PARTE
PRIMERA
LA CONSIGNA DEL “DESARME”
En
toda una serie de países, en su mayoría pequeños y no implicados en la guerra
actual, por ejemplo, Suecia, Noruega, Holanda, Suiza, se han alzado voces en
favor del remplazo de la vieja reivindicación del programa mínimo socialdemócrata
relativa a la “milicia” o a “armas para el pueblo”, por una nueva reivindicación,
la del “desarme”. En el núm. 3 del órgano de la organización internacional de
la juventud, Jugend-Internationale, se publica un
editorial en favor del desarme. En las “tesis” de R. Grimm sobre la cuestión
militar, redactadas para el congreso del Partido Socialdemócrata suizo,
hallamos una concesión a la idea del “desarme”. En la revista suiza, Neues
Leben,
de 1915, Roland Holst, al mismo tiempo que propugna ostensiblemente la
“conciliación” de ambas reivindicaciones, hace, en la práctica, la misma
concesión. En el núm. 2 del órgano de la izquierda internacional, Vorbote (“El
precursor”) se publicó un artículo del marxista holandés Wijnkoop en defensa de
la vieja reivindicación de armas para el pueblo. La izquierda escandinava, como
se desprende de los artículos que se publican más adelante, acepta el “desarme”,
aunque reconoce a veces, que éste contiene un elemento de pacifismo[*].
Examinemos
más de cerca la posición de los defensores del desarme.
I
Una de las premisas
fundamentales en favor del desarme, aunque no siempre expresada con precisión,
es la siguiente: estamos contra la guerra, contra toda guerra en general, y la
exigencia del desarme es la expresión más definida, más clara y más precisa de
ese punto de vista.
En nuestro comentario al
Folleto de Junius,
al cual remitimos al lector[†],
demostramos la falacia de esa idea. Los socialistas no pueden oponerse a toda
guerra en general sin dejar de ser socialistas. No hay que dejarse enceguecer
por la actual guerra imperialista. En la época imperialista, estas guerras
entre “grandes” potencias son típicas, pero de ningún modo son imposibles las
guerras democráticas y las rebeliones,
por ejemplo, de los países oprimidos contra sus opresores para liberarse de la
opresión. Las guerras civiles del proletariado contra la burguesía, por el
socialismo, son inevitables. Son posibles las guerras entre un país en el que
ha triunfado el socialismo, y otros países, burgueses o reaccionarios.
El desarme es el ideal
del socialismo. En la sociedad socialista no habrá guerras y, por
consiguiente, se logrará el desarme. Pero quienquiera espere que se logre el
socialismo sin
una revolución social y sin la dictadura del proletariado, no es socialista.
La dictadura es el poder del estado directamente basado en la violencia.
Y en el siglo xx, como en general en la época de la civilización, la violencia
no significa el puño o un palo, sino el ejército.
Incluir el “desarme” en el programa equivale a hacer la declaración general:
nos oponemos al empleo de las armas. Hay tan poco marxismo en esto como lo
habría si dijéramos: ¡nos oponemos a la violencia!
Obsérvese que la
discusión internacional sobre dicha cuestión se ha llevado principalmente, si
no exclusivamente, en alemán. Y en alemán se utilizan dos palabras cuya
diferencia no es fácil traducir en ruso. Una, estrictamente hablando, significa
“desarme” y por ejemplo Kautsky y los kautskianos, la emplean en el sentido de
reducción del armamento. La otra estrictamente hablando, significa
“supresión del armamento”[‡]
y es utilizada de preferencia por la izquierda en el sentido de abolir el
militarismo, abolir todo sistema militarista. En este artículo hablamos de la última reivindicación,
corriente entre algunos socialdemócratas revolucionarios.
La apología que hacen los kautskianos del
desarme , dirigida a los gobiernos actuales de las grandes potencias
imperialistas, es el más burdo oportunismo, es pacifismo burgués que, en realidad, y a pesar de
las “buenas intenciones” de los sentimentales kautskistas, sirve para distraer
a los obreros de la lucha revolucionaria, pues semejante apología busca
infundir a los obreros la idea de que los gobiernos burgueses contemporáneos de
las potencias imperialistas no están ligados
entre sí por miles de hilos del capital financiero y por decenas y centenares
de tratados secretos similares (es decir,
tratados de rapiña, de bandidaje, que preparan el camino para una guerra
imperialista).
