12-01-2018
Nota del editor. No es que detrás de un gran hombre siempre haya
una gran mujer, como se suele decir, sino que, en este caso y en algunos otros
(aunque no siempre como es sabido y contrastado), detrás o al lado de una
gran(dísima) mujer había también un gran hombre. Marx fue ese hombre y Jenny
von Westphalen, Jenny Marx de casada, fue esa grandísima mujer-compañera. Si
tienen alguna duda sobre el inmenso y decisivo papel que Jenny tuvo en el desarrollo
de la obra marxiana (teoría y praxis), también sus hijas, aguantando además más
de una tontería (por decirlo suavemente) del autor de El capital, lean
si no han leído -¡no tarden mucho!-: Mary Gabriel, Amor y Capital. Karl y
Jenny Marx y el nacimiento de una revolución, Vilassar de Dalt (Barcelona),
El Viejo Topo, 2014 (traducción, gran traducción, de Josep Sarret Grau).
También otras aproximaciones desde luego. Esta, por ejemplo, es imprescindible:
Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), Vilassar de Dalt
(Barcelona), El Viejo Topo (varias reediciones; está en prensa otro conjunto de
escritos del autor con el título provisional Marxismos después de Marx),
sin olvidar "El Marx enamorado", su presentación de Karl Marx, Poemas.
Barcelona, El Viejo Topo, 2000, págs. 7-24, edición de Francisco Jaymes y
Marcos Fonz).
"Ni graciosa ni por la Gracia de Dios"
así finalizaba esta ciudadana (con cuatro hijos y tres nietos fallecidos muy
prematuramente) de gran coraje y enorme corazón una de sus cartas. En otra de
estas cartas, dirigida a Liebknecht, que estaba entonces esperando la sentencia
del juicio que le habían hecho en Alemania con cargo de alta traición por su
posición durante la guerra franco-prusiana, comentaba
En todas estas luchas nosotras
las mujeres llevamos la peor parte, porque es la menor. Un hombre saca fuerzas
de su lucha con el mundo exterior, y se siente lleno de energía por la visión
del enemigo, aunque estos sean legión. Nosotras en cambio permaneceremos en
casa zurciendo calcetines. Esto no impide que las preocupaciones y las pequeñas
miserias diarias destruyan lenta y sistemáticamente el coraje que necesitamos
para enfrentarnos a la vida. Hablo por treinta años de experiencia y puedo
seguramente decir que no me desmoralizo fácilmente. Ahora soy demasiado vieja
para confiar demasiado en nada, y los recientes y desafortunados
acontecimientos [la Comuna de París] me han afectado mucho. Me temo que
nosotros. no tendremos muchas más experiencias positivas y mi única esperanza
es que nuestros hijos tengan una vida más fácil.
En 1875, esta mujer que había hablado del coraje
necesario para enfrentarse a la vida, escribía a una de sus hijas tras la
pérdida de un nieto:
Sé muy bien lo difícil que es y
lo mucho que se tarda en recuperar el equilibrio después de una pérdida como
esta; es entonces cuando la vida viene en nuestra ayuda, con sus pequeñas
alegrías y sus grandes preocupaciones, con todas esas pequeñas tareas y
tribulaciones cotidianas, y las mayores penas se ven amortiguadas por unos
males más pequeños y constantes, y sin que nos demos cuenta, la violencia del
dolor disminuye; y no es que la herida se haya curado, y esto vale
especialmente para el corazón de una madre, pero poco a poco se despierta en tu
pecho una nueva sensibilidad para acoger nuevas penas y alegrías, y así es como
uno sigue viviendo, con el corazón dolorido y a la vez esperanzando, hasta que
al final deja de latir y da paso a la paz eterna.
Muchos años antes, la hija menor de Marx y Jenny,
Francisca, sufrió un grave ataque de bronquitis y murió poco después de su
primer aniversario, el 14 de abril de 1851 (el 15% de los niños ingleses morían
antes de su primer año). La familia no tenía dinero ni siquiera para comprar un
ataúd para su hija. Jenny colocó el cuerpo de la pequeña en la habitación
trasera del apartamento y trasladó todas las camas a la habitación de la parte
delantera donde dormiría la familia hasta que pudieran encontrar el dinero
necesario. "Nuestros tres hijos se tendieron a nuestro lado y todos
lloramos al pequeño ángel cuyo cuerpo lívido y sin vida yacía en otra
habitación" escribió. Ni siquiera Engels pudo dejarles dinero en aquella
ocasión. Jenny tuvo que pedir ayuda a un emigrante francés. Les dejó dos libras
para comprar el ataúd. Con palabras de Jenny Marx: "No tenía cuna cuando
vino al mundo [Francisca Marx] y durante mucho tiempo se le negó incluso un
lugar para su último descanso".
