A propósito de la biografía de Jonathan Sperber
25/10/2017
| Michel Husson
Acaba de publicarse la traducción francesa de la
biografía de Jonathan Sperber,1/
titulada Karl Marx, homme du XIXe siècle. Es la ocasión, 150 años
después de la publicación del Libro I de El Capital, de preguntarnos si
hay que considerar a Marx un economista del siglo XIX.2/
La biografía de Sperber está consagrada
esencialmente a la vida privada de Marx y a su relación con las corrientes de
pensamiento de su época. La tesis central –Marx es una “figura del pasado” (a
backward-looking figure)– tiene al menos la ventaja de librar a Marx de
toda responsabilidad sobre la práctica ulterior del “marxismo-leninismo” con
salsa estalinista. Pero en sentido inverso, remite a Marx a la historia de las
ideas, carente en el fondo de todo interés de cara a la interpretación del
mundo contemporáneo, por no hablar ya de los proyectos encaminados a
transformarlo. Esta tesis, evidentemente, es discutible y al respecto nos
remitimos a las reseñas críticas sobre el conjunto de la obra, para examinar
aquí el capítulo que habla de Marx como economista.3/ Este
aspecto de la obra de Marx solo ocupa, por cierto, un espacio singularmente
reducido: una cuarentena de páginas de un total de 500.
Sobre el método
Sperber propone una lectura “heguelianizada” de
Marx. Por ejemplo, escribe que “Marx solamente fue capaz de mostrar cómo la
apariencia del sistema depende de las lógicas asociadas a sus funcionamientos
internos recurriendo al trabajo hegueliano de desarrollo conceptual”. Lenin
afirmó que “no se puede comprender plenamente El Capital de Marx, y en
particular su capítulo I, sin haber estudiado mucho y sin haber comprendido toda
la Lógica de Hegel”.4/
No obstante, sin entrar en un debate que va más
allá de las competencias de un economista, no hay que olvidar que Marx no fue
únicamente discípulo de Hegel y que criticó el idealismo de este. Sperber cita
su célebre fórmula, según la cual, en Hegel, la dialéctica “se halla cabeza
bajo; basta colocarla sobre los pies para descubrir en ella la fisionomía
plenamente razonable”.5/ Sin
embargo, si se recuerda que la redacción del Libro I es posterior al grueso de
los manuscritos que darán lugar a la publicación por Engels de los Libros II y
III, se constata que Marx partió de los aspectos más concretos del
funcionamiento del capitalismo antes de derivar de ello los conceptos más
abstractos. El orden de la exposición que siguió es entonces inverso al orden
de la investigación, como él mismo explica con toda claridad:
El procedimiento de exposición debe distinguirse
formalmente del procedimiento de investigación. Con la investigación de trata
de apropiarse de la materia en todos sus detalles, de analizar sus diveras
formas de desarrollo y de descubrir su vínculo íntimo. Una vez realizada esta
tarea, y solamente entonces, se puede exponer el movimiento real en su
conjunto. Si se consigue, de manera que la vida de la materia se refleje en su
reproducción ideal, este milagro puede hacer creer que se trata de una
construcción a priori.6/
Esto es asimismo lo que expresa la primera frae de El
Capital:
La riqueza de las sociedades en las que domina el
modo de producción capitalista se presenta como un “enorme cúmulo de
mercancías”, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza.
Nuestra investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la
mercancía.
El caso es que Sperber no es fiel a su lectura
“hegueliana” en un punto importante. Hace de la dicotomía entre valor de cambio
y valor de uso una de las cinco “distinciones conceptuales” que según él
estructuran la teoría económica de Marx. Sin embargo, esta “distinción
conceptual” no debe entenderse, evidentemente, como una pura oposición binaria.
Ahora bien, en esta cuestión fundamental, Sperber comete un error –ya clásico,
por cierto– consistente en sostener que Marx no concede ningún papel a la
“utilidad” (el valor de uso) en la formación de los precios de las mercancías.
