Amado
Diéguez Rodríguez (Traducción
del inglés)
Editorial La esfera de los
libros S.L.
(Madrid 2015) pp. 1056.-
Oliver Stone, ganador de un Óscar de la Academia, y el
historiador Peter Kuznick nos desvelan la otra cara de la
historia de Estados Unidos analizando los grandes acontecimientos que
desde la Guerra de Secesión y hasta la actualidad han marcado el «siglo
americano» a través de un prisma crítico y constructivo.
13-10-2016
Un
contrapunto imprescindible a la propaganda imperialista
En este
libro el veterano director de cine Oliver Stone y el historiador Peter Kuznick
profundizan en los hechos expuestos en la serie documental del primero que en
España se tituló ‘La historia no contada de Estados Unidos’.
Hasta la
Segunda Guerra Mundial
El libro
arranca a finales del siglo XIX, relatando la b rutal conquista de
Filipinas (con prácticas como el waterboarding, las
violaciones…), y la intervención de Estados Unidos en casi toda Iberoamérica (Cuba,
Panamá, Nicaragua….) mediante el ejército o empresas como la United Fruit
Company. A veces son los propios protagonistas de la infamia quienes mejor
explican su papel: el general del Cuerpo de Marines Smedley Butler declaró: “He
sido un gángster del capitalismo”. Un capitalismo cuyos agentes
suplantan la soberanía del pueblo moviendo los hilos de la política en
beneficio propio. Por ejemplo, la banca Morgan estuvo presente en las
negociaciones del Tratado de Versalles.
A lo
largo de la obra podemos conocer las numerosas explosiones de paranoia colectiva,
inducida por el poder, que han caracterizado a la sociedad estadounidense.
Durante la Primera Guerra Mundial se desató una gran campaña de propaganda
germanófoba y militarista basada en falsificaciones de todo tipo, acompañada de
linchamientos a personas de origen alemán y censura académica y expulsión de
profesores antibelicistas. Mientras tanto, el país fabricaba submarinos para
Alemania.
Estados
Unidos también apoyó a Mussolini y vendió armas a la Alemania nazi (con
la que se establecieron cárteles empresariales armamentistas). Hitler se
inspiró en parte en antijudíos como el empresario estadounidense Henry Ford, y
en Mein Kampf elogió el liderazgo de esta nación en la
aplicación de programas eugenésicos. «Entre los capitalistas norteamericanos
con mayores lazos con los nazis se encontraba Prescott Bush, padre del primer
presidente Bush y abuelo del segundo» (pág. 152).
Al igual
que en la serie de televisión, Stone reivindica a algunas figuras
alternativas, en especial a Henry Wallace, vicepresidente de Franklin D.
Roosevelt, que defendía un programa antiimperialista y de búsqueda de alianzas
internacionales (incluyendo a la Unión Soviética), y que fue boicoteado
mediante sucias operaciones de su partido que consiguieron colocar a Truman
como vicepresidente (y en consecuencia como sucesor de Roosevelt a la muerte de
este). ¿Se habría evitado la Guerra Fría con un Wallace en la Casa Blanca?
Roosevelt sale
relativamente bien parado en el libro, pero se le reprocha que no apoyara a la
República española frente a los golpistas, que no favoreciera la acogida de
judíos que huían de la Europa nazi y que internara a toda la población de
origen japonés en campos de concentración durante la guerra. No es poco.
La obra
explica cómo al final de la Segunda Guerra Mundial Japón estaba
dispuesto a rendirse, pero no incondicionalmente como le exigía Truman,
porque querían preservar la figura sagrada del emperador. La bomba de Hiroshima
(6 de agosto de 1945) no les hizo desistir; tampoco la de Nagasaki (9 de
agosto), pero la noticia de esta eclipsó otro hecho decisivo: ese mismo día
Stalin adelantó el cumplimiento de su promesa de declarar la guerra
a Japón, y la invasión soviética de Manchuria forzó a la rendición.
