28/01/2018
| Sebastian Budgen
“A menudo, se pretende que hay
que vivir con tu época. Esa época se muere. ¿Habría que pudrirse y desaparecer
con ella? (2004. pp. 460-461) 1/
A los tibios, los vomitaré de mi
boca. 2/
El paso del tiempo cobra un enorme precio a los
pensadores de la izquierda radical. Basta con hacer una lista con los nombres
de quienes hemos perdido recientemente para hacernos una idea de la hecatombe:
Georges Labica, Giovanni Arrighi, Peter Gowan, Gerald Cohen, Howar Zinn. El
rodillo compresor avanza inexorablemente, aumentando la velocidad conforme
avanza. Cada muerte nos deja sumidos en el horror y los lamentos: otro aliado
que se va en un mal momento, otra vez un montón de textos mal asimilados, otra
vez, una línea de investigación y de reflexiones que se interrumpe de repente.
Pero para quienes pertenecemos a la izquierda revolucionaria, para quienes aún
especialmente estamos comprometidos en los procesos de organización, la
reciente y repentina desaparición de dos camaradas, a pesar de sus diferencias
en muchos aspectos -estéticos, estilísticos, intelectuales y temperamentales –
nos deja una gran soledad, sobre todo, en esta coyuntura oscura e incierta.
Chris Harman y Daniel Bensaïd, dos hombres que
murieron casi a la misma edad en el intervalo de un mes, uno después de veinte
años de una dura batalla contra la enfermedad, el otro, durante el sueño sin
aviso previo –apenas debieron intercambiar alguna frase en más de cuarenta
años. Sin embargo, su compromiso ininterrumpido, cotidiano y sin quejas para
asociar el trabajo paciente y, a menudo, agotador de construcción de un pequeño
grupo revolucionario con el que regenerar teóricamente la grandeza de la
tradición marxista clásica, abonándola constantemente con elementos
innovadores, era un esfuerzo común.
Cada uno encarnaba una trayectoria política
diferente -la tendencia Socialismo Internacional y la IV Internacional– y dos
versiones divergentes de la identidad de intelectual militante. Chris, en
cierta medida, se veía trabajando en desarrollar un marco teórico preexistente,
mientras que Daniel estaba mucho más inclinado a repensar la naturaleza misma
de ese marco. Pero los paralelismos existen y se hacen eco y sus marchas casi
simultáneas hacen estos días muy oscuros.
Lo que sigue es una primera tentativa, necesariamente
imperfecta y provisional, para lectores que, debido a la escandalosa falta de
traducciones al inglés de lo esencial de su obra, solo pueden tener una idea
muy vaga de su historia tumultuosa y de su rica herencia 3/.
Esperemos que en los próximos años aparezca un trabajo más riguroso y
sistemático y llene las lagunas de esta primera aproximación 4/.
Vida
Daniel Bensaïd nació en marzo de 1946, en Toulouse.
Sus padres tenían un café popular, el “Bar de los amigos” en la periferia de la
ciudad. Su madre, Marthe, impetuosa hija de un tornero de madera partidario de
la Comuna y de una bordadora que había perdido su brazo en un accidente de
trabajo, aprendió el oficio de modista antes de abandonar la ciudad de Blois
para viajar por el mundo. En primer lugar, aterrizó en Orán, en la Argelia bajo
gobierno francés, donde encontrará al padre de Daniel. Haïm venía de una
familia judía pobre de Mascara y había dejado la escuela a los siete años.
Trabajó de criado en Orán donde inició una carrera de boxeador y fue campeón de
África del Norte en la categoría de pesos ligeros aficionados; pero tuvo que abandonar
esta actividad para dedicarse a trabajar. Daniel cuenta que su madre reprimió
muy pronto sus propias aspiraciones pugilísticas diciéndole que tenía las manos
demasiado frágiles para esas brutalidades.
Hecho prisionero durante la Segunda Guerra Mundial,
Haïm se escapó y compró un café al lado de Toulouse bajo una identidad falsa, y
fue encarcelado de nuevo por la Gestapo en 1943. Al contrario que sus dos
hermanos, que fueron enviados a los campos de exterminio, el padre de Daniel
consiguió permanecer en el campo de detención de Drancy hasta el final de la
guerra gracias al ingenio de su mujer que se apañó para conseguir falsos
documentos que probaban un origen no judío.
Aunque nunca fueron ni creyentes ni sionistas, los
Bensaïd, sacaron de esta experiencia una total intolerancia respecto a
cualquier atisbo de antisemitismo. Haïm sacó su estrella amarilla de un cajón y
la colocó sobre el mostrador por si algún cliente tenía la tentación de
inclinarse en esa dirección.
El café era un centro social para los trabajadores
manuales, carteros, mecánicos, pequeños comerciantes, refugiados republicanos
de la Guerra Civil española, italianos antifascistas, antiguos miembros de la
Resistencia y las Brigadas Internacionales. Allí, Daniel se sumergió en el
espíritu del comunismo popular latino más que en el ambiente socialdemócrata
más frío y húmedo del norte de Europa por el que nunca manifestó demasiado
entusiasmo e interés. Es allí donde también saca gran parte de su naturalidad
social y su alegría de vivir, su gusto por las grandes encuentros amistosos y
sin pretensiones y que más tarde volvió a descubrir en el País Vasco y en
Brasil 5/.
La rama local del PCF celebraba sus reuniones en el
café, y las vacaciones consistían en estancias en los campamentos de vacaciones
del CGT. El 1 de enero, imitaban las danzas del ejército soviético y cantaban
la Internacional. Sumergido en un ambiente tan plebeyo y radical, Daniel se
politizó inmediatamente alrededor de la Guerra de Argelia y, especialmente, de
la masacre por la policía el 8 de febrero de 1962 de nueve manifestantes del
Partido Comunista y de las Juventudes Comunistas, en la estación de Charonne.
Al día siguiente, Daniel creaba junto a otros, una
sección de las Juventudes Comunistas en su instituto. Entraron rápidamente en
disidencia pues insistían en que aquella célula fuera mixta en una época en la
que el Partido intentaba imponer una separación entre los Jóvenes Comunistas y
la Primera Unión de Mujeres Jóvenes de Francia. Otras diferencias aparecieron
pronto: en primer lugar, las primeras oleadas de la Revolución Cubana, como lo
relató en sus obras el legendario director y productor Armand Gatti –con el que
Daniel se relacionó hasta sus últimos días–, después por los textos de la
Oposición de Izquierdas. Estos textos se llevaban bajo manga como si fueran
literatura pornográfica, por el trotskista entrista Gérard de Verbizier. Este
último contará a los neófitos provinciales todas las controversias internas de
la Unión de Estudiantes Comunistas, entre la mayoría ortodoxa, los centristas,
la fracción neomaoísta – entre ellos los discípulos de Louis Althusser, y los
miembros de la oposición de izquierda dirigidos por Alain Krivine y Henri Weber.
En este contexto, marcado por los últimos días de
la Guerra de Argelia, la escisión entre China y la Unión Soviética y la
evolución de la situación cubana, circulaban otros textos no ortodoxos que se
leían con avidez, como los de Che Guevara y Frantz Fanon, (era la época en la
el admirable editor Maspero ampliaba su catálogo con libros tercermundistas y
marxistas en formato de bolsillo) junto a las obras de Althusser, de André Gorz
y de Henri Lefebvre -sin contar la historia del partido bolchevique y la
Iniciación a la teoría económica marxista de Ernest Mandel. En el otoño de
1965, Daniel y su grupo fueron captados para la oposición de izquierdas.
El momento decisivo fue la expulsión de los
izquierdistas en el congreso de la UEC al año siguiente. La cincuentena
expulsada, muy jóvenes (Daniel tenía 20 años, Krivine era mayor, tenía 27 años)
con su arrogancia y su grandilocuencia fanfarrona, fundaron las Juventudes
Comunistas Revolucionarias (JCR) en una pequeña sala en el sótano de un café
del Barrio Latino. La vuelta a Toulouse estuvo marcada por las sospechas,
cierta hostilidad y ostracismo de parte de quienes antes eran camaradas y
miembros de la familia fiel al partido y que fueron difíciles de soportar para
Bensaïd, pero que duró poco. Admitido como estudiante de filosofía en la
Escuela Normal de Saint Cloud, se traslada a París sin entusiasmo en el otoño
de 1966 6/.