Salvo error por mi parte, no existe una traducción
castellana (ni catalana y creo que tampoco en gallego o euskera) de la
correspondencia de Jenny Marx. Existen ediciones en inglés y alemán (y acaso en
francés). Deberíamos considerar un deber socialista, humanista, filosófico y
feminista editar su correspondencia este año del bicentenario del nacimiento de
su compañero. Jenny nació en Salzwedel, el 12 de febrero de 1814, cuatro años
antes que su compañero, y falleció en Londres, el 2 de diciembre de 1881, dos
años antes que Marx, quien apenas pudo superar el golpe. Además, más pérdidas
que ardían en su cuerpo, su hija mayor, Jenny Marx Longuet, falleció el 11 de
enero de 1883.
Jennyschen y (Jenny) Laura Marx Lafargue
No tengo certeza de quien el traductor de las dos
cartas siguientes (¿Pedro Scaron, José María Ripalda, Miguel Candel?). Pueden
localizarse entre los materiales no publicados de las OME, la traducción de las
Obras de Marx y Engels que Manuel Sacristán dirigió para Grijalbo-Crítica y
cuya edición se interrumpió. Se publicaron 11 volúmenes en total, entre ellos
los correspondientes, tres en total (OME 40, 41 y 42) a los libros I y II de El
Capital.
Algunas de las anotaciones de esta edición son
también del traductor.
I
CARTA A JOSEPH WEYDEMEYER, EN FRANCFORT DEL
MAIN
Londres, 20 de mayo [de 1850]
Querido Señor Weydemeyer [1]:
Ha transcurrido casi un año desde que hallé, por
parte de usted y de su querida esposa, una acogida tan amistosa y cordial,
desde que me sentí tan bien y tan a mis anchas en su casa, y en todo ese
prolongado lapso no he dado señal de vida alguna; callé cuando su esposa me
escribió una carta tan amable, y permanecí muda cuando recibimos la noticia del
nacimiento de su niño. Esa mudez a menudo ha llegado a oprimirse, pero la mayor
parte de las veces era incapaz de escribir, y aún hoy me resulta difícil, muy difícil.
Pero la situación me obliga a tomar pluma en mano;
le ruego que nos envíe lo más pronto posible el dinero ingresado o por
ingresar de la Revue. Lo necesitamos mucho, muchísimo. Seguramente nadie
podrá reprocharnos que jamás hayamos dado mucha importancia a cuanto hemos
sacrificado y padecido desde hace años; al público se le ha molestado poco o
casi nunca con nuestras cuestiones personales, ya que mi marido es sumamente
sensible en estos asuntos, y prefiere sacrificar lo último antes de entregarse
a la mendicidad democrática, como los grandes hombres oficiales. Pero lo que sí
podía esperar de sus amigos, en especial los de Colonia, era una actividad
diligente y enérgica en favor de su Revue. Podía esperar dicha
actividad, sobre todo siendo conocidos sus sacrificios por el Rh. Ztg
[2]. Pero en cambio, el negocio resultó arruinado en virtud de un manejo
descuidado y desordenado, y no se sabe si lo que más daño causó fue la demanda
del librero o la de los gerentes y conocidos en Colonia, o bien toda la conducta
de la democracia en general.
Mi marido casi fue aplastado aquí por las más
mezquinas preocupaciones de la vida cotidiana, y ello en una forma tan
indignante que fueron necesarias toda la energía, toda la seguridad calma,
clara y silenciosa en sí mismo de que es capaz, para mantenerle en pie en estas
luchas de todos los días y todas las horas. Usted sabe, querido señor
Weydemeyer, qué sacrificios realizó mi marido en esa época; invirtió miles en
efectivo, se hizo cargo de la propiedad del periódico, persuadido por los
honestos demócratas, quienes de otro modo hubiesen debido responder
personalmente por las deudas, en una época en la cual quedaban ya pocas
probabilidades de llevar la tarea a cabo. A fin de salvar el honor político del
periódico, el honor civil de los conocidos de Colonia, dejó que echasen sobre
sus hombros todas las cargas, entregó su máquina, entregó todos los ingresos, y
hasta al partir prestó 300 táleros [3] para abonar el alquiler del local recién
arrendado, los honorarios atrasados de redactores, etc.... y se le expulsó
violentamente.
