30/01/2018
Introducción
En medio de la vorágine de dos convulsos procesos
universales de gran envergadura y signo negativo, entre las décadas de 1980 y
1990 la izquierda latinoamericana tuvo que refundarse para sobrevivir en un mundo
en cambio. Uno de estos cambios fue el agravamiento de la crisis sistémica del
capitalismo provocado por el agotamiento de la capacidad de reproducción
expansiva del capital, que intensificó la concentración de la riqueza y la
exclusión social, legitimada y guiada por la doctrina neoliberal. El otro fue
la crisis terminal del llamado socialismo real que desembocó en la implosión
del bloque europeo oriental de posguerra, incluido su núcleo fundamental, la
Unión Soviética, entre cuyas consecuencias resaltan el cambio en la correlación
mundial de fuerzas a favor del imperialismo, en especial, del imperialismo
norteamericano, y el descrédito en que en un primer momento quedaron sumidas
las ideas de la revolución y el socialismo.
Mientras los países socialistas de Europa se
desmoronaban, la Revolución Cubana resistía el recrudecimiento del bloqueo y el
aislamiento imperialista, y las organizaciones revolucionarias político‑militares
latinoamericanas de los años sesenta, setenta y principios de los ochenta desaparecían
o negociaban acuerdos de paz y se transformaban en partidos políticos legales,
se abría una nueva etapa de luchas en la que los movimientos sociales populares
en contra del neoliberalismo y de toda forma de opresión y discriminación
alcanzaban un auge y una efectividad sin precedentes, y surgían nuevos
partidos, organizaciones, frentes y coaliciones políticas «multitentencias», en
los que convergían líderes, lideresas, activistas, militantes y simpatizantes
de organizaciones sindicales, campesinas, femeninas y de otros sectores
populares, partidos progresistas y democráticos, organizaciones marxistas de
corrientes políticas e ideológicas divergentes que hasta ese momento se habían
excluido entre sí, movimientos político‑militares también diversos, y mujeres y
hombres del pueblo en general.
De manera aparentemente paradójica, en momentos en
que se enseñoreaba la tesis del fin de la historia, las nuevas fuerzas
progresistas y de izquierda de América Latina ocuparon espacios hasta entonces
vedados o en extremo restringidos en gobiernos locales y legislaturas
nacionales, y desde finales de esa última década, sus candidatos y candidatas
fueron electos, y en la mayoría de los casos varias veces reelectos, a la
presidencia en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador,
Nicaragua, Honduras y Paraguay. Esta paradoja aparente es el resultado de al
menos cuatro factores: el acumulado histórico de las luchas populares, en
especial, durante la etapa histórica abierta por el triunfo de la Revolución
Cubana; el rechazo a los métodos represivos de dominación tradicionalmente
utilizados en la región, en particular, por los Estados de seguridad nacional
de las décadas de 1960 a 1980; el auge de las luchas populares contra el
neoliberalismo, que tributa a la organización y la lucha política electoral; y
el voto de castigo de amplios sectores sociales contra los gobiernos y las
fuerzas políticas neoliberales.
Debido al devastador impacto político e ideológico
de la caída del «socialismo real» y a la política del imperialismo y las
oligarquías latinoamericanas destinada a evitar que fuerzas revolucionarias
ocuparan espacios en los poderes e instituciones del Estado y a cooptar a
quienes abandonaban la lucha por la emancipación, los órganos de dirección y la
capacidad decisoria de las fuerzas progresistas y de izquierda multitentencias
nacidas en ese momento, fueron copados por lo hoy conocemos como «progresismo»,
por lo general, proveniente de sectores democráticos de los partidos
tradicionales, y por lo que podríamos llamar la «nueva socialdemocracia
latinoamericana».
Lo esencial de la nueva socialdemocracia
latinoamericana no es que esté integrada por partidos miembros de la
Internacional Socialista, aunque algunos pertenezcan a ella; tampoco que sean fuerzas
políticas que se consideren a sí mismas como socialdemócratas, aunque algunas
lo hagan. Ese nuevo vector, agrupamiento o tendencia está compuesto por una
amalgama de corrientes políticas e ideológicas que sería imposible caracterizar
aquí. Al margen de cualquier elemento organizativo o doctrinario de la
socialdemocracia tradicional que pueda estar presente en él, lo esencial es que
piensa y actúa de manera muy similar a la socialdemocracia europea de finales
del siglo XIX y las primeras seis décadas del XX.