Además de
las bombas atómicas, la campaña de bombardeos contra Japón fue tan
indiscriminada, que Robert McNamara, entonces analista del ejército (y en los
años sesenta secretario de Defensa), dijo que los crímenes cometidos
fueron de tal gravedad que si Estados Unidos perdiera la contienda, serían
condenados por crímenes de guerra. Pero ganaron, y desde entonces la
historia la cuentan los vencedores, y la justicia sólo se ha aplicado a los
perdedores. Por ejemplo, durante la Guerra de Corea (1950-1953) Eisenhower
mandó bombardear presas en Corea del Norte, provocando grandes inundaciones, un
tipo de actuación que según los criterios aplicados en los juicios de Núremberg
era un crimen de guerra. ¿Pero quién juzga a un imperio, que jamás se ha
sometido a la legalidad internacional?
La Guerra
Fría
Stone y
Kuznick exponen las depuraciones anticomunistas de
funcionarios bajo Truman (1947-1951) y J. Edgar Hoover; este fue
director del FBI entre 1935 y 1972, y como tal desarrolló todo tipo de
operaciones ilegales y sucias (muy pocas de las cuales se recogen en el libro).
El libro
no menciona la Red Gladio, pero sí
detalla las operaciones encubiertas y subversivas llevadas a cabo desde
el comienzo de la Guerra Fría, usando incluso fondos del Plan Marshall: el
apoyo al pro nazi Stepan Bandera en Ucrania, a la Democracia Cristiana en
Italia, a la Organización Gehlen (de línea nazi) en Alemania…
La
conducta de diferentes gobiernos del país en relación con las armas
nucleares explica muchos aspectos de la Guerra Fría. Eisenhower y
Nixon consideraban irresponsablemente que las armas nucleares eran como las
convencionales. Se diseñaron planes que contemplaban matar a
millones de civiles en un primer ataque nuclear, implantar bases militares en
la Luna o incluso hacer explotar una bomba atómica en nuestro satélite para que
se viera desde la Tierra y sirviera de disuasión. Se planteó usar bombas
atómicas en Vietnam. Se realizaron pruebas atómicas en el Pacífico, altamente
contaminantes. El propio gobierno del Reino Unido llegó a comparar a la
maquinaria militar de Estados Unidos con Hitler. Y el programa atómico
estaba diseñado de tal modo que había muchos dedos que podían llegar a apretar
el botón nuclear, desencadenando una guerra como en la película Teléfono
rojo: volamos hacia Moscú.
En la
presidencia de Kennedy se analiza especialmente la crisis de
los misiles, pero apenas se hace referencia a su asesinato (al que Stone dedicó
la que es quizá su mejor película, JFK). Su sucesor Johnson y
la CIA apoyaron las masacres realizadas por el golpista Suharto en Indonesia al
servicio de multinacionales estadounidenses.
El libro
detalla la demencial política de Nixon y su consejero de
seguridad Kissinger en Vietnam. De hecho el propio presidente
expuso su “teoría del loco”: "Quiero que los norvietnamitas crean que he
alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la
guerra". Kissinger mismo hablaba en privado de Nixon como “ese loco”, y
Nixon de su asesor como “psicópata”. Ambos bombardearon salvajemente no
sólo Vietnam, sino también Camboya, donde se fortaleció el brutal movimiento de
los Jemeres Rojos, con quienes Kissinger promovió relaciones amistosas por
su acercamiento a China. El anciano psicópata Kissinger jamás ha pagado por sus
crímenes, y el loco Nixon fue destituido (y perdonado por su sucesor) debido al
Watergate, un asunto infinitamente menos grave que los millones de muertos que
provocó en Asia. Las consecuencias para los jóvenes estadounidenses que
sirvieron de carne de cañón y criminal brazo ejecutor en Vietnam también fueron
terribles: se suicidaron más soldados que los 58.000 muertos en combate en esa
guerra.
Sin
ocultar los crímenes del régimen soviético, los autores exponen cómo Estados
Unidos magnificó la amenaza soviética para avivar su proyecto imperial. Por
ejemplo, el conocido como “Equipo B” de la CIA, dirigida por el que después
sería presidente George H. W. Bush, redactó en 1977 un informe falso y
fantasioso sobre el poder armado soviético, sobredimensionándolo para así poner
en marcha un programa de armas láser (la futura SDI o “guerra de las
galaxias”).
Carter aparece
retratado como el mejor ex presidente por sus iniciativas de mediación y por la
paz tras abandonar el cargo, pero como un inepto presidente que dejó la
política internacional en manos de poderes fácticos de la talla de Brzezinski,
la Comisión Trilateral, el Club de Bilderberg, el Council on Foreign Relations
y David Rockefeller. En esa época se sembraron las semillas de muchos
de los males del mundo actual. El asesor Brzezinski reconoció que Estados
Unidos ya apoyaba a los muyahidines antes de la invasión soviética de
Afganistán.
