Alejandra Gaviria
“La paz no es una firma, sino todo un proceso social de cambio de
mentalidades”
eldiario.es
06-06-2018
El padre de Alejandra Gaviria, Francisco Gaviria,
fue desaparecido, torturado y asesinado cuando
ella tenía seis años. Formaba parte de la Unión
Patriótica, un partido de izquierda colombiano de los años 80, fruto de un
acuerdo de paz, cuyos militantes (más de 3500) fueron radicalmente exterminados
por agentes del ejército, paramilitares y narcotraficantes.
Alejandra fundó la organización H.I.J.O.S. junto a otros afectados de
violencia política en 2005. Su originalidad: problematizar la etiqueta de
“víctima” que genera actores y espectadores del conflicto, cuando todo el mundo
es afectado; recuperar la “memoria de los sueños inconclusos”, es decir, no
sólo la memoria del padecimiento y el horror, sino una memoria positiva de lo
que quedó truncado, memoria para el futuro; pensar en términos de “transformación”
y no sólo de “resolución” del conflicto. Elaboraciones que pueden resultar muy
inspiradoras en el contexto español.
Hablamos con Alejandra Gaviria sobre todo ello y
también sobre la situación actual del proceso de paz y sobre las elecciones
presidenciales que tendrán lugar este fin de semana en Colombia.
Amador Fernández-Savater: ¿Cómo llegas a
H.I.J.O.S.?
Alejandra Gaviria: Yo llego a H.I.J.O.S. cuando
tengo 22 años. En realidad no llego a H.I.J.O.S., sino que empiezo a
construirlo con otras personas entonces. En la Universidad encontré a otros
jóvenes con historias parecidas a la mía. Coincidíamos en pertenecer a una
generación que tenía en común la cuestión de la violencia política de los años
80, una violencia que en mi país viene de muy lejos, de muy atrás.
Los relatos nos llevaban de unas personas a otras y
nos dimos cuenta de que todas estábamos conectadas en una misma historia. Y
finalmente nos motivamos a trabajar el conflicto -o mejor dicho: la
transformación del conflicto- desde la memoria.
Supimos entonces de la existencia de H.I.J.O.S. de
la Plaza de Mayo en Argentina y que su experiencia se había ido regando por
otros lugares, como México o Guatemala. Entramos en diálogo con ellos y ahí
decidimos construirnos como colectivo. Al inicio éramos como siete o diez
personas.
¿Cuáles fueron vuestras primeras acciones?
En 2005 comienza en Colombia un proceso de amnistía
a grupos paramilitares con la ley de Justicia y
Paz. Esa ley era terrible, porque a diferencia de los acuerdos actuales no
se exigía a esas personas, responsables muchas veces de crímenes de lesa
humanidad y de la muerte de nuestros padres, que contasen la verdad. Se les
proponían penas alternativas que no estaban amarradas a nada.
Sentimos mucha indignación. Durante años hemos
sentido la indignación de cerca y ha sido para nosotros un motor. ¿Qué hacer
con la rabia? Decidimos convertirla en ideas, hacer cosas con ella para que no
se nos quedara dentro. Empezamos a hacer campañas públicas de veto social
frente a ciertos personajes, contando lo que habían hecho y explicando por qué
la sociedad debía exigirles algo más.
Cuestionar
la etiqueta de víctimas
¿Qué reflexión os lleva a hacer un grupo no
exclusivamente de víctimas? ¿Por qué no os identificáis como víctimas?
Desde el comienzo lo que quisimos hacer fue un llamado
generacional a todo aquel que vivió de cerca el exterminio causado por
violencia política y sintió la rabia y la indignación. Independientemente de si
la persona que murió fue su padre, su hermano, su vecino o simplemente el
candidato por el que iba a votar.
Esto tiene que ver con nuestra reflexión sobre la
experiencia de ser etiquetado como “víctima” en Colombia. Nuestra idea es que
el término de víctima -y de victimario, que es su contrapartida- reducen la
complejidad del conflicto. Porque parece que hay unos “otros” a los que les ha
tocado el conflicto y que son las víctimas. De ese modo, el concepto de víctima
se vuelve una especie de barrera por la cual uno siente que no tiene nada que
ver con lo que pasa en el país, ninguna responsabilidad o implicación.
Nosotros cuestionamos: ¿quién es víctima aquí?
¿Sólo quienes hemos sido golpeados directamente? Es absurdo. La misma cultura
política colombiana es víctima del conflicto: un partido de izquierdas,
resultado de un acuerdo de paz, fue exterminado completamente y eso afecta a
millones de personas que confiaron, soñaron, votaron por él. Lo que pasó con la
Unión Patriótica fue una lección bárbara de miedo y adoctrinamiento para toda
la sociedad.
