Publicado por Daniel Eskibel en Feb
14, 2017
Los carteles electorales
deben marcar el territorio tal como manda la zona más primitiva de nuestro
cerebro. Pero lo deben hacer con la colaboración de la zona más avanzada de
nuestro cerebro, la que nos permite modular y perfeccionar esa acción.
¿Qué tienen en común ese perro que levanta la patita para orinar el tronco de un árbol y el astronauta Neil Armstrong clavando la bandera de los Estados Unidos en la luna?
Pues a primera vista parecería que nada. ¿Qué podrían tener en común?
El simpático
perrito camina tranquilamente por el vecindario. Se detiene junto a un árbol,
levanta una patita, orina en el árbol y retoma su andar. Un poco más adelante
repite la misma acción. Y después otra vez más.
No es una necesidad
fisiológica sino psicológica.
Está marcando el territorio.
Está diciendo que ese vecindario es suyo. Se está apropiando de él.
Lo hace porque el sentido territorial está tallado a fuego en su cerebro. Esté
donde esté define su territorio, lo marca y lo defiende.
El astronauta Neil
Armstrong camina por la superficie de la luna. Ya sabes: pequeño paso para un
hombre, gigantesco para la humanidad. Se detiene unos pasos más allá y clava
una bandera de su país en la superficie lunar.
Tampoco es una
necesidad fisiológica, claro está. Ni tiene que ver con la misión espacial
misma. Es, también, una necesidad psicológica. No de aquel hombre en
particular, sino de la especie humana. Es la necesidad de marcar el territorio.
Está diciendo que ese vecindario es suyo.
Está colocando su marca.
Porque el sentido territorial también está tallado a fuego en el cerebro
humano.
La oscura zona cerebral que gobierna el comportamiento territorial
El perro y el
astronauta tienen cerebros muy diferentes. Pero ambos comparten una zona
cerebral muy primitiva que viene desde el oscuro mundo de los reptiles. Ese cerebro de reptil está
presente, anatómica y funcionalmente, junto al cerebro de mamífero que ambos
poseen. Y el astronauta se distingue por una tercera estructura cerebral,
evolutivamente más nueva y más compleja, que es la específicamente humana.
Ese cerebro de
reptil que anida silencioso en el perro y en el astronauta los impulsa hacia la
conducta territorial, hacia la conquista, el marcado y la defensa de un
territorio propio. Un sentido
territorial íntimamente vinculado al poder, al dominio, al control.
La campaña
electoral es el momento político en el que la lucha por el poder entre los
distintos grupos humanos se hace más explícita y a veces hasta descarnada.
Lucha por el
poder.
¿O acaso creías que era otra cosa?
Porque podrás agregar motivaciones, explicaciones, ideas…pero detrás de todo
eso hay grupos humano confrontando entre sí por el dominio, el control, la
influencia, el poder.
Y en ese contexto se activa mucho más aún el sentido territorial.
Carteles electorales para dominar el territorio
Sales a caminar un
día cualquiera de campaña electoral.
No como el perrito por el vecindario. Tampoco como el astronauta por la luna.
O tal vez sí, pero…
Más bien como un ciudadano común caminando por las calles de su ciudad.
Bien. ¿Qué ves?
Carteles en los árboles.
Carteles en los edificios.
Carteles en las columnas.
Mensajes pintados en vallas y muros.
Mensajes escritos en papeles que vuelan por ahí.
¿Qué es todo eso?
Carteles electorales, claro.
Pero…¿cual es su función?
Lucha por el territorio.
Los grupos
políticos marcan el territorio del mismo modo que vimos en el perro y el
astronauta. Y lo hacen así, usando carteles electorales.
Si vas caminando
no prestas una atención especial a toda esa parafernalia. Aunque sabes que está
ahí. Tal vez no distingas entre los carteles de uno y de otro, y cuando la
contaminación visual es excesiva ya se vuelve simplemente parte del paisaje. O
sea que no ves los detalles, ves solo manchas de colores y luego ni siquiera
eso.
Cada campaña
electoral pone marcas en el territorio porque eso transmite al ciudadano
sensaciones de poder, de potencia, de fuerza, de dinámica.
¿Influyen los carteles en la decisión de voto?
Cierta visión
ingenuamente racionalista cree que no, que nadie vota en función de la cantidad
de carteles que ve en la calle. Pero es una manera tramposa de plantear el tema
ocultando el fondo del asunto.
Porque es cierto
que nadie vota por la cantidad de carteles que ve. Pero es más cierto aún que no
votamos racionalmente. Que las zonas más primitivas de nuestro cerebro son
protagonistas fundamentales de una campaña electoral. Y que para esas zonas
primitivas es muy importante la sensación de poder que transmita un candidato.
Sensación muy vinculada a esos carteles tan contaminantes, por otro lado.
El problema para
cada campaña electoral comienza cuando crece la contaminación visual y los
carteles se anulan unos a otros confundiéndose en un mar de colores que termina
siendo irrelevante.
¿Qué hacer
entonces?
7 consejos simples para usar mejor los carteles electorales
1.
Colocar carteles
antes que los demás. Pegar primero. Lograr ese efecto de poder durante los
primeros días de la campaña electoral.
2.
Colocar carteles
en zonas no disputadas y sin contaminación visual.
3.
Colocar menos
carteles pero de gran dimensión.
4.
Marcar el
territorio con carteles electorales ubicados en lugares más estratégicos que
los rivales.
5.
Marcar el
territorio con acciones: una marcha, una caminata, una caravana de vehículos,
una concentración de personas, un evento artístico, un grupo bailando, unos
actores recreando una escena…
6.
Marcar el
territorio digital con contenidos propios: artículos, fotografías, vídeos,
noticias y todos los formatos amigables que puedas desarrollar.
7.
Entregar mensajes
en la propia mano de los votantes: desde los folletos en papel hasta la
difusión por mensajería instantánea en los móviles.
O sea que los
carteles electorales deben marcar el territorio tal como manda la zona más
primitiva de nuestro cerebro. Pero lo deben hacer con la colaboración de la
zona más avanzada de nuestro cerebro, la que nos permite modular y perfeccionar
esa acción.
Marcar el
territorio sí.
Pero de manera inteligente y estratégica.
El perro y el astronauta.
Juntos.
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