27-02-2017
Traducido
para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
|
Introducción
Al terminar el primer mes de la Administración
Trump, nos encontramos en una mejor situación para evaluar las políticas y la
dirección del nuevo presidente. El examen de sus políticas interior y exterior,
especialmente desde una perspectiva histórica y comparativa, nos permitirá
entender si EE.UU. va camino de una catástrofe, como afirman los medios de
comunicación, o hacia una mayor racionalidad y realismo. Vamos a analizar si
Trump busca la guerra o la diplomacia. Evaluaremos las iniciativas del
presidente para reducir la deuda externa y las cargas comerciales con Europa y
Asia. Continuaremos revisando sus programas proteccionistas y sobre inmigración
con México y terminaremos viendo las perspectivas de la democracia en Estados
Unidos en estos momentos.
Política exterior
Los encuentros del presidente con los dirigentes de
Japón, Reino Unido y Canadá han sido bastante fructíferos. Su reunión con [el
primer ministro de Japón] Shinzo Abe afianzó los lazos diplomáticos y obtuvo la
promesa de que el país nipón aumentaría las inversiones en el sector
automovilístico estadounidense. Puede que Trump consiga mejorar las relaciones
comerciales reduciendo el desequilibrio en la balanza comercial. Trump y Abe
adoptaron una postura moderada ante la prueba de misiles norcoreanos en el Mar
de Japón y rechazaron el aumento de los gastos militares que reclamaban los
medios de comunicación neoliberales.
La reunión EE.UU.-Reino Unido en la era pos-Brexit
dio como resultado la promesa de un aumento del comercio bilateral.
En cuanto a China, Trump ha mejorado las relaciones
con este país, apoyando sin ambages la política de “una sola China” y dando
paso a la renegociación y el reequilibrio del balance comercial.
Estados Unidos respaldó el voto unánime de condena
del Consejo de Seguridad de la ONU al lanzamiento de misiles norcoreanos. Trump
no lo consideró una amenaza militar ni propuso incrementar el nivel de sanciones.
La política de reconciliación de Trump hacia Rusia,
destinada a mejorar la lucha contra el terrorismo islamista, se ha visto
obstaculizada. Bajo el liderazgo de la senadora de la izquierda liberal
Elizabeth Warren, partidaria de la caza de brujas, ¡los militaristas
neoconservadores y los demócratas declararon a Rusia como la principal amenaza
a la seguridad nacional estadounidense!
El bombardeo constante y furibundo de los medios de
comunicación forzó el cese del Consejero Nacional de Seguridad de Trump, el
general retirado Michael Flynn, en base a una ley del siglo XVIII (la Ley
Logan) que prohíbe a los ciudadanos discutir cuestiones políticas con
dirigentes extranjeros. Dicha ley nunca había sido implementada. De haberlo
sido, cientos de miles de ciudadanos estadounidenses, especialmente los peces
gordos incluidos entre los 51 “presidentes de las principales organizaciones
judías “de EE.UU., así como los editores de política exterior de todos los
grandes y pequeños medios de comunicación estadounidenses y los analistas de
política exterior estarían encadenados junto a narcotraficantes convictos. Sin
avergonzarse por la absurdidad o la trivialización de la tragedia, esta
reciente “tempestad en un vaso de agua” ha generado llamamientos apasionados dentro
de los medios y del Partido Demócrata para iniciar una nueva “investigación
como la del 11-S” sobre las conversaciones del general Flynn con los rusos.
El contratiempo de Trump con a cuenta de su
consejero de seguridad nacional hace peligrar una política exterior menos
belicosa. Subraya el riesgo de confrontaciones nucleares y represión interna.
Dichos peligros, que incluyen una posible purga antirusa –al estilo del
tristemente célebre senador McCarthy– de los individuos realistas en política
exterior, son responsabilidad exclusiva de la alianza de los ultramilitaristas
del partido demócrata y los neoconservadores. En todo caso, nada de esto aborda
los graves problemas socioeconómicos internos.
