10/12/2016
| David Hearst
La caída de Alepo no significará el final de la
guerra, sino solo el comienzo de un nuevo capítulo. La forma en que reaccionen
los rebeldes será decisiva para la posibilidad de ver a Siria renacer de sus
cenizas.
Bien sea por costumbre o por tradición, la
transición presidencial en los Estados Unidos es el momento ideal para tratar
los asuntos no terminados. La entrega de las llaves de una administración a la
que le sucede ofrece oportunidades tentadoras de crear nuevos hechos sobre el
terreno en Medio Oriente.
Israel explotó la transición entre George Bush y
Barack Obama para lanzar la operación “Plomo”endurecida contra Gaza, que
se detuvo dos días antes de la investidura de Obama ,el 20 de enero de 2009.
Rusia se sirve ahora de la transición entre Obama y Trump para hacer lo mismo
en Alepo.
Los dos campos de la guerra civil siria comprenden
la importancia de este momento. Los rebeldes dependían de forma insensata de
las garantías de Hillary Clinton y aguantaban hasta su llegada al poder. No
tenían plan B en caso de derrota de Clinton.
Por el contrario, los rusos comprenden que deberán
haber acabado con el este de Alepo en el momento en que Donald Trump sea
investido. Cuando la ciudad vieja haya caído, la misión estará casi realizada.
Vladimir Putin no piensa simplemente en que acaba
de recuperar Alepo. Piensa también que ha triunfado en la confrontación con los
Estados Unidos. Esto se ve claramente en el discurso pronunciado por Serguei
Lavrov la semana pasada en Roma. En él estima que la administración entrante ha
acabado por entender el mensaje según el cual los “terroristas” -cualquiera que
sea el nombre que Rusia les atribuya- representan una mayor amenaza para la
seguridad nacional americana que Assad.
Emplea un argumento que poca gente negaría hoy: de
Afganistán a Libia, los Estados Unidos se han servido de los yihadistas
salafistas como palancas para los cambios de regímenes, pero solo para ver esas
armas volverse contra ellos. Rusia, ha proseguido Lavrov, no está casada con
Assad. Pero sí lo está con el Estado sirio.
Miedo a la victoria
Las actuaciones de Rusia cuentan una historia
diferente de la de las palabras de Lavrov. Según el Observatorio Sirio de los
Derechos Humanos, algo más de 10 000 personas en Siria han resultado muertas
por ataques aéreos rusos entre el 30 de septiembre de 2015 y el 30 de octubre
de este año; de ellas 2861 miembros de la organización Estado Islámico (EI),
3079 combatientes de facciones rebeldes e islámicas, 2565 hombres de más de 18
años, 1013 niños de menos de 18 años y 584 mujeres.
Basándose solo en estas cifras -y hay otras-, está
claro que Rusia ha llevado a cabo una guerra total contra una población no
protegida en las zonas controladas por los rebeldes. Una guerra realizada
contra una población, sus hospitales y mercados, similar a la que realizó en
Grozny hace 16 años. Sus actuaciones difieren poco de las del ejército sirio.
Como todas las potencias coloniales, la Federación de Rusia se ha arrogado la
decisión de decidir qué personas debían vivir y cuales debían morir. Y si se
encuentran en zonas controladas por la rebelión, mueren todas juntas.
Pero no es eso lo que inquieta a Lavrov. En
privado, Lavrov, como Pirro antes que él, teme pensar en a qué se parece la
victoria. ¿Qué significará realmente la “Siria habitada”, expresión que he
empleado antes, cuando se haya declarado la victoria? ¿Una masa de escombros,
una sucesión de ciudades en ruinas, cuyos ciudadanos serán totalmente
dependientes de la ayuda durante los años que vienen?
Para sostener las zonas que sus bombardeos han
destruido, Rusia deberá comenzar a poner en pie hospitales y a desplegar
médicos sobre el terreno, lo que ha comenzado ya a hacer en el Este de Alepo.
Estos últimos necesitarán a su vez una protección, tropas rusas sobre el
terreno que se convertirán entonces en objetivo de ataques rebeldes. El poder
aéreo ruso no es de ninguna utilidad en una guerrilla urbana.
Hay que pensar en el tiempo durante el cual los
talibanes han sobrevivido a la potencia de los Estados Unidos y de las fuerzas
aéreas aliadas. En efecto, con la caída de Alepo, la situación cambiará de
nuevo, como ocurrió cuando Rusia entró en guerra. Las fuerzas rebeldes no
protegerán ya las zonas contra el asalto de las milicias pro-Assad. Organizarán
más bien clásicos ataques relámpago de guerrilla contra zonas bajo control
gubernamental. Assad no es capaz de proporcionar la protección física de la que
tienen necesidad las zonas conquistadas.
El Estado ficticio sirio
La infraestructura política de Siria está aún más
destrozada que su infraestructura física. Tras cinco años de criminal guerra
civil, el Estado sirio es una ficción en la que las milicias sectarias y
extranjeras son libres para vagabundear. La función principal del Banco
Central, por no citar más que un ejemplo, es gestionar la cartera de Rami
Makhlouf. No existe un Estado que dirija la lealtad y la confianza de cada
denominación siria.