Nos cuesta mucho asumir ese impacto porque es
demasiado agresivo, pero la sociedad entera ha sido afectada por el
conflicto. No sólo nosotros. De hecho nosotros lo hemos podido elaborar,
mientras que otros ni siquiera se lo han preguntado por el simple hecho de no
considerarse víctimas.
Suena muy fuerte esta reflexión en el contexto
español, donde la figura de víctima apenas se ha cuestionado y tiene mucho
poder.
El problema es cuando la sociedad genera una
lectura simplificada de su conflicto limitada a unos hechos desconectados, que
tienen unas víctimas individuales y unos victimarios entendidos como los
responsables materiales de los hechos.
Así se construye la idea de que sólo las víctimas
pueden hablar de lo sucedido, se convierten en la única “voz legitimada del
dolor”. Y esto produce una tremenda pasividad irresponsable en la sociedad. Al
no darle su lugar en el conflicto, al no sentirse afectada, la sociedad no se
implicará en ningún cambio, dejando así de nuevo toda la carga y la
responsabilidad en las víctimas y los victimarios.
Y esa era la situación que desde H.I.J.O.S queríamos
trabajar. Nos propusimos plantear un diálogo colectivo que se preguntara por el
papel de una sociedad que, lo quiera o no, ha estada implicada en el conflicto
durante décadas. Ya no era la pregunta por el hecho puntual, la víctima como
individuo, sino la pregunta por los procesos, las dinámicas, los impactos y los
beneficios que el conflicto ha generado.
En ese sentido, el llamado era a que no sólo las
víctimas teníamos que hablar, sino que todos teníamos la responsabilidad de
actuar para la transformación del conflicto, desde el lugar donde nos hubiera
tocado. Por eso nosotros decimos “H.I.J.OS somos todos”.
Memoria
de los sueños inconclusos
Ahora te quería preguntar acerca de vuestro
reflexión sobre la memoria. ¿Qué tipo de memoria os habéis propuesto rescatar?
A los muertos los usan. A nuestros padres, por
ejemplo. Y estábamos muy cansados de esa instrumentalización constante. Las
historias que interesan a los medios siempre son las más trágicas, te hacen
fotografías cuando lloras o te piden que les cuentes cómo murió tu padre,
cuantos más detalles sobre la tortura mejor. El único mensaje que sale de ahí
es el miedo.
Entonces dijimos: ya no más. No vamos a contribuir
a que esa sea la memoria que quede de nuestros padres: personas asesinadas o
torturadas, finalmente personas vencidas, que sólo importan por el dolor
que les han infligido y no por el proyecto por el cual trabajaron, por lo que
pensaban, por las ideas que tenían. Dijimos: mi padre es mucho más que su
muerte .
Y empezamos a ampliar la memoria. No nos interesaba
solo la historia de la atrocidad, saber qué les hicieron, sino que nos empezó a
interesar mucho mas el por qué. Es decir, qué era lo que hacían nuestros padres
y madres que generó tanto miedo a un sector de la sociedad que vio como
solución eliminarlos.
Ahí dimos con una mina de oro, con una cantidad
enorme de ideas innovadoras que proponían y construían aquellos que fueron
exterminados: el cuidado y la preservación del territorio y sus recursos, la
construcción de presupuestos participativos, la participación pública en las decisiones
políticas, otra gestión de lo público, la autogestión, la lucha por los
derechos, etc.
Vimos que esta memoria aportaba con ideas concretas
a construir futuros posibles. Si quieres aprender a sobrevivir en tiempos
difíciles, pregúntale a un desplazado en Colombia y conocerás quinientas
estrategias para continuar en la vida, educar a tus hijos, sin tu tierra, sin
un padre y sin un peso.
Ahí, en esa dimensión de la memoria que incluye la
resistencia, se te cae el estereotipo de la víctima como una persona
insignificante. Y te das cuenta de que las víctimas, los supervivientes, tienen
mucho que aportar cuando un país se pregunta cómo reconstruirse después de
tanto dolor y atrocidad.
¿En ese sentido habláis de “memoria para el
futuro”?
Nosotros siempre buscamos la conexión con el
presente. Porque la idea de víctima tiene el riesgo de que genera eco del hecho
pasado. Se hace memoria de lo que fue. Pero en Colombia no es así, no puede ser
así. Porque aquí sigue pasando.
Aquí no hay momento post. Entre el 2016 y 2018, es
decir, entre la firma del Acuerdo de Paz y su intento de implementación, han
sido asesinados 282 líderes sociales en los territorios de Colombia donde se
lucha por la tierra, por el derecho al agua o que en hacer realidad el acuerdo
de paz. Esto significa que asesinan a un líder social cada tres días.
