13-06-2018
El proletariado no es una cosa, ni una
identidad, ni una cultura, ni un colectivo estadístico que tiene unos intereses
de clase propios que defender. El proletariado se constituye en clase mediante
un proceso de desarrollo y formación que sólo se da en la lucha de clases. El
proletariado, reducido en el capitalismo al estatus de productor y consumidor
en la sociedad capitalista, se convierte en una categoría pasiva, sin
conciencia propia; es una clase para el capital, sometida a la ideología
capitalista. No es nada, ni aspira a nada, ni puede nada. Sólo en la
intensificación y agudización de la lucha de clases surge como clase y adquiere
conciencia de la explotación y dominio que sufre en el capitalismo y, en el
proceso mismo de esa guerra de clases se manifiesta como clase autónoma y se
constituye como proletariado antagónico y enfrentado al capitalismo, como
comunidad de lucha. Enfrentamiento total y a muerte, sin posibilidades ni
aspiraciones reformistas o de gestión de un sistema hoy ya obsoleto y caduco.
Esta
noción de clase como “algo que sucede”, que brota y florece del suelo de los
explotados y oprimidos, es clave. La clase no se refiere a algo que las
personas son, sino a algo que hacen. Y una vez que entendemos que la clase es
fruto de la acción, entonces podemos comprender que cualquier intento de
construir una noción existencialista o cultural e ideológica de clase, es falsa
y está condenada al fracaso.
La
clase no es un concepto estático, sólido o permanente; sino dinámico, fluido y
dialéctico. La clase sólo se manifiesta y se reconoce a sí misma en los breves
periodos en los que la lucha de clases alcanza su punto culminante.
El
proletariado se define como la clase social que carece de todo tipo de
propiedad y que para sobrevivir necesita vender su fuerza de trabajo por un
salario. Forman parte del proletariado, sean o no conscientes de ello, los
asalariados, los parados, los precarios, los jubilados y los familiares que
dependen de ellos. En España forman parte del proletariado los casi cuatro millones
de parados y los casi diecinueve millones de asalariados que temen engrosar las
filas del paro, amén de una cifra indefinida de marginados, que no aparecen en
las estadísticas porque han sido excluidos del sistema. ¿A qué intereses sirve
esa aberración ideológica neosituacionista que considera que el proletariado es
sólo el proletariado industrial, excluyendo a parados, jubilados, trabajadores
precarios, emigrantes, simpapeles, marginados, estudiantes o jóvenes sin
trabajo, mujeres discriminadas o sin derechos laborales, y a todos aquellos
sometidos a decisiones políticas ajenas, que afectan profundamente a todos los
aspectos de su vida cotidiana?
La
clase obrera es una clasificación social objetiva, que designa a todo aquel que
mantiene una relación salarial con un patrón (ya sea privado o estatal) al cual
vende su fuerza de trabajo (sus brazos y su inteligencia). La clase obrera
forma parte del proletariado, que incluye además a parados, jubilados y
marginados. Los proletarios no son propietarios de medios de producción. El
salario es la principal forma de esclavitud moderna. La relación salarial (o su
ausencia) no es sólo de carácter social y económico, sino también política,
puesto que determina el modo de existencia de quienes no tienen ningún poder de
decisión sobre su propia vida.
La
clase media incluye, hoy, a algunos trabajadores “autónomos”, esto es,
trabajadores independientes y “autoexplotados”, algunos técnicos y
profesionales altamente cualificados y a los empresarios sin asalariados. La
alta clase media estaría formada por empresarios con algunos trabajadores
asalariados, pero sin influencia política decisiva.
Capitalistas serían todos los propietarios de
medios de producción, o altos gerentes con poder de decisión (aunque fueran
asalariados) de grandes empresas privadas o estatales. Constituyen menos del
uno por ciento de la población, pero su influencia política es absoluta, y
determinan las líneas económicas que se aplican y afectan a la vida cotidiana
de la totalidad de la población. Su lema sería: “Todos los gobiernos al
servicio del capital; cada gobierno contra su pueblo”. Algunos estudiosos [1]
hablan de la clase corporativa como nueva clase dominante. Estaría formada por
los gestores de las grandes corporaciones multinacionales y del capital
financiero.