II
Los integrantes de una
clase oprimida que no se esfuerzan por aprender a usar las armas, por adquirir
armas, los integrantes de esa clase oprimida sólo merecen ser tratados como
esclavos. Nosotros, a no ser que nos hayamos trasformado en pacifistas
burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de
clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases y el
derrocamiento del poder de la clase dominante.
En toda sociedad de clases, ya sea basada
en la esclavitud, en la servidumbre o, como ahora, en el trabajo asalariado, la
clase opresora está siempre armada. No sólo el ejército regular moderno, sino
también la milicia moderna —incluso en las
repúblicas burguesas más democráticas como por ejemplo Suiza—, representan
a la burguesía armada contra
el proletariado. Es esta una verdad tan elemental que apenas si es necesario
detenerse en ella. Basta recordar que en todos los países capitalistas sin
excepción, se emplean tropas (incluyendo la milicia republicana democrática) contra
los huelguistas. La burguesía armada contra el proletariado es uno de los
hechos más importantes, fundamentales y principales de la sociedad capitalista
moderna.
¡Y
ante semejante hecho se insta a los
socialdemócratas revolucionarios a “exigir” el “desarme”!
Ello
equivale a abandonar por completo el punto de vista
de la lucha de clases, a renunciar a toda
idea
de revolución. Nuestra consigna debe ser:
armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta
es
la única táctica posible para la clase revolucionaria, táctica que se desprende
de todo el desarrollo
objetivo
del militarismo capitalista y que es dictada
por
él. Sólo después de desarmar a la
burguesía podrá el proletariado,
sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra todas las
armas, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo cuando
se
hayan cumplido estas
condiciones, de ningún modo antes.
Si
la guerra actual despierta entre los reaccionarios
socialistas
cristianos, entre la pequeña burguesía
llorona sólo horror y temor,
solo
repugnancia hacia todo empleo de armas, hacia el derramamiento
de sangre, hacia la muerte, etc., nosotros debemos
decir
entonces: la sociedad capitalista es
y ha
sido siempre un
horror sin fin. Y si la más reaccionaria
de todas las guerras
prepara
ahora para esa sociedad un
fin con horror, no tenemos ningún
motivo para desesperamos. Pero la exigencia del “desarme”, o más correctamente,
la ilusión del desarme, no es, objetivamente más que una expresión de
desesperación, en una época en que, como todos
pueden
ver, la misma burguesía prepara el camino para
la única guerra legítima y revolucionaria: la guerra civil contra la burguesía
imperialista.
Algunos podrán decir: es
una teoría al margen de la vida pero nosotros les recordaremos dos hechos de
carácter histórico universal: el papel de los trusts y el trabajo de las
mujeres en las fábricas, por una parte, y la Comuna de París de 1871 y la insurrección
de diciembre de 1905 en Rusia, por la otra.
El propósito de la
burguesía es promover trusts, empujar a niños y mujeres a las fábricas,
someterlos a la corrupción y al sufrimiento, condenarlos a la miseria. Nosotros
no “reclamamos" semejante desarrollo, no lo “apoyamos”, luchamos contra
él. Pero, ¿cómo
luchamos? Sabemos que los trusts y el empleo de las mujeres en la industria
implican un progreso. No queremos regresar al sistema
de artesanía, al capitalismo premonopolista al penoso trabajo doméstico de la
mujer. Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá de ellos, hacia el
socialismo!
Este
razonamiento tiene en cuenta el desarrollo objetivo
y, con las modificaciones necesarias, se aplica también a la actual militarización
del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no solo militariza a todo
el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar
a
las mujeres. Nuestra actitud debe ser ¡tanto
mejor!