En la analogía con Stalingrado -que los
comentaristas de la derecha nacionalista rusa gustan tanto emplear- las ruinas
de Alepo no son probablemente el símbolo del resurgir de un nuevo Estado sirio.
Esas ruinas se transformarán más probablemente en campo de batalla de la
resistencia a los invasores extranjeros militarmente superiores, entre los que
Rusia llega en primer lugar, Irán en segundo y Hezbolá en tercero. Los rusos no
son los liberadores de Alepo, son el VI ejército de Friedrich Paulus, y si
permanecen en aquellos parajes, encontrarán el mismo destino.
Dos escenarios se perfilan tras la caída de Alepo.
El primero es que la oposición siria bajo todas sus formas, ya sean el ESL o
los islamistas, se desintegrará y desaparecerá. Assad será dejado en el poder
mientras que las discusiones sobre una transición se proseguirán
indefinidamente. No habrá elecciones que incluyan a los refugiados de fuera de
Siria por la misma razón que justifica que ninguna elección palestina incluye a
la diáspora palestina que vive en los campos. La preservación del régimen será
la clave de todos los cálculos de los apoyos extranjeros de Assad, que han
pagado un pesado tributo manteniéndole en el poder.
Por esta razón, cuando Alepo caiga, Putin y Lavrov
harán horas suplementarias para declarar que la misión está cumplida, como Bush
en Irak, y poner oficialmente un final a la guerra. Eso no son más que deseos
piadosos. Federica Mogherini, responsable de la política exterior de la UE ha
tenido razón al advertir a Lavrov en Roma, la semana pasada, que la caída de
Alepo no significaría el final de la guerra. El grado de destrucción y los
desplazamientos humanos causados por esta guerra civil no harán más que
alimentar más aún la resistencia. No se trata de una réplica de Hama, teatro de
una insurrección de los Hermanos Musulmanes en 1982, que fue contenida cuando
la ciudad fue destruida por el padre de Assad, Hafez.
¿Sacarán los rebeldes las lecciones?
La caída de Alepo no hará sino acentuar la crisis
de dirección sunita. Tendrá lugar una reacción. La gran pregunta estratégica es
saber si ésta será irracional, yihadista y destructiva o si los rebeldes serán
capaces de elaborar una respuesta racional.
Y vamos al segundo escenario. ¿Sacarán los rebeldes
las lecciones de su enorme fracaso estratégico y militar? Estas lecciones son
numerosas. Han creído en las diferentes garantías de los Estados Unidos, Arabia
Saudita, Turquía, Qatar, que les afirmaban que estaban a punto de obtener las
armas de combate necesarias para librar esta guerra. Nunca llegaron.
Michel Kilo, disidente sirio cristiano en el exilio
que los rusos han intentado por todos los medios reclutar, ha acusado
violentamente a Arabia saudita de “cometer un crimen contra el pueblo sirio”.
“Nuestros hermanos de Arabia saudita no son capaces de establecer un plan,
ni de dirigir una respuesta contra la campaña que se realiza en contra de las
sociedades árabes e islámicas, ha declarado. Viven simplemente porque tienen
dinero; viven en el desierto. Pero mañana, verán”. “Juro por la vida de
mis propios hijos que no dejaremos el Golfo intacto y que le demoleremos piedra
por piedra, ha añadido Kilo. Vosotros destruís el mejor país del mundo islámico
y del mundo árabe; un país que lleva el nombre de Siria”.
La lección que hay que sacar de esto es que la
oposición siria no puede contar con nadie. Pero para ser autosuficiente, tiene
necesidad de unidad. La rama política de la oposición siria, compuesta de
diplomáticos que desertaron del régimen y de universitarios de la diáspora, no
ha podido, sencillamente, hacer frente a la tarea que tenía por delante.
Estaban desgarrados por cismas. Eran débiles, estaban equivocados a propósito
de la ayuda que recibirían por parte de los Estados Unidos, han estado
sobrepasados y superados en potencia de fuego.
La rebelión siria debe reencontrar su rostro
multiconfesional. La guerra comenzó bajo la forma de un levantamiento civil no
armado contra una dictadura dirigida por una familia. Aunque estén olvidados
hoy, los rostros de esta revolución eran George Sabra, cristiano ortodoxo
griego y primer presidente del Consejo Nacional Sirio, Burhan Ghaliun,
presidente sunita del Consejo Nacional de Transición y Fadwa Soliman, actriz de
ascendencia alauita.
Los rostros de los y las combatientes son hoy
yihadistas, sectarios o, según los términos de Kilo, “no democráticos”.
El rostro original de esta revolución debe ser recuperado si una Siria unida
está llamada a renacer un día de las cenizas de Alepo.
* David Hearst es redactor jefe de Middle
East Eye. Ha sido editorialista jefe de la rúbrica “Exterior” del diario The
Guardian, donde precedentemente ocupó los puestos de redactor asociado para
la rúbrica “Extranjero”, redactor para la rúbrica “Europa”, jefe de oficina en
Moscú y corresponsal europeo e irlandés. Antes de unirse a The Guardian,
David Hearst era corresponsal en la rúbrica “Educación” en el diario The
Scotsman. Las opiniones expresadas en este artículo solo comprometen a su
autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Middle East Eye.
08/12/2016
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO
SUR
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