La búsqueda del equilibrio en el gasto y el
comercio exterior
El compromiso público de Trump de reequilibrar las
relaciones con la OTAN, es decir, reducir la cuota de EE.UU. en su
financiación, ya ha dado comienzo. Actualmente, solo cinco miembros de la
alianza cumplen con la contribución requerida. En el caso de que Alemania,
Italia, España, Canadá, Francia y otros 18 miembros cumplieran con sus
compromisos, el presupuesto de la OTAN aumentaría en más de 100.000 millones de
dólares, lo que reduciría el desequilibrio en la balanza exterior de EE.UU.
Evidentemente, sería mucho mejor para todos que la
OTAN se desmantelara y que las distintas naciones que la forman reasignaran sus
partidas de millardos de dólares hacia gastos sociales y el desarrollo de sus
economías domésticas.
Trump ha anunciado importantes esfuerzos para
reducir el desequilibrio comercial con Asia. Al contrario de lo que se afirman
algunos “expertos” en comercio exterior en los medios de comunicación, China no
es el único de los “infractores”, ni siquiera el mayor, que se aprovechan del
desequilibrio comercial con Estados Unidos.
El actual superávit en el balance comercial de
China equivale al 5% de su PIB, el de Corea del Sur al 8%, el de Taiwán al 15%
y el de Singapur al 19% respectivamente. El objetivo de Trump es reducir el
desequilibrio comercial de EE.UU. a 20.000 millones de dólares con cada uno de
los países, equivalente al 3% del PIB. La cuota de Trump de 100.000 millones de
dólares contrasta agudamente con el desequilibrio comercial de los “Cinco
Grandes” asiáticos (Japón, China, Corea del Sur, Taiwán y Singapur),
equivalente a 700.000 millones de dólares en 2015, según datos de FMI.
En resumen, Trump está actuando para reducir los
desequilibrios externos un 85% con el fin de incrementar la producción
doméstica y crear empleos en las industrias ubicadas en Estados Unidos.
Trump y Latinoamérica
La política latinoamericana de Trump se ha centrado
fundamentalmente en México y, en mucha menor medida, en el resto del
continente.
La principal decisión de la Casa Blanca ha sido
echar por tierra el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica de Obama
(TPP, por sus siglas en inglés), que favorecía a las corporaciones
multinacionales que explotan la mano de obra de Chile, Perú y México y
resultaba atractivo para los regímenes neoliberales de Argentina y Uruguay.
Trump hereda del presidente Obama numerosas bases militares en Colombia, la
base de Guantánamo en Cuba y las bases de Argentina. El Pentágono continúa la
guerra fría de Obama contra Venezuela y ha acusado de forma falsaria al vicepresidente
de aquel país de tráfico de drogas.
Trump ha prometido cambiar la política comercial y
de inmigración con México. A pesar de la amplia oposición que ha levantado su
política migratoria, aún le falta mucho para igualar la expulsión masiva de
emigrantes mexicanos y centroamericanos acometida por Obama, campeón
indiscutible en ese campo, que deportó a 2,2 millones de emigrantes junto a sus
familias en ocho años, o lo que es igual, unos 275.000 al mes. En su primer mes
al mando, el presidente Trump ha expulsado solo un 10% del porcentaje medio
deportado por Obama.
El presidente Trump ha prometido renegociar el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), imponiendo una tasa
sobre las importaciones y persuadiendo a las empresas multinacionales para que
regresen e inviertan en EE.UU.
Hay muchas ventajas ocultas para México si decide
responder a las políticas de Trump con sus propias medidas económicas de
“proteccionismo recíproco”. Bajo el NAFTA, 2 millones de agricultores mexicanos
entraron en bancarrota y se han dedicado millardos de dólares a la importación
de arroz, maíz y otros alimentos de primera necesidad (subvencionados), de
EE.UU. Una política de “primero México” podría reavivar la agricultura mexicana
para el consumo doméstico y la exportación; esto disminuiría la emigración de
campesinos mexicanos. México podría renacionalizar su sector petrolero e
invertir en refinerías en el propio país, lo que le supondría la ganancia de
millardos de dólares y reduciría la importación de productos petroleros
refinados de EE.UU. Al tener que implantar una política de sustitución de las
importaciones, la manufactura local podría reactivar el mercado y el empleo
internos. Aumentarían los trabajos en la economía formal y se reduciría el
número de jóvenes en paro, carne de cañón para los cárteles de la droga y otras
bandas criminales. Mediante la nacionalización de los bancos y el control de
los flujos de capital, México podría interrumpir la fuga de capitales cifrada
en alrededor de 50.000 millones de dólares de fondos ilícitos al año. Por su
parte, estos programas nacional-populares incentivarían la elección de nuevos
líderes que podrían iniciar la purga de la policía corrupta, los militares
corruptos y los líderes políticos corruptos.