La
democracia parlamentaria europea se ha transformado rápidamente, desde el
inicio de la depresión (2007), en una partitocracia “nacionalmente inútil”,
autoritaria y mafiosa, dominada por esa clase dirigente capitalista apátrida,
que está al servicio de las finanzas internacionales y las multinacionales. Se
produce una profunda y extensa proletarización de las clases medias, una
masificación del proletariado y la erupción violenta e intermitente de
irrecuperables colectivos, suburbios y comunidades marginadas, antisistema (no
tanto por convicción, como por exclusión). Los Estados nacionales se convierten
en instrumentos obsoletos (pero aún necesarios, en cuanto garantes del orden
público y defensa armada de la explotación) de esa clase capitalista apátrida
dirigente, de ámbito e intereses mundiales. Su forma de gobierno es el
totalitarismo democrático: una democracia formal reducida a la mínima expresión
de votar cada equis años, para elegir entre representantes malos o peores del
capital, sin apenas capacidad alguna de intervención, influencia o decisión en
la vida social o política. El derecho a la vida (o a no morirse de hambre), a
la seguridad (frente a los ataques del capital especulativo) y a la dignidad (a
unos recursos suficientes o a una vivienda), así como las libertades
individuales y colectivas de expresión, asociación, manifestación, sindicación
e insurrección, nacidas con la Revolución Francesa (1789-1793), han sido
ninguneadas y criminalizadas. El totalitarismo democrático reduce todas las
libertades y derechos al ridículo e inútil voto en una urna para elegir
representantes que no representan a nadie. No guarda ya ni siquiera las
apariencias formales de un gobierno del pueblo y para el pueblo. La corrupción,
el pelotazo y el objetivo único de rápido enriquecimiento de la casta política
y las élites económicas destruyen la menor ilusión democrática e igualitaria
entre los gobernados. La oposición política o la mínima disidencia son
criminalizadas y perseguidas judicialmente. Se ciegan las vías democráticas de
acción y reivindicación. El dominio político del Estado por las oligarquías y
las multinacionales se implanta como la única “democracia” posible. El
totalitarismo democrático es una dictadura con apariencia democrática; es la
ideología y el gobierno efectivo de un imperio mundial, sin banderas ni
territorio, que necesita ocultar su propia naturaleza. Los métodos
socialdemócrata y fascista tienden a fusionarse.
La
explotación del trabajo asalariado es la esencia de la sociedad capitalista.
Todos los esclavos asalariados padecen la explotación capitalista. Cuanto más
desarrollada es la productividad del trabajo colectivo de una sociedad, mayor
grado de explotación experimentan sus trabajadores, aunque puedan consumir más
mercancías. La feroz lucha entre los capitalistas por superar y sobrevivir al
competidor, impulsa el incremento de la explotación de los trabajadores, al
margen de la buena voluntad o ética de cada empresario individual. Los
capitales se fusionan y concentran, atacando sin límites las condiciones de
vida y laborales de los trabajadores, amenazando con irse a otro país o con
contratar más barato entre los millones de parados sin recursos. En cada país
un puñado de transnacionales efectúa ventas anuales que superan ampliamente los
presupuestos nacionales y empuñan el poder de dar trabajo, o no, a millones de
desposeídos.
La
clase media sufre una fortísima degradación y descomposición, con amplios
sectores de profesionales (en el ámbito de la medicina, arquitectura, enseñanza,
comercio, tecnologías y servicios sociales), funcionarios y medianos o pequeños
empresarios (colectivos que hace cinco años percibían elevados ingresos) que se
proletarizan, o incluso quedan marginados económica y socialmente. Son la
clientela de los populismos de todo tipo, desde Podemos y Ciudadanos hasta el
independentismo.
La
lucha de clases no es sólo la única posibilidad de resistencia y supervivencia
frente a los feroces y sádicos ataques del capital, sino la irrenunciable vía
de búsqueda de una solución revolucionaria definitiva a la decadencia del
sistema capitalista, hoy obsoleto y criminal, que además se cree impune y
eterno. Revolución o barbarie; lucha de clases o explotación sin límites; poder
de decisión sobre la propia vida o esclavitud asalariada y marginación. O ellos
o nosotros…
Notas
1)
SUBIRATS, Marina: Barcelona: de la necessitat a la llibertat, Les
clases socials al tombsnt del segle XXI. L´Avenç, Barcelona, 2014.
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