Un elemento básico de su pensamiento es asumir la
maniquea concepción de la democracia burguesa como sistema político
supuestamente imparcial e incluyente, que en América Latina solo funcionó con
relativa estabilidad en Uruguay y Chile, y solo lo hizo mientras el
imperialismo las oligarquías de esos dos países no identificaron a la izquierda
como una amenaza al sistema, pero tan pronto como las percibieron como tales,
en ambos implantaron férreas dictaduras. Otro elemento que lo caracteriza es el
juego de roles «socialdemócrata» realizado por la dirección de esas fuerzas,
que usan a su «ala izquierda» para atraer el voto de los sectores
populares en tiempo de campañas electorales, y le entrega al «ala derecha» la
«joya de la Corona» cuando ocupa el gobierno, es decir, el control del gabinete
económico, que sigue funcionando con esquemas neoliberales «moderados».
En el momento en que se produjo la refundación de
la izquierda latinoamericana, se llegó a hablar de una supuesta ruptura
epistemológica con la historia anterior de la humanidad, un «borrón y cuenta
nueva» con la historia de la dominación y las luchas emancipadoras que le
impidiera a las viejas generaciones mantener vivos sus ideales, sus principios
y sus objetivos políticos, económicos y sociales, y a las nuevas generaciones
conocer y comprender de dónde vienen y decidir con fundamento hacia dónde
quieren ir. Se daba por sentado que ya no había clases sociales, ni
contradicciones antagónicas, ni ideologías, ni necesidad de organización política
popular, más allá de los partidos como pragmáticos aparatos electorales. Se
acuñó el término «democracia sin apellidos», sistema político y electoral
pretendidamente imparcial e impoluto, que no estaría sometido a la presión y la
injerencia de los centros de poder imperialista, ni a la acción de los
defensores de los intereses de las oligarquías criollas incrustados en los
poderes del Estado y organizados en poderes fácticos. Los opresores de antaño
reconocerían civilizadamente sus derrotas electorales y, con igual civilismo,
le permitirían gobernar a las fuerzas progresistas y de izquierda, frente a las
cuales se limitarían a realizar la comedida función opositora característica de
la alternancia entre partidos del sistema. El triunfo electoral sería, supuestamente,
el «acceso al poder», es decir, una híper simplificación y equiparación absurda
de los conceptos gobierno y poder. De ahí parte la sorpresa e incomprensión que
incluso hoy, después de haber sido expulsadas del gobierno o estar en riesgo de
serlo –sin haberlo visto venir, ni saber, a ciencia cierta, cómo evitarlo y
revertirlo–, y de haber sido criminalizadas y judicializadas, o de estar a
punto se serlo, siguen manifestando el progresismo y la nueva socialdemocracia
latinoamericana, y también de ahí que la mayor parte de los análisis y
reflexiones publicados al respecto, se limiten a denunciar las manipulaciones,
transgresiones y violaciones que la derecha hace contra los gobiernos y las
fuerzas progresistas y de izquierda, y poco o nada se mencionen las
deficiencias y errores de estas últimas que contribuyeron torcer la correlación
regional de fuerzas en su contra. No es que los elementos reales de la
situación política de la región fueran ignorados por todas y todos los
dirigentes, cuadros y militantes de estas organizaciones, sino que sus
liderazgos desconocieron, negaron o subestimaron la crecientemente deteriorada
correlación de fuerzas sociales y políticas, la cual debieron haber reconocido,
enfrentado y revertido cuando tenían mayores y mejores posibilidades de
hacerlo, en lugar de acorralarse haciendo más concesiones al capital, que nunca
cesó de intentar expulsarlos de los espacios por ellos democráticamente
conquistados, y de divorciarse más de sus base sociales y de los electores que en
comicios anteriores les dieron su voto, no porque compartiesen sus ideas, sino
como castigo a la derecha neoliberal. De esa manera perdieron el voto
fluctuante no comprometido de amplios sectores sociales, y fomentaron la
abstención de castigo de sus propias bases sociales.
Nada más lejos de la intención de estas líneas que
dibujar una grosera caricatura monolítica de los gobiernos y las fuerzas
progresistas y de izquierda de América Latina. En cada país, la lucha de esas
fuerzas se desarrolla en condiciones singulares. Pero, en sentido general,
pueden hacerse cuatro agrupamientos sobre la base de similitudes y diferencias:
1. En Venezuela y Bolivia, la
izquierda estableció su control sobre los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial, y en Ecuador, sobre los poderes ejecutivo y legislativo, en virtud de
la ruptura o debilitamiento extremo de la institucionalidad neoliberal, factor
que les permitió hacer cambios políticos inmediatos y radicales dentro
del sistema social capitalista y del sistema político de democracia burguesa, a
través de la adopción de nuevas Constituciones. Los procesos políticos de estos
países tienen en común que el liderazgo personal de Chávez, Evo y Correa fue el
elemento dominante en torno al que se construyeron y actuaron sus respectivas
fuerzas políticas, y que entre sus prioridades resaltan la recuperación de los
recursos naturales, y sus políticas democratizadoras, de redistribución de
riqueza y desarrollo social.