El fin de
la Guerra Fría
Ronald
Reagan , tan apreciado por sus compatriotas, era un ignorante que
confundía sistemáticamente la realidad con la ficción y no tenía reparos en
exponer públicamente datos e historias que se inventaba. Durante unas pruebas
de sonido se le ocurrió hacer el comentario: “El bombardeo de Rusia comienza en
cinco minutos”, provocando una peligrosa alarma diplomática. Apoyó las masacres
de Ríos Montt y sus sucesores en Guatemala; comparó a la brutal Contra
nicaragüense con los Padres Fundadores de Estados Unidos; invadió la isla de
Granada, tomando como excusa la protección de unos estudiantes estadounidenses,
que no sólo no corrían peligro sino que muy mayoritariamente preferían
permanecer en el país; recortó las ayudas sociales, aumentó las rentas de los
ricos, disparó el gasto militar e incrementó el número de armas nucleares.
Además promovió el yihadismo en Afganistán y vendió armas tanto a Irán como a
Irak, enfrentados en una guerra promovida por el imperio. En concreto vendió
armas químicas a Sadam Huseín, quien las usaría para gasear a los kurdos (hecho
silenciado hasta que años después interesó demonizar a Sadam para así invadir
Irak). Reagan no llegó a firmar un plan de desarme con Gorbachov porque se
aferró a su absurdo plan de Iniciativa de Defensa Estratégica (“guerra de las
galaxias”), que Moscú no podía aceptar.
La
presidencia de Bush padre se distinguió especialmente por la
invasión de Irak, basada en manipulaciones y mentiras sin fin. Y la de Clinton por
su aumento del gasto militar, y por continuar el programa de un escudo militar
que técnicamente no podía ser eficaz para defender, pero sí como arma ofensiva
(como reconoció en 2006 la revista Foreign Affairs, vinculada al
Council on Foreign Relations). Además se negó a firmar el Tratado contra la
Minas Terrestres y vendió muchas armas en todo el mundo. Cuando a su secretaria
de Estado Madeleine Albright le preguntaron si para ganar la guerra merecería
la pena la muerte de medio millón de niños iraquíes, ella respondió que sí.
El
régimen de Bush y Obama
Los
autores no se cuestionan la insostenible versión oficial del 11-S, pero sí
exponen cómo se recibieron muchas advertencias sobre los ataques de
aquel día, que fueron ignoradas por el gobierno de Bush, y detallan
todas las manipulaciones que condujeron a las guerras de Afganistán e Irak. La
administración Bush planeó atentados de bandera falsa y
promovió un militarismo al que se plegaron los medios de comunicación:
militares vinculados a la industria de armas participaron con artículos en los
medios principales. La “guerra sin fin contra el terrorismo” de Bush no sólo
conllevó cientos de miles de muertos, sino que reforzó a Al Qaeda,
trajo el caos en Irak y en toda la región y sirvió de ocasión para
que, mediante la privatización de empresas nacionales iraquíes y el despliegue
de mercenarios, multinacionales de Estados Unidos se estén lucrando allí.
El país
norteamericano es el principal promotor de la proliferación nuclear.
Como pago a su apoyo en Afganistán, Estados Unidos ha consentido su desarrollo
de un programa nuclear orientado a construir la bomba atómica.
El libro
explica cómo Obama ha perpetuado las políticas de Bush y sus
predecesores. Su campaña electoral estuvo financiada por Goldman Sachs,
General Electric, J. P. Morgan Chase, Big Pharma… Como senador había votado a
favor de la Foreign Intelligence Surveillance Act, que concedía inmunidad
legal a las empresas cómplices de escuchas de Bush. Aunque comenzó su
mandato rescindiendo algunas medidas secretistas de Bush, posteriormente
impidió la investigación de las torturas y otros crímenes cometidos bajo el
anterior presidente. En su presidencia ha habido menos transparencia
que en la de su predecesor, y las presiones de su gobierno a
periodistas de investigación han sido mayores que las que hiciera
Bush. Ha realizado detenciones extraordinarias, ha negado el habeas corpus a
presos afganos, ha sancionado las comisiones militares, y ha asesinado
“selectivamente” a muchas personas, incluidos ciudadanos estadounidenses.