Esta es incluso, según Sperber, una de las razones por las que los
marginalistas pudieron imponerse sobre la tradición clásica (de la que formaría
parte Marx): su enfoque “combinaba el valor de uso y el valor de cambio, que
Marx había separado con tanto esmero”. Así, la “distinción conceptual” se
convierte en una “sepración” poco dialéctica y que no se corresponde en nada
con el planteamiento de Marx.
Una pequeña frase habría bastado para suscitar de
entrada la duda sobre la comprensión de Marx por parte de su biógrafo: “el Libro
I de El Capital estaba consagrado a la distribución”, escribe. Esta es
una sandez reveladora: el Libro I está consagrado principalmente a la teoría
del valor y no trata del reparto, sino del análisis del “laboratorio de la
producción”, por retomar la expresión del propio Marx.
Sobre la caída tendencial de la tasa de beneficio
Sperber no arroja ninguna luz realmente nueva sobre
esta cuestión ampliamente debatida. Recuerda que la ley de la caída tendencial
de la tasa de beneficio era para Marx “la ley más importante de la economía”,
pero que esta proclamación, efectuada en los Grundrisse, vino sin duda
un poco pronto. En efecto, Marx volvió “constantemente sobre este problema y
escribió ecuaciones por última vez en 1882, un año antes de su muerte, proponiendo
numerosas explicaciones y soluciones, de las que ninguna le parecía del todo
satisfactoria”. A este respecto se hace referencia a los trabajos de Michael
Heinrich, quien propone una demostración análoga, basada en particular en una
nota manuscrita de Marx que apunta en sentido contrario al de la famosa ley.7/
Los argumentos de Sperber sobre esta cuestión son,
en efecto, bastante deshilvanados. Por ejemplo, según él, Marx planteó que los
aumentos de productividad podían “incrementar la tasa de plusvalía, la tasa de
beneficio y el salarios de los obreros al mismo tiempo”, pero “semejante
desarrollo, añadía Marx, solo sería posible en una economía comunista, nunca en
una economía capitalista”. Me pregunto dónde habrá ido Sperber a buscar este
argumento descabellado. Mejor que hubiera meditado sobre una de esas “causas
que contrarrestan la ley” y que basta para poner en tela de juicio su
existencia como ley:
La misma evolución que hace que aumente la masa del
capital constante en comparación con el capital variable hace que disminuya el
valor de sus elementos debido al aumento de la productividad del trabajo e
impide así que el valor del capital constante, que sin embargo crece sin cesar,
no aumente en la misma propoción que su volumen material. En algún que otro
caso, la masa de los elementos del capital constante puede incluso aumentar,
mientras que el valor permanece igual o incluso disminuye.8/
Sperber menciona asimismo la idea de que “los
capitalistas son reacios a introducir una maquinaria más productiva y formas
más eficaces de producción porque esto haría que sus equipos existentes se
volviern obsoletos y se redujera la tasa de beneficio”. Existe efectivamente un
pasaje en el que Marx plantea esta conjetura:
Ningún capitalista empleará de buen grado un nuevo
modo de producción, independientemente de la proporción en que aumente la
productividad o la tasa de plusvalía, si con ello se reduce la tasa de
beneficio.
Esta idea se teorizará más tarde con el nombre de
“teorema de Okishio”.9/ Sin
embargo, esta hipótesis es contradictoria con el conjunto del análisis de Marx
de la competencia, que, una página más adelante, concluye así su comentario:
“En una palabra, este fenómeno es un efecto de la competencia; ellos también
tienen que adoptar el nuevo modo de producción”.10/
Sobre la transformación de los valores en precio
Sperber tampoco aporta nada nuevo en este terreno y
se contenta con repetir la doxa dominante: “Como han señalado los
discípulos de Sraffa, la solución que da Marx al problema de la transformación
es formalmente inexacta”. No obstante, tiene razón cuando menciona que la
perecuación de la tasa de beneficio no se produce mediante transferencia “de
los sectores más mecanizados a los menos mecanizados”, cosa que ya nadie
sostiene (o no debería sostener).