¡Adelante, a todo
vapor! Pues cuanto más de prisa avancemos, tanto
más cerca estaremos de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo
pueden los socialdemócratas caer en el
temor a la militarización de la juventud, etc., si no han olvidado el ejemplo
de la
Comuna de París? Eso no es una "teoría al
margen de la vida” o una ilusión, es un hecho. Y sería en verdad un mal negocio
si pese a todos los hechos económicos y políticos, los socialdemócratas
comenzaran a dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas han
de conducir, inevitablemente, a la repetición de
tales hechos.
Cierto observador
burgués de la Comuna de París escribía, a un periódico inglés, en mayo de 1871:
“¡Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, qué nación terrible
sería!” Mujeres y niños hasta de 13 años lucharon en la Comuna de París, hombro
a hombro con los hombres. Y no podrá suceder de otro modo en las batallas
futuras por el derrocamiento de la burguesía. Las mujeres proletarias no
mirarán pasivamente como la burguesía, bien armada, ametralla a los obreros,
mal armados o desarmados. Tomarán las armas, como lo hicieron en 1871 y de las
actuales naciones atemorizadas, o, más correctamente, del actual movimiento
obrero, desorganizado, mas por los oportunistas que por los gobiernos, surgirá
sin duda alguna, tarde o temprano, pero con absoluta certeza, una liga
internacional de las “naciones terribles” del proletariado revolucionario.
En
la actualidad se está militarizando toda la vida social. El imperialismo es una
lucha encarnizada de las grandes potencias
por la distribución y redistribución del mundo,
y, por ello conducirá inevitablemente a una mayor militarización en todos los
países, incluso en los neutrales y pequeños. ¿Cómo combatirán esto las mujeres
proletarias? ¿Sólo maldiciendo todas las guerras y todo lo militar, sólo
exigiendo el desarme? Jamás aceptaran ese vergonzoso papel las mujeres de una
clase oprimida y verdaderamente revolucionaría. Dirán a sus hijos: “Pronto
serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende bien la ciencia militar. Los
proletarios necesitan aprenderla, no para disparar contra tus hermanos, los
obreros de otros países, como sucede en la guerra actual, y como te lo
aconsejan los traidores al socialismo, necesitan aprender esta ciencia para
luchar contra la burguesía de su propio país, para poner fin a la explotación,
a la miseria y a las guerras, y no con piadosos deseos, sino derrotando y
desarmando a la burguesía.” Si vamos a renunciar a esta propaganda,
precisamente a esta propaganda, con respecto a la guerra actual, entonces es
mejor que dejemos de usar lindas palabras sobre la socialdemocracia
revolucionaria internacional, la revolución socialista y la guerra contra la
guerra.
III
Los defensores del
desarme objetan el punto del programa referente a “armas para el pueblo”, entre
otras razones, porque, alegan, conduce más fácilmente
a hacer concesiones al oportunismo. Más arriba hemos examinado lo más
importante: la relación entre el desarme
y la lucha de clases y la revolución social. Examinaremos ahora la relación
existente entre la reivindicación del desarme y el oportunismo. Una de las
razones más importantes de que sea inadmisible, es precisamente que junto con
las ilusiones que engendra, debilita y enerva inevitablemente nuestra lucha
contra el oportunismo.
No
cabe duda de que ésta lucha es el problema principal e inmediato que afronta
ahora la Internacional. La lucha contra el imperialismo que no esté
indisolublemente ligada a la lucha contra el oportunismo es una frase hueca o
un engaño. Uno de los defectos principales de Zimmerwald y Kienthal,
una de las causas principales del posible fracaso de esos embriones de la III
Internacional, es que ni siquiera se haya planteado
francamente el problema de la lucha contra el oportunismo, y mucho menos que
se haya resuelto en el sentido de señalar la necesidad de romper con los
oportunistas. El oportunismo triunfó, momentáneamente, en el movimiento obrero
europeo. En todos los grandes países se manifiestan sus dos matices
fundamentales: primero, el social imperialismo franco, cínico y por ello no menos
peligroso, de los señores Plejánov, Scheidemann, Legien, Albert Thomas y Sembat,
Vandervelde, Hyndman, Henderson, etc.; segundo, el oportunismo de Kautsky,
encubierto: Kautsky-Haase y el “Grupo Socialdemócrata del Trabajo” en Alemania;
Longuet, Pressemanne, Mayeras, etc. en Francia; Ramsay McDonald y otros dirigentes
del “Independent Labour Party” en Inglaterra; Mártov, Chjeídze, etc. en Rusia; Treves y
otros, llamados reformistas de izquierda, en Italia.