Obama
puso al frente de Defensa a Robert Gates, político heredado de la era Bush, y
como secretaria de Estado a otro halcón, Hillary Clinton. Designó como asesor a
Robert Rubin, y a Geithner en la Reserva Federal, banksters que
habían revocado en 1999 la Ley Glass-Steagall, que diferenciaba la banca de
inversión de la banca comercial (sentaban así las bases de la crisis de 2008).
Ni siquiera limitó los salarios de ejecutivos, que han aumentado. Con él los
ricos se han hecho más ricos (les ha bajado los impuestos), y los pobres más
pobres (ha recortado ayudas sociales). Su reforma sanitaria se plegó a las
compañías médicas, y renunció a implantar una seguridad social, sometido a la
presión de miles de lobbistas de la farmaindustria. Tampoco
aprobó las medidas de protección del medio ambiente que había prometido.
Merece la
pena destacar la siguiente cita, recogida en el libro, de un artículo que Jack
Goldsmith, funcionario del Departamento de Justicia bajo Bush, publicó en New Republic el 18 de mayo de
2009 :
«La nueva
administración ha copiado una parte, la mayor, del programa de Bush, ha
ampliado otra parte y solo en la mínima parte restante lo ha reducido. Casi todos
los cambios de Obama son superficiales, del discurso, simbólicos, retóricos
[…]. La estrategia de Obama puede por tanto calificarse de intento de
conseguir que el punto de vista de Bush sobre el terrorismo sea más digerible
política y legalmente, y, por consiguiente, sea también más duradero» (pág.
809).
Bajo
Obama se detuvo al soldado Bradley (ahora Chelsea) Manning por filtrar
documentos de las guerras del Imperio, y se le mantuvo estuvo aislado durante
nueve meses, en unas condiciones que se pueden clasificar como tortura. Dice el
libro sobre el presidente:
«Que la
administración Obama decidiera juzgar a Manning por revelar la verdad y dejara
escapar impunes a Bush, Cheney y sus colaboradores por mentir, torturar,
invadir países soberanos y cometer otros crímenes de guerra era la triste y
reveladora señal de su transparencia y sentido de la justicia. Como la
profesora de Derecho Marjorie Cohn observó: “Si Manning hubiera cometido
crímenes de guerra en lugar de sacarlos a la luz, hoy estaría libre”» (págs.
810-811).
Obama se
saltó la ley interviniendo más de sesenta días en Libia sin permiso de las
cámaras parlamentarias estadounidenses, y alegó, usando un lenguaje orwelliano,
que no eran “hostilidades”. Mediante los “asesinatos selectivos” con drones en
Afganistán y Pakistán, mató a 14 terroristas y a 700 civiles sólo en los tres
primeros años. En estos ataques, quienes intentan rescatar a las víctimas o
asisten a entierros son considerados “combatientes” y pueden ser los próximos
objetivos. Ya antes de ser presidente, Obama anunció que seguiría usando los
drones como lo hiciera Bush. En realidad amplió enormemente su uso,
extendiéndolo al menos a cinco países. Obama fija listas de objetivos que luego
atacarán los drones, en el marco de un programa secretista.
En un
discurso en West Point en diciembre de 2009 Obama justificó la guerra
de Afganistán, obviando que, según los informes oficiales, cuando Bush la
empezó allí sólo había unos 50-100 combatientes de Al Qaeda, que el mulá Omar
no aprobó el 11-S y que el atentado se organizó en Alemania, España y Estados
Unidos. El gasto en Afganistán ha resultado altísimo para una guerra en la que
ni se planteaba la victoria. Aunque se planificó una salida en 18 meses, la
ocupación se ha prorrogado indefinidamente; Robert Gates dijo: “No nos iremos
nunca.” El ejército afgano es un desastre organizativo, y los soldados y
oficiales tienen niños esclavos sexuales (algo que los talibán habían
prohibido).