Podría haber indicado que esta línea de crítica se
remonta de hecho a Eugen Böhm-Bawerk, a quien cita en relación con otras
cuestiones. Aunque señalemos de paso que esta es una referencia sorprendente,
pues Böhm-Bawerk, el mismo que reprochaba a Marx sus errores de cálculo,
cometió a su vez uno, y bastante gordo, en su cálculo de la “duración media del
periodo de producción”. Esto es lo que subrayó Paul Samuelson en un artículo en
que hizo balance del debate sobre la teoría del capital (y en el que capituló
ante sus adversarios): Böhm-Bawerk confunde interés simple e interés compuesto
y por tanto su medición “ya no merece que nos refiramos a ella”.11/
No es extraño que Sperber no mencione el enfoque
TSSI (Temporal Single-System Interpretation), que elimina los supuestos
errores de Marx. La clave de esta “solución” la resume así Ernest Mandel:
Los insumos de un ciclo de producción son datos
disponibles al comienzo de este ciclo que no tienen efecto alguno en la
igualación de las tasas de beneficio en los distintos sectores de producción
durante este ciclo. Basta suponer que ya han sido calculados en precios de producción
y no en valores, y que estos precios de producción resultan de la igualación de
las tasas de beneficio en el transcurso del ciclo de producción precedente,
para que desaparezca toda incoherencia.12/
Por lo demás, Mandel se limita a seguir esta
indicación de Marx:
El coste de producción de la mercancía está
determinado; representa un dato independiente de la producción del capitalista,
mientras que el resultado de su producción es una mercancía que contiene la
plusvalía, que es un excedente de valor con respecto a su coste de producción.13/
Sobre la renta
El libro contiene una exposición bastante amplia
dedicada, con razón, a la teoría de la renta. No carece de interés, pero se
contradice con la tesis general de Sperber, ya que este –además de no discernir
correctamente el vínculo con la teoría del valor– no ve que esta teoría puede
extenderse a otros terrenos distintos de la renta de la tierra. “¡Todos
rentistas!”, proclama por ejemplo Philipe Askenazy en un libro reciente.14/ El
análisis de la renta inmobiliaria o petrolera es perfectamente posible
empleando el marco teórico de Marx y de los clásicos. Lo mismo podemos decir
del debate que acaba de iniciarse en EE UU sobre los superbeneficios de las
grandes empresas a partir de un estudio de su “poder de mercado”.15/
Todas estas cuestiones deben abordarse a partir del principio metodológico de
Marx, que establece que la renta es una captación de la plusvalía producida en
los demás sectores. Es esta una aportación fundamental que permite, por
ejemplo, evitar el error consistente en pensar que existen fuentes de creación
de valor distintas del trabajo (por ejemplo, las “finanzas”).
La lectura de Sperber, que declara a Marx un hombre
del siglo XIX, es, en el fondo, coherente con su representación de que la
supremacía de la economía marginalista (o neoclásica) es el fruto de un
progreso lineal de la ciencia económica. Ahora se trata de criticar esta lectura
mostrando cómo las problemáticas marxistas tienen prolongaciones –y no
únicamente entre los marxistas– a lo largo de los 150 años que nos separan de
la aparición de El Capital.
Marx, ¿un economista del siglo XIX?
La clave del análisis de Sperber es coherente con
su tesis más general. Podemos resumirla así: Marx es el último de los
economistas clásicos (en el linaje de Smith y Ricardo), pero, por desgracia
para él, en el momento en que Engels publica los Libros II y III de El
Capital, la economía está a punto de bifurcarse y de romper con esta línea
de pensamiento. Dejemos de lado la cuestión de saber si Marx se sitúa en la
prolongación/superación de Ricardo o en ruptura total con él para captar esta
clave de la lectura de Sperber, quien al menos podría haberse preguntado por
qué el subtítulo de El Capital es “Crítica de la economía política”. De
ortodoxo (sic), Marx habría pasado así bruscamente a devenir obsoleto:
Cuando sus ideas se difundieron finalmente entre un
público más amplio (…), todo esto había cambiado. Lo que antaño había sido la
ortodoxia económica se había convertido, para la corriente dominante, en
obsoleta y no científica o, si se prefiere, en disidente y no ortodoxa.
