05/02/2018
La democracia neoliberal en América Latina y el
Caribe ha engendrado un compuesto monstruoso de imposición corporativa y
restauración conservadora. La una, con aires pseudoinnovativos. La otra, con
olor a inquisición medieval. De democracia, poco. De liberal, menos. De nuevo,
nada.
Los autores intelectuales del delito son los mismos
que crearon esta falsificación de la democracia: banqueros y grandes
empresarios, dueños de medios hegemónicos y el aparato de conspiración estadounidense.
Sus sicarios se valen de golpes, represión, engaño mediático y persecución
judicial. Utilizan el miedo, la extorsión, la estafa para lograr lo que
quieren.
No podía ser de otra manera. ¿Quién puede creer que
hombres dedicados al lucro sin escrúpulo dejarían sus negocios al arbitrio y
decisión de las mayorías?
Ningún ente puede desarrollarse en un entorno
esquivo. Democracia real y capitalismo no se llevan bien, son enemigos por
definición. Hay que aceptar las consecuencias de esta verdad evidente: la
democracia capitalista, ahora corporativa y financiera, supone un estado de
sitio permanente a las libertades y la solidaridad humanas. Una amenaza
existencial.
Unidad sí, ¿pero en torno a qué?
Lo anterior hoy está más claro, incluso para muchos
que veían en la dicotomía capitalismo-democracia un maniqueísmo extremo. En el
seno de las diversas corrientes y movimientos que no se resignan a la pesadilla
de la gobernanza de las transnacionales, se escucha con insistencia la palabra
de oro: unidad. ¿Pero unidad en torno a qué?
La sumatoria en base al criterio de simple
acumulación de fuerzas no es suficiente. Su fragilidad de proyecto y el
oportunismo que suele albergar la hacen vulnerable. Los “acuerdos de mínima” se
resquebrajan ante la primera amenaza.
Por el contrario, en un mundo tendiente a la
diversidad, no puede pretenderse que la uniformidad sea criterio de unidad. Tal
desatino conduce a la divergencia centrífuga, a la fragmentación.
¿Personificar la unidad? Si bien la valoración del
liderazgo es culturalmente importante en América Latina y el Caribe, su
sobrevaloración no es pertinente. Construir unidad solamente en base a
liderazgos personalizados conduce a la dependencia, relativiza la idea de
construcción social de base, desliga a la ciudadanía de su corresponsabilidad,
abre el campo a la posterior burocratización.
Por otra parte, si se toma en cuenta la persecución
en curso a líderes progresistas en base a causas judiciales inventadas, las
crecientes trabas electorales y el inevitable recambio generacional, la
personificación excesiva debilita la posibilidad de transferir roles de
conducción.
Basar la unidad en criterios de necesidad de
coyuntura es tan volátil como la misma. Si bien puede ser conducente en un
primer momento, no ofrece plataforma fértil de coincidencias futuras, una vez
superado el escollo táctico.
¿En torno a qué entonces lograr la bendita
“unidad”