El oportunismo declarado
se opone directa y abiertamente a la
revolución y a los movimientos y explosiones revolucionarios incipientes. Está
en alianza directa con los gobiernos, cualesquiera sean las formas de esta
alianza, desde la aceptación de cargos
ministeriales
hasta la participación en los comités de la
industria bélica. Los enmascarados, los partidarios de Kautsky, son mucho más
perjudiciales y peligrosos para el movimiento
obrero, porque
ocultan la defensa que hacen de su alianza con
los primeros con palabras plausibles,
seudo “marxistas”, y consignas pacifistas. La lucha contra estas dos formas de
oportunismo predominantes debe llevarse a cabo en todos
los ámbitos de la política proletaria: parlamento,
sindicatos, huelgas, fuerzas armadas, etc.
¿Cuál es la
característica principal que distingue estas dos
formas de oportunismo predominante?
Es que el problema
concreto de la relación entre la
guerra actual y la revolución y demás problemas concretos de la revolución
se silencian y se ocultan, o se tratan con el pensamiento puesto en las
prohibiciones policiales. Y eso a pesar de que antes de la guerra se señaló
infinidad de veces, tanto de modo extraoficial como oficial en el manifiesto
de Basilea, la relación entre esa
guerra inminente y la revolución proletaria.
El defecto principal de
la reivindicación del desarme es que elude todos los problemas concretos de la
revolución. ¿O es que los defensores del desarme están por una forma totalmente
nueva de revolución, una revolución
sin armas?
IV
Prosigamos.
De ningún modo nos oponemos a la lucha por las reformas. Y no queremos ignorar
la triste posibilidad de que la humanidad —si sucede lo peor— tenga que pasar
por una segunda guerra imperialista, si de la guerra actual no surge la revolución, a
pesar de las numerosas explosiones de efervescencia de las masas y del
descontento de las masas y a pesar de
nuestros esfuerzos. Somos partidarios de un programa de reformas que también
esté dirigido contra los oportunistas. Mucho se alegrarían los oportunistas
si abandonásemos totalmente en sus manos la lucha por las reformas y buscásemos
escapamos de la triste realidad en una nebulosa
fantasía de “desarme”. El “desarme” significa
simplemente huir de la desagradable realidad y no luchar contra ella.
A propósito, algunos
izquierdistas no dan una respuesta suficientemente
concreta al problema de la defensa de la patria, y este es un gran defecto por
parte de ellos. Teóricamente es mucho más
correcto y en la práctica muchísimo más importante decir que en la actual
guerra imperialista la defensa de la patria es un engaño reaccionario burgués,
que adoptar una actitud “general” contra la defensa de la patria en “cualquier”
circunstancia. Esto es erróneo y además no “fustiga” a los oportunistas, esos
enemigos directos de los obreros, dentro de los partidos obreros.
En lo que se refiere al
problema de la milicia, debiéramos decir, formulando una contestación concreta
y prácticamente necesaria: no estamos por una milicia burguesa, estamos por una
milicia únicamente proletaria. Por consiguiente, “ni un centavo, ni un hombre”
no sólo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa,
incluso en países como Estados Unidos, Suiza, Noruega, etc. Con tanta mayor razón
por cuanto en los países republicanos más libres (por ejemplo Suiza) observamos
una prusianización cada vez mayor de la milicia y que se la prostituye
movilizándola contra los huelguistas. Podemos exigir la elección de los
oficiales por el pueblo, la abolición de todos los tribunales militares,
iguales derechos para los obreros extranjeros y los nacidos en el país (punto
de especial importancia para aquellos Estados imperialistas que, como Suiza,
explotan cada vez más y más descaradamente a mayor número de obreros
extranjeros, negándoles todo derecho). Además podemos exigir, digamos, que
cada cien habitantes de un país determinado tengan derecho a formar
asociaciones de adiestramiento militar voluntario con libre elección de
instructores, pagados por el Estado, etc. Sólo en tales condiciones, podría
adquirir el proletariado adiestramiento militar para sí,
y no para sus esclavizadores; y los
intereses del proletariado exigen absolutamente ese adiestramiento. La
revolución
rusa demostró que todo éxito
del movimiento
revolucionario, incluso un éxito parcial,
como la toma
de una urbe, de
una ciudad
fabril, o el atraerse a una parte
del
ejército, obliga inevitablemente al proletariado
vencedor
a poner en práctica precisamente
ese programa.