2. En Nicaragua y El Salvador el
elemento común consiste en que las fuerzas de izquierda gobernantes eran
movimientos revolucionarios político‑militares devenidos partidos políticos
legales. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional conquistó el
poder político mediante una guerra revolucionaria, y años después fue
desplazado de él por la agresión indirecta del imperialismo norteamericano,
pero logró conservar el control de una parte de las instituciones del Estado y
una correlación social y política de fuerzas gracias a lo cual dieciséis años
después ha logrado ganar tres elecciones presidenciales consecutivas, y
recuperado el control de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En El
Salvador, tras doce años de guerra revolucionaria, el Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional obligó al imperialismo norteamericano y la
oligarquía salvadoreña a firmar unos acuerdos de Paz, en virtud de los cuales
por primera vez en la historia nacional se abrieron espacios democráticos, en
los que esa organización político‑militar se transformó en partido político
legal y devino la segunda fuerza política del país, hasta que en 2009 y 2014
logró ocupar el poder ejecutivo.
3. En Brasil, el Partido de los
Trabajadores se convirtió en el núcleo de la coalición que ejerció el gobierno,
y en Uruguay el Frente Amplio estableció su control sobre los poderes ejecutivo
y legislativo del Estado, en ambos casos, debido al auge de las luchas sociales
y populares, combinado con el voto de castigo de amplios sectores sociales
contra los gobiernos neoliberales que les antecedieron. A diferencia de
Venezuela, Bolivia y Ecuador (donde existían crisis políticas), en Brasil y
Uruguay el debilitamiento institucional no era suficiente para permitir la
realización de cambios políticos radicales, y tampoco ha habido el consenso
dentro de sus respectivas fuerzas progresistas y de izquierda multitendencias
para emprenderlos. Si bien los liderazgos personales, en especial el de Luiz
Inácio Lula da Silva y en menor medida el de Tabaré Vásquez, jugaron importantes
papeles en sus triunfos electorales, en ambos casos hubo una mayor
correspondencia entre el liderazgo personal, y la fortaleza y madurez de esas
fuerzas políticas.
4. En Argentina, Honduras y
Paraguay, debido a la debilidad y atomización de las fuerzas políticas
progresistas y de izquierda, las coaliciones que ocuparon el poder ejecutivo en
Argentina y Honduras fueron lideraras por figuras democráticas provenientes de
partidos tradicionales, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en la primera y Manuel
Zelaya en la segunda, y una figura proveniente de la Iglesia Católica, Fernando
Lugo, en Paraguay.
El rol dominante que ejercen el progresismo y la
nueva socialdemocracia latinoamericana se aprecia con mayor nitidez en los
partidos, organizaciones, frentes y coaliciones políticas «multitentencias» que
ejercieron o aún ejercen el gobierno en Argentina, Brasil, Uruguay. Pero eso no
significa que sea un fenómeno circunscrito a esos tres países de América del
Sur. Por el contario, es un fenómeno manifiesto en toda América Latina:
- por una parte, está presente, en mayor o menor medida, en toda fuerza progresistas y de izquierda que ejerce o ha ejercido el gobierno, aunque su liderazgo principal y su rumbo estratégico se orienten a la transformación social revolucionaria, pues son fuerzas plurales que incluyen a dirigentes, cuadros, militantes y corrientes internas partidarias del progresismo y/o de la nueva socialdemocracia
- por la otra, monopoliza la dirección de numerosos partidos, organizaciones, frentes y coaliciones que no son objeto de análisis en este ensayo porque no ocupan, ni han ocupado el gobierno
En cuanto a Honduras y Paraguay, en la primera
predominó el elemento del candidato presidencial de un partido tradicional que
«se dio vuelta», y en el segundo, se trató de una figura de la Iglesia cuyas
posibilidades electorales lo convirtieron el punto de convergencia de fuerzas
burguesas y fuerzas populares que buscaban quebrar el monopolio del poder
ejercido por el Partido Colorado, sin que en uno u otro caso hubiese fuerzas
progresistas y de izquierda fuertes, bien organizadas y maduras.