Como iba a lamentar más tarde, Daniel abandonó sus clases de filosofía y se
dedicó al activismo político, uniéndose a la dirección del grupúsculo de las
JCR al año siguiente.
Las JCR estaban lejos de ser homogéneas en aquel
momento. La mayoría estaba vinculada a la IV Internacional alrededor de
Krivine, Weber (posteriormente prolijo senador del Partido Socialista y
portavoz de Laurent Fabius) y Verbizier. Otra tendencia estaba próxima al grupo
comunista disidente que publicaba Voz Comunista, después el Boletín de la
Oposición de Izquierda, en el que colaboraba el psicoanalista y filósofo Félix
Guattari. Daniel se identificaba con una tendencia guevarista,
representada por Jannette Habel. A lo largo de los años siguientes, aunque se
presentaba gustosamente como leninista, y aunque sentía un gran respeto por Trotsky
y la Oposición de Izquierda, la etiqueta de trotskista -ortodoxo o
heterodoxo– siempre le sentaba mal por sus connotaciones de sectarismo y
dogmatismo y el narcisismo de las diferencias, a veces, ínfimas 7/.
La muerte de Che Guevara en 1967 iba a tener un
gran impacto -de entrada, traumático, después fértil– sobre los jóvenes de las
JCR. Una reflexión de Bensaïd aclara esto de forma interesante: “Esta tragedia
era la nuestra. El Che era nuestro mejor antídoto a la mística maoísta” (2004,
p. 75), entonces hegemónica entre estudiantes de izquierda. Fue la joven Habel
quien traerá de Cuba y traducirá El socialismo y el hombre, que el
entonces líder de la IV Internacional, Mandel, había reencontrado solo unos
años antes, durante el debate económico celebrado en Cuba en 1964 8/.
Las posiciones resueltamente antiimperialistas e internacionalistas así como el
carácter aparentemente antiburocrático encarnado por Che Guevara, mártir a
partir de entonces, atravesaron a las JCR en los años siguientes y ejercieron
influencia hasta los años 70, a pesar de las críticas cada vez mayores a la
trayectoria burocrática y represiva del propio régimen cubano 9/.
Las actividades políticas de Bensaïd en 1968 se
concentraron esencialmente en el campus de Nanterre. Se llevaron a cabo
alianzas entre las JCR, que tenían allí una implantación importante y el grupo
anarquista formado alrededor de Daniel Cohn -Bendit y Jean-Pierre Duteuil,
especialmente, en los enfrentamientos con los grupos fascistas y la policía que
intentaban introducirse en “Nanterre, la locura”, como se decía. A pesar de
saltarse las clases otra vez a causa de su militancia permanente, Bensaïd
encontró tiempo para hacer una tesis de maestría titulada “La noción de crisis
revolucionaria en Lenin” bajo la dirección del filósofo marxista independiente
Henry Lefebvre. Esbozó, muy influido por una lectura ultra bolchevique y
voluntarista del joven Georg Lukcas, una serie de reflexiones sobre la
subjetividad y objetividad, la estructura y el acontecimiento, la crisis y la estrategia
que le estimularon para los siguientes cuarenta años 10/.
La delegación enviada por las JCR a la gigantesca
manifestación anti guerra de Vietnam en Berlín, en febrero de 1968, seguida por
el intento de asesinato del líder estudiantil Rudi Dutschke (lo que provocó una
manifestación alrededor de la embajada de Alemania en París) iban a radicalizar
a los jóvenes revolucionarios comunistas. Pero estaban lejos de esperar los
sucesos del mes siguiente. Daniel estaba de vacaciones con su novia mientras
leían concienzudamente las Obras completas de Lenin cuando se enteraron
por los periódicos de la sublevación de la Sorbona y de las batallas campales
en el barrio Latino. Tuvieron que hacer sus maletas y volver a toda prisa para
poder participar en las barricadas nocturnas.
A pesar de su incapacidad para sobrepasar su base
estudiantil o cargar sobre sus espaldas el peso muerto de la huelga general
planteada por el PCF y la CGT, las JCR, con apenas doscientos militantes,
jugaron un papel importantes en los sucesos de mayo. En junio, el régimen
gaullista les hizo el honor de su disolución, al mismo tiempo que a otras
organizaciones. Krivine y otros miembros dirigentes fueron detenidos y
encarcelados y Bensaïd y Weber pasaron a la clandestinidad mientras que la
organización se reconstruía discretamente. Margarite Duras aceptó hacer de
buzón de la nueva Liga Comunista (LC) y acogió a los dos jóvenes
revolucionarios que se escondían del Estado según lo que ellos subrayaron en su
análisis de los acontecimientos hechos a toda prisa y publicado bajo el título:
“Mayo del 68: una repetición general” 11/.
La LC se fundó oficialmente en Pascua de 1969
después de un debate interno en el que Bensaïd y otros no trotskistas se
sumaron a la perspectiva de fusionarse con el pequeño Partido Comunista
Internacionalista de Pierre Frank, para convertirse en una sección de la IV
Internacional. La LC llegó estratégicamente a la conclusión según la cual, el
mes de mayo habría sido un equivalente francés de la Revolución de Febrero de
2017 y que un acontecimiento semejante a Octubre se perfilaba en el horizonte 12/.
Se lanzó el periódico Rouge abriendo con una frase que Daniel calificó
más tarde de “leninismo apresurado” aguijoneado por las predicciones de Mandel
sobre el eminente estallido de la revolución en un plazo de cinco años. La
atmósfera está bastante bien resumida en el célebre requerimiento de Bensaïd:
“La historia nos muerde la nuca”. Como él mismo declaró más tarde, se demostró
que la historia se conformaba con mordisquear.
La primera incursión electoral de la LC en las
elecciones presidenciales de 1969 fue, es un eufemismo, decepcionante. Alain
Krivine recién salido de la cárcel pero que debía hacer su servicio militar,
terminó con un miserable 1%. Esto hacia evidente que había otras orillas más
atractivas. El Noveno Congreso Mundial de la IV Internacional en abril de 1969
marcó un giro decididamente latinoamericano y apoyó una orientación de lucha
armada. Había nacido la permanente pasión de la IV y de la LC por este continente
–de la que también Daniel fue presa–. Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina,
México, El Salvador, Nicaragua y Brasil se iban a convertir para Bensaïd en
privilegiados centros de interés de la actividad durante los dos decenios
siguientes y para gran número de sus camaradas.
Durante este tiempo, Daniel era el encargado de las
relaciones con los núcleos clandestinos de grupos de afiliados a la IV en
Cataluña y en Madrid así como con ETA VI en el PaísVasco, donde la fracción que
apoyaba la VI fue brevemente mayoritaria en la izquierda nacionalista. Estas
actividades que se desarrollaban alrededor del cadáver del franquismo en lenta
descomposición tenían, a menudo, un carácter clandestino e implicaban acciones
peligrosas en solidaridad con presos políticos o quienes estaban amenazados de
ejecución (algunos ejecutados finalmente) por los fascistas 13/.
En un momento dado, se discutió la idea de crear una fábrica de armas secreta
cerca de la frontera española con el fin de suministrar armas a las fuerzas de
oposición, en línea con las iniciativas tomadas por los trotskistas en apoyo
del FLN en Argelia. Desgraciadamente, la influencia ganada costosamente por la
IV Internacional en España, se iba a perder finalmente en los años 70 y durante
los 80 en ausencia de la revolución esperada al final del régimen y el
resurgimiento, cual ave fénix, de la socialdemocracia.
El desarrollo de la lucha en Francia, en Italia, en
Gran Bretaña, la situación de crisis que amenazaba en Chile y en España, por no
hablar de la revolución portuguesa, estimularon una perspectiva cada vez más
ultraizquierdista. Daniel contribuyó a teorizar esta perspectiva. El boletín
interno del congreso de la LC de 1972, en cuya redacción había participado, se
titulaba “¿Se ha planteado la cuestión del poder? Hagámoslo”.
Los análisis de la extrema izquierda, entre ellos,
el de la LC, insistían sobre la tendencia de las democracias parlamentarias
europeas al autoritarismo, algunos llegaban a denunciar procesos de fasciscitación.
