21/12/2016
La divulgación de los resultados de las llamadas
pruebas PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos, por sus
siglas en inglés), una evaluación estandarizada diseñada y aplicada por la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), bastión del
neoliberalismo global, ha generado revuelo y polémica en nuestra región.
Para algunos voceros del establishment neoliberal,
el pobre desempeño de los estudiantes de los países latinoamericanos que
tomaron estas pruebas, en relación con sus pares de los países asiáticos y
europeos, constituye la mejor prueba del fracaso de nuestros sistemas
educativos y de la necesidad de impulsar reformas que nos pongan a la altura de
los sistemas del primer mundo (siempre y cuando esto no implique pagar más
impuestos o alterar la sacrosanta estructura de distribución de la riqueza).
Quienes expresan este punto de vista, poco dicen de
las condiciones de desigualdad social estructural en que transcurre la infancia
y adolescencia de la gran mayoría de los jóvenes latinoamericanos, y callan
sobre las furiosas reacciones de los poderes fácticos cuando algún presidente o
presidenta comete el imperdonable agravio de gobernar en beneficio de los
excluidos, de los más pobres, de los últimos entre los últimos. Ahí están los
casos de Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina o Ecuador, para quien necesite
más pruebas sobre las brutales ofensivas restauradoras que han debido enfrentar
los gobiernos que más hicieron por reducir la desigualdad y la pobreza en
América Latina, en lo que va del siglo XXI.
Para los críticos de la evaluación estandarizada de
conocimientos, como el secretario general de CLACSO, Pablo Gentili, las pruebas
PISA son un mecanismo artificial, burocrático, impuesto sin mayor discusión a
los países latinoamericanos que forman parte de la OCDE, o que aspiran a serlo,
y con un problema de origen: parten “de un principio equivocado, de que hay una
forma de pensar el desarrollo y el mundo, que es universal, de Shanghái hasta
República Dominicana, todos los jóvenes con 15 años tienen que saber un
conjunto de cosas que son fundamentales para sobrevivir y progresar en la
vida”. Para Gentili, a través de estas pruebas la OCDE “establece un horizonte,
un modelo educativo colonial, dominante y para nada universal ni científico”,
que condiciona los objetivos de la educación a la visión económica de los
poderosos. Es decir, la del capitalismo neoliberal.
Gentili da en el clavo de la cuestión. Ese modelo
educativo es el que se ha venido instalando en América Latina, con mayor o
menor resistencia, por medio de una reforma educativa de larga duración –ya
supera las dos décadas-, reproductora de la ideología dominante y de la
racionalidad tecnocrática, y que le ha permitido a un manojo de organismos
internacionales influir en la definición de los sentidos y finalidades de la
educación en nuestros países. Este neoliberalismo pedagógico, como lo llama la
educadora argentina Adriana Puiggrós, se asienta en los discursos de la calidad
y la evaluación, en la imposición de una lógica gerencial sobre las prácticas
pedagógicas, y en la aceptación pasiva de la tesis según la cual los
sistemas educativos deben satisfacer, por encima de cualquier otro propósito, la
demanda de recursos humanos o mano de obra calificada para el mercado.
La evaluación de los aprendizajes va más allá de la
simple medición cuantitativa de resultados, la aplicación de instrumentos
estandarizados, o la creación de una identidad entre el estudiante y un número
que pretende calificarlo; la evaluación supone un ejercicio de valoración
fundamentada, desde el que se reflexiona, analiza e investiga sistemáticamente
la integralidad del fenómeno educativo: su intencionalidad, los aciertos, las imitaciones,
y todos aquellos aspectos susceptibles de ser mejorados en la praxis. Por el
contrario, instrumentalizar la evaluación del aprendizaje, como intentan
hacerlo las agencias del pensamiento y la cultura neoliberal, sería reducir la
condición humana a una relación de costo-beneficio y aceptar como única ley
educativa el juego de la oferta y la demanda.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
http://www.alainet.org/es/articulo/182528
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