En el complejo escenario reseñado en las páginas
anteriores, con intenso fulgor brilló la labor política, ideológica y
pedagógica del principal líder histórico del Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional, Schafik Jorge Hándal, quien como he dicho en muchas
ocasiones y seguiré diciendo, en mi opinión, fue el intelectual y dirigente
político revolucionario que mejor comprendió y explicó el impacto que en la
izquierda latinoamericana tenía el efecto combinado de la globalización
neoliberal y el derrumbe de la URSS, y formuló valiosas consideraciones y
recomendaciones organizativas, políticas e ideológicas para la refundación
revolucionaria del FMLN y la izquierda latinoamericana en general. En su natal
El Salvador, junto a otras compañeras y compañeros, Schafik lideró la batalla
política e ideológica, y encabezó el trabajo educativo, para que el FMLN no se
convirtiera en una más de las fuerzas políticas de la nueva socialdemocracia
latinoamericana, ni en un partido dogmático que repitiera los errores del
Partido Comunista de la Unión Soviética y otros que copiaron su modelo.
Quienes estudiamos, compartimos y continuamos
aplicando y desarrollando las ideas de Schafik, no nos sorprendemos del cambio
en la correlación social y política de fuerzas ocurrido en los últimos años en
detrimento de los gobiernos y partidos progresistas y de izquierda de América
Latina. Las líneas que a continuación siguen están dedicadas a exponer, en
forma sintética, algunos elementos de caracterización del poder en la sociedad
capitalista y sus correspondientes consideraciones sobre la lucha por la
conquista o la construcción de un poder socialista, temas a los que Schafik
dedicó gran atención, entre ellos la interrelación entre poder permanente y
poder temporal, con la esperanza de que esto facilite una mejor comprensión del
porqué de los cambios ocurridos en la correlación de fuerzas en detrimento del
progresismo y la izquierda latinoamericanos, y contribuya a darle en necesario
vuelco a esa situación.
El problema del poder
Desde la irrupción del marxismo en el entonces
incipiente pensamiento socialista, ocurrido con la publicación, en 1848, del Manifiesto
del Partido Comunista, quedó planteada la necesidad de luchar por el poder,
en aquel momento solo potencialmente accesible por medio de una revolución que
rompiera de manera tajante con el sistema de dominación del capital. Con el
salto el desarrollo económico y social dado por las principales potencias
capitalistas en virtud de la Segunda Revolución Industrial, a partir de la
década de 1860 comienza a entretejerse en ellas la democracia burguesa,
impulsada por la interacción de dos factores:
- uno es la posibilidad y necesidad que tiene la burguesía de sustituir la dominación violenta, históricamente ejercida por el capitalismo, por la hegemonía burguesa, proceso cultural mediante el cual las clases dominadas asumen como propios los valores y la ideología de la clase dominante. Marx dijo que «el capital nace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies», y esa violencia ya no se correspondía con los avances del sistema de producción capitalista en sus puntos de máximo desarrollo, aunque sí se continuara empleando en el resto del mundo, en particular, en el mundo colonial, cuya despiadada explotación sustenta la «democratización» de Europa Occidental y Norteamérica
- el otro es la lucha de los movimientos obrero, socialista y femenino, los cuales le arrancan a la burguesía concesiones políticas y sociales que esa clase dominante no estaba dispuesta hacer por su propia iniciativa. Hitos es este proceso fueron la ampliación del derecho al voto –primero a todos los hombres y después a las mujeres– y la legalización de partidos socialistas que se inicia en Alemania en la década de 1880
La democracia burguesa introduce cambios
fundamentales en la naturaleza, la ubicación y el ejercicio del poder, que en
el feudalismo era detentado por la Corona sobre la base de la correlación de
fuerzas entre el rey o la reina y los señores feudales con los que
intercambiaba privilegios por servicios, y que en etapas previas del
capitalismo era ejercido por la Corona sobre la base de negociaciones con la
naciente burguesía con la cual intercambiaba concesiones por préstamos.
En el nuevo estadio del desarrollo económico y
político del sistema capitalista, el poder se desdobla en «poder permanente» y
«poder temporal»:
- El poder permanente no lo ejerce una persona; es la síntesis de una compleja, contradictoria y dinámica interacción y lucha entre grupos de la clase dominante que pugnan por imponer su hegemonía, al tiempo que comparten el interés vital de garantizar la reproducción permanente del capitalismo. Como resultado de la siempre creciente concentración del capital, el poder permanente deja de ser nacional y deviene transnacional, cambio cualitativo identificable en la década de 1970, a partir de la cual el sujeto rector del poder permanente es la oligarquía financiera transnacional, compuesta por las oligarquías de los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, en ese orden, a la que se subordinan las clases dominantes de cada país
- El poder temporal es el ejercido por la fuerza política que, en cada nación, ocupa el Poder Ejecutivo del Estado, es decir, el gobierno, durante un período determinado, sujeto a alternancia o continuidad mediante elecciones periódicas, según lo establecido en la Constitución y las leyes
La democracia burguesa se caracteriza por la
división y búsqueda de un equilibro entre los poderes del Estado, a saber, el
poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial, entramado
institucional concebido para forzar y canalizar la solución de contradicciones
y promover la creación de consensos, en primer término, entre los grupos de
poder políticos y económicos de la clase dominante y, en segundo lugar, entre
las clases y sectores sociales dominantes y dominados.