Se desempolvaron viejos manuales y debates sobre la estrategia militar y las
insurrecciones urbanas y fueron estudiados atentamente. La LC seguía su
agitación en las fuerzas armadas (que, en la época, hay que recordarlo, estaban
compuestas de civiles que realizaban el servicio militar) con la esperanza de
de crear fisuras en el aparato represivo del Estado. El servicio de orden de la
LC –que Bensaïd se había encargado de supervisar– conoció una profesionalización
creciente a través de diferentes hazañas que iban desde las audaces actuaciones
para darse publicidad, a otras más serias como el ataque por parte de millares
de manifestantes con casco y provistos de cócteles molotov, contra el mitin del
movimiento de extrema derecha Orden Nuevo, el 21 de junio de 1973. Esto acabó
por los golpes de la policía y una segunda disolución de la organización por
parte del Estado. El grupo volvió a aparecer bajo el nombre de Liga Comunista
Revolucionaria 14/.
Fue en Argentina, donde la sección de la IV llamada
PRT seguía un programa de lucha armada, donde Bensaïd fue testigo directo de
los límites de semejante substitucionismo. Según sus palabras, fue una de sus
experiencias políticas más dolorosas. La presión unida a la clandestinidad de
la organización y la competencia entre los diferentes grupos para superarse en
audacia política condujeron a una espiral de militarización, que se alimentaba
a sí misma cada vez más, y se manifestó fatal: asaltos a bancos, fuga de las
cárceles, secuestros y fusilamientos que tuvieron como consecuencia diezmar a
los miembros de la IV. La mitad de los camaradas que Daniel conocía en este
periodo habían sufrido cárcel, tortura o habían sido asesinados al final de la
década 15/.
Fue un periodo duro y amargo que le vacunó “contra una visión abstracta y
mítica de la lucha armada”, y que inició un largo proceso de reflexión sobre la
transformación de las formas de violencia y de guerra política que Bensaïd iba
a seguir hasta el final sin ceder jamás a un moralismo abstracto ni a un
pacifismo exaltado 16/.
El retroceso del movimiento llegó a escala mundial
a partir de mediados de la década de 1970, la izquierda revolucionaria entraba
en una crisis provocada por una parte, por el fracaso de la Revolución
Portuguesa de 1974-1975 (o mejor dicho, por el éxito de la socialdemocracia en
neutralizar las revueltas políticas y sociales). Esto se combina con los
efectos anestesiantes y el impacto de marginalización (para la extrema
izquierda) de los Pactos de la Moncloa en España, del Compromiso histórico en
Italia y de la Unión de Izquierda en Francia. La IV Internacional conservó sus
expectativas extremadamente optimistas pasando de una orientación de guerrillas
a una orientación obrerista. Este cambió se reforzó con una campaña de obrerización
desarrollada a contratiempo (se trataba de enviar a miembros a trabajar en las
fábricas para reforzar el componente proletario de las organizaciones) y una reunificación
muy mal inspirada, es decir, una farsa, y felizmente abortada, con la corriente
lambertista, cínica y manipuladora. Pero la hiperventilación retórica
–reconfortada durante un tiempo por la Revolución nicaragüense o la ascensión
se Solidaridad en Polonia– no podían enmascarar la profundidad de la crisis.
Daniel fue el encargado de enjugar las deudas y, progresivamente, plegar las
velas desplegadas durante los tres años que habían visto aparecer diariamente Rouge.
La IV Internacional se enfangó en una serie de conflictos internos cada vez más
virulentos y venenosos que a veces se articulaban alrededor de las relaciones
con el SWP americano, sobre cuestiones como Camboya/Campuchea, la naturaleza de
la Revolución Iraní o la invasión de Afganistán por la Unión Soviética 17/.
Sin embargo, el refuerzo de la secciones de la IV
en México y Brasil durante los años ochenta -un periodo durante el que Daniel
se sumergió en el centro de operaciones de la IV en Bruselas– parecía ofrecer
un contrapunto al sentimiento de morosidad deprimente. A fin de cuentas, los
dos episodios solo eran como un veranillo (o un síntoma de ritmos desiguales de
la lucha de clases a escala mundial) y acabaron mal. El tema mexicano fue el
más sórdido y breve de los dos: el Partido Revolucionario de los Trabajadores
(PRT) aumentó rápidamente a mediados de los años 80 gracias a su asociación con
la carismática Rosario Ibarra 18/,
y debido a sus compromiso con la toma de tierras por los campesinos pobres, lo
que tuvo como consecuencia que familias enteras, a veces pueblos, se unieran al
partido en bloque. En 1986, el PRT tenía seis diputados elegidos en el
Parlamento Nacional, organizaba mítines masivos y luchas sociales, e incluso
ganó el control del pequeño ayuntamiento rural de Morelos.
Desgraciadamente, la capacidad del régimen en
cuanto a corrupción venal se mostraron aplastantes. Los diputados fueron
comprados por el líder campesino Margarito Morales -que fue llamado el “Zapata
del norte” - pasaron de parecer Robin de los Bosques a señores de la guerra. El
PRT sacudido por crisis vinculadas a la aparición del Partido de la Revolución
Democrática (PRD), socialdemócrata, después el levantamiento zapatista, entró
en un periodo de declive y de desintegración del que nunca salió.
Brasil, a donde Daniel iba dos o tres veces al año
a lo largo de los ochenta, se convirtió en su gran pasión, incluso si el
regusto que le dejó fue mucho más amargo. Partiendo de una base más reducida,
pero ayudado por la ausencia de una tradición estatalista asfixiante y por la
presencia de un movimiento obrero militante y fuerte, la Democracia Socialista
(DS), sección de la IV, se extendió rápidamente en los años ochenta y noventa y
participó activamente en el crecimiento de la confederación de sindicatos (CUT)
y del Partido de los Trabajadores. Este último era una organización de masas
popular, de estructura democrática e ideológicamente heterogénea, y dirigida
por Lula, un sindicalista peculiar de procedencia muy modesta (en un país en el
que hasta hoy mismo, la política está monopolizada por los burócratas militares
o la crema de la alta sociedad).
La DS atrajo a un gran número de militantes muy
brillantes, como Joao Machado, Raul Pont y , sobre todo, a Heloísa Helena. Una
especie de pasionaria católica-trotskista que todavía hoy, es una de las
personalidades políticas más populares y menos sospechosas de oportunismo en el
país. Estos progresos fueron experiencias entusiásticas y estimulantes para
Daniel con mayor motivo, en contraste con el cielo plúmbeo de la era Mitterrand
en Francia con su fardo cada vez más pesado de regeneración, de
antitotalitarismo liberal, de kitsch y degeneración moral xenófoba. Además, el
acierto de las opciones estratégicas de la DS parecían ratificar por su
afirmación cada vez más fuerte como corriente del PT, como lo atestigua la
elección de Pont como alcalde de Porto Alegre -lugar de nacimiento del Foro
Social Mundial– de 1996 a 2000, y el nombramiento de Miguel Rossetto como
vicegobernador del Estado de Rio Grande do Sul.
Sin embargo, como los hechos que siguieron a la
elección de Lula en 2002 iban a demostrar tan cruelmente, estos avances se
hicieron a un precio exorbitante. El gobierno del PT era favorable a la
incorporación de una serie de antiguos revolucionarios en la dirección donde se
convirtieron en perros guardianes fieles a la defensa de la línea realista
neoliberal (El Partido Socialista Francés ya había patentado este método de
Lionel Jospin a Jean Christoph Cambadélis, en los años ochenta).
Para Rossetto, el regalo envenenado tomó la forma
del Ministerio de Desarrollo Agrario y de la Reforma Agraria, en un país en el
que la falta de tierras es una cuestión vital para millones de personas. Como
empezaban a verse las posiciones en este campo a propósito de qué posición
adoptar sobre las reformas del gobierno, -un proceso que llevaría a la
expulsión del partido de Helena y de otros activistas en función de su
oposición– se hacía claro que la mayor parte del grupo, detrás de la retórica
del doble poder que pretendían apoyar desde los arcanos del poder, estaba
totalmente integrada en el partido y en los mecanismos del Estado. La sección
se escindió, con una mayoría que, de hecho, rompió con la IV Internacional y
correspondió a la facción disidente la tarea compleja y difícil de crear una
nueva izquierda radical pluralista partiendo de cero (bajo la forma del Partido
del Socialismo y la Libertad, PSOL). Durante esta traumática ruptura, Daniel se
esforzó en razonar con los compañeros brasileños, firmemente pero sin
arrogancia, pero cuando la ruptura se hizo inevitable, apoyó a los disidentes
sin reservas.
