eldiario.es
8-04-2015
¿A qué nivel actuar? ¿A qué escala se cambia el
mundo?
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Miguel
Benasayag es, según su propia definición, un “militante investigador”. Se sumó
con apenas diecisiete años a la guerrilla guevarista del Ejército
Revolucionario Popular (ERP) donde luchó contra la dictadora argentina. Fue
detenido y sufrió cuatros años de prisión y torturas. Tras la muerte de dos
religiosas francesas bajo el gobierno militar de la Junta, Miguel Benasayag
pudo beneficiarse de su doble nacionalidad (su madre judía francesa abandonó
Francia en 1939) y gracias a una maniobra diplomática fue liberado en 1978 y
recaló en Francia, país que no conocía. Allí se convirtió en escritor,
psicoanalista y filósofo, participando activamente en distintos colectivos y
asociaciones (la red No Vox, el colectivo Malgre Tout, Act Up París, etc.).
En su libro Política y situación. De la potencia
al contrapoder, escrito junto a Diego Sztulwark y publicado en el año 2000,
desarrolla una reflexión de enorme relevancia sobre los medios de mantenerse
fiel a la exigencia de libertad y solidaridad de las luchas revolucionarias
pasadas, pero en un contexto radicalmente transformado. Allí podemos leer que
“la nueva radicalidad no implica ser más radical que antes, sino serlo de
manera distinta. Se trata de asumir que 'somos las situaciones que atravesamos'
y, en consecuencia, transformar esas situaciones”.
¿A qué nivel actuar? ¿A qué escala se cambia el
mundo? El concepto de 'situación' está en el corazón del pensamiento de Miguel
Benasayag, es la "unidad que permite volver a territorializar la vida, el
pensamiento y la acción" en el desgarrón de la posmodernidad. Y a partir
de él como hilo conductor, repasamos en esta entrevista algunos de sus temas
políticos clave: la naturaleza necesariamente localizada del
neoliberalismo y las resistencias, la crítica del militante clásico en tanto
que militante que sobrevuela las realidades concretas, el elogio del conflicto
como principio de convivencia, la diferencia entre política y gestión, entre
potencia y poder, etc. La actualidad, intempestiva y polémica, de su reflexión
política en el contexto actual se hará evidente enseguida para el lector.
1. ¿En qué contexto nace el concepto de
“situación”?
Miguel Benasayag. El concepto de “situación” aparece en determinado
momento, para mí, para mis compañeros y la gente cercana, como una necesidad,
no sólo teórica, sino vital. Te explico esto un poco.
En 1978 llegué a Francia, tras mi salida de la
cárcel, justo en el comienzo de lo que se llamaría la “posmodernidad”. Era el
momento de los “nuevos filósofos”, luego llegaría Fukuyama, el fin de la
Historia y las ideologías, etc. Digamos, en breve, que en esos años se
evidencia un agotamiento de la posibilidad de un pensamiento en términos de
universalidad abstracta, ya sea kantiana, hegeliana o marxista. Es decir, no
funciona más la idea de que tu situación y realidad concreta -y lo que debes o
puedes hacer desde ahí- se puede explicar o deducir desde un universal exterior
a ella, un deber ser de las cosas. Hay toda una cosmosivión que se agota, no
tanto por falsa, como por lo mismo que se agotan las civilizaciones o las
culturas, son ciclos. Y de ahí resulta el triunfo de la dispersión.
2. ¿A qué te refieres con dispersión?
Miguel Benasayag. La dispersión, el individualismo, la
posmodernidad, un mundo donde ya no hay más verdad ni mentira, todo se reduce a
placer, displacer, interés, lo inmediato, lo que funciona... Una tendencia
perfectamente homogénea con la economía neoliberal.
3. Entiendo, sigue.
Miguel Benasayag. Entonces, entre el universal abstracto ya
irreconstruible y la dispersión total se nos aparece la necesidad de pensar una
unidad múltiple, convergente, que permita un nivel de inteligibilidad y
comprensión, de exigencia ética y política, que no mire con el espejo
retrovisor al pasado ni se haga cómplice tampoco de la dispersión y, en
definitiva, del individualismo neoliberal. Y es en ese sentido que empezamos a
trabajar el concepto de situación, entre varios compañeros e intelectuales,
buscando una unidad que permita volver a territorializar la vida, el
pensamiento y la acción, investigando una nueva racionalidad que permita diferenciar,
como dice el tango
argentino, “entre ser derecho y ser traidor”, es decir, donde haya
principio de asimetría.
4. ¿Podrías ponerme un ejemplo para entenderlo
mejor?
Miguel Benasayag. Te pongo uno de mucha actualidad ahora aquí en
Francia. El pensamiento situacional es lo que me permite decir, a mí que no soy
musulmán o islámico ni nada parecido: “aquí y ahora, en Francia, el ataque a
las chicas musulmanas que llevan velo es una injusticia, porque ese velo
significa una búsqueda de sentido y dignidad frente a la desestructuración
neoliberal, a un colonialismo mal resuelto, etc”. Es decir, situacionalmente,
dentro de una unidad, un espacio y un tiempo determinados, un territorio, hay
una asimetría entre un fascista del Frente Nacional o un humanista laico-radical
y quien dice por el contrario: “espera un poco, aquí hay una búsqueda de
dignidad, hay que ver, escuchar, dialogar”. Sin embargo, en otra situación, en
Arabia Saudí o Qatar, el velo significa por el contrario el horror total de la
opresión de la mujer y habría que ayudar a cualquier chica que tenga el coraje
de quitárselo.
El pensamiento situacional permite encontrar
dinámicas universales que, aquí y allá, se manifiestan de modos radicalmente
distintos, incluso opuestos. Lo que podríamos llamar universales concretos.
Mientras que el universal abstracto es una perspectiva “desde ninguna parte y
para todas”, el universal concreto es aquello que existe aquí y ahora,
aunque se reproduzca (es un universal) de modo distinto en cada aquí y
ahora.
La lucha
en situación y el militante triste
5. Afirmas que tanto el neoliberalismo como las
resistencias sólo existen “situacionalmente”. Es una visión muy poco normal,
porque tendemos a ver el neoliberalismo como una serie de políticas que vienen
de arriba a abajo, que se derraman desde unos centros de poder hacia abajo,
hacia unas víctimas (la gente, el pueblo etc.). Es una inversión de perspectiva
muy fuerte la que propones.
Miguel Benasayag. El neoliberalismo -digamos, la gestión empresarial
de la vida- es una lógica global, pero que se dispersa en el infinito de las
situaciones (por ejemplo, la escuela, la salud o la naturaleza son gestionadas
como empresas). “El todo está en cada una de las partes”, diríamos
filosóficamente. Uno no “encuentra” al neoliberalismo más que bajo sus diversos
modos de existencia. Es decir, el neoliberalismo está compuesto de prácticas
cotidianas, de relaciones sociales y nosotros mismos participamos en esta
explotación a la que estamos sometidos.
Como muchas otras estructuras, por ejemplo la
lengua, el neoliberalismo tiene una autonomía, nuclea, orienta la vida de toda
situación, pero sólo existe dentro de cada situación concreta. Es decir, no nos
equivocamos cuando decimos que el neoliberalismo está por encima de la
vida, sobre la vida, pero a la vez esta dimensión sólo se manifiesta
como un virus que contamina cada elemento de la vida. Y en ese sentido la
respuesta al neoliberalismo no puede ser más que múltiple, difusa,
contradictoria y situacional. Resistir no es sólo oponerse, sino crear,
situación por situación, otros modos de vida y otras relaciones sociales.
6. Entiendo desde ahí tu crítica a la política
clásica (incluyendo la política revolucionaria), en el sentido de que ésta por
lo general no ha asumido este carácter situado del capitalismo y las resistencias.
¿Podrías exponer los rasgos generales de esa crítica?
Miguel Benasayag. Sí, yo hablo del “militante triste” para referirme
a una manera de entender el compromiso. ¿En qué sentido? Este tipo de militante
no está comprometido con la construcción de situaciones concretas, sino que
tiene una idea de cómo el mundo debe ser, una idea de cómo deben ser las cosas.
El problema es que las ideas son ideas. No todo lo que es posible en el mundo
de las ideas es, por usar un concepto de Leibniz, “composible” o realizable en
la realidad. Por eso digo que este tipo de militante es triste, en el sentido
de impotente y agrio. Para él, la realidad concreta, las situaciones concretas,
nunca alcanzan el ideal. El mundo no es como debería ser, el mundo verdadero es
otro, está en otra parte.
El militante triste comulga con esa visión
platónica donde siempre hay una especie de asco hacia la vida, hacia la
fragilidad, hacia lo mezclado, lo indeterminado, etc. Me refiero a cuando
Platón habla de la corrupción de la carne. Los platónicos aman las ideas, los
programas, las arquitecturas políticas ideales. Y, en el fondo, la visión del
mundo nuevo que tienen es la de un mundo donde se haya vencido por fin a la
carne corruptible.