Cada nación es un escenario de la interacción entre
poder permanente y el poder temporal. Función esencial de la democracia
burguesa y su división de poderes, es hacer que el poder temporal se ejerza en
correspondencia con los dictados del poder permanente. En esta misma dirección
operan poderes fácticos de primera importancia, como el militar, el económico y
el mediático. De ello se deriva que la fuerza política que ocupe el gobierno
ejerce el poder temporal con mayor discrecionalidad en la medida en que cuente
con una mejor correlación de fuerzas en la legislatura y los tribunales, y
reciba un mayor apoyo de los poderes fácticos.
La democracia burguesa es una de las formas de
dominación y subordinación ejercidas de clase por la burguesía. Es el tipo de
democracia que se corresponde con la sociedad capitalista, pero no en todas las
naciones capitalistas hay democracia burguesa: en muchas imperan otras formas
de dominación y subordinación, entre ellas, la dictadura, el autoritarismo e
incluso la monarquía absoluta.
El sistema político democrático burgués es
democracia para los grupos económicos y políticos más poderosos de la clase
dominante –los únicos que compiten entre sí en condiciones de «igualdad»–, y es
dominación y subordinación para el resto de la sociedad. Su basamento es el
sistema de partidos políticos cuyos candidatos y candidatas asumen (en realidad
se apropian de) la representación ciudadana en los poderes del Estado
mediante elecciones. Sin menoscabo de esa definición, en los países donde los
postulados de la democracia burguesa se llevan realmente a la práctica –en
función de garantizar la reproducción de la hegemonía de la clase dominante–,
dicho sistema político incluye la participación y representación de las clases
dominadas, por lo que constituye un espacio de lucha social y política en que
los sectores populares pueden arrancarle concesiones a la burguesía y hasta
ocupar espacios en el Estado.
La modalidad de democracia burguesa imperante en la
actual etapa de descomposición del sistema capitalista universal, que lo
compulsa a blindar al Estado para eliminar la redistribución de riqueza y la
asimilación de demandas sociales, es la «democracia neoliberal», que mantiene
los elementos formales de la democracia burguesa tradicional pero busca restringir
la alternancia en el gobierno solo entre partidos y candidatos neoliberales.
Por supuesto que este concepto encierra un contrasentido porque la democracia y
el neoliberalismo son antitéticos. Pero si partimos de la premisa marxista de
que la democracia es una forma de dominación y subordinación social, el
concepto queda claro, pues el neoliberalismo es la doctrina que en la
actualidad legitima y guía esa dominación y subordinación. En última instancia,
no solo el neoliberalismo es antitético con la verdadera democracia: también lo
es el liberalismo y cualquier otra escuela de pensamiento que defienda los
intereses del capital.
Los cambios, la ubicación y el ejercicio del poder,
y sus consecuencias
Los cambios en la naturaleza, la ubicación y el
ejercicio del poder complejizan el terreno de las luchas populares. Si en la
década de 1840 el tema del poder no admitía discusión, pues quien se lo
propusiera solo podía hacerlo por medio de una revolución con ruptura tajante
con el sistema capitalista, la apertura de espacios de lucha política ocurridos
a partir de la década de 1860 abre un abanico de posibilidades en virtud del
cual en el movimiento obrero y socialista proliferan los debates y choques por
discrepancias sobre programa, objetivos, estrategias y tácticas de lucha.
En la propia década de 1860 ocurre una primera
bifurcación en el movimiento obrero y socialista, entre las corrientes
anarquistas, que rechazan al Estado y toda forma de organización y lucha
política, y las corrientes socialistas, que incursionan en el nuevo campo de
batalla.