En resumen, aunque las políticas de Trump podrían
causar algunas pérdidas a corto plazo, a medio y largo plazo pueden suponer
sustanciales ventajas para el pueblo mexicano y su nación.
Democracia
La elección del presidente Trump ha provocado una
virulenta campaña autoritaria que amenaza nuestras libertades democráticas.
La propaganda continuada y bien coordinada emitida
por todos los grandes medios de comunicación y por los dos principales partidos
políticos ha fabricado y distorsionado informes y ha alentado a los representantes
elegidos a atacar salvajemente a las personas nombradas por Trump para hacerse
cargo de las responsabilidades en política exterior, forzando dimisiones e
inversión de las políticas. La dimisión forzosa del consejero de Seguridad
Nacional, Michael Flynn ha puesto de manifiesto la agenda belicista del partido
demócrata contra la Rusia en poder de armas nucleares. Los senadores liberales,
que solían pronunciar grandiosos discursos contra “Wall Street” y el “Uno por
ciento”, ahora exigen que Trump se niegue a colaborar con el presidente Putin
para detener la amenaza real que supone el Estado Islámico, mientras apoyan a
los neonazis ucranianos. Los iconos liberales presionan abiertamente para
incrementar la presencia de buques de guerra en Asia con el fin de provocar a
China, a la vez que se oponen a la política de Trump favorable a renegociar los
tratados comerciales con Pekín.
Hay multitud de peligros y ventajas ocultos en esta
guerra política de partidos.
Trump ha sacado a la luz las mentiras y distorsiones
sistémicas de los medios de comunicación, confirmando la desconfianza que les
profesa la mayoría del pueblo. Esta baja opinión que tienen los
estadounidenses, especialmente los que habitan el devastado centro del país
(aquellos a quienes Hillary Clinton llamaba “los deplorables”) se corresponde
claramente con el profundo desdén de los medios por esta enorme porción del
electorado. En realidad, la cháchara constante de los medios acerca de cómo los
malvados “rusos” habían pirateado las elecciones presidenciales de EE.UU. dando
la victoria a Donald Trump es más bien una cortina de humo para enmascarar su
reticencia a denunciar abiertamente a los “blancos pobres” –incluyendo a los
trabajadores y campesinos estadounidenses– que votaron abrumadoramente por
Trump. Este elemento regional y de clase ayuda mucho a explicar la continua
histeria provocada por la victoria de Trump. Las élites, los intelectuales y
los burócratas están furiosos por el hecho de que “la canasta de deplorables”
de Clinton rechazara al sistema y a sus portavoces bien peinados y de uñas
cuidadas.
Por vez primera, se ha abierto un debate político
sobre la libertad de expresión al más alto nivel del gobierno. Ese mismo debate
se prolonga al modo en que el nuevo presidente se ha enfrentado al enorme e
incontrolado aparato policial del Estado (el FBI, la NSA, la CIA, la Seguridad
Nacional, etc.), tremendamente ampliado bajo la presidencia de Obama.
La política comercial y de alianzas de Trump ha
despertado al Congreso y ha provocado que empiece a debatir sobre temas
sustanciales en vez de hacerlo por nimiedades de procedimientos internos. La
retórica política de Trump ha provocado manifestaciones masivas de protesta,
algunas de buena fe, aunque otras pagadas por los megamillonarios que respaldan
al Partido Demócrata, como el “Padre de las Revoluciones de Colores” George
Soros. Sería importante saber si estas manifestaciones pueden provocar la
aparición de auténticos movimientos democráticos y socialistas de base capaces
de organizarse y aprovechar la división en las élites.