Durante el largo y árido periodo de los ochenta,
Daniel dividía su tiempo entre su trabajo en la Universidad París VIII (Saint
Denis) y los nuevos locales de la Internacional y su revista, Inprecor.
Describe el equipo que rodeaba a Ernest Mandel en este “Comité bonsai”(que
incluía a John Ross, que después recibió el gratificante papel de consejero de
Ken Livingstone, la autoridad del Gran Londres), como un ejército mexicano
cosmopolita y excéntrico que, a veces, se asemejaba a una troupe de payasos
serios (2004, p. 361).
Daniel aprendió mucho de Mandel, por el que sentía
un gran respeto más que un aprecio real. Daniel a veces se burlaba del aspecto
estirado, filatélico y pequeñoburgués de Mandel y de su tendencia a caer en
monólogos y afirmaciones irrefutables y optimistas. Estas burlas nos pueden
parecer injustas pues Mandel tenía otras cualidades más seductoras, tendía a
discutir acaloradamente, apasionada pero atentamente sobre cualquier tema, con
no importa quién. Más concretamente, la inclinación de Mandel por las
explicaciones positivistas y objetivistas, su incapacidad para adoptar
posiciones claras en circunstancias nuevas e inesperadas 19/,
asociadas a su inquebrantable fe en el curso de la historia y su manía de hurgar
en los libros de historia a la búsqueda de precedentes y ejemplos,
establecieron una cierta distancia entre ellos (2004, p. 365).
Daniel también jugó un papel activo en el Instituto
Internacional de investigación y formación de la IV abierto en 1983 en Amsterdam
y dirigido por Pierre Rousset y su mujer donde dio incontables y, parece ser,
memorables conferencias, en las sesiones de formación de tres meses destinadas
a los cuadros de la organización.
El hundimiento de los Estados estalinistas que
comenzó con el desaparición del Muro de Berlín en 1989, cogió a Daniel en un
estado serio e inquieto. Estaba en desacuerdo con las predicciones optimistas
de Mandel sobre el levantamiento inminente del proletariado de Alemania del
Este para barrer los restos de la burocracia y proteger las conquistas del
Estado obrero deformado que habría reactivado las tradiciones militantes
dormidas de la revolución alemana de 1918-1923 20/.
Después de dos décadas escrutando el horizonte oriental con la esperanza de ver
chispas de una revolución proletaria, la realidad del hundimiento era, por lo
menos, decepcionante, por no decir, penosa. Este humor sombrío se exacerbó con
la primera Guerra del Golfo y su sórdida falange de apologistas de izquierda y,
poco después, por la aparición de la enfermedad de Daniel. Sin embargo, esta
desgracia fue buena para algo: impuso un periodo de precioso reposo que le
permitió comenzar a escribir obras más substanciales que sus textos puramente
políticos o de circunstancias (si hacemos abstracción de su respuesta a la
contrarrevolución intelectual de los años sesenta en La Revolución y el
Poder). Este periodo fue inaugurado por su ventriloquía del espíritu de la
Revolución Francesa, Yo, la Revolución, dirigida contra los
historiadores revisionistas encabezados por François Furet, y publicada en
1989. Un años más tarde, siguió su estudio de Walter Benjamin (Walter
Benjamin, El centinela mesiánico), después su tentativa de recuperación de
la herencia de Juana de Arco a la derecha nacionalista en Juana cansada de
luchar. Abiertas las válvulas, durante dos décadas de “grafomanía” publicó
no menos de veintiocho obras.
Al son de su enfermedad -que le llevó, al menos una
vez, a las puertas de la muerte– Daniel siguió, a partir de mediados de los
noventa, comprometiéndose en una cantidad increíble y agotadora de actividades.
Algunos dicen que se había lanzado en un cuerpo a cuerpo con la mortalidad (y
no solo la muerte), siempre empujando su cuerpo hasta el límite, desafiando a
la enfermedad a hacerle lo peor que ella era capaz. Aunque ya no formaba parte
de la dirección, Daniel siguió hasta el final implicándose a fondo en los
asuntos internos de la LCR, después en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA).
Habiendo cambiado su estilo un poco rebelde –cazadora de cuero y chapas- por
una formal chaqueta de tweed con coderas de ante y una gorra, se reinventó en
el sensato al que todo el mundo, incluido Olivier Besancenot, venía a pedir una
opinión o a hablar tanto sobre temas importantes como de otros menores. Siempre
era solicitado para hablar en los mítines de todo tipo a lo largo y ancho del
país (apreciaba especialmente, la acogida que le daban las secciones de la LCR
en las provincias), para participar en entrevistas con periodistas del mundo
entero, para intervenir en las formaciones o para participar en las reuniones
de su célula local.
Sin dudar nunca en tomar decisiones tajantes,
Daniel apoyó la decisión de la LCR de disolverse y lanzar el NPA con entusiasmo
pero sin triunfalismo, consciente de los peligros que apuntaban a lo lejos.
Durante este tiempo, Daniel continuó viajando mucho (Japón, Brasil, Chile,
Italia, España, Quebec, Nueva York e incluso Londres), para dirigir a sus
doctorandos y dar clases y participó fielmente en numerosos Foros Sociales
europeos y mundiales durante el auge del movimiento antiglobalización.
Finalmente, quizás fue lo más importante para él,
Daniel trabajó obstinadamente en el desarrollo de la teoría marxista,
enriqueciéndola con el intercambio con otras corrientes radicales (como las
influidas por Pierre Bourdieu y Alain Badiou), buscando transmitir de forma
crítica, abierta y no apologética, la riqueza del pasado marxista a una joven
generación que esperaba que forjase el futuro de esta tradición. Este proyecto
se manifestó en la creación de la revista Contretemps en 2001, las obras
editadas en Textuel y Syllepse y la creación de la sociedad
Louise Michel (un marco de discusión para los intelectuales simpatizantes del
NPA).
Y, cosa rara para un intelectual marxista
contemporáneo, Daniel era capaz de labrarse un camino propio animando y
participando sin descanso en formas de trabajo colectivo a todos los niveles.
Hasta sus últimas horas de consciencia, seguía en París la organización de una
conferencia sobre comunismo que había lanzado a continuación del acto
organizado en Londres por Badiou y Slavoj Žižek y las negociaciones entre el
NPA y el Partido Comunista para las próximas elecciones regionales.
“Aguanto” dijo unos días antes de morir; en efecto,
estaba allá, como un boxeador determinado a seguir de pie hasta la campana
final.
Personalidad
Es necesario añadir algunas palabras sobre la
personalidad de Daniel Bensaïd pues si no la entendemos bien, no puede ser
comprendido el profundo impacto que tenía sobre quienes nos encontrábamos con
él. Antes de nada, hay que aclarar que el autor de estas líneas solo lo conoció
en los últimos años de su vida, una fase más reflexiva, marcada por la sombra
de la enfermedad. Bensaïd, el hombre de organización y el tribuno atronador,
intrépido en los combates de fracción y en la calle era, sin duda, alguien
bastante diferente 21/.
En todo caso, Daniel era innegablemente una especie
rara en el ambiente, a menudo, grisáceo, oscuro y cerrado de la izquierda
revolucionaria. El largo tiempo pasado en las pequeñas organizaciones
marginalizadas, sujetas con alfileres o con cinta adhesiva, magulladas por las
sucesivas derrotas, no son las circunstancias más propicias para cultivar
personalidades ricas y radiantes. Las patologías de los periodos de reflujo
pueden dañar mucho el espíritu de los militantes llevando a algunos (e incluso
a organizaciones enteras) a hundirse en profundos delirios y a aislarse en
mundos imaginarios. Pese a todos estos defectos, Daniel representó hasta el
final un contraejemplo a estas tendencias.
