Antonio
Rengifo Balarezo (sociólogo), Hugo Romero Manrique (profesor), Jorge Acuña Paredes
(héroe del pueblo)) y Robinson Ortiz Agama (arquitecto). Teatrín Vargas
Llosa de los libreros del Jr. Amazonas, Lima.
Guillermo Rouillon Duharte
No
exageramos en lo más mínimo al denominar así a este actor que es consciente del
valor profundo del teatro y de la vida. Indiscutiblemente, Acuña es el que ha
realizado –en forma directa y en vivo– el mayor número de representaciones con
su Teatro de la Calle.
Desde el año 1968 hasta la fecha lo observamos
todas las tardes, con renovado vigor y sensibilidad artística, en el
improvisado escenario de la Plaza San Martín y a partir de las 5.30 p.m. Salvo
cuando viaja al interior del país o cuando es invitado a concurrir a festivales
teatrales en el extranjero, interrumpe su aplaudido espectáculo destinado a las
masas populares.
Acuña, quien a la vez es autor e intérprete, en
todo momento, alienta el inquebrantable propósito de plasmar teatralmente una
conciencia social entre el público esquivo e indiferente que transita por el
centro de Lima. Y ¿cómo realiza esta
difícil empresa? Pues utilizando la fuerza sugestiva de la
imagen y la palabra. A través de estos
medios sencillos y naturales, cada día, logra establecer comunicación con los
espectadores. De ahí que sus cuentos, arrancados de personajes y hechos de la
vida real y que trasuntan las contradicciones de la sociedad en que vivimos, al
ser teatralizados, congreguen a cientos de espectadores y los mantenga, todo el
tiempo, sin decaer su interés, a lo largo de la función que, por lo regular,
dura sesenta minutos.
Ahora pasemos a explicar a grandes rasgos como
presenta Acuña sus piezas ante el público y, por lo tanto, como consigue
fácilmente apoderarse del alma de este.
A las 5.30 p.m. Acuña empieza a trazar sobre el
pavimento de la Plaza San Martín con tiza (empleando por lo menos seis de
ellas) un rectángulo, cuadrilátero o círculo y, luego, escribe algunos
pensamientos provenientes de pensadores
o artistas revolucionarios. Entre ellos, el de Mariátegui que dice a la letra: La
burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre.
Enseguida de terminada esta tarea preliminar, se prepara cuidosamente en
presencia del público para entrar en escena, es decir, para convertirse en el
personaje teatral, al mismo tiempo que se enlaza al cuello el tirante que
sostiene un viejo megáfono para ampliar su voz y ser oído por los espectadores
que se van reuniendo en torno a él. A
continuación a la vez que se unta el rostro con una especie de crema blanca y
se dibuja unas líneas pequeñas de color negro, explica el uso de la máscara en
el teatro y la evolución que ha experimentado hasta alcanzar formas sencillas
con el maquillaje.
De inmediato, como en los circos anuncia los
números que va a representar y, por lo general son tres pantomimas: La
Sopita, El Bañista y El Cura (escritas por el propio actor).
Antes de “subir el telón” (simbólico), Acuña se
acerca al público portando en la mano una caja para solicitar un óvolo
voluntario y advierte por el megáfono que:
Se encuentran exceptuados de tal
aporte todos aquellos que, por una u otra razón, no puedan hacerlo pero, de todos
modos, están invitados por cuenta del que habla –expresa el actor– a presenciar la función. La mayor parte del público asistente
contribuye con una modesta donación.
Acto seguido, formula una pregunta el
intérprete: ¿Por qué prefiero trabajar en las plazas de esta ciudad, y no en las
elegantes y perfumadas salas de teatro? Yo prefiero trabajar –responde
enfáticamente– en las calles porque aquí
acude una mayor cantidad de personas, en cambio en las salas de espectáculos se
elabora, por lo regular, ante la presencia de treinta espectadores que ocupan
con holgura la platea. De los cuales, alrededor de veinte son familias y amigos
y los restantes poseen una camisa blanca, abrigos de pieles, prismáticos para
observar la función y, en última instancia son los que pueden abonar de S/.
50.00 a 200.00 por una entrada. Cosa curiosa –dice Acuña– después se comenta que el pueblo no le gusta
ir al teatro.
Debo reiterar
–prosigue hablando el intérprete– que el
arte no ha sido creado para hacer reír a la gente. El arte es una herramienta
de trabajo, una herramienta de lucha y una herramienta de denuncia y de
protesta al servicio del pueblo.
Finalizado este introito, el actor se despoja del
megáfono por intermedio del cual se ha hecho oír y, entonces, comienza la representación,
absteniéndose del uso de la palabra, para expresar todo género de acciones,
pasiones y caracteres por medio de gestos y de movimientos de todo el cuerpo.
En los entreactos, si alguno de los espectadores ha
llegado con retraso, el actor le entrega por exigua suma de dinero, un relato
escrito a mimeógrafo (y de exclusiva propiedad intelectual) para que pueda leer
al concluir la función. Dicho sea de paso el número de estos ejemplares
vendidos pasa de los 135,000.
Al terminar el espectáculo tan singular y ameno,
Acuña al par que procede a quitarse el maquillaje del rostro para volver a ser
el hombre común y corriente, agradece en nombre del “Teatro de la Calle” a la
concurrencia que aplaude de pie.
Así pues, aparte que el actor de la Plaza San Martín,
con sus obras puestas en escena por él mismo, da un nuevo impulso al teatro
peruano, es un trabajador de este arte que vive no solo el momento histórico
que confronta el país sino también las preocupaciones que afectan a su propia
clase social.