Por último, se comprende
que el
oportunismo jamás será derrotado sólo con programas,
sino vigilando sin descanso el cumplimiento
real
de éstos. El mayor error, fatal, de la fracasada II
Internacional fue que sus palabras no
concordaban con sus hechos, que se practicaba
la costumbre
de recurrir a una fraseología revolucionaria
inescrupulosa
(véase la actitud actual de Kautsky
y
Cía. hacia el manifiesto de
Basilea).
Al enfocar desde este ángulo
la
exigencia del desarme, debemos, ante todo,
plantear el problema de su significado objetivo.
El desarme como idea social —es
decir, una
idea que surge de un
determinado
ambiente social y que puede actuar sobre
él,
y que no es invención de algún
excéntrico o de un grupo— surge,
evidentemente, de las condiciones particularmente
“tranquilas” que, como excepción prevalecen en
algunos Estados pequeños que durante un período bastante
largo se mantuvieron al margen del derrotero mundial de las guerras
y del derramamiento de sangre y que confían poder
seguir así. Para convencerse de ello basta considerar, por ejemplo, los
argumentos de los defensores del desarme en Noruega: “Somos un país pequeño”,
dicen, “nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes
potencias (y por consiguiente ¡nada podemos hacer si se nos impone por la
fuerza una alianza imperialista
con uno u otro grupo de grandes potencias!), “queremos que nos dejen
tranquilos en nuestro rincón remoto y continuar con nuestra política
pueblerina, exigir el desarme, el arbitraje obligatorio, una neutralidad
permanente, etc.” (¿“permanente” al estilo belga sin duda?).
El afán mezquino de los
Estados pequeños de mantenerse apartados, el deseo pequeñoburgués de estar lo
más lejos posible de las grandes batallas de la historia mundial, de aprovechar
su situación relativamente monopolista para permanecer en una pasividad
anquilosada: tal es el medio social objetivo
que puede asegurar cierto éxito y alguna popularidad a la idea del desarme en
algunos Estados pequeños. Claro que ese afán es reaccionario y está basado
sólo
en ilusiones, pues el imperialismo, de uno u
otro modo,
arrastra a los
Estados pequeños a la vorágine de la economía mundial
y de la política mundial.
Citemos el caso de
Suiza. Su situación en medio de Estados imperialistas impone objetivamente dos
líneas al movimiento obrero. Los oportunistas, en alianza con la burguesía,
buscan hacer de Suiza una federación monopolista republicano democrática que
prosperará con las ganancias que le dejarán los turistas de la burguesía
imperialista y hacer que esta “tranquila” posición monopolista sea lo más
lucrativa y tranquila posible. En realidad, esta es una política de alianza
entre una pequeña capa privilegiada de obreros de un
pequeño país privilegiado y la burguesía de ese país contra
las masas del proletariado. Los verdaderos socialdemócratas suizos se esfuerzan
por utilizar la relativa libertad de Suiza, su situación “internacional” (la
vecindad con los países más ilustrados, la circunstancia de que Suiza no tiene
—gracias a Dios— “un idioma propio” sino tres idiomas universales) para extender,
consolidar, fortalecer la alianza revolucionaria
de los elementos revolucionarios del proletariado de toda Europa. Ayudemos a nuestra
burguesía a que mantenga el mayor tiempo posible su monopolio del
supertranquilo comercio de maravillas alpinas; quizá también a nosotros nos
toque algún centavo — ese es el contenido objetivo
de la política de los oportunistas suizos. Ayudemos a forjar la alianza
de las secciones revolucionarias del proletariado de Francia, Alemania e
Italia, para derrocar a la burguesía — tal es el contenido objetivo de la
política de los socialdemócratas revolucionarios suizos. Lamentablemente, las
“izquierdas” en Suiza realizan aún de modo muy insuficiente esta política, y
la excelente resolución del congreso de su partido, realizado en Aarau en 1915
(reconocimiento de la lucha revolucionaria de masas), es aún letra muerta.