Usted sabe que no nos hemos quedado con nada de
todo ello; viajé a Francfort para empeñar mi platería, lo último que nos
quedaba; en Colonia hice vender mis muebles, porque corría peligro de ver
embargada la ropa y todo lo demás. Al iniciarse la infausta época de la
contrarrevolución, mi marido viajó a París, y yo le seguí con mis tres hijos
[4]. Apenas aclimatado en París, fue expulsado, y a mí misma y a mis hijos se
nos negó una permanencia más prolongada. Volví a seguirle allende el mar. Un
mes más tarde nació nuestro cuarto hijo [5]. Usted debería conocer Londres y
las condiciones en que se vive aquí, para saber qué significa tener tres hijos
y el nacimiento de un cuarto. Solamente en concepto de alquiler debíamos pagar
42 táleros mensuales. Estábamos en condiciones de solventar todo ello con
nuestro propio peculio. Pero nuestros pequeños recursos se agotaron cuando
apareció la Revue. A pesar de lo convenido, el dinero no llegaba, y
cuando lo hizo fueron sólo pequeñas sumas aisladas, de modo que caímos aquí en
las situaciones más terribles.
Le relataré solamente un día de esta vida,
tal como fue, y usted verá que acaso pocos refugiados hayan pasado por
situaciones similares. Puesto que las amas de leche son prohibitivas aquí,
decidí, a pesar de constantes y terribles dolores de pecho y espalda, alimentar
yo misma a mi hijo. Pero el pobre angelito mamaba de mí tantas preocupaciones y
disgustos silenciosos, que se hallaba constantemente enfermo, padeciendo
dolores día y noche. Desde que ha llegado a este mundo jamás ha dormido aún
toda una noche, a lo sumo de dos a tres horas. Últimamente se sumaron aún a
ello violentos espasmos, de modo que el niño fluctuaba constantemente entre la
muerte y una vida mísera. Presa de esos dolores, mamaba con tal fuerza que mi
pecho quedó lastimado y agrietado; a menudo la sangre manaba dentro de su
trémula boquita. Así me hallaba yo sentada un día, cuando entró de repente
nuestra casera -a quien en el curso del invierno habíamos pagado más de 250
táleros, y con quien habíamos convenido por contrato que el dinero de fecha
posterior le sería abonado no a ella, sino a su propietario, quien le había
trabado embargo con anterioridad-, negó el contrato, exigió las 5 libras que aún
le adeudábamos, y puesto que no disponíamos de las mismas en el acto (la carta
de Naut llegó demasiado tarde), entraron dos embargadores en la casa, trabaron
embargo sobre todas mis pequeñas pertenencias, las camas, la ropa, los
vestidos, todo, hasta la cuna de mi pobre niño, los mejores juguetes de las
niñas, quienes se hallaban arrasadas en ardientes lágrimas. Amenazaron con
llevárselo todo en un plazo de dos horas; yo yacía en el suelo, con mis hijos
ateridos de frío y mi pecho dolorido. Schramm, nuestro amigo, acudió de prisa a
la ciudad para procurarnos auxilio. Ascendió a un cabriolé, cuyos caballos se
desbocaron; él saltó del coche, y nos lo trajeron sangrante a nuestra casa,
donde yo gemía con mis pobres niños temblorosos.