7. Y en este planteamiento, las situaciones serían
la “carne corruptible”, ¿no?
Miguel Benasayag. Claro, en la figura del militante triste este odio
a la carne se expresa como indiferencia de fondo a las situaciones concretas,
porque sólo son señales en la autopista hacia el mundo mejor. No se ve una
pregunta concreta por cómo luchar aquí y ahora, con la gente que está aquí y
ahora, sino sólo señales hacia el mundo por venir, hacia lo que debe ser.
Es lo que yo digo la “lógica transitiva” que define
de cabo a rabo la política clásica: la situación A no tiene más realidad y
valor que la de poderme llevar a la situación B y C. Las situaciones no
interesan por sí mismas, sino “en tanto que” sirven a tal o cual plan, programa
o estrategia que distinguen en abstracto entre lo principal y lo secundario,
etc.
Yo tengo mucha bronca con el militante clásico, con
el militante triste. Porque cuando hay luchas siempre aparecen esos que saben
por dónde pasa la historia, con el fin de disciplinar a la gente según tal o cual
programa, tal o cual estrategia de conjunto, tal o cual coyuntura electoral,
descuidando la lucha a nivel situacional, a nivel de construcción de
situaciones concretas. Me atrevería a decir incluso que las organizaciones
revolucionarias, los militantes revolucionarios, en tanto que militantes
clásicos, extra-situacionales, vanguardias, son los anticuerpos que la sociedad
segrega cuando la potencia libertaria de la base se desarrolla.
8. En El compromiso en una época
oscura desarrollas otra idea del compromiso muy distinta, otra figura de
la militancia, ¿cuál es?
Miguel Benasayag. Una figura de compromiso no volcado hacia el
futuro, sino hacia lo que ya está aquí. No orientado por un programa
(siempre definido en función del futuro y la totalidad), sino por un proyecto
que parte del presente e implica a los que buscan respuestas a los desafíos
planteados por situaciones concretas.
En la sumisión a los programas aparece la lógica de
la transitividad: A es medio para B y C. Es por el contrario en radical
inmanencia con respecto a las situaciones que se habitan que puede establecerse
otro tipo de compromiso.
Sin embargo, hay que tener un coraje enorme para
desarrollar luchas, proyectos, iniciativas múltiples sin pedir una visión
arquitectónica de la realidad, una visión de hacia donde va y de donde viene
todo lo que pasa, sin necesitar la promesa de un mundo nuevo, sino
desarrollando nada más (y nada menos) la potencia de las situaciones, aquí y ahora.
La
imposible convergencia de las luchas
9. Frente a una idea ingenua de “unificación” o
“convergencia”, afirmas que las luchas no se acumulan, no se añaden ni se
suman, sino que más bien se contradicen. ¿Podrías desarrollar esto?
Miguel Benasayag. Lo explico con un ejemplo: en Argentina, hay una
contradicción entre justicia social y justicia ecológica. Porque la justicia
ecológica dice no a los transgénicos o a la minería y justamente de ahí está
sacando el gobierno de Cristina Kirchner la plata para pagar los planes
sociales. Entonces, al chico que está en una villa miseria con riesgo de morir
de malnutrición, la justicia ecológica le puede parecer perfectamente un lujo
de ricos y una abstracción. Las dos luchas son coherentes, pero no armónicas. Es
exactamente así la cosa, no hay solución global en un mundo complejo, no hay
síntesis.
Es decir, hay luchas que son justas y sin embargo
no son armonizables, son irreconciliables (al menos en esta época). No se puede
exigir la coherencia de la lucha y la armonía de las luchas. Cuando
aparece el típico partido que pone juntos a un representante de cada lucha -una
mujer, un homosexual, un obrero, un inmigrante, una prostituta, etc.- eso está
podrido de entrada. Tenemos que aprender a vivir y a pensar entre situaciones
múltiples que deben abandonar todo deseo de armonía. No existe “el movimiento”,
sino una pluralidad de situaciones que no encajan, no convergen, no se
sintetizan en ninguna unidad.
10. ¿Pero cómo pensar entonces, desde estos
presupuestos, la posibilidad de una “coordinación” de las luchas?
Miguel Benasayag. Por un lado, a partir precisamente del conflicto.