Pero esta no es la cuestión que discutimos ahora.
La cuestión que ahora
nos interesa es: ¿concuerda la reivindicación del desarme con esta tendencia
revolucionaria de los socialdemócratas suizos? Evidentemente no. Objetivamente,
la “exigencia” del desarme corresponde a la estrecha línea nacional,
oportunista, del movimiento obrero, una línea que está limitada por la
perspectiva de un Estado pequeño. El “desarme” es, objetivamente, un
programa en extremo nacional, específicamente nacional, de los pequeños
Estados; no es, ciertamente, el programa internacional de la socialdemocracia
revolucionaria internacional.
***
P.
S. En el último número de Socialist Review[§] de Inglaterra
(setiembre de 1916), órgano del oportunista “Partido obrero independiente”,
encontramos en la pág. 287 la resolución de la Conferencia de Newcastle de ese
partido: negativa de apoyar cualquier guerra librada
por cualquier gobierno, aunque, “nominalmente”,
sea una guerra “defensiva”. En la pág. 205 del mismo número encontramos la
siguiente declaración en un editorial: “No aprobamos de ninguna manera la
sublevación de los fenianos” (sublevación irlandesa de 1916), “no aprobamos
ninguna insurrección armada, así como tampoco aprobamos ninguna forma de
militarismo o de guerra”.
¿Es
necesario demostrar que esos
“antimilitaristas”, que tales defensores del
desarme, no de un país pequeño, sino grande, son los oportunistas más
perniciosos? Y sin embargo, teóricamente, tienen toda la razón cuando
consideran la insurrección como una de las “formas” del militarismo y de la
guerra.
Escrito
en octubre de 1916. Publicado en diciembre de 1916, en Sbórnik Sotsiál-Demokrata,
núm. 2.
Ob. Completas, Tomo XXIV Editorial Cartago, Bs. As.
1970
Firmado:
N. Lenin.
Se
publica de acuerdo con el texto de la publicación
PARTE SEGUNDA
LOS RIESGOS EN LA VÍSPERA DE LA PAZ: ¿PUEDE REPETIRSE UN GENOCIDIO POLÍTICO EN COLOMBIA?
Publicado: 1 dic
2016 11:11 GMT
Las señales, aunque
alarmantes, siguen relativamente veladas. El asesinato de líderes políticos y
defensores de los derechos humanos no ha cesado en Colombia, aún cuando su
presidente fue galardonado con el Premio Nobel de la paz. Los activistas ya lo
advierten: la amenaza de un genocidio sigue latente.
"El
riesgo de que se repita la trágica experiencia de la UP está latente",
sostiene la defensora de derechos humanos, Ana Teresa Bernal, en entrevista a
RT.
UP
son las siglas de la Unión Patriótica, un partido político de izquierda que fue
víctima de un genocidio en la década de los ochenta: más de 4.000 de sus
miembros fueron asesinados mientras transcurrían las negociaciones de paz entre
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de
Belisario Betancourt.
Hoy,
el país suramericano está en un proceso similar. El presidente Juan Manuel
Santos -recientemente galardonado con el Premio Nobel de la Paz- emprendió
conversaciones con el grupo guerrillero para ponerle punto final al conflicto
armado de más de medio siglo. Sin embargo, los escollos no son pocos.
Además del fracaso en el
plebiscito que refrendó el primer acuerdo y la férrea oposición de grupos
conservadores, la huella de la sangre sigue. Sólo este año, 70 líderes sociales y defensores de los derechos humanos
han sido asesinados. ¿Cuáles son los riesgos que ponen en veremos la ansiada
paz para Colombia?