Al día siguiente debimos abandonar la casa; el día
era frío, lluvioso y encapotado, mi marido buscaba una casa para nosotros, pero
nadie quería aceptarnos cuando hablaba de los cuatro niños. Finalmente nos
ayudó un amigo; pagamos, y yo vendí rápidamente todas mis camas para pagar al
boticario, al panadero, al carnicero y al lechero, quienes habían comenzado a
temer a causa del escándalo del embargo, y que súbitamente se abalanzaron sobre
mí con sus cuentas. Las camas vendidas fueron llevadas ante la puerta y
cargadas en un carro, y ¿qué sucedió entonces? Ya había pasado mucho tiempo
después de la caída del sol, y la ley inglesa prohíbe eso; apareció el casero
con agentes de policía, afirmando que también podrían haber objetos suyos entre
ellos, y que nosotros querríamos fugarnos a algún país extranjero. En menos de
5 minutos había más de 2 ó 3 centenares de personas observando atentamente
frente a nuestra puerta, toda la chusma de Chelsea. Las camas volvieron, y se
nos dijo que sólo a la mañana siguiente, después de la salida del sol, podrían
serles entregadas al comprador; cuando de este modo, mediante la venta de todas
nuestras pertenencias, estuvimos en condiciones de pagar hasta el último
céntimo, me mudé con mis pequeños amores a nuestras actuales pequeñas dos
habitaciones del Hotel Alemán, 1 Leicester Street, Leicester Square, donde por
51/2 libras semanales, hallamos una acogida humanitaria.
Perdóneme usted, querido amigo, el que el haya
descrito con tanta amplitud y detalle tan sólo un día de nuestra vida aquí; es
inmodesto, lo sé, pero esta noche mi corazón fluía en torrentes hacia mis
trémulas manos, y alguna vez debía desnudar mi corazón ante uno de nuestros
amigos más antiguos, mejores y más fieles. No crea usted que estas mezquinas
penurias me han doblegado; demasiado bien sé que nuestra lucha no es una lucha
aislada, y que aún pertenezco, en lo esencial, a los seres escogidos que han
sido favorecidos por la fortuna, puesto que mi querido esposo, apoyo de mi
vida, aún se halla a mi lado. Pero lo que realmente me aniquila hasta en lo más
íntimo, lo que hace sangrar mi corazón, es que mi marido tenga que pasar por
tantas mezquindades, que hubiese podido ayudársele con tan poco, y que él, que
de buena gana y con alegría ayudó a tantos, haya estado aquí sin que se le
prestase ayuda. Pero, como ya le he dicho, no crea usted, querido señor
Weydemeyer, que le reclamamos nada a nadie, y si recibimos adelantos de
alguien, mi marido aún se halla en condiciones de reembolsarlos con su
fortuna. Lo único que podía reclamarle mi marido a quienes habían recibido
de él más de un pensamiento, más de un enaltecimiento, más de un sustento, era
que desplegasen mayor energía comercial y mayor actividad en su Revue.
Tengo el orgullo y la audacia de afirmar de que se le debía ese poco. Tampoco
sé si mi marido no ha ganado con toda la justicia 10 Sgr. [groschen de
plata] con sus trabajos. Creo que con ello no se engañó a nadie. Eso me
duele. Pero mi marido piensa de otro modo. Jamás, ni siquiera en los momentos
más terribles, ha perdido la seguridad en el futuro, ni siquiera el más alegre
humor, y estaba totalmente satisfecho cuando me veía alegre y cuando nuestros
encantadores niños rodeaban, sonrientes, a su querida mamaíta. Él no sabe,
querido señor Weydemeyer, que yo le he escrito a usted con tanta amplitud
acerca de nuestra situación, y por ello no haga usted uso de estas líneas. Él
sólo sabe que yo le he pedido, en su nombre, que acelere en lo posible la
distribución y envío del dinero. Sé que usted sólo dará a estas líneas el uso
que le inspirará a usted su amistad, discreta y plena de tacto, por
nosotros.
Adiós, querido amigo. Transmítale a su esposa mis
saludos más cordiales, y bese usted a sus angelitos de parte de una madre que
ha vertido más de una lágrima sobre su bebé. Si su mujer estuviera dando el
pecho, no le comunique usted nada acerca de esta carta. Sé hasta qué punto
afectan todos los disgustos, y causan daño a la pequeña criatura. Nuestros tres
niños mayores crecen magníficos, a pesar de todo. Las niñas son bonitas,
florecientes, alegres y de buen humor, y nuestro gordito es un dechado de humor
cómico y de las ocurrencias más graciosas. El duendecillo canta todo el día
canciones cómicas con descomunal pathos y una voz de gigante, y cuando
hace retumbar, con voz tremenda, las palabras de la Marsellesa de Freiligrath
[6],
Oh, junio, ven y tráenos acciones,
que nuevas acciones ansía nuestro corazón,
resuena toda la casa. Acaso sea el destino
histórico de este mes, como el de sus dos desdichados predecesores, el de
inaugurar esa lucha titánica en la cual todos habremos de volver a estrecharnos
las manos.