De ahí la conclusión radical de Sperber:
Encontramos en la obra de Marx pocas cosas que
interesen a las tendencias de la economía o de la teoría económica de finales
del siglo XIX y del siglo XX.
Esta visión es de un simplismo desconcertante.
Olvida que la teoría marginalista no se tornó dominante en virtud de su
superioridad intrínseca, sino porque ofrecía una alternativa a las
implicaciones subversivas de la teoría de Marx. Es preciso reproducir de nuevo
lo que escribió en 1899 John Bates Clark, uno de los fundadores de la teoría
neoclásica del reparto:
Los trabajadores, nos dicen, se ven desposeídos
permanentemente de lo que producen (…). Si esta acusación estuviera fundada,
toda persona dotada de razón debería hacerse socialista, y su voluntad de
transformar el sistema económico no haría más que medir y expresar su sentido
de la justicia.
Para responder a esta acusación –que hace
referencia claramente a la teoría marxista de la explotación– hace falta,
explica Clark, “descomponer el producto de la actividad económica en sus
elementos constitutivos, con el fin de ver si el juego natural de la
competencia lleva a no a atribuir a cada productor la parte exacta de las
riquezas que contribuye a crear”.16/
Piero Sraffa dedujo una constatación amarga de lo
que llamó la “degeneración” de la teoría del valor:
Con el ataque frontal de Marx, la aparición de la
Internacional y la Comuna de París, hacía falta una línea de defensa mucho más
resuelta (…), había que pasar a la utilidad, de ahí el éxito de los Jevons,
Menger y Walras. La economía clásica tomada en su conjunto resultaba demasiado
peligrosa: había que dar al traste con ella como tal. La casa estaba en llamas
y amenazaba con incendiar toda la estructura y los cimientos de la sociedad
capitalista: la economía clásica fue inmediatamente suplantada.17/
Marx, fundador de la macroeconomía moderna
En el Libro II de El Capital, Marx expone los
esquemas de la reproducción que distinguen dos grandes secciones: la sección I,
que produce los bienes de equipo, y la sección II, que produce los bienes de
consumo. Describe las condiciones de reproducción, o dicho de otro modo, las
relaciones que han de existir entre la producción de las empresas y sus
mercados. Estas relaciones se expresan en valor, pero Marx insiste también en
el hecho de que la estructura de esta oferta debe corresponder a la de la
demanda social en términos de valor de uso. Es este un punto importante que
permite no ver en Marx tan solo al teórico exclusivo del valor-trabajo que
habría despreciado así las “preferencias de los consumidores”, por retomar la
terminología moderna.
El enfoque de Marx se inspira a todas luces en el
famoso Cuadro de Quesnay18/
(otra “figura del pasado”), que era según él un “planteamiento tan simple como
genial para su época”.19/ El
sistema de los fisiócratas representaba a ojos de Marx “la primera concepción
sistemática de la producción capitalista”, por mucho que los “límites de su
horizonte” llevaran a Quesnay a postular que “la agricultura constituye la
única esfera de inversión en que el trabajo humano produce plusvalía”.20/ En
una carta del 6 de julio de 1863, Marx muestra a Engels un esquema en que se ve
cómo “traduce” el cuadro de Quesnay a su propio sistema conceptual.