El reto para nosotros es la transformación
del conflicto. Mostrar cómo lo que le ocurrió a mi padre no es algo que pasó
hace treinta años, sino que sigue pasando ahora. Nuestra memoria está amarrada
a un presente y a un futuro de sueños que aún es urgente cumplir.
La calle
contra el miedo
¿Cuáles han sido vuestros logros?
Decidimos que este camino de redescubrir unos
sueños y unas prácticas que nos sirvieran en nuestra propia vida sería un camino
chévere y que eso se reflejaría en lo que hacíamos. Así podríamos
mostrar mejor lo ahora que nos falta, lo que truncaron.
Por ejemplo, tomamos las calles. En Colombia, más
concretamente en Bogotá, se usaba entonces muy poco la calle, había un ambiente
de miedo. Resolvimos no esperar a que se consiguiera la paz para usarlas, sino
hacerlo ya. Y así empezamos a exponer nuestras historias en público y en voz
alta.
Poníamos en plena calle un documental, música,
hacíamos un performance y hablábamos en voz alta de nuestras historias, de lo
que la gente prefiere no hablar. Por ejemplo que el Estado era el mayor
responsable del genocidio sucedido contra la UP, contra los defensores de
Derechos Humanos, de las ejecuciones extrajudiciales.
Así hemos podido aportar nuestro granito y nosotros
mismos hemos logrado hablar de lo que nos daba miedo, de lo que antes teníamos
que callar; pero también de lo que soñamos, de la idea de que nos merecemos
algo mejor y que podemos dárnoslo aquí y ahora desde el quehacer cotidiano.
Nuestros mayores logros están en ese tipo de cosas,
no son logros para nada abstractos. Hoy hay menos miedo, más denuncia, hoy en
mi país el Estado ha tenido que reconocer su responsabilidad en muchos
crímenes. Esto no lo conseguimos nosotros solos, lo hicimos con mucha otra
gente más y gracias a las víctimas y defensores de Derechos Humanos, que llevan
décadas trabajando, desde mucho antes que H.I.J.O.S. naciera, y que nos
enseñaron lo que significaba este camino.
¿Qué lenguajes, que estéticas, qué formas habéis
escogido para transmitir vuestra memoria?
Pensamos que todo esto había que hablarlo de otra
forma, con otro lenguaje. No sólo el de la denuncia. Para contagiar más y
mejor.
Siempre se han hecho conmemoraciones, pero nosotros
las resignificábamos. Hacíamos un concierto, inflábamos unos globos gigantes,
dibujábamos un grafitti gigante, tratábamos de poner algo distinto. Entre
nosotros había muchos artistas. Era el momento del boom del graffiti, estábamos
metidos en eso. Hoy Bogotá es una ciudad reconocida por sus murales, antes se
llamaba vandalismo y hoy es arte urbano.
Esto tiene que ver con los murales que hicimos
desde el movimiento de Derechos Humanos. Nos encargábamos de arreglar algunas
paredes específicas. Se dibujaba, se conversaba con los vecinos, se creaba un
sentido compartido. Al principio nos los tachaban, pero muchas veces ha pasado
que los propios vecinos han salido a defenderlos. Ya no agreden nuestros
murales.
Nuestra actividad ha sido dar una y otra vez
nuestra versión de las cosas desde distintos lenguajes. Rompíamos así el
estereotipo de la víctima “pobrecita” con pocos recursos de expresión.
Entramos en las universidades a formarnos y a hacer
allí también un trabajo de amplificación. Cuando yo entré a estudiar, ni
siquiera se podía hablar de la Unión Patriótica. Nadie quería dirigirme la
tesis. Con el paso del tiempo y nuestra agitación, comenzó a haber paneles,
seminarios, talleres. 20 personas, muy dispuestas, fueron capaces de poner un
tema encima de la mesa.
Nosotros no somos artistas, académicos ni nada.
Simplemente usamos distintas herramientas y lenguajes para nuestro fin y
nuestra causa: que la gente conozca lo que nos pasó para que así deje de
suceder. Y para eso nos hemos tenido que volver académicos, pintores, músicos y
artistas.
La paz no
es una firma
¿En qué punto está el proceso de paz en Colombia?
Creo que en España hay mucha desorientación al respecto. Se sabe que el
referéndum echó para atrás una propuesta, pero poco más. ¿Qué está pasando en
Colombia ahora?
El proceso de paz tiene dos objetivos: el primero
es el tránsito de las FARC desde las armas a la democracia. Y el segundo es la
garantía de derechos a las víctimas: derecho a la verdad, la justicia y la
reparación. Ambas cosas están hoy en riesgo.