Bush
prometió salir de Irak en 2008, Obama en 2011; pero, dejando
el país en un absoluto caos, ha mantenido tropas y mercenarios privados para
supervisar los contratos de Estados Unidos con el ejército iraquí. Traicionando
su (falso) discurso de campaña, Obama se dirigió a las tropas que volvieron de
Irak en términos propios de Bush, con sucias mentiras como “Dejamos atrás un
Irak soberano, estable…” y “Habéis impartido justicia a quienes atentaron
contra nosotros el 11 de septiembre de 2001”. Es decir, «daba crédito a la
invención de la pareja Bush-Cheney según la cual la invasión de Irak estaba en
cierto modo justificada por el apoyo de Sadam Hussein a Al Qaeda y
perpetuaba la peligrosa fantasía de que la ocupación de Irak y Afganistán tenía
algo que ver con los atentados de la organización de Bin Laden» (pág. 860).
Obama ha
apoyado el asesinato de Gadafi y el golpe contra Zelaya en
Honduras. Ha consentido que el “lobby israelí” forzara la dimisión
del relativamente moderado George Mitchell como enviado especial a
Oriente Próximo; no en vano el asesor del presidente sobre Oriente Próximo
es Dennis Ross, un defensor decidido de las políticas del Estado de Israel.
En cuanto
a China, Estados Unidos exagera su poder militar para lograr su
objetivo de un área del Pacífico dominada por la nación americana: frente a más
de mil bases militares del segundo por todo el mundo, China sólo tiene una
fuera de sus fronteras. A fin de “contenerla”, Obama ha promovido la
cooperación nuclear con la India, en contra de lo estipulado en el Tratado de
No Proliferación de Armas Nucleares.
El libro,
cuya edición original es de 2012, se plantea si acaso Obama no estaría dando un
giro positivo a finales de 2011. «¿Hay alguna posibilidad de que pudiera sufrir
la misma conversión por la que pasó Kennedy y se haya dado cuenta del flaco
favor que el militarismo y el imperialismo han hecho al pueblo norteamericano y
al resto del mundo?». Cinco años después ya hemos comprobado que no: a pesar de
logros (mucho más relativos que lo que los medios del Sistema venden) como los
acuerdos con Irán y con Cuba, El legado del presidente Obama es la
guerra sin fin, como indica el título de un artículo de un medio tan poco
“antiamericano” como el Cato Institute.
Conclusión
Resulta
muy interesante disponer de toda esta información alternativa en un solo
volumen, cómodo de leer pero no por ello menos riguroso: los datos que he
seleccionado y resumido están amplísimamente documentados en las numerosas
referencias bibliográficas del libro; la gran mayoría de ellas son documentos
oficiales y fuentes primarias.
La
obra no pretende ser un balance histórico de Estados Unidos en
el siglo XX sino que, como reconocen los autores en la introducción,
«preferimos no detenernos en las muchas cosas que Estados Unidos ha hecho
bien», pues «existen bibliotecas enteras dedicadas a ellas y los programas de
estudio de los colegios ya las ensalzan lo suficiente». Se concentra en el
poder dirigente, y apenas menciona las indudables aportaciones positivas de
aquel país, como los movimientos de lucha por la dignidad. Por ejemplo, sólo se
menciona una vez a Martin Luther King (de quien se ofrece una cita). Hay
que tener en cuenta además que, siendo ya un libro extenso, plantearlo como una
historia completa lo habría hecho interminable.
El
objetivo del libro (dignamente alcanzado por Oliver Stone y Peter Kuznick) es
más bien servir de contrapunto a toda la propaganda de ensalzamiento de
esa nación (propaganda que, para las masas, se despliega ante todo
mediante el cine y la televisión) y desvelar cómo, según se dice en la
introducción, «el país ha traicionado su misión» al sacrificar «su
espíritu republicano en el altar del imperio», como ya predijo el
presidente John Quincy Adams a principios del siglo XIX.
(Oliver
Stone y Peter Kuznick, La historia silenciada de Estados Unidos,
Madrid: La Esfera de los libros, 2015.)
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Oliver Stone - La
historia no contada de Estados Unidos
01 - La II Guerra Mundial
58:20
02 - Roosevelt,
Truman y Wallace
57:51
3 (La bomba
atómica)
57:41
04 La guerra
fría 1945 - 1950
57:47
Bush y Obama; La era del terror
58:18
Oliver Stone: La historia no contada de Estados Unidos
(Documental
completo en Español)
2:59:32
"Mi amigo Hugo",
documental completo de Oliver Stone
50:51
AVILA, Fernando:
Dónde va la coma
2da. Edición revisada y
actualizada.
Editorial Norma (Bogotá
2002) pp. 156.-
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