Por tanto, incluso si no partió de cero (podríamos
citar también a Sismondi entre sus fuentes de inspiración), se puede sostener
que Marx es el fundador de la macroeconomía moderna. Así lo reconoció la
keynesiana de izquierda Joan Robinson, que por lo demás era muy crítica con
Marx21/:
“partir de Marx le habría ahorrado [a Keynes] muchos problemas” (a lot of
trouble). Habla de otro economista keynesiano, Richard Kahn, quien en un
seminario en 1931 trató de “explicar el problema del ahorro y de la inversión
imaginando una red que parte de los sectores que producen bienes de equipo y
después estudiando sus relaciones con los sectores de bienes de consumo”. Con
ello, sin embargo, añadió Robinson, no hacía más que “redescubrir los esquemas
de Marx”.22/
Incluso Paul Samuelson, blanco favorito de las invectivas de Robinson y a su
vez un crítico sumamente cáustico de Marx, admitió que “sin duda todos
habríamos salido ganando si hubiéramos estudiado antes los cuadros de Marx”.23/
Pero el mejor homenaje es el que pronunció Wassily
Leontief en 1937, durante un coloquio organizado por la American Economic
Association sobre “el significado de la economía marxista”. Leontief es el
fundador del análisis input-output, que describe las relaciones entre
las distintas ramas de la economía, lo que los contables nacionales denominan
hoy los consumos intermedios. Leontief fue a su vez alumno de Ladislaus von
Bortkiewicz, cuya crítica de Marx sobre la cuestión de la transformación está en
el origen de toda la literatura neoricardiana. Para Leontief,
Quien trate de comprender realmente la realidad de
los beneficios y salarios en las empresas capitalistas puede encontrar en los
tres volúmenes de El Capital informaciones de primera mano, más realistas
y pertinentes que en diez volúmenes de la inspección de mercancías de EE UU, en
una docena de manuales sobre las instituciones económicas contemporáneas e
incluso, me atrevo a decir, en las obras completas de Thorstein Veblen.24/
Leontief subraya en particular que Marx “desarrolló
el esquema fundamental que describe las relaciones entre los sectores de los
bienes de consumo y de los bienes de equipo. Por mucho que no cierre el tema,
el esquema marxista sigue siendo una de las raras propuestas en torno a las
cuales existe un amplio consenso entre los teóricos del ciclo económico”, y
añade que “el análisis contemporáneo del ciclo económico es claramente
tributario de la economía marxiana. Sin suscitar la cuestión de la prioridad,
no sería exagerado decir que los tres volúmenes de El Capital
contribuyeron más que cualquiera otra obra a situar esta cuestión en el centro
del debate económico”. Compárese este elogio con el juicio incongruente de
Sperber, según quien “al Libro I de El Capital le falta una teoría
explícita de los ciclos económicos y de las crisis comerciales. Y si bien el
tema se desarrolla más en el Libro III, publicado a título póstumo, su
contenido difiere sustancialmente de las afirmaciones del Libro I”.
Claro que Marx no utilizó el cálculo matricial,
pero para András Bródy, otro experto de referencia para el análisis input-output,
“lo esencial ya estaba ahí”. Bródy da como ejemplo un esquema estraído de los Grundrisse,25/
que según él resulta tanto más interesante cuanto que Marx parte de
coeficientes técnicos para construirlo: “este podría ser muy bien el primer
cuadro de entrada-salida (ficticio) en ciencia económica”.26/ En
la misma onda, el marxista polaco Oskar Lange demostró la estrecha
correspondencia que existe entre la matriz input-output de Leontief y
los esquemas de Marx.27/
Tampoco está de más afirmar que los esquemas de la
reproducción inspiraron el modelo de equilibrio general de John von Neumann28/
(que produce un esquema de crecimiento equilibrado). Para Nicholas Kaldor29/,
este modelo es “en realidad una variante del enfoque clásico de Ricardo y
Marx”. Como ya hemos señalado, los esquemas de reproducción de Marx le
sirvieron para establecer las condiciones de esta reproducción, pero toda su
lógica llevaba acto seguido a mostrar que las mismas no podían verificarse más
que de modo excepcional debido a la competencia entre capitales y la presión
constante sobre los salarios; de ahí la posibilidad de las crisis. Sin embargo,
ciertos autores que se reclaman del marxismo, en particular Michel Tougan-Baranowski,
realizaron un análisis “armonicista” de los esquemas de reproducción y abrieron
un debate que de hecho no se ha agotado.30/
También podríamos citar a Martin Bronfenbrenner,
para quien posiblemente Marx no sea el más grande de los economistas, pero sí,
sin duda, “el más grande teórico de ciencias sociales (social scientist)
de todos los tiempos”.31/
Acuñó esta bonita fórmula (que podría atribuirse a Piketty): “El Capital
sigue siendo el libro más influyente aunque nadie lo lea”. Bronfenbrenner
enumera las aportaciones “modernas” de El Capital, que “los economistas
universitarios olvidaron casi totalmente hasta la década de 1930”. Menciona en
particular “la articulación armoniosa y natural entre estática y dinámica”,
deplorando al mismo tiempo que “el análisis estático se hubiera impuesto en la
década de 1870 y que todavía no hayamos vuelto al nivel de Marx”.