Una forma demasiado fácil de describir este
fenómeno sería decir que Daniel desprendía un encanto que seducía a todo el
mundo a su alrededor. Era efectivamente un seductor, cortés y paciente,
sabiendo contar y escuchar a la vez. Pero eso no lo es todo; no da cuenta de la
complejidad, a veces contradictoria, de este hombre. Lo que puede ser una llave
para identificar la especificidad de la fuerza de la gravedad que ejercía sobre
los demás -militantes de base, sindicalistas, actores y directores,
periodistas, intelectuales, amigos, adversarios e, incluso ciertos enemigos- es
que la política, aun estando en el centro de su vida, no lo colmaba. De hecho,
en un momento de sus memorias, Bensaïd escribe que siempre pensó que nunca
había estado muy dotado para la política pero que se había comprometido sobre
todo, por solidaridad de clase y por sentido del honor. Su vida de lucha
política, decía, no estaba anclada en la certeza de una victoria porque la
derrota era siempre más que posible, sino en la necesidad de evitar el deshonor
asociado a la ausencia de combate (2004, p.451)
No estaba intrínsecamente prendado de las
abstracciones de la filosofía, pero confesaba un amor permanente por la
literatura en todos sus géneros, desde los clásicos del siglo XIX y de
comienzos del XX (podía hablar elocuentemente de Charles Péguy o Georges Bernanos)
a las novelas de Jonathan Coe y a las novelas policiacas contemporáneas 22/.
La primera impresión confería a su aspecto una cierta distancia tranquila e
irónica, una sonrisa burlona bailando en sus labios, lo que iba bien a su
pasión y la sinceridad con las que adoptaba ciertas ideas. El segundo aspecto
le impedía deslizarse hacia el ritual dogmático e hizo de él uno de los más
grandes estilistas de la izquierda marxista 23/.
Sobre todo, Daniel tenía una personalidad emotiva,
era profundamente curioso y afectuoso con los demás, especialmente con sus
defectos, con sus debilidades y sus rarezas, siempre entusiasta con los nuevos
encuentros, especialmente, con los jóvenes. Siempre solícito y enormemente
generoso con su tiempo, a menudo, al mismo tiempo era malicioso, mordaz, guasón
e irreverente. Quizás, lo más impresionante – pero, al mismo tiempo, un poco
frustrante- es la profunda y sólida fidelidad que tenía hacia sus amigos,
incluso los que hacía tiempo habían dejado atrás su pasado revolucionario por
un ascenso poco brillante en los escalafones superiores de la política o el
periodismo. Daniel no era dado a tapar o minimizar las diferencias políticas
profundas con quienes se sentía cercano pero quedaban por detrás de los lazos
afectivos forjados a través del tiempo. A veces, esto podía llevar a error
pero, sobre todo, era el origen de una fuerza interior profundamente humana.
También era Daniel un ejemplo de la exitosa unión
de diferentes “caracteres nacionales”: muy unido a ciertos aspectos de la
cultura popular de la Revolución Francesa -adoraba honrar la tradición que
consiste en comer una cabeza de ternera en el aniversario de la ejecución de
Luis XVI– estaba profundamente impregnado por figuras brasileñas, españolas y
latinoamericanas. Fascinado por los judíos disidentes como Spinoza e inspirado
en una cierta tradición mesiánica pasada por la criba de Walter Benjamin, Franz
Rosenzweig y Gershom Scholem, Daniel era un judío sefardí “no judío” que nunca
cedió un ápice frente al sionismo o al comunitarismo estrecho. Naturalmente, en
los años setenta, fue atacado por la prensa de extrema derecha debido a su
apellido, a la vez, judío y árabe (2004, cap. 18).
En lo que respecta a su obra, Bensaïd siempre fue
modesto -cuando se le presentaba como filósofo, él corregía diciendo que era
solo “profesor de filosofía”- y creía con fuerza en los valores de la educación
y el intercambio que llevó a sus actividades partidarias 24/.
Abierto a todas las corrientes de pensamiento, viniendo de todas las áreas
lingüísticas, y capaz de extraer los mejores elementos, precisando con
elegancia sus críticas y divergencias, Bensaïd hacía de las discusiones
teóricas una actividad calurosa, fraternal 25/
y auténticamente dialógica y agradable, llena de apartes, anécdotas y
paréntesis.
El compromiso activo en la política, en la
construcción de una organización de izquierda revolucionaria, no era para él ni
un lujo diletante que abandonaba cuando llegaban los tiempos duros, ni un
fetiche para lucir frenéticamente con ofuscación sobre el cambiante estado del
mundo exterior. Esto constituía más bien una manera muy pragmática, un
indispensable principio de realidad y de responsabilidad que le impedía irse
hasta la estratosfera o estar completamente desorientado. La actividad política
para Daniel no formaba parte de las “pasiones tristes” -por retomar las
palabras de Heine– él decía de las “flores y los ruiseñores”; y el hecho de ser
miembro de una organización no era un ejercicio de “abnegación sino más bien un
proceso de descubrimiento de los otros” 26/.
A Bensaïd le gustaban mucho las formulaciones con
oximorones como las que utilizaba para calificar su marxismo como de
“dogmatismo abierto” o para designar la perspectiva de los revolucionarios como
“prudencia ardiente” o “lenta impaciencia”. Estas expresiones se correspondían
muy bien con su personalidad y expresaban abiertamente las tensiones interiores
(entusiasmo infantil e inquietud de cabeza canosa, por ejemplo, o su lealtad
partidaria inquebrantable y su vagabundeo intelectual) que podían ser fuente de
creatividad más que lugar de estériles callejones. Hablaba, en los últimos
años, de un optimismo “razonable” o “melancólico” en el fondo de su horizonte
político, un optimismo “desencantado” del profano racional que apuesta por la
capacidad humana de transformarse pero que jamás cierra los ojos ante el peso
de un siglo de barbarie, de derrotas y de desilusiones o sobre los peligros del
futuro. El revolucionario, insistía, debe ser un hombre de duda más que de fe.
Daniel no rechazaba nunca una ocasión de debatir
-siempre es necesario debatir, era su divisa- con no importa quién, trotskistas
ortodoxos argentinos pasmados ante un ronroneante y agradable Jacques Derrida,
periodistas pelotas, con veteranos sindicalistas y con las jóvenes feministas
posmodernas 27/.
Impresionaba a todo el mundo con su pasión intransigente y su humor, incluso en
los periodos más oscuros del combate cuerpo a cuerpo con su enfermedad sobre la
que mantuvo una noble discreción aunque un poco excesiva.
Obra
Por retomar una expresión bien conocida,
evidentemente es demasiado pronto para juzgar cuál será exactamente el
impacto del pensamiento de Daniel, o para tener su medida exacta. Además, el
mundo anglosajón está en clara desventaja por la falta de traducción de sus
obras más importantes al margen de Marx, intempestivo 28/.
Incluso para quienes leen en francés, es un problema la abundancia de textos
entre los que es difícil elegir. Entre 1968 y 1989 Daniel solo publicó cinco
libros, dos de los cuales estaban escritos en colaboración, mientras que un
tercero era una recopilación de conferencias sobre la estrategia y el partido
impartidas en la escuela de cuadros de Amsterdam (Estrategia y Partido,
1987) 29/.
Evidentemente, al lado de esto existía un montón de artículos y documentos
internos, pero el grueso de su producción consiste en textos inspirados por la
coyuntura política específica (un gran número de textos sobre Brasil en los
años 80 por ejemplo) o de reacciones ante los textos y toma de posición de los
otros. A partir de 1989 y, sobre todo, a partir de mediados de los noventa, la
velocidad e intensidad de su producción conocen una progresión algebraica y
firmó 24 obras por lo menos, un montón de capítulos en diferentes obras,
prefacios e introducciones (como sus introducciones muy útiles a cuatro
volúmenes de escritos de Marx), e innumerables artículos y entrevistas en
varias lenguas. A pesar de su hospitalización 30/,
en el último año de su vida, Daniel publicó, al menos, una decena de textos
importantes.
Si se tratara de evaluar correctamente esta
contribución, sería necesario revisar cuidadosamente todos estos materiales,
clasificarlos y ordenarlos tanto como fuera posible para separar lo efímero de
los textos que tienen un valor más permanente, eliminar las repeticiones, etc.