Las falaces acusaciones de contactos “traicioneros”
con el embajador ruso que supuestamente realizó el consejero de Seguridad
Nacional de Trump Michael Flynn cuando todavía era civil y la utilización de la
Ley Logan relativa a la discusión de política exterior con gobiernos
extranjeros abren la posibilidad de investigar a algunos legisladores, como
Charles Schumer y otros cientos, por discutir la posición estratégica de EE.UU.
con autoridades israelíes…
Gane o pierda, la administración Trump ha provocado
un debate sobre las posibilidades de paz con una superpotencia nuclear, sobre
la reconsideración del inmenso déficit comercial y la necesidad de defender la
democracia contra amenazas autoritarias de la denominada “comunidad de
inteligencia” contra un presidente electo.
Trump y la lucha de clases
La agenda socioeconómica de Trump ya ha puesto en
marcha poderosas corrientes subterráneas del conflicto de clases. Los medios de
comunicación y la clase política se han centrado en los conflictos relativos a
la inmigración, los temas de género y las relaciones con Rusia, la OTAN e
Israel así como en las políticas internas del partido. Estos conflictos
oscurecen antagonismos de clase más profundos, procedentes de las propuestas
económicas radicales del presidente.
Sus propuestas para reducir el poder de las
instituciones federales de regulación y de investigación, simplificar y reducir
los impuestos, recortar la partida destinada a la OTAN, renegociar o dar por
finalizados los acuerdos multilaterales y recortar los presupuestos de
investigación, sanidad y educación, amenazan el empleo de millones de
trabajadores y funcionarios del sector público en toda la nación. Entre los
cientos de miles de manifestantes que han participado en las marchas de mujeres
por la inmigración y la educación, miles son empleados públicos y sus
familiares, que ven amenazado su sustento económico. Lo que, en una primera
instancia pueden parecer protestas por determinados derechos humanos,
culturales o identitarios, en realidad son manifestaciones de una lucha más
profunda y más general de los empleados del sector público que se oponen a la
agenda privatizadora del Estado, que a su vez obtiene su respaldo de clase de
los pequeños empresarios atraídos por la bajada de impuestos y una reducción de
las cargas regulatorias, así como de los cuadros de las escuelas y los
hospitales privados que gozan de subvención estatal.
Las medidas proteccionistas de Trump, entre las que
se incluyen las ayudas a la exportación, enfrentan a los fabricantes internos
con los importadores multimillonarios de bienes de consumo baratos.
Las propuestas de Donald Trump destinadas a
desregular el petróleo, el gas, la madera, las exportaciones agrícolas y
minerales y las inversiones en grandes infraestructuras tienen el respaldo de
los jefes y trabajadores de dichos sectores. Ello ha provocado un grave
conflicto con los ecologistas, los trabajadores y productores comunitarios, los
pueblos indígenas y sus simpatizantes.
La iniciativa inicial de Trump de movilizar a las
fuerzas internas opuestas a continuar destinando gran parte del presupuesto
federal a las guerras en el extranjero y partidarias de la construcción de un
imperio basado en las relaciones de mercado ha sido derrotada por los esfuerzos
conjuntos del complejo militar-industrial, el aparato de inteligencia y sus
defensores dentro de la coalición de las élites políticas
liberal-neoconservadoras-militaristas y sus seguidores de masas.
La lucha de clases en curso se ha profundizado y
amenaza con destruir el orden constitucional en dos sentidos: el conflicto
puede llevar a una crisis institucional, a la destitución forzosa de un
presidente electo y a la instalación de un régimen híbrido, que preservaría los
programas más reaccionarios de ambas partes de la lucha de clases. Podría
llegar a ocurrir que importadores, inversores y trabajadores de las industrias
extractivas, defensores de la educación y la sanidad privatizadas, belicistas y
miembros del politizado aparato de seguridad se hicieran con el control total
del Estado. Por otro lado, si la lucha de clases consigue movilizar a los
trabajadores del sector público, a los del sector comercial, a los
desempleados, a los demócratas contrarios a la guerra, a los emprendedores de
la tecnología de la información y a los patronos que dependen de inmigrantes
cualificados, así como a los científicos y a los ecologistas en un movimiento
de masas dispuesto a apoyar un salario digno y a unirse en torno a intereses de
clase comunes, será posible lograr un profundo cambio del sistema. A medio
plazo, la unión de estos movimientos de clase puede llevar a un régimen híbrido
progresista.
Esta traducción puede reproducirse libremente a
condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y a Rebelión
como fuente de la misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario