden ser de otro modo. El sistema
puede permitirse ser horizontal porque tiene la hegemonía, porque manda, porque
cuenta con el apoyo de una mayoría social. Nosotros, en cambio, somos una
minoría y seguiremos siendo una minoría probablemente hasta la mismísima
antesala de la revolución.
Por eso, la reunión en la plaza debe
seguir haciéndose, pero su fuerte no será en todo caso su mayor
representatividad, participación, horizontalidad o democratismo. Su fuerte será
que, como decimos, aunque subjetivamente "no nos represente" más que
a nosotros (una minoría), objetivamente será más representativa que el
parlamento burgués, que sólo representa a la banca y la CEOE.
En última instancia, el ciudadanista
niega la existencia de ideologías (algunas de las cuales, aun siendo justas,
pueden estar dominadas y minorizadas) e intenta convencernos de que es la
ciudadanía en sí misma, con su derecho formal a la participación, la que nos hace
ser libres. Nosotros, que no somos eclécticos ni queremos serlo, defendemos la
liberación no sólo formal, sino esencial, de una parte de la población que se
encuentra oprimida y cuya explotación es perfectamente legal. Por lo tanto,
aspiramos a que las ideas que defienden dicha liberación se extiendan y ganen
hegemonía hasta condicionar el discurso político de toda la sociedad.
¿Quién ha dicho que la mayoría tenga la
razón en todo momento? ¿Tal vez la mayoría que aupó a Hitler en las elecciones
alemanas de 1933? Por otro lado, ¿cuál es el papel de los que tienen una mayor
conciencia de clase? ¿Ser vanguardia y tirar del resto, o rebajarse al nivel
general, que siempre está condicionado por el poder económico que controla los
medios de comunicación?
Conclusión
En realidad, el concepto de
"ciudadanía" no ha sido históricamente emancipador. En las
democracias griega y romana la ciudadanía se otorgaba como un privilegio y para
contar con mas reclutas para los ejercitos y conquistar nuevos territorios.
Hoy día, el concepto de
"ciudadano" funciona porque está limpio de resonancias hacia la
desigualdad de clase que padecemos. Por eso, a fin de desactivar el conflicto,
las instancias oficiales emplean este término. El ciudadanismo es, pues, la
ideología que el poder establecido usa para mantener el orden público, para
intentar que nos "autocontrolemos" nosotros mismos, que seamos
nuestra propia policía interior. Pero salvo el poder, todo es ilusión.
Sin embargo, inicialmente
organizaciones como Izquierda Anticapitalista, CUT-BAI o En Lucha han
participado en la configuración de la Asamblea Ciudadana...
sin por ello dejar de participar en el Bloque Crítico ni percibir, parecer ser,
contradicción alguna. A nuestro entender, una vez más, como ante la cuestión de
la salida de la UE
y el euro, estas organizaciones deben decidir a qué lado de la grieta ponen el
pie. ¿Decidirán, por fin, ser parte de la solución?
Nosotros ya hemos tomado nuestra
decisión, desde la certeza de que la "cosa ciudadana" no puede
aportarle nada a los explotados en su lucha por la libertad, salvo confundir
aún más los actores políticos, los aliados y los objetivos. Máxime si su
propósito es conformar una "candidatura electoral ciudadana" de
programa ambiguo, confuso y que deja totalmente intacta la estructura del poder
económico. Porque, parafraseando a Guevara, no se puede confiar en el
ciudadanismo, pero ni tantito así, nada.
Rebelión ha publicado este artículo
con el permiso del autor mediante una licencia de
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fuentes.
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