"Al comienzo cuando salí a la
plaza pensé que la calle era el final de todo. No, ahora después de cincuenta
años entiendo que la calle es el comienzo de todo. Yo creo que allí se
debatirán los problemas que no se pudieron esclarecer en las aulas
universitarias y en los salones doctorales."
Jorge Acuña Paredes
El mimo Jorge Acuña, héroe del pueblo
Los artistas
son hombres extraordinarios. Creo, que
si Dios existiese serían sus mensajeros enviados para transformar la realidad,
de su aspecto desabrido, en un mundo de encantamiento. Sin embargo, son hombres comunes y corrientes
cuando están entre sus iguales, es decir, entre la gente del pueblo en
cualquier lugar en que se encuentren; ya fuese en Chucschi o en Estocolmo. Como es el caso de nuestro querido Jorge
Acuña.
Pero cuando los
artistas ejercen la magia de su arte se trasmutan en mensajero de los dioses y
todos caen embelesados bajo el influjo de su capacidad expresiva; de la
elocuencia del silencio del mimo Jorge Acuña.
Llevo su arte a la calle, a la plaza, a las plazuelas y parques de Lima.
Pero sobre todo, a los pequeños pueblos
del Perú.
Jorge Acuña
es amado y reconocido por personas anónimas del pueblo sin gritos estridentes
ni histéricos sino como si fueran sus familiares queridos. Esos son los artista populares que están a
gusto fuera del mercado de las ilusiones fabricadas y no sentidas. Lo arriesgan todo por llevar el arte al
pueblo y a la vez darles –sin proponérselo muchas veces- una esperanza de reivindicación social. Son los héroes populares sin mayores
aspavientos que deambulan por el mundo con una brújula implantada en el
corazón. Al conocerlos uno cree que son
sus viejos amigos que los han reencontrado y hasta le palmotea la espalda como
muestra de confianza y cariño; Acuña se brinda generosamente. Ese es el mimo Jorge Acuña; quien el sábado
31 de enero, actuó y recibió el homenaje amoroso de los libreros del Jr.
Amazonas y del público asistente en el mejor escenario limeño a donde acuden
los artistas populares, el teatrín Vargas
Llosa. Una de sus representaciones
fue la conocida Sopita del pobre.
Jorge Acuña
no se jubila por la sencilla razón de que tiene una vocación que cuando la
ejerce está en perpetuo jubileo. Y como
no es un artista mediocre o de moda siempre está vigente y es recordado; como
lo recordamos nosotros, luego de más de cincuenta años desde cuando en la plaza
San Marín brindaba su arte, es decir, en pleno jubileo compartido.
Jorge Acuña
no solo es mimo –y vaya paradoja- sino un maravilloso narrador oral. En el otrora mítico bar Palermo narró el cuento antologable del profesor Francisco
Izquierdo Ríos: El Bagrecito. Y hasta los
bulliciosos parroquianos enmudecieron asombrados. Ese bar estaba en la cercanía de la Casona de
la universidad de San Marcos. Ahí concurrían
políticos de café y artistas consagrados y en ciernes.
Las
ocurrencias y anécdotas de Jorge Acuña son numerosas. Una de esas ocurrencias fue en Ticlio, el
punto más alto de la carretera Central (4818 msnm). El vehículo en el que viajaba con un grupo de
amigos se detuvo unas horas por el exceso de nieve que había caído. Acuña le solicitó a un amigo que le tomara
una foto en la nieve. Cuando el amigo se
dispuso a tomarle la foto, él desnudo y alzó los brazo. Tal era su estado emocional que no sintió
frío; pese a no ser serrano sino selvático, de Iquitos. Esa foto la llevaba consigo en su billetera
Motivado por
el reciente reencuentro con Jorge Acuña, contaré un suceso insólito que apunta al
corazón y del cual fui testigo. Ocurrió
en Casagrande, cerca a Trujillo en plena cooperativización de las negociaciones
azucareras por la Reforma Agraria del gobierno del General Velasco. Entre el grupo de artistas que llegaron para
sensibilizar a la población estaba Jorge Acuña. Ellos ofrecieron funciones en los diversos
caseríos y anexos. En esas
circunstancias, observé a un joven del lugar que asistía en primera fila y en
cuclillas a las presentaciones del mimo y el que con entusiasmo desbordante celebraba
sus actuaciones; aplaudía con las manos en alto y hasta brincaba de alegría. Terminada la función, lo seguía como una
sombra a todas partes. Me preguntaba a
qué se debía la extrema admiración del joven lugareño por el mimo Acuña y no
hallaba respuesta. Hasta que un día y de
improviso tuve la respuesta a mi interrogante.
De casualidad ingresé a una tienducha de Casagrande que fungía de bar y observé
en una mesa de un rincón del “bar” al joven lugareño conversar animadamente,
entre copa y copa, con el mimo Acuña. ¡Vaya mi sorpresa! Sus ojos refulgían por haber descubierto una
persona afín y el mimo Acuña se prodigaba con la mejor actuación de su vida. El joven lugareño era sordomudo.
Antonio Rengifo Balarezo
Lima, Unidad
Vecinal N°3, 02/02/15
[1]
Publicado
el lunes 9 de febrero de 1976, en la
página editorial del diario El Comercio
de Lima. Guillermo Rouillon (Callao 1917/Lima 1978) escritor de intensa vida
institucional y conocido como el emblemático biógrafo de José Carlos Mariátegui
La Chira.
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