La conflictualidad, la no armonización posible, lejos de marcar una dispersión,
es la condición de un zócalo común. Entre las diferentes organizaciones y
situaciones se pueden encontrar terrenos conflictuales comunes. Cuando uno dice
que la villa miseria es un problema ecológico y social, la cosa no es encontrar
una solución global, sino más bien un territorio de conflictualidad donde se
pueda negociar, coordinar, sin negar la contradicción y la complejidad. No
estamos de acuerdo, no tenemos el mismo objetivo, pero compartimos un deseo de
vida, un deseo de desarrollo, entonces se dialoga, se negocia. El conflicto
-distinto del enfrentamiento- es la base de la vida y del tejido social, no
algo que debe desaparecer. Eso por un lado.
11. ¿Y por el otro?
Miguel Benasayag. A partir precisamente de la constitución de redes:
redes de intercambio, de ayuda mutua, de intercambio de conocimientos y
experiencias entre luchas de diferentes naturalezas y situaciones. Hay
múltiples procesos, no una totalidad englobante. No se puede deducir de ninguna
lucha una “generalización” o “estrategia ganadora”.
Esto es lo que llamo “contrapoder”: una dinámica de
composición de las diferentes situaciones. Lazos e intercambios, no una
dirección o estructura centralizadora. Un red de resistencias que respete la
multiplicidad sería una especie de círculo que posee, poética y
paradójicamente, su centro en todas partes.
Por último, decir que lo que se va coordinando, lo
que se va estructurando, nunca depende sólo de la voluntad de los seres humanos
que deciden “coordinarse” u "organizarse", sino que es una resultante
de múltiples cosas.
Política
y gestión
12. ¿La política no puede ofrecer respuestas
globales o de conjunto?
Miguel Benasayag. Yo hago una diferencia, que para mí es de vital
importancia, entre política y gestión. La política siempre es horizontal, en la
base, son luchas creadoras. Y luego está la gestión, que es indispensable. La
gestión no se confunde con la política, pero podemos reivindicar una gestión
diferente, progresista y no reaccionaria, para todos y no elitista.
13. Explícame por qué la gestión no se confunde con
la política.
Miguel Benasayag. La política puede “polarizar”: luchas por esto y
no quieres saber de lo otro. Por ejemplo, luchas porque los inmigrantes que
llegan sean acogidos y no te haces cargo de otros argumentos (que si la
demografía, que si la jubilación, etc.). La gestión no puede hacer eso, no
puede polarizar, siempre es gestión de una complejidad (contradictoria, etc.) y
no puede escuchar un solo sonido de campana.
La política es polarizada y conflictual, nunca
globalizante. La gestión, si es democrática, es compleja, global y no
polarizada. Es la garantía misma de la democracia que los actos “polarizadores”
de radicalidad se den por abajo, sin pretender la normatividad. Si gestionas en
claves de polarización te vuelves un tirano. Un gobierno democrático es para
todos, puede tener orientaciones pero no polarizar.
14. ¿Y por eso afirmas que, paradójicamente, “el
poder es el lugar de la máxima impotencia”?
Miguel Benasayag. Efectivamente. Si la gestión es democrática, tiene
que gestionar un país donde vive también “el otro” (para el progresista, sería
el cura reaccionario o el propietario de tierras, por ejemplo). Hay lugares de
gestión y lugares de transformación política de la sociedad. Si estás en el
lugar de la gestión (el Estado), tienes que aceptar una cierta impotencia que
es la de ser gestor.
La política por su lado son situaciones de lucha,
de conflicto, que van dibujando la sociedad en un sentido o en otro. Un gestor
administra (mejor o peor) la potencia. Un rebelde la despliega, crea y lucha.
Si quieres cambiar las cosas, entonces vuelves a la base, a la multiplicidad
situacional en la base.
Política y gestión pueden y deben cohabitar, sin
confundirse. No hay por mi parte ninguna crítica a los compañeros que, en
determinado momento, se pasan de la política a la gestión, digo simplemente que
siempre hay que saber cuál es el trabajo de cada uno, son dos tareas
diferentes. No conviene que la ejerzan las mismas personas, los mismos
movimientos.
15. ¿Cómo sería, en tu opinión, una “buena”
gestión? ¿Qué se puede hacer, positivamente, desde el ámbito de la gestión?