Que le vaya a usted bien. Jenny Marx.
Notas:
[1] Tomado de Wikipedia: Joseph Arnold Weydemeyer
(2 de febrero de 1818, Münster –26
de agosto de 1866, St. Louis, Misuri) fue un oficial militar de Prusia y en
Estados Unidos; también periodista
, político y
revolucionario marxista .
Miembro de la Liga
de los Comunistas , participó en la revolución de 1848. Fue uno de los
"editores responsables" de la Neue Rheinische
Zeitung . En 1851 emigró a los Estados Unidos y allí trabajó como
periodista. El 18
Brumario de Luis Napoleón fue publicado en 1852 en "La
Revolución", una revista mensual de lengua alemana en Nueva York fundada
por él. Participó en la guerra civil de los EEUU como coronel en el ejército de
la Unión.
[2] Neue Rheinische Zeitung, Nueva Gaceta Renana
[3] Tomado de Wikipedia (consulta 07.01.2018): el
tálero (de thaler o taler, es decir: vallense, del valle, según
la ortografía empleada desde 1901) es una antigua moneda de plata de Alemania . Etimológicamente,
"Thaler" es una abreviación de "Joachimsthaler",
moneda de la ciudad de Joachimsthal
en Bohemia (actualmente
Jáchymov en la República
Checa ), donde se acuñaron en 1518. Pero las primeras se habían acuñado en
1486 en Burg Hasegg , (
Hall in Tirol , Austria ). Después de esa
fecha los soberanos de Alemania y Austria acuñaron monedas de plata de gran
tamaño, siguiendo el modelo del Thaler. Fue una moneda de plata importante,
que primeramente se llamó guldengroschen
(moneda fraccionaria). Después se entendía como tálero a gran cantidad
de monedas que pesaban más de un Lot . Desde el
punto de vista lingüístico, el tálero, el tólar esloveno y el dólar proceden de la misma raíz.
[4] Jenny, Laura y Edgar
[5] Heinrich Guido
[6] Ferdinand Freiligrath fue un escritor alemán
que nació en Detmold en 1810. Su primera colección de poemas fue publicada en
1838 ("Gedichte"), notablemente influenciados por Los Orientales de
Victor Hugo, cuya obra tradujo él mismo parcialmente al alemán. Freiligrath
introdujo en sus escritos una crítica al sistema. "Ein
Glaubensbekenntnis", publicada en 1844, tuvo una gran aceptación. Tuvo que
abandonar Alemania y conoció a Marx en Bélgica. En 1845 publicó "Ça
ira!". Después de vivir un tiempo en Londres, Freiligrath regresó a
Alemania y trabajó para el Neue Rheinische Zeitung. Marx, como se
recuerda, era el editor general y Georg Weerth el editor cultural. En 1847,
Liszt musicalizó un poema suyo: "O lieb, so lang du lieben kannst".
En 1851 tuvo que abandonar de nuevo Alemania y se convierte en director de la
sucursal londinense del "Schweizer Generalbank". Falleció en
1876.
II
A Ludwig Kugelmann, en Hannover
[Londres, 24 de diciembre de 1867]
1, Modena Villas, Maitland Park
Mi querido señor Kugelmann [1]:
No puede haberse imaginado usted qué gran sorpresa
y alegría nos propinó ayer, y realmente no sé cómo he de agradecerle por toda
su amistad y su interés, y ahora, además, por la última, visible señal de su
recuerdo, el divino Padre Zeus, que ocupa ahora entre nosotros el lugar del
"Niñito dios" [2]. Nuestra fiesta de Navidad este año es nuevamente
bastante triste, porque mi pobre marcado yace nuevamente postrado por su
antigua dolencia. Se han mostrado de nuevo dos erupciones, una de las cuales es
de importancia y está en un lugar penoso, de manera que Karl está obligado a
estar tendido sobre un costado. Ojalá que logremos pronto dominar la
enfermedad, y que en la próxima carta no aparezca ya delante de usted el
secretario privado interino.