Estigmatización
La semana pasada fue
alarmante. Tres dirigentes campesinos fueron asesinados en los conflictivos
departamentos de Nariño Y Caquetá. Una comisión de Naciones Unidas (ONU) se
trasladó a la zona para esclarecer los hechos mientras Santos advertía que las
muertes eran el recordatorio de que la paz no requería más dilaciones.
La fiscalía, luego
de las denuncias de varias organizaciones políticas e indígenas,
llamaron a declarar a un alcalde para que rindiera cuentas por el suceso
porque, en su cuenta de Facebook, el edil había acusado a la asociación
donde militaban las víctimas de querer "usurpar el espacio que deja
la guerrilla en cuanto a la extorsión". La estigmatización,
presume el Ministerio Público, pudo haber sido la condena de muerte
para las víctimas.
Pese a que la guerrilla
y el gobierno firmaron un segundo acuerdo, que deberá ser refrendado ahora por
el Congreso, el temor de los activistas sigue latente. "El Presidente Juan
Manuel Santos debe actuar con diligencia y compromiso para frenar esta ola de
violencia, de lo contrario todo el esfuerzo de la paz se habría perdido",
advierte Bernal, Alta Consejera de víctimas, paz y reconciliación en
Bogotá, y fundadora de Redepaz.
En los últimos cuatro
años, al menos 127 líderes de la UP han sido asesinados. De acuerdo al
Centro Nacional de Memoria Historia (CNMH), sólo en el mes de noviembre hubo cinco homicidios en
contra de los dirigentes sociales Jhon Jairo Rodríguez Torrez, José
Antonio Velasco, Erley Monroy, Didier Lozada y Rodrígo Cabrera.
¿Quién le teme a la paz?
Para Bernal, los mayores
desafíos para el proceso de paz tienen que ver con la seguridad de los líderes
sociales y la población civil en general, así como con la voluntad política
para la implementación del acuerdo: "Todos los funcionarios deben estar el
servicio de este proceso de transformación de la sociedad".
La historia en Colombia,
sin embargo, ha demostrado ser distinta. "Ha sido sistemática la violencia
contra los defensores de derechos humanos y la falta voluntad política para
frenar este flagelo", añade Bernal, tras recordar que en muchas ocasiones,
miembros de al fuerza pública han actuado de manera conjunta con grupos
ilegales para intimidar, amenazar o eliminar a los líderes sociales o miembros
de grupos insurgentes.
La posible incorporación
de las FARC a la vida política, en caso de que el acuerdo prospere, es un
escenario que podría avivar aún más la conflictividad, en un país que se ha
caracterizado por "la intolerancia política", sostiene la Alta
Consejera.
Los enemigos de la paz,
explica, no sólo se oponen a que se abra el abanico para la participación política,
sino que "no quieren la verdad, no quieren la restitución de las tierras a
los campesinos y menos unas transformaciones en la política agraria porque
afecta sus intereses económicos".
Las razones de esa
oposición, más que políticas, son económicas: "La guerra también es
un negocio que produce dividendos para algunos: narcotráfico, tráfico de armas,
mejores prevendas a los militares", afirma. Por eso, para
Colombia, la paz apenas está en ciernes. La firma del acuerdo es el principio.
Nazareth Balbás
[*] Lenin se refiere a los artículos
de Ch. Kílbom “La socialdemocracia sueca y la guerra mundial” y de A. Hansen
“Algunos momentos del movimiento obrero contemporáneo en Noruega”, publicados
en Sbotnik Sotsial- Demokrata, núm. 2 (diciembre de 1916). (Ed.)
[§] The Socialist Review (“La revista socialista”):
publicación mensual, portavoz del reformista Partido Laborista Independiente de
Inglaterra, se publicó en Londres desde 1908 a 1934. Durante los años de la
guerra imperialista mundial colaboraban en la revista R. MacDonald, F. Snowden,
A. Lee y otros. (Ed.)
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