Tras el referéndum, se retoma el acuerdo de paz de
La Habana por otras vías. Una de las cuales incluyó la discusión y aprobación
por parte del Congreso de lo acordado durante los seis años de negociaciones en
La Habana. Es decir, al Congreso se le dieron facultades para discutir y
cambiar lo que ya había sido acordado por las partes en La Habana. Esto
significó a mi juicio la desfiguración de gran parte de los acuerdos. Se
cambiaron varias puntos que eran fundamentales para garantizar los derechos a
las víctimas y, en concreto, a las víctimas de crímenes de Estado.
Del sistema de justicia transicional se eliminó la
posibilidad de que este pudiera juzgar a civiles que estuvieron comprometidos
con el conflicto, por ejemplo empresarios o transnacionales. Se eliminó el principio
de responsabilidad de mando en el caso del juicio a miembros de la fuerza
pública. Y se eliminaron ciertas medidas fundamentales como dar un número de
puestos en el gobierno especial a las víctimas.
Además, el gobierno ha incumplido ciertos compromisos
para el proceso de reintegración de los ex guerrilleros de las FARC: los
proyectos productivos que se habían prometido no arrancan, varios de los
miembros de ese grupo continúan en las cárceles y, lo más preocupante, ya han
sido asesinados más de 30 ex combatientes de las FARC, lo que deja en evidencia
que no se esta cumpliendo el compromiso del Gobierno de garantizarles la vida,
la seguridad y la posibilidad de hacer efectivo su ejercicio en la política
democrática, que es el corazón mismo de los acuerdos.
Si a esto le sumamos la difícil situación de
seguridad y de violencia en los territorios donde antes se encontraban las FARC
y donde el Estado aún no llega, que están siendo copados por grupos
narcotraficantes y paramilitares, y el sistemático y alarmarte asesinato de los
líderes sociales en los últimos dos años, podemos decir que claramente
requerimos de muchos más esfuerzos y compromisos reales del Estado, pero
también de la sociedad.
Las FARC están cumpliendo con su parte: entregaron
las armas, se mantuvieron firmes en la apuesta por la paz tras el referéndum,
etc. Las víctimas también han hecho su papel: los lugares que fueron más
golpeados por la guerra y las FARC votaron masivamente a favor del acuerdo de
paz. Fue en las ciudades donde más se votó que no, entre la gente menos
afectada por lo que ha pasado.
¿Quién falta entonces por hacer su parte, su papel?
¿El Estado?
Y la sociedad. El problema más grande para mi es
que casi la mitad de la población no salió a votar en el plebiscito, hay
millones de personas que consideran que este tema no les interpela y creo que
esta indiferencia es más peligrosa para la construcción de un camino de paz que
los mismos detractores del acuerdo.
¿Te refieres a Uribe?
La consigna de Uribe y su partido es: vamos a hacer
trizas el acuerdo de paz. Y mucha gente está de acuerdo, piensa que vamos hacia
un abismo porque se firmó un acuerdo de paz, que nos estamos volviendo
castro-chavistas, etc. Pero el problema no es Uribe, sino ese apoyo que tiene
de sectores de la sociedad que consideran que la paz no es con ellos ni para
ellos.
Porque la paz no es una firma, sino todo un proceso
social de cambio de mentalidades y, por lo tanto, solo habrá paz si hay
movimientos ciudadanos que exigen que se cumpla lo pactado y ponen toda su
creatividad, energía y compromiso para aportar a que se logre.
¿Qué esperas de las elecciones?
Yo espero en primer lugar que los colombianos
logremos apreciar y valorar hasta donde hemos llegado. A pesar de todo, hay
triunfos incuestionables.
Sólo un par de ejemplos. Por un lado, desde hace un
par de años la cifra de soldados heridos en combate es mínima y el Hospital
Militar está pudiendo dedicar sus recursos a tratar enfermedades de alto costo.
Por otro, el plan de Desminado Humanitario de los territorios colombianos, en
el que trabajan de manera conjunta las Fuerzas Armadas y las FARC, ha logrado
grandes avances, descontaminando miles de metros cuadrados y permitiendo el
regreso a sus hogares de millones de personas.
Y espero luego que esa conciencia de hasta donde
hemos llegado logre garantizar un voto y un Presidente que se comprometa por
preservar y avanzar en la implementación de este acuerdo de paz con las FARC,
pero que además prosiga el diálogo con el ELN, así como también consiga llegar
a un acuerdo para la entrega ante la justicia de los grupos herederos de los
paramilitares y de las bandas criminales y narcotraficantes.
Hablamos con Alejandra Gaviria en el marco de su
visita a Madrid propiciada por Medialab-Prado.
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