El tiempo y mis competencia son claramente demasiado limitadas para permitirme
semejante ejercicio aquí. Sin embargo, es posible avanzar algunas
consideraciones generales, si se deja de lado las obras de circunstancias, de
una validez permanente menor.
Desde un cierto punto de vista, Daniel era un
continuador, un heredero de la tradición marxista que había sido reducida casi
a nada antes de la guerra, pero también de una corriente cálida del
marxismo occidental, ampliamente asociado a un espíritu dialéctico, por no
decir hegeliano, que se esforzaba en volver a conectar con las obras de los
primeros Lukács y Korsch encarnados por figuras como Rosdolsky, Pierre Naville,
Lucien Goldmann o Henri Lefebvre 31/.
Sin embargo, a partir de los años ochenta, el pensamiento de Bensaïd se aleja
de Lukács y adquiere un compromiso con Walter Benjamin y Ernest Bloch así como
los contemporáneos Jacques Derrida, Michel Foucault y, más tarde, Badiou 32/.
Solo experimentaba hostilidad para lo que sentía como las aguas glaciales del
althuserismo doctrinario o el marxismo analítico y, de forma más general,
declaró la guerra a cualquier forma de evolucionismo, de positivismo, de
sociologismo y de teleología 33/.
Marx intempestivo es un magnífico ataque en tres frentes a la concepción
del marxismo como manifestación de la razón histórica, sociológica o científica
y, en cierto sentido, es un texto posmoderno que incluye todo lo
importante en la crítica a los grandes relatos pero sin ceder nunca al irracionalismo,
al relativismo o al irrealismo.
Sin embargo, sin duda gracias a su temperamento
literario, Daniel era más que un seguidor, era un alquimista, capaz de combinar
las influencias, a primera vista incompatibles, como Lenin y Juana de Arco,
Pascal y Trotsky, Blanqui y Mandel, Arendt y Chateaubriand, Proust y la Cábala,
la tradición de los Marranos y la de la oposición de izquierdas. Esta
hibridación de la política y la estética, de la alta burguesía y el
proletariado revolucionario, del siglo XIX y del siglo XX, de lo medieval y lo
moderno, le permitió a Daniel no solo dejar respirar más libremente a sus
palabras sino que le ayudó también en su exploración de la naturaleza de la
historicidad: por un lado, la necesidad de perpetuar y resucitar la memoria de
los perdedores de la historia, de escuchar y de hacer oír las voces de los
sepultados y de las fosas comunes; por otro lado, la lucha tanto contra la
tendencia a la eliminación o a la homogeneización del pasado como a la
interpretación de las tragedias del siglo XX por un tribunal moralizador 34/.
Y si el pasado debía considerarse como abierto
–jamás completamente pasado, siempre dispuesto a ser reactivado y rescatado– el
horizonte del futuro también era indefinido. Mezclando la concepción leninista
de una temporalidad de crisis y de revolución comprimida y acelerada con una
crítica benjaminista de la noción de tiempo vacío y lineal del progresismo
positivista, y una cierta lectura del “mesianismo sin mesías” de Derrida,
Daniel buscaba desarrollar una concepción estratégica del tiempo. Esto pasaba
por la articulación compleja de varias temporalidades: las del capital
(producción, circulación, realización, ciclos, crisis), y las de la política
(largos periodos de estancamiento aparente -el tiempo de resistencia a
contracorriente– seguidos de saltos, de picos, de travesías, de avances y
retrocesos rápidos o lentos; las épocas revolucionarias y
contrarrevolucionarias) con sus discordancias, sus divergencias y sus
antagonismos y, a veces, sus coincidencias explosivas 35/.
Una concepción estratégica implicaba aprender el
arte de cabalgar o de surfear sobre los movimientos tumultuosos e incompatibles
de esas temporalidades no sincronizadas, no simultáneas, desiguales, y sin
embargo combinadas, y de concebir el futuro como un campo de bifurcaciones, de
momentos decisivos y de giros, no obstante, campo siempre ensombrecido por la
amenazadora presencia de la catástrofe. “Crisis de civilización”: Daniel
designaba así este fantasma del desastre ya en marcha, yendo de lo microscópico
(como patente de vida) a lo planetario (los estragos ecológicos que exigen una
respuesta eco-comunista), una catástrofe que no está más allá del horizonte
sino que ya está activa y que supone la amenaza de inimaginables grados de
barbarie más elevados. Semejante barbarie, repetía sin parar, estaba
prefigurada por las transformaciones de la guerra contemporánea con su
“bestialización” y la “deshumanización” de la figura del enemigo, de la
abolición de la distinción entre civiles y combatientes como entre seguridad en
el frente y en el “interior”, de forma que el menor acto de brutalidad podía
ser justificado de antemano por el estado de excepción permanente (2008, cap.
3).
Con tales desafíos, Daniel intentaba buscar el
cambiante terreno del pensamiento estratégico en el nuevo siglo, un paisaje
siempre convertido en más complejo y engañoso por las reconfiguraciones
espaciales, temporales y subjetivas, que la globalización neoliberal había
iniciado y acelerado a la vez. Para Daniel, los cambios podían ser evaluados a
la luz de ciertas tendencias: hacia la desaparición de lo político dejando el
lugar a una masa de consumidores atomizados y cada vez más abstencionistas
desde un punto de vista electoral (de hecho, una restauración del sufragio limitado
de los siglos XVIII y XIX), seguimiento al gran despliegue de los sondeos de
opinión y grupos de control, en realidad, gobernados por un insidiosos complejo
de lobbys, de sistemas clientelistas y de mafias y, por otra parte, la
desorientación, es decir el hundimiento de las líneas que separan hasta aquí
las esferas públicas y privadas. Se manifiesten por un personalismo y por una
importancia de los medios de comunicación crecientes de la vida pública (un
fenómeno que no es desconocido de la LCR y del NPA estos últimos años) o por la
sustitución de las formas universalista de la identidad por la nación, lo local
o la comunidad, estas tendencias parecen militar contra cualquier
proyecto creíble y basado en una base amplia 36/.
Daniel no oponía a esto la nostalgia de una desaparecida época de certezas
aparentes, sino la humilde aceptación del hecho de que el pensamiento
estratégico serio en la extrema izquierda, incluida la tradición de la LCR,
había alcanzado un nivel cero: “el eclipse de la razón estratégica”.
Esta implacable lucidez no le arrastraba a Daniel a
caer en brazos de la desesperación y menos a unir su vagón al tren de la última
moda sino que se arremangó y abordó directamente esta problemática. En su
última obra importante, Elogio de la política profana (2008), Daniel
ofreció un perspicaz estudio de los más importantes cambios históricos en las
formas de la política contemporánea. A través de un compromiso crítico con
pensadores tan distintos como Bejamin, Arendt, Schmitt, Miéville, Deleuze,
Foucault, Harvey, Hardt y Negri, Holloway, Badiou y muchos otros, refutó a
estos teóricos parciales que buscaban hacer de una tendencia parcial, un
absoluto (el papel transformador del estado-nación, la deslegitimación de la
forma de partido, el rechazo de una orientación estatalista, etc.) y así
promover un nuevo utopismo, fuera radical o insignificante. Para Daniel, la
“ilusión social” que podía adoptar numerosas formas, desde el autonomismo a una
forma “suave” de movimentismo (suponiendo que las luchas sociales producirían
ellas mismas y en ellas mismas, alternativas políticas), tenía tanto de
deletérea como de caricatura y de bravata de la vanguardia política. Daniel
rechazaba la alternativa binaria y estéril entre una política de avestruz según
la cual nada habría cambiado fundamentalmente y una proclamación de la
necesidad de apartar el cuadro de todas las concepciones precedentes de las
políticas de emancipación. Esta herencia clásica del marxismo bajo sus
diferentes formas y en las hipótesis estratégicas que él adapta (Daniel
las rebautizó así para tomar distancia con la noción de modelos que
podían ser aplicados en todas las circunstancias), permanecía como un recurso
fértil a condición de estar continuamente enfrentado a las exigencias de la
novedad. De su propio testimonio, Daniel no nos ofreció soluciones a los nuevos
dilemas estratégicos pero su reconocimiento detallado de sus características es
indispensable para los revolucionarios que desean progresar tanto como sea
posible 37/.