Ayer por la noche estuvimos todos juntos sentados
en las habitaciones inferiores de la casa, la región de la cocina conforme a la
distribución inglesa, de donde salen todas los "creature comforts"
[3] para las regiones superiores, ocupados en preparar con escrupuloso rigor el
christmas pudding. Se despepaban allí pasas (trabajo harto repugnante y
pegajoso), se desmenuzaban almendras y cáscaras de naranjas y limones, se
atomizaba la grasa de los riñones y, con huevos y harina, se amazaba de toda
esta mezcolanza un notable potpurri; y en ese momento tocaron a la puerta, un
carruaje se detuvo delante, hubo pasos misteriosos que subían y bajaban, un
murmullo, un zuzurro corrió por toda la casa; por último, se escuchó de arriba
una voz: "una gran estatua ha llegado". Si hubiese dicho:
"Fuego, fuego, se quema la casa", han llegado los "Fenians"
[4] no nos habríamos parado más atónitos, más desconcertados; y ahí estaba él
en su colosal magnificencia, en su pureza ideal, el viejo Júpiter tonans [5],
intacto, sin daño alguno (un pequeño canto del pedestal se ha desmoronado un
poco), ante nuestros ojos sorprendidos y entusiasmados. En el entretanto y
luego que se hubo calmado un tanto la confusión, leímos también el amistoso
escrito de acompañamiento que nos había hecho llegar usted en la más cordial
labor de gracias, comenzaron de inmediato los debates sobre cuál sería el nicho
más digno para el nuevo "buen Dios que está en el cielo y en la
Tierra". Respecto a esta gran cuestión todavía nos hemos llegado a
resultado alguno y todavía habrá que hacer muchos intentos antes que la
orgullosa cabeza haya encontrado su lugar de honor.
También le agradezco yo de corazón su gran interés
y sus afanes incansables por el libro de Karl [6]. Parece ser que los alemanes
prefieren con mucho expresar su aplauso a través del silencio y la mudez total.
Han puesto todos valientemente enmarca la cachaza.
Puede creerme usted, querido Sr. Kugelmann, que con
certeza rara vez he sido un libro escrito bajo circunstancias más difíciles, y
bien podría yo escribirle una historia secreta, que descubriría las muchas,
infinitamente muchas penas silenciosas, y el miedo y los sufrimientos. Si los
obreros tuviesen una idea del sacrificio que ha sido necesario para terminar
esta obra, que ha sido escrita sólo para ellos y en su interés, quizás si
mostrarían ellos más interés. Los lassalleanos parecen haber sido los más
rápidos en acapararse para si el libro, par traducirlo debidamente. Pero esto
no daña.
Bueno, al final tengo yo que desplumar un pollito
con usted. ¿Por qué se dirige usted a mi de manera tan formal, incluso con
"graciosa", a mí, un veterano tan viejo, una cabeza tan cubierta de
musgo en el movimiento, un compañero de ruta y de lucha tan honrado? Me habría
gustado tanto visitarle este verano a usted y su querida esposa y a Fränzchen,
de las cuales mi marido no puede parar de decir tanta cosa amable y tanta cosa
buena, me habría gustado tanto volver a ver Alemania después de once años. El
año pasado estuve muy achacosa, y he perdido también, por desgracia, en este
último tiempo, mucho de mi "fe", de mi valor para la vida. Muchas
veces me ha resultado difícil mantenerme de pie. Pero como mis muchachas
hicieron un largo viaje –estuvieron invitadas con los padres de Lafargue en
Burdeos- no se pudo hacer al mismo tiempo mi escapada, y ahora tengo, pues, la
hermosa esperanza delante de mí, para este año que viene.
Karl le envía a su esposa y a usted los más
cordiales saludos, a los que se adhieren sinceramente las muchachas, y yo le
tiendo, a usted y a su querida esposa, desde la distancia mi mano.
Su
Jenny Marx
ni graciosa ni por la gracia de Dios
Notas:
[1] Ludwig Kugelmann ( Osnabrück , 19 de febrero de 1828 – Hannover , 9 de enero de 1902 ) fue un médico alemán
especializado en ginecología, amigo y confidente de Marx y Engels . Mantuvo una
extensa relación epistolar con Marx
, que fue hecha pública después de su muerte. Miembro de la Asociación
Internacional de los Trabajadores (AIT) y del Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD).
[2] Como regalo de Navidad, Kugelmann había hecho
llegar a la familia Marx un busto de Zeus que había decorado anteriormente su
salón y tenía, a su parecer, un parecido con Marx
[3] El sustento corporal.
[4] Grupo irlandés.
[5] Tonante.
[6] Das Kapital, primera edición en alemán
en 1867.
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