En la década de 1980, el desarrollo alcanzado por
la democracia burguesa y la legalización del Partido Socialdemócrata Alemán,
que ocupaba el liderazgo del movimiento socialista mundial desde la derrota de
la Comuna de París, en 1871, se desata una segunda polarización, en este caso dentro
del movimiento socialista, entre las fuerzas que deciden aprovechar los
espacios de lucha social y política para arrancarle concesiones inmediatas a la
burguesía (los fabianos y los laboristas ingleses, los posibilistas franceses y
los revisionistas alemanes), tendencia que prolifera más en los países europeos
occidentales donde funciona la democracia burguesa –y, por tanto, existen
espacios de lucha social y política legal, y que es más rechazada en los países
europeos orientales, en especial, en Rusia, sometidos a poderes dictatoriales
que proscribían y reprimían toda forma de lucha popular, en los cuales
predomina la concepción marxista de no buscar reformas de corto plazo dentro
del capitalismo, sino apostarlo todo a la revolución social. Esa contradicción
provoca el choque entre los partidarios de la reforma y los partidarios de la
revolución en la II Internacional en la década de 1890, que desemboca en la
ruptura total entre socialdemocracia y comunismo, ocurrida a raíz del estallido
de la I Guerra Mundial, en 1914, que se agudiza al extremo con el triunfo de la
Revolución Bolchevique, en 1917, primera experiencia universal de conquista del
poder político y el inicio de una (luego frustrada) transición socialista hacia
el comunismo. Es importante hacer tres observaciones sobre esta ruptura:
- Dentro de la socialdemocracia no solo quedaron las corrientes ideológicas cuyo objetivo siempre fue la reforma del capitalismo, sino también las de origen marxista, cuya meta inicial había sido la revolución mediante rupturas parciales sucesivas con el capitalismo, es decir, partidarias de un enfoque gradual de la lucha por el poder que, al igual que los reformistas declarados, devinieron enemigos irreconciliables de la revolución mediante la ruptura tajante con el capitalismo realizada por el Partido Bolchevique en Rusia. En la medida en que ocuparon espacios institucionales dentro de la democracia burguesa, las corrientes socialdemócratas de origen marxista fueron asimiladas por el capitalismo
- Factores decisivos en la ampliación de la democracia burguesa y el desarrollo del llamado Estado de Bienestar, aprovechado por la socialdemocracia para impulsar una reforma progresista, fueron el triunfo de la Revolución Bolchevique, en 1917, y la formación del campo socialista, a partir de 1945, que obligan al capitalismo a dotarse de un supuesto rostro humano como componente de la Guerra Fría. Más no era un rostro, sino una careta humana, de la cual comenzó a despojarse a raíz de la agudización de la crisis sistémica iniciada en la década de 1970, y terminó de hacerlo tan pronto como el derrumbe de la URSS y el bloque europeo oriental de posguerra hicieron innecesaria la mascarada democrática y redistributiva. A partir de ese momento, la socialdemocracia, que había nacido en diametral oposición al liberalismo burgués, asume como propia la modalidad más antidemocrática y excluyente de liberalismo hasta hoy conocida: el neoliberalismo
- De lo anterior se deriva que la revolución mediante rupturas parciales sucesivas con el capitalismo, en la que en los últimos años se ha vendido avanzando en Venezuela y Bolivia, y que es el objetivo estratégico de las fuerzas revolucionarias latinoamericanas en la actualidad, cuenta con un antecedente histórico que debe ser estudiado para extraer de él enseñanzas positivas y negativas, al igual que se han estudiado y se seguirán estudiando las enseñanzas positivas y negativas de la desaparecida Unión Soviética
- Las enseñanzas de la Unión Soviética y son importantes porque se trata de la primera y más importante revolución por ruptura tajante con el sistema capitalista, que tras poco más de siete décadas de existencia desembocó en una restauración de ese sistema social
- Las enseñanzas de las corrientes socialdemócratas de origen marxista son importantes porque originalmente se propusieron hacer una revolución mediante rupturas parciales sucesivas con el capitalismo, tipo de revolución que hasta el momento existe solo como hipótesis, pues nunca ha sido demostrada en la práctica. Esta hipótesis se está tratando de demostrar en Venezuela y Bolivia, a cuyos procesos de transformación social deseamos los mayores y mejores éxitos, y otras fuerzas revolucionarias de la región se proponen transitar esa senda, pero aún no hay resultados concluyentes que la avalen
En el caso del llamado socialismo real, caricatura
grotesca en la que degeneró el proyecto original de la Revolución de Octubre,
no voy a profundizar. No porque carezca de importancia, ni para evadir el tema,
sino debido a que esta ponencia se presenta en el IV Seminario internacional
sobre el pensamiento de Schafik en la América Latina del siglo XXI, y sus
análisis y reflexiones sobre la burocratización antidemocrática del sistema
soviético y los factores que impidieron el desarrollo pleno de las fuerzas
productivas en la URSS, son conocidos y yo los comparto.
Poder permanente y poder temporal en América Latina
En América Latina no hubo condiciones para el
desarrollo de una corriente reformista similar a la socialdemocracia europea, y
la lucha armada que desembocó en el triunfo de la Revolución Cubana no tuvo el
mismo desenlace en el resto de la región. Hubo reforma progresista en los
países donde se aplicaron proyectos nacional desarrollistas, entre los cuales
resaltan México, Argentina y Brasil, y en las naciones donde, con carácter
excepcional, funcionó la democracia burguesa, que son Chile y Uruguay, pero
ninguno de esos dos tipos de reforma derivó en un proceso de rupturas parciales
sucesivas con el capitalismo. No era ese el rumbo de las burguesías nacional
desarrollistas en México, Argentina o Brasil, y en Uruguay y Chile se
produjeron golpes de Estado cuando el imperialismo y las oligarquías nacionales
sintieron amenazado su monopolio del poder político.