Evidentemente, los métodos teóricos de Daniel no
carecían de defectos. Su impaciencia respecto a la pedantería y el academicismo
le llevaba, a veces, a ser muy expeditivo o negligente en sus lecturas. Su
elección de textos y de autores como objetivo de crítica era, a menudo,
arbitraria y poco sistemática y su hermosa pluma que podía producir destellos
luminosos, también parecía encerrarlo una y otra vez en la creencia de que una
formulación lírica era suficientemente poderosa para resolver una dificultad
teórica real. En realidad, se trataba, a veces, de deslizarse –con mucho
impulso– sobre la superficie de las cosas. Pero su marxismo era ejemplar en
casi todos los casos, en su forma de combinar una intransigencia fundamental
con un espíritu abierto, escéptico y contestatario. Esta capacidad de reflexión
autocrítica aparece con claridad en una entrevista dada a los socialistas rusos
del grupo Vpered en 2006. Cuando se le preguntaba cuáles eran, según él, los
principales desafíos teóricos que esperaban al marxismo contemporáneo, Daniel
respondió esbozando una agenda de búsqueda muy ambiciosa, que entre los temas que
requerían estudios serios estaban: la cuestión ecológica, la producción
desigual y combinada de espacios y escalas sociales; las transformaciones de la
naturaleza del trabajo y las posibles perspectivas para trascenderlas; el
fenómeno de la burocratización no solo de los partidos y los sindicatos, sino
también de las ONG, las universidades y los medios de comunicación y las
consecuencias de esto en la democratización y desprofesionalización de la
política, y, por último, la cuestión que le había obsesionado desde sus años en
la Universidad de Nanterre, la estrategia, mencionando, “la necesidad, sin
renunciar al carácter central de la lucha de clases en las contradicciones del
sistema, pensar en la pluralidad de estas contradicciones, de estos movimientos,
de estos actores, pensar sus alianzas, pensar a través de la complementariedad
de lo político y lo socia sin confundirlos, elegir de nuevo la problemática de
la hegemonía y del frente unido... y profundizar nuestra comprensión de las
relaciones entre la ciudadanía política y la ciudadanía social”.
Todo esto, añadió, en un gesto típicamente bensaidiano
de rechazo a la pusilanimidad purista frente a la fertilización de las
inteligencias, debía ser dirigido con:
“las herramientas importantes de otras corrientes
del pensamiento crítico: de la economía, de la sociología, de la ecología, de
los estudios de género, de los estudios poscoloniales, del psicoanálisis. Solo
haremos progresos si nos comprometemos con un diálogo con Freud, con Foucault,
con Bourdieu, y con muchos otros (2010, p.34)”.
Para Daniel, este espíritu que
mezcla aceptación desinhibida de la identidad singular del marxismo con la
apertura de un diálogo auténtico con otras corrientes, podría aplicarse a la
vez al frente intelectual y político:
“Es perfectamente compatible y complementario
contribuir a amplios reagrupamientos y perpetuar un recuerdo y un proyecto que
son sostenidos por una corriente política que tiene su propia historia y sus
propias estructuras organizativas. Incluso, es la condición de claridad y de
respeto en relación a los movimientos unitarios. Las corrientes que no
manifiestan públicamente su propia identidad política son las más
manipuladoras. Si es cierto, como le gustaba decir a Deleuze, que en política
no existe la página en blanco, y que se debe siempre ’recomenzar desde el
medio’ entonces, se debería poder abrirse a lo nuevo sin perder la huella de
las experiencias pasadas (2010, p.38)
En un texto elegíaco, Badiou escribe: “Con la
desaparición de Daniel, el mundo intelectual, militante, político, y el que se
puede llamar, incluso si el adjetivo tiene hoy un significado oscuro,
’revolucionario’, ha cambiado 38/.
Si esto es cierto para un “compañero distante” (como Badiou describe su
relación con Daniel) será mucho mayor para nosotros. Pero en este mundo
cambiado, tendremos más que nunca necesidad del trabajo, del ejemplo y del
espíritu de Daniel Bensaïd.
La muerte de Daniel es como una herida pero no
tristeza. Una pérdida que nos deja más cargados de peso. Pero esa carga es lo
contrario de un fardo: es un mensaje compuesto no de palabras sino de
decisiones y de actos y de heridas 39/.
13/07/2013
Sebstian Budgen, editor de Verso Books y miembro del Consejo
Editorial de Historial Materialism
Notas
1/ Para las referencias completas ver la bibliografía
anexa. Las referencias indicadas en el cuerpo del texto sin mención de autor
son de Daniel Bensaïd.
3/ Solo dos libros han sido traducidos al inglés Marx
l’intempestif, y una recopilación titulada Stratégies of Resistance.
Será necesario esperar que sus memorias sean publicadas por Verso y que la
colección “Historical Materialism Books” y las ediciones de “ Haymarket Books
», entre otras,, publicarán otras obras en inglés. Algunas traducciones de
artículos y entrevistas están disponibles en las páginas de europe-solidaire,
marxists.org et internationalviewpoint.
4/ Ver por ejemplo el número 32 de la revista Lignes
(mayo 2010), enteramente consagrada a Daniel, que comprende artículos de
Gilbert Achcar, Alain Badiou, Étienne Balibar, Stathis Kouvelakis, Michael
Löwy, Stavros Tombazos, Enzo Traverso, también de otros. Ver Arruzza, 2010.
5/ Por no hablar de su entusiasmo, incomprensible sin
esto, por actividades embrutecedoras como el fútbol, el rugby o el ciclismo.
6/ Sin embargo, Daniel no perdió nunca su afecto por
sus raíces y la cultura popular de Toulouse, y más generalmente, meridionales,
ni su acento, lo que ciertamente, le preservó de todo tipo de afectación y
esnobismo parisinos. Philippe Raynaud, en su estudio sobre los pensadores de la
izquierda radical patrocinado por la fundación Saint -Simon, le llamó
despreciativamente, “el folósofo rústico”. A decir verdad, una etiqueta que
Daniel apreciaba mucho.
7/ Para una lectura perspicaz de la continuidad del
leninismo en el pensamiento de Bensaïd, ver Arruzza, 2010.
9/ Ver la reciente obra sobre Guevara pde Michael Löwy
et Olivier Besancenot (Löwy et Besancenot, 2009). El mismo Bensaïd, hay que
decirlo incluso si nunca renunció a su guevarismo original (sin que se le pueda
describir como un castrista sin reservas), economizaba más las citas del Che en
sus últimos años.
10/ Un extracto de sus memorias ha sido publicado bajo
la firma de un artículo firmado con Sami Nair y publicado en la revista de ,
Maspero Partisanos, y está disponible en línea.
11/ Este episodio quizás puede estar en el origen de
uno de los aforismos preferidos de Daniel, cuando comparaba la construcción de
un partido revolucionario con el amor absoluto en las novelas de
Duras:imposible pero necesario. Hay que precisar que este aforismo tuvo efectos
desconcertantes entre el público británico cuabdo fue repetido en la
conferencia Marxismo del SWP en Londres hace unos años.
12/ Dos corrientes minoritarias iban a continuar
oponiéndose a esta orientación: la de Henri Maler e Isaac Johsua que acabaron
por crear el grupo ¡Revolución! lazos conmla organización italiana casi maoísta
Avanguardia Operaria y con la que los Socialistas Internacionales establecieron
relaciones en los años de 70; la otra corriente estaba influida por André
Glucksmann y Guy Hockenghem, que después fundaría el Front Homosexual e Action
revolutionnaria (FHAR).
13/ En un caso, en 1970, una cuarentena de activistas
disfrazados tomaron al asalto ael Banco de España en París para ptrotestar por
la ejecución eminente de presos nacionalistas vascos. El banco fue saqueado
pero no hubo heridos ni robo de dinero. Es un ejemplo de lo que Bensaïd llama
forma “paródica” de violencia ejercida por la LC, que milagrosamente no derrapó
enel camino.
16/ Bensaïd, 2004, p. 194. Para una reflexion más
amplia, ver Bensaïd, 2009 b. Daniel desarrolló una amistad tardía con Jean-Marc
Rouillan, un de los miembros activos del grupo terrorista izquierdista Action
directe, que todavía purga su pena en prisión [durante la aparición de la
versión original de este texto. NDT)
17/ Una minoría de la IV, alrededor de Tariq Ali,
Gilbert Achcar et Michel Lequenne, defendieron una posición llamando a la
retirada inmediata de las tropas soviéticas.
