18-04-2015
Barack Obama
llegó a la VII Cumbre de las Américas realizada en Panamá previamente derrotado
y dispuesto a aguantar el chubasco de las recriminaciones y exigencias. En
efecto, antes de viajar ya había intentado relativizar sus amenazas a
Venezuela, revelando así la debilidad de su posición y estimulando de paso las
acusaciones de casi todos los gobiernos latinoamericanos, encabezados por Cuba,
Venezuela, Ecuador y Argentina. Incluso en esa reunión donde estaban
representados los gobiernos, que raramente son una fiel representación de lo
que piensan sus pueblos respectivos, la relación de fuerzas fue desfavorable a
Estados Unidos, cuyas propuestas e iniciativas no fueron aprobadas y cayeron en
saco roto. Obama tuvo que sentarse en el banquillo de los acusados y recibir
torrentes de acusaciones apoyadas en la historia antigua y reciente de la
región y también estuvo obligado a recordar que sin el consumo de drogas
estadounidense el narco tráfico sería un problema muy menor y que de Estados
Unidos llegan las armas que utilizan los delincuentes y en Estados Unidos se
lava el dinero proveniente de este delito, que constituye casi un tercio del
capital financiero mundial.
Desde la
primera Cumbre convocada por Clinton, que pretendía imponer un Acuerdo de Libre
Comercio que abarcase desde Canadá hasta Tierra del Fuego, hasta esta Cumbre en
Panamá, pese a todos y a todo, la relación de fuerzas política y diplomática
entre Estados Unidos y su ex patio trasero sigue siendo desfavorable para
Washington. Venezuela, aunque con dificultades, sigue siendo chavista; Cuba,
pese a todo, resistió el bloqueo y obligó a EE.UU. a cambiar de táctica;
Bolivia y Ecuador mantienen gobiernos antiimperialistas y dos de los tres
países “grandes” de América Latina (Brasil y Argentina, a diferencia del
sometido México), a pesar de sus crisis y de sus dificultades políticas no
están alineados con la política del Departamento de Estado.
Esta crisis
en la hegemonía estadounidense se debe a varios factores. En primer lugar, a
las movilizaciones populares que hasta hace poco inflaron las velas de los
gobiernos nacionalistas y distribucionistas llamados “progresistas”. En segundo
lugar, a la creciente sustitución de las inversiones estadounidenses y europeas
por inversiones chinas y hasta rusas, sobre todo en sectores claves como la
energía, el transporte, las infraestructuras (carreteras, puertos, canal
transoceánico en Nicaragua), armamentos. Por último, a la decisión y valentía
de algunos gobiernos (el cubano, el venezolano, el ecuatoriano, el boliviano y
en parte también del argentino y el brasileño, que se niegan a ser
defenestrados por la alianza entre las oligarquías locales y Washington).
Pero tiene
también otro trasfondo, como la crisis política y moral producida por el
racismo antinegro y los asesinatos policiales impunes en los Estados Unidos
mismos. O como las derrotas en Libia, Medio Oriente y Afganistán de las
políticas de Estados Unidos y la presencia de un Israel cada vez más
colonialista, racista, fascista e indócil. O como la derrota en Ucrania y el
fortalecimiento del eje Moscú-Beijing. O las diferencias con sus aliados
europeos dispuestos a negociar con Rusia y desesperados por recibir parte del
maná chino, al extremo de desoir las exhortaciones estadounidenses y adherir al
Banco Asiático de Desarrollo de las Infraestructuras creado por China, al cual
adhirió hasta Corea del Sur.
La débil y
relativa recuperación económica de la Unión Europea, así como la caída
tendencial de la producción petrolera de Estados Unidos y la necesidad de
Arabia Saudita de financiar su guerra en Yemen y proyectos faraónicos (como la
desalinización del agua marina para su agricultura y sus nuevas ciudades en el
desierto), al mismo tiempo, tiende a reforzar el decaído precio del petróleo y,
por lo tanto, a aliviar a Rusia, a Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela
estimulando la resistencia de sus gobiernos respectivos.
Europa
penetra más en el mercado interno de Washington al devaluar su euro, que está
casi a la par del dólar, y al reducir sus importaciones. Al mismo tiempo, los
Países Bajos y Alemania retiran su oro de Estados Unidos, preparándose para una
política monetaria mundial con varias monedas de referencia, al igual que
China, que comercia con Rusia y con Asia en su propia moneda, y el dólar pierde
paulatinamente un monopolio que tuvo durante décadas. Estados Unidos sigue
siendo la primera potencia militar y financiera mundial, pero pierde velocidad
y su fracaso en su política colonialista alienta esa decadencia de su hegemonía.
Obama, por
eso, representó a Panamá a una potencia enferma y declinante, según el modelo
de la Inglaterra de los años treinta. Incluso el gobierno servil de Peña Nieto
en México, que apuesta todo a ese caballo cojo, no pudo diferenciarse mucho de
la ola de protestas latinoamericanas que habría sido inconcebible sin el cambio
en la relación de fuerzas entre los pueblos (y en menor medida algunos
gobiernos) y el emperador, que llegó a Panamá semidesnudo.
La
declinante hegemonía estadounidense, como sucedió durante décadas con el caso
del Reino Unido, no abre inmediatamente el camino a ninguno de sus
competidores. La Unión Europea política y militarmente es enana y está en
crisis. Rusia, por su parte, es frágil, depende fundamentalmente de la
exportación de hidrocarburos y pierde población continuamente. En cuanto a
China, su economía sigue creciendo a ritmos superiores a los de Estados Unidos,
pero este año registró el crecimiento más bajo desde 2009- el 7 por ciento
anual- suficiente apenas para dar trabajo a su creciente mano de obra y sus
exportaciones cayeron al igual que las importaciones, mientras es ya
intolerable el desastre ambiental producido por la producción capitalista
desenfrenada sin preocupación alguna ni por la Naturaleza ni por la gente. Por
lo tanto el tigre estadounidense, aunque herido y debilitado, podrá seguir
haciendo mucho daño durante al menos una década.
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