La revolución por ruptura tajante con el sistema
político imperante triunfó en Cuba en 1959, y en Granada y Nicaragua en 1979.
Solo en Cuba fue también una ruptura con el sistema social capitalista, y solo en
ella el poder revolucionario se mantiene intacto. En Granada, el Movimiento de
la Nueva Joya lo perdió en 1983 por pugnas internas que sirvieron de pretexto a
una invasión militar estadounidense, y en Nicaragua, el Frente Sandinista de
Liberación Nacional fue desplazado de él en 1990 por una guerra imperialista
canalizada a través de fuerzas contrarrevolucionarias, pero logró mantener el
control de parte de las instituciones del Estado, lo cual le facilitó,
dieciséis años después, triunfar en tres elecciones presidenciales
consecutivas. En otras naciones hubo, en unos casos derrotas, y en otros
soluciones negociadas que abrieron espacios a las fuerzas populares para
participar en la lucha política legal.
Ya se mencionaron en la introducción de esta ponencia
los factores por los cuales, a criterio de este autor, entre finales de la
década de 1980 e inicios de la de 1990, en América Latina se inicia una
secuencia creciente de triunfos electorales de las fuerzas políticas
progresistas y de izquierda, incluida la ocupación del poder ejecutivo del
Estado en varios países. En el tiempo transcurrido desde la primera de esas
victorias, la cosechada por Hugo Chávez el 6 de diciembre de 1998, constatamos
que los tres primeros factores mencionados, a saber, el acumulado de las luchas
populares, el rechazo a los métodos represivos de dominación, el auge de las
luchas populares contra el neoliberalismo, se debilitan y desvanecen a menos
que ello se evite o se contrarreste con un sistemático y adecuado trabajo
político e ideológico, y que el cuarto factor, el voto de castigo contra los
neoliberales de amplios sectores sociales, se vuelve contra las fuerzas
progresistas y de izquierda, entre otros motivos, por la camisa de fuerza que
el poder permanente les impone, y por sus deficiencias y errores propios.
Es bien conocida la idea de Schafik de que el
objetivo de una fuerza revolucionaria que entra al gobierno es cambiar al
sistema, y no que el sistema la cambie a ella. Pero, para cumplir ese objetivo
lo primero es comprender las dificultades que enfrentamos, entre ellas:
- La democracia burguesa no está hecha para que la izquierda ocupe y ejerza el gobierno, mucho menos para que cambie el gobierno desde el sistema, y menos aún para que rompa con el sistema y construya otro que lo supere históricamente. Con otras palabras, está hecha para hacer imposible lo que Schafik nos orientó, por lo que la izquierda debe estar consciencia de que es una batalla que es preciso librar a contracorriente
- La erosión ideológica y/o la cooptación de dirigentes, funcionarios y militantes de izquierda, ya sea por la frustración y la resignación que anida en ellos debido a la resistencia del sistema a los cambios que creyeron poder hacer sin tantos obstáculos, o por la asimilación de los valores del sistema y acomodamiento a sueldos y beneficios, o por la combinación de ambos factores
- La insuficiente correlación de fuerzas propias para realizar las reformas progresistas o las transformaciones revolucionarias planteadas, que obliga a hacer alianzas con fuerzas de centro-izquierda, centro e, incluso, de la derecha «moderada»
- El carácter heterogéneo de la fuerza progresista y de izquierda que ejerce el gobierno, y la asignación de puestos en los poderes del Estado y sus dependencias a aliados e incluso a cuadros propios que no apoyan el programa de reforma progresista o transformación revolucionaria
Consideraciones finales
1. Los dos formidables retos que
enfrenta la izquierda latinoamericana son: evitar ser expulsada del sistema y
evitar ser asimilada por el sistema, lo cual nos lleva a preguntarnos:
¿Podrá la izquierda
latinoamericana enfrentar con éxito estos dos retos?
¿Podrá evitar ser asimilada por
el sistema como lo fue la socialdemocracia a lo largo del siglo XX?
¿Podrá concluir con éxito el
proceso de rupturas parciales sucesivas con el capitalismo que la
socialdemocracia de origen marxistas abandonó?