El desempleo
La victoria de los marginalistas, que según Sperber
convirtió a los clásicos en cosa del pasado, tuvo por efecto colateral la
desaparición casi completa de toda teoría del desempleo. Tuvo que producirse la
crisis de la década de 1930 para que la cuestión fuera abordada de nuevo por
Keynes. No obstante, fue después de la segunda guerra mundial cuando reapareció
la problemática de Marx en la forma extraviada de la “curva de Phillips”.32/ La
idea es que existe una relación inversa entre la tasa de paro y la progresión
de los salarios. Los economistas dominantes dedujeron de ello la noción de la
tasa de paro “natural” que no debe rebasarse a la baja si se desea evitar un
“patinazo salarial” descontrolado. La Comisión Europea calcula actualmente la
NAWRU (non-accelerating wage rate of unemployment), o sea, la “tasa de paro que
no acelera los salarios”. Pero también se podría hablar (como es demostrable) de
una “tasa de paro que no hace descender los beneficios”.
A los economistas del sistema les habrá bastado
invertir la teoría del “ejército industrial de reserva”, que Marx formuló de
este modo:
Las variaciones de la tasa salarial general no
responden por tanto a las de la cifra absoluta de la población; la proporción
diferente según la cual la clase obrera se descompone en ejército activo y
ejército de reserva, el aumento o la disminución de la sobrepoblación relativa,
el grado en el que esta se halla ora “ocupada”, ora “desocupada”, en una
palabra, sus movimientos de expansión y contracción alternativos corresponden a
su vez a las vicisitudes del ciclo industrial, que es el que determina
exclusivamente estas variaciones. (…) De este modo, la sobreproblación
relativa, una vez convertida en el pivote sobre el que gira la ley de la oferta
y la demanda de trabajo, solo le permite funcionar dentro de unos límites que
dejan suficiente campo libre para la actividad de explotación y el espíritu
dominador del capital.33/
El carácter cíclico de la economía política
Podríamos hablar de muchos otros aspectos. Por
ejemplo, los análisis de Marx del capital portador de interés son de una actualidad
asombrosa tras diez años de crisis y resultan muy útiles para rechazar
concepciones erróneas según las cuales “las finanzas” son una fuente autónoma
de valor y no un instrumento de captación del valor producido en la llamada
esfera productiva.34/
Toda la tesis de Sperber se basa, como hemos visto, en el postulado de un
progreso lineal de la ciencia económica que convertiría en progresivamente
obsoletas las teorías superadas. Para él, interesarse por la economía de Marx
no tiene más que un interés histórico, como el que puede tener el estudio de
las concepciones precopernicanas o de la estimación de Newton, quien, a partir
de una lectura de la Biblia, dató la creación del mundo en 3998 antes de
Cristo.