Miguel Benasayag. La buena gestión depende en gran medida de la
potencia que se desarrolla en la base. La política que influencia, que decide
cómo va a ser la cosa estatal, se juega permanentemente afuera de los
aparatos estatales -de la gestión- sin que, sin embargo, pueda decirse
mecánicamente que se oponga a ellos.
Una buena gestión puede darse cuando la gente que
ocupa los lugares de gobierno comprende que la gestión no es un lugar
geométrico, arriba en una pirámide, sino un lugar más de la horizontalidad. Me
explico: la gestión no es “la situación de situaciones”, sino una situación en
sí misma. Una situación que tiene la particularidad de que, en cierta medida,
refleja o representa el estado de las luchas y las resistencias, la potencia de
la base.
El problema es que hay como un efecto óptico de
“verse arriba”, dirigiendo, cuando en realidad lo que uno puede o no puede
hacer desde el lugar de la gestión está completamente entrelazado con lo que
pasa en el resto de situaciones. La gestión es un momento, una tarea, un
aspecto, el problema es que se pretenda el todo y jerarquice. Es el peligro de
fetichizar la gestión.
El cambio
social como resultante de fuerzas
16. El problema entonces para ti sería confundir
política y gestión, potencia y poder.
Miguel Benasayag. Sí, en la insurrección argentina de 2001, por
ejemplo, inventamos el “que se vayan todos”. Es verdad que luego volvieron,
pero ya no igual que antes. Cristina Kirchner no es Ménem. Quiero decir:
cuanto más potente es el “no nos representan”, más aseguras que cuando vuelvan
-porque van a volver, la gestión es indispensable- no lo harán igual que antes.
17. ¿Qué piensas de la victoria de Syriza en
Grecia, qué posibilidades ves que se abren ahí?
Miguel Benasayag. Está muy bien que haya un gobierno que tiene la
intención de proteger a su pueblo, pero pienso que la mejor posibilidad de
hacerlo es dejarle la máxima libertad, la máxima creatividad, no concentrar el
poder de decisión en el gobierno, no confundir ni identificar la política y la
gestión. La resistencia griega depende del desarrollo de una multiplicidad de
experiencias de solidaridad, de luchas, de proyectos, de cooperativas, etc. Un
gobierno de otro tipo podría aparecer como un coordinador o potenciador de una
miríada de resistencias de todo tipo, pero la gestión no debe aspirar nunca a
eliminar la política.
18. No es fácil ver cómo esas resistencias por
abajo podrían limitar el poder de Monsanto, de los fondos buitres, de la fuga
de capitales, etc.
Miguel Benasayag. Claro, uno ve que los ricos están cada vez más
ricos, más ofensivos, más destructores, más bárbaros y eso hace pensar que
tienen el poder. Pero en realidad, los banqueros, los economistas, los
directores de recursos humanos, toda esta basura, no son los amos del
neoliberalismo, sino sólo sus servidores sumisos.
El neoliberalismo se desarrolla como una
“estrategia sin estrategas” que tiene una autonomía propia y que no es manejada
por nadie. Los que se benefician de él no lo pueden ni dirigir ni orientar. Los
estrategas están dentro de la estrategia, no la manejan desde fuera. Es
lo que dicen todos años, y lloran por ello, los grandes destructores del mundo
cuando se encuentran en Davos.
19. Por último, ¿cómo se piensa, desde un
planteamiento situacional, el cambio social (lo que en otro tiempo se llamó la
"cuestión revolucionaria")?
Miguel Benasayag. Como una resultante de fuerzas. Recuerdo cómo era
la mecánica, para los que hayan olvidado sus clases de física. Hay tres
personas que empujan un mueble y los tres empujan en direcciones más o menos
diferentes. Pues bien, el mueble no va a ir en ninguna de las tres direcciones,
sino en otra. En la resultante de las tres fuerzas.
Todo cambio pertenece al orden de los procesos,
múltiples y descentralizados, no a una voluntad cualquiera, ni a un plan. Las
sociedades no cambian, o al menos no lo hacen ni profunda ni definitivamente,
por una simple toma del poder, sino por movimientos revolucionarios cuyo éxito
mismo se explica por la larga duración de los procesos de cambio sociales.
Francia no se hizo republicana porque hubiese
cortado la cabeza de Luis XVI, sino porque hubo un largo proceso, práctico y
teórico, de resistencia-creación ante la monarquía y el Antiguo Régimen, que
posibilitó la emergencia de otro régimen. Para reimaginar el cambio social,
necesitamos en primer lugar una racionalidad más compleja, más rica y menos
lineal.
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