2. El hecho de que se distancie,
critique e incluso condene las aberraciones cometidas en la URSS y otros países
en nombre del marxismo y el socialismo, no debe conducir a la izquierda
latinoamericana a rechazar el análisis crítico del capitalismo, ni a renunciar
al socialismo como utopía realizable. En igual sentido, el hecho de que las
luchas populares se desarrollen dentro del sistema de democracia burguesa, y
que en el futuro previsible no haya condiciones para una ruptura tajante con
ese sistema, no debe llevar a la izquierda a asumir como cierto el discurso
legitimador de «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», ni de
apego a la Constitución y las leyes, porque son falsos. Hay pruebas históricas
de sobra, y también muy cercanas y recientes, para demostrarlo. Comprender esta
realidad es requisito indispensable para evitar la adopción de objetivos,
programas, estrategias y tácticas que debiliten y hagan vulnerable a la
izquierda.
3. La continuidad y éxito del
proceso de reforma progresista o transformación revolucionaria no la garantizan
por sí mismos, ni los cambios políticos de envergadura dentro de la
democracia burguesa, ni «llenar un expediente de buena conducta» para ganar la
«tolerancia» del imperialismo y la oligarquía nacional. La izquierda solo puede
abrirse paso en la democracia burguesa en la medida en que logre construir a su
favor, mantener e incrementar en forma constante una sólida correlación social
y política de fuerzas.
4. El cambio en la correlación de
fuerzas desfavorable a los gobiernos y las organizaciones políticas
progresistas y de izquierda ocurrido durante los últimos años, reafirma una
verdad conocida, pero por lo general olvidada, subestimada o repetida solo de
palabra: los espacios de poder estatal conquistados por la izquierda son
frágiles y efímeros si no se sustentan en la construcción de hegemonía y poder
popular. Una cosa es creer que estamos construyendo hegemonía y poder popular
desde el gobierno, y otra construirlos de verdad. La hegemonía y el poder
popular no se construyen «de arriba para abajo», sino en interacción fluida «de
abajo para arriba» y «de arriba para abajo».
5. Al contrario de lo que muchos
creímos, la práctica demuestra que no era más sólido el blindaje contra los
embates sistémicos de los procesos de revolución política (Venezuela, Bolivia y
Ecuador), que el de los procesos de reforma no rupturista (el resto de los
existentes). La resiliencia del poder permanente funciona contra ambos: unos y
otros son sujetos potenciales de expulsión de los espacios institucionales que
lograron ocupar.
6. En los casos de Venezuela y
Bolivia, la continuación de sus respectivos procesos de transformación social
revolucionaria no dependerá solo del imprescindible atrincheramiento en los
poderes del Estado que sus respectivas dirigencias están realizando. Aún más
imprescindible es resolver de manera real, eficaz y duradera, los errores,
deficiencias y vacíos existentes en la construcción de hegemonía y poder
popular que dieron a lugar los desfavorables cambios en la correlación de
fuerzas ocurridos en esos países.
7. Hay que denunciar y combatir la
desestabilización de espectro completo que el imperialismo y las oligarquías
nacionales realizan contra los gobiernos y las fuerzas progresistas y de
izquierda, pero ello no basta. Urge una evaluación autocrítica de las
fortalezas y debilidades de nuestros proyectos, procesos, gobiernos y fuerzas
políticas, no para autoflagelarnos o darle armas al enemigo, sino para
potenciar esas fortalezas y erradicar esas debilidades.
8. La desestabilización de espectro
completo nos debilita y destruye más cuando saca partido de nuestras
deficiencias y errores. Tenemos mejores condiciones para derrotarla cuando
somos rigurosos y eficientes en nuestra labor organizativa, política e
ideológica, y nuestra relación con el pueblo es fluida, constructiva e
interactiva.
9. La evaluación autocrítica crucial
de toda fuerza de izquierda es: cuánto ha acumulado desde que empezó a ocupar
espacios institucionales, cuánto ha dejado de acumular y cuánto ha
desacumulado.
10.
La situación
es grave. Podemos vencer o ser vencidos. Para vencer, lo primero que
necesitamos es tomar conciencia de la gravedad de la situación. Las posturas
justificativas y complacientes nos llevan a la derrota. La izquierda solo se
autocrítica cuando está en una situación límite, y solo lo hace para salir de
esa situación; no con una perspectiva profunda. La interrogante es si seremos
capaces de erradicar eso.
Ponencia presentada en el IV Seminario
internacional sobre la vigencia del pensamiento de Schafik en la América Latina
del siglo XXI, San Salvador, 26 y 27 de enero de 2018.
Roberto Regalado Álvarez
Licenciado en Periodismo y Doctor en Ciencias
Filosóficas, miembro de la Sección de Literatura Histórico‑social, de la
Asociación de Escritores de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba,
y consultor del Instituto Schafik Hándal de El Salvador.
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