Sperber lleva muy lejos este tipo de lectura, ya
que sitúa incluso a Keynes o Minsky (el teórico de la inestabilidad financiera)
entre los neoclásicos. Esta enormidad, proferida en el debate arriba
mencionado, dice mucho del dogmatismo de este enfoque que se niega a cnsiderar
la economía una ciencia social que avanza por ciclos, con un retorno periódico
de las teorías antiguas, aunque sea con formas renovadas. Por ejemplo, resulta
sumamente chocante señalar que la revolución neoclásica no hizo más que retomar
las elaboraciones de autores anteriores a los clásicos de la economía política,
como por ejemplo los abades Condillac (1714-1780) y Galiani (1728-1787).35/
Este tipo de constatación es molesto y constituye sin duda una de las razones
de la obstinación de los economistas dominantes por expulsar de la universidad
toda referencia a la historia del pensamiento económico. Sperber nos habrá
brindado al menos la ocasión de hacer una breve incursión en ella y mostrar que
las temáticas planteadas por Marx están llamadas a volver periódicamente, y no
solo para celebrar el sesquicentenario de El Capital. (Artículo escrito
para A l’Encontre)
17/10/2017
Traducción: viento sur
Notas
1/ Jonathan Sperber, Karl Marx, homme du XIXe
siècle, Piranha, 2017. Traducción (de David Tuaillon) de: Karl Marx. A
Nineteenth-Century Life, Liveright, 2013.
2/ El autor de esta reseña debatió con Sperber con
motivo de la presentación de su obra en la Facultad de Ciencias Políticas de
París, el 10 de octubre de 2017.
5/ Karl Marx, Posfacio de la segunda edición
alemana, 1875. “Mi método dialéctico no solo difiere básicamente del método
hegueliano, sino que incluso constituye exactamente su contrario. Para Hegel,
el movimiento del pensamiento, que él personifica con el nombre de idea, es el
demiurgo de la realidad, que no es más que la forma fenomenal de la idea. Para
mí, en cambio, el movimiento del pensamiento no es más que el reflejo del movimiento
real, transportado y transpuesto en el cerebro humano. Critiqué la vertiente
mística de la dialéctica hegueliana hace casi treinta años, en una época en que
todavía estaba de moda… Pero a pesar de que, debido a su error, Hegel desfigura
la dialéctica a través del misticimo, ello no quita que él fue el primero en
exponer el movimiento del conjunto. En él se halla cabeza abajo; basta
colocarla sobre los pies para descubrir su fisionomía plenamente razonable. En
su versión mística, la dialéctica se puso de moda en Alemania porque parecía
glorificar las cosas existentes. En su aspecto racional, es un escándalo y una
abominación para las clases dirigentes y sus ideólogos doctrinarios, porque en
la concepción positiva de las cosas existentes incluye, al mismo tiempo, la
inteligencia de su negación fatal, de su destrucción necesaria; porque al
captar el movimiento mismo, del que toda forma realizada no es más que una
configuración transitoria, nada podría imponérsele; porque es esencialmente
crítica y revolucionaria.”
7/ Michael Heinrich, “Crisis Theory, the Law of the
Tendency of the Profit Rate to Fall, and Marx’s Studies in the 1870s”, Monthly
Review, tomo 64, n.º 11, abril de 2013. La nota de Engels dice: “En el
ejemplar manuscrito de Marx figura aquí, en el margen, la siguiente observación:
‘Anotar esto para más tarde: Si la ampliación [un aumento de la composición del
capital] solo es cuantitativo, los beneficios, para un capital más o menos
grande en el mismo sector industrial, seguirán las magnitudes respectivas de
los capitales adelantados. Si la ampliación cuantitativa tiene un efecto
cualitativo, la tasa de beneficio aumenta al mismo tiempo para el capital más
grande.’” Heinrich también hace referencia a un manuscrito de 1875 titulado Tratamiento
matemático de la tasa de plusvalía y de la tasa de beneficio (MEGA II/14),
que no hemos conseguido consultar.
