por Thierry
Meyssan
Desde hace 16 años, los expertos en política
internacional se han implicado en numerosos debates tratando de determinar los
objetivos de la estrategia de Estados Unidos. Por supuesto, después
de todo ese tiempo, hoy resulta más fácil ver las cosas con claridad que
al principio de esta etapa. Sin embargo, pocos lo logran y
muchos persisten en seguir defiendo teorías ya desmentidas por los hechos.
Basándose en las conclusiones de ese debate, Thierry Meyssan recuerda
cuál es la siguiente etapa prevista para los ejércitos de
Estados Unidos, según sus teóricos de antes de este periodo,
una etapa cuya puesta en marcha puede comenzar próximamente.
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 10 de octubre de 2017
Las fuerzas que concibieron y planificaron la
destrucción del «Medio Oriente ampliado» [también llamado “Gran Medio
Oriente”] consideraban esta región un laboratorio donde podían poner
a prueba su nueva estrategia. En 2001, esas fuerzas incluían a los
gobiernos de Estados Unidos, del Reino Unido y de Israel, pero hoy han
perdido el poder político en Washington y ahora prosiguen su proyecto
económico-militar a través de empresas transnacionales privadas.
Esas fuerzas concibieron su estrategia alrededor de
los trabajos realizados, por un lado, por el almirante Arthur Cebrowski y su
asistente Thomas Barnett en el Pentágono y, por otro lado, de los
trabajos que realizaron Bernard Lewis y su asistente Samuel Huntington en el
Consejo de Seguridad Nacional [1].
El objetivo de esas fuerzas era a la vez adaptar
su dominación a la evolución de las técnicas y la economía contemporáneas
y extender esa dominación a los países del antiguo bloque soviético. En el
pasado, Washington controlaba la economía mundial a través del mercado mundial
de la energía. Para eso, imponía el dólar como moneda de uso obligado
en cualquier contrato vinculado al petróleo, utilizando la amenaza de guerra
contra todo el que no se plegara a esa obligación. Pero ese
método no podía mantenerse en una época en la que el gas proveniente
de Rusia, Irán, Qatar y –en poco tiempo– de Siria sustituye
parcialmente el petróleo.
Retomando los orígenes criminales de gran parte de
los colonos estadounidenses, esas fuerzas concibieron la idea de dominar a
los países ricos extorsionándolos. Para tener acceso no sólo a las
fuentes de energías fósiles sino también a las materias primas en general,
los “Estados estables” (incluyendo a los ex soviéticos) tendrían que
recurrir a la «protección» del ejército de Estados Unidos y,
en ciertos casos, quizás a las fuerzas armadas del Reino Unido
e Israel.
Para lograrlo bastaría con dividir el mundo en dos,
globalizar las economías solventes y destruir toda capacidad de resistencia en
el resto del mundo.
Esta visión del mundo es radicalmente diferente a
las que prevalecían en el Imperio británico y el sionismo. Pero imponer
ese cambio de paradigma sólo podía lograrse con una fuerte movilización,
originada por un shock sicológico, un «nuevo Pearl Harbor».
Eso fue el 11 de Septiembre.
Si bien se trata de un proyecto que puede parecer
demasiado delirante y cruel, hoy podemos observar al mismo tiempo que
–16 años después– es efectivamente lo que está aplicándose y que además
ese proyecto está encontrando obstáculos inesperados.
La globalización económica de los países solventes
era prácticamente total cuando uno de ellos, Rusia, se opuso
militarmente a la destrucción de las capacidades de resistencia en Siria
y, posteriormente, a la integración forzada de Ucrania a la economía
global. Washington y Londres ordenaron por tanto a sus aliados
la aplicación de sanciones económicas contra Moscú y con ello
interrumpieron el proceso de globalización de las economías solventes.
Al iniciar su proyecto de «rutas de la seda»,
China invirtió considerablemente en países que estaban destinados a la
destrucción. Las fuerzas promotoras del «nuevo mapa del mundo»
reaccionaron creando un Estado terrorista que bloquea la antigua Ruta de
la Seda en Irak y en Siria y convirtiendo en guerra la
cuestión ucraniana, lo cual bloquea el trazado original de la segunda ruta
de la seda.
Esas fuerzas se proponen actualmente extender
el caos a una segunda región, el sudeste asiático. Al menos es hacia
esa parte del mundo que están migrando los yihadistas, según el Comité
Antiterrorista de la ONU [2].
Con ese traslado, esas fuerzas cierran el episodio 2012-2016 en el Medio
Oriente –aunque eso no implica que no pueda estallar una guerra
alrededor de los kurdos– y preparan la destrucción del sudeste asiático.
Sería esa la segunda etapa del «choque de
civilizaciones». Después de los musulmanes contra los «judeocristianos» (sic) [3],
ahora serán musulmanes contra budistas.
Fuente
Al-Watan (Siria)
Al-Watan (Siria)
[1]
Network Centric Warfare: Developing and Leveraging Information Superiority,
David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P. Stein, CCRP,
1999. The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett,
Putnam Publishing Group, 2004. «The Roots of Muslim Rage», Bernard Lewis, Atlantic
Monthly, septiembre de 1990. «The Clash of Civilizations?» y
«The West Unique, Not Universal», Samuel Huntington, Foreign Affairs,
1993 y 1996; The Soldier and the State y The Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order, Samuel Huntington,
Harvard 1957 y Simon and Schulster 1996.
[2]
«Daesh parece estar
migrando hacia el sudeste asiático», Red Voltaire, 8 de octubre
de 2017.
[3]
Hasta los años 1990, el término judeocristianos designaba solamente la
comunidad de los judíos convertidos al cristianismo alrededor de Jacobo
el Justo [primer obispo de Jerusalén, también llamado Santiago
el Justo], comunidad disuelta después del saqueo de Jerusalén por los
romanos. Sin embargo, como los cristianos occidentales siguen confiriendo
un papel muy importante al Antiguo Testamento en su práctica
religiosa, defienden –a menudo sin ni siquiera darse cuenta–
puntos de vista judíos en vez de los puntos de vista cristianos.
Por el contrario, los cristianos del Oriente, fieles a la
tradición de sus predecesores, se refieren muy raramente a las escrituras
judías y se niegan a leerlas durante la eucaristía.
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