18/ Ibarra era la madre de un joven que el régimen
había hecho “desaparecer” y la líder de un movimiento de padres y madres y de
un conjunto de otras víctimas del corrompido gobierno del Partido
Revolucionario Institucional (PRI).
19/ Daniel cita la invasión de Afganistán y la
Revolución nicaragüense– incluso si, como mostró Gilbert Achcar, en el primer
caso al menos, la circunspección de Mandel era preferible a la prisa (lamentada
más tarde) de Daniel por alcanzar a toda costa un juicio definitivo.
20/ Se cuenta que en el congreso de la IV, durante un
debate sobre los acontecimientos del Este, Daniel respondió “¡Alka Seltzer!” a
Gerard Filoche que gritaba ¡Champagne”.
21/ Bensaïd era un núcleo central de la vida política e
intelectual de la izquierda en Francia – fuera de los búnquers de aislamiento
sectario, “todo el mundo” conocía a Daniel “todo el mundo” había hablado con él
y casi todos habían sucumbido a su encanto, unos más que otros. El nombre
“Daniel Bensaïd” constituía para muchas cosas una llave mágica que producía al
instante sonrisas y abría las puertas.
22/ En los momentos de gran lasitud política, esto se
manifestaba, cuando ante la perplejidad de los camaradas, al igual que Trotski,
se ponía a leer a Proust durante las reuniones del comité Ejecutivo. En la
búsqueda de una estética para su obra, Daniel rompía con la escritura maquinal
y monótona característica de la tradición trotskista de la posguerra y al mismo
tiempo sintonizaba con una tradición anterior a la guerra que incluía, además
de él mismo, figuras como Isaac Deutscher, Maurice Nadeau y C.L.R. James.
23/ Al menos para mí, el título de una de sus obras
sobre la herencia comunista, La sonrisa del fantasma (Bensaïd, 2000),
tiene desde entonces una resonancia nueva.
24/ En sus memorias, (Bensaïd, 2004, p. 140-143),
recuerda con afecto el breve periodo en el que enseñaba en un instituto de
Condé-sur-l’Escaut, en el Nord-Pas-de-Calais, haciendo referencia como “húsares
negros” de la Tercera República, a los enseñantes que se encontraban en la
primera línea en la lucha contra la iglesia y las supersticiones.
25/ Una palabra sobre la relación más bien fría de
Bensaïd con el mundo anglófono: dejando aparte visitas poco satisfactorias a
Estados Unidos durante el periodo en el que la IV tenía relación con el SWP
americano (que Bensaïd encontraba bastante lúgubre y rígido, con su estricta
organización y el acento puesto en la eficacia y la rapidez – todo lo contrario
de la cultura de la Liga , informal y desordenada; ver Filoche, 2007),
estableció pocos lazos duraderos con el marxismo anglófono hasta el último
decenio de su vida y sus referencias culturales estaban muy alejadas de él. Sin
embargo, a partir del cambio de siglo se convirtió en un traficante de las
obras de Fredric Jameson, David Harvey, Ellen Meiksins Wood, Alex Callinicos y
otros, la mayoría non traducidos al francés. En lo que respecta al SWP
británico, Bensaïd tenía sentimientos ambivalentes: respetaba su capacidad de
supervivencia a la recesión y su intento de engancharse a los nuevos
movimientos a partir de 1999 y lo consideraba como un socio privilegiado para
la LCR (y un modelo a seguir por la profesionalidad de sus publicaciones) pero
no estaba cómodo con la cultura interna que encontraba excesivamente homogénea
y rígida, su aparente miedo a los debates polémicos y a las disensiones y su
estilo de discurso que calificaba de “auto-persuasión prosélita” supuestamente
para mantener la moral de la tropa y evitar que la máquina deje de girar.
27/ En un incidente bastante extraño, Daniel aceptó con
placer una invitación a hablar de su libro Juana de Arco en un mitin organizado
por la Nueva Acción Realista, un extraño grupúsculo monárquico-izquierdista que
milita a favor de una huelga general, la autogestión y la restauración de la
monárquica...
28/ Ciertamente, es una consecuencia negativa de su
relativa falta de narcisismo (o al menos, de formas especialmente virulentas y
explícitas): al contrario de muchos intelectuales marxistas, con el alma
carcomida por el resentimiento debido a la falta de reconocimiento él se
implicaba muy poco en cualquier autopromoción ni impulsaba la traducción de sus
obras, al menos al inglés. Los proyectos de traducción al inglés eran aceptados
con una placer divertido y ligeramente sorprendido, pero sin aires de grandeza.
Sin el entusiasmo de Mike Davis, incluso la traducción de Marx intempestivo
nunca habría visto la luz.
29/ Igualmente participó en volúmenes colectivos contra
Althusser en 1974, sobre la revolución portuguesa en 1976 y sobre Marx en 1986.
30/ Como lo ha recordado Enzo Traverso, este desparrame
de una obra fragmentaria pero brillante, es justamente lo opuesto al modelo de
Marx que escribía y reescribía hasta su muerte un libro que nunca llegó a terminar
(Traverso, 2010, p. 180).
31/ Los paralelismos entre Bensaïd y Lefebvre, más allá
de las similitudes entre sus personalidades o del afecto que el primero sentía
por el segundo, podrían ser materia de un capítulo solo para ellos.
32/ Se puede establecer paralelismos con otra figura
del movimiento trotskista que también descubrió la fecundidad de la herencia de
Benjamin, Terry Aegleton – y se pueden percibir ecos en la obra de Alex
Callinicos en este periodo, como Making History; la atracción por Benjamin en
esta generación de intelectuales marxistas enfrentados a una época de derrotas
aparece -aparte de los puristas y los gruñones – casi irresistible.
33/ Incluso si Daniel revisó a posteriori su juicio
sobre Althusser (sobre todo, el Althusser tardío), como lo atestigua su
contribución en Avenas, 1999 y en Bensaïd, 2001b. Como lo ha formulado Stathis
Kouvelakis (en un intercambio privado), “”Daniel llegó a comprender la
convergencia profunda entre la crítica de la teleología (la idea de una
historia que se encamina a un fin) desarrollada por Benjamin y la de Althusser.
De esta forma, su interés por la obra tardía de Althusser para el que el
“encuentro aleatorio” es el equivalente exacto y de manera bastante explícita,
del milagro, del suceso y de la aparición mesiánica o del amor imposible en
Duras (especialmente, al final). Además: Daniel reconoció explícitamente la
validez de la crítica del humanismo teórico hecha por Althusser. Fue una
ruptura fundamental, por ejemplo, con el punto de vista de Mandel y con el
paradigma del joven Lukács. Pero, en realidad, las cosas eran más complicadas
pues e puede leer en sus memorias que Daniel pertenecía a una generación
intelectual que estaba perfectamente familiarizada con los debates de los años
sesenta. Esta generación se formó en ese contexto e incluso cunado Daniel nos
dice que rechazó a Althusser en sus años de estudiante, eso fue después de
semanas y semanas de estudio intenso de sus textos (con su camarada Antoine
Artous entre otros). Es un universo intelectual completamente diferente al
habitado , por ejemplo, por Michael Lowy, sin contar la genración precedente de
intelectuales próximos al trotskismo (como Naville o Nadeau).
34/ Ver Bensaïd, 1999. La preocupación de Daniel con
esta forma de pensar el pasado tan popular entre una cierta izquierda centrista
moralista le llevó a ser muy prudente en los apoyos quepodia acordar incluso
para medidas que podía parecer “políticamente correctas” como la ley Gassot que
criminaliza el revisionismo del Holocausto o las persecuciones de Pinochet.
35/ Daniel mencionó también otras temporalidades
jurídicas, estéticas, ecológicas. Ver Bensaïd, 2010, p. 33. Sobre todo,
insistió en las temporalides diferenciadas de la investifación teórica y de la
acción política.
37/ Para sus contribuciones al debate estratégico en
esta revista (International Socialism), ver Bensaïd, 2002b y 2007.
<38/ Badiou, 2010, p. 21.
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