9/ Nuobo Okishio, Technical Change and the Rate of
Profit, Kobe University Economic Review, 7, 1961. Véanse también dos
artículos de Shalom Groll y Ze’ev B. Orzech, interesantes desde un punto de
vista metodológico, pero cuyas conclusiones no compartimos: “Technical progress
and values in Marx’s theory of the decline in the rate of profit: an exegetical
approach”, History of Political Economy 19:4, 1987; “From Marx to the
Okishio Theorem: a genealogy”, History of Political Economy 21:2, 1989.
11/ “It has no longer a presumptive claim on our
attention”. Paul A. Samuelson, “A Summing Up”, The Quarterly Journal of
Economics, vol. 80, n.º 4, 1966.
12/ Ernest Mandel, The Transformation Problem,
extracto de su introducción a la edición inglesa del Libro III de El Capital,
Penguin, 1981.
15/ Jan De Loecker y Jan Eeckhoutz, The Rise of
Market Power and the Macroeconomic Implications, 24/08/2017.
16/ John Bates Clark, The Distribution of Wealth. A
Theory of Wages, Interest and Profit, 1899, p. 7.
17/ Cf. Michel Husson, La dégénérescence de la
théorie de la valeur selon Sraffa, note hussonet n° 108, 13/10/2017.
18/ François Quesnay, “Analyse de la formule
arithmétique du Tableau Economique”, Journal de l’agriculture, du commerce
& des finances, junio de 1766.
19/ Karl Marx, en el capítulo “Sobre la historia
crítica” del Anti-Dühring de Engels que escribió en su mayor parte.
21/ Joan Robinson, An Essay on Marxian Economics,
1942. Véase también su Lettre ouverte d’une keynésienne à un marxiste,
1953.
22/ Joan Robinson, “Kalecki and Keynes”, en Essays
in Honour of Michał Kalecki, 1964. Reproducido en Contributions to
Modern Economics, 1978.
23/ Paul A. Samuelson, “Marxian Economics as
Economics”, The American Economic Review, vol. 57, n.º 2, mayo de 1967.
24/ Wassily Leontief, “The Significance of Marxian
Economics for Present-Day Economic Theory”, The American Economic Review,
vol. 28, n.º 1, marzo de 1938.
26/ András Bródy, Proportions, Prices and Planning,
Budapest, 1970. Bródy precisa que no ha hecho más que “modernizar la
formalización” de Marx recurriendo a la álgebra matricial desarrollada y
aplicada a la economía posterior a la época de Marx.
27/ Oskar Lange, “Some Observations on Input-Output”, The
Indian Journal of Statistics, vol. 17, parte 4, febrero de 1957.
28/ John von Neumann, “A Model of General Economic
Equilibrium”, The Review of Economic Studies, vol. 13, n.º 1, 1945.
29/ Nicholas Kaldor, Capital Accumulation and
Economic Growth, en Lutz F.A. y Hague D.C. (editores), The Theory of
Capital, Macmilllan, 1961.
30/ En los dos polos de este debate podemos situar a
Michel Tougan-Baranowski, Les crises industrielles en Angleterre, 1894,
y Rosa Luxemburg, L’accumulation du capital, 1913.
31/ Martin Bronfenbrenner, “Marxian Influences in
‘Bourgeois’ Economics”, The American Economic Review, vol. 57, n.º 2,
mayo de 1967.
32/ Alban W. Phillips, “The Relation Between
Unemployment and the Rate of Change of Money Wage Rates in the United Kingdom,
1861-1957”, Economica, vol. 25, n.º 100, noviembre de 1958.
34/ Michel Husson, “Marx et la finance: une approche
actuelle”, prefacio a Karl Marx, Le capital financier, Demopolis, 2012.
35/ Étienne Bonnot de Condillac, Le commerce et le
gouvernement considérés relativement l’un à l’autre, 1776; Ferdinando Galiani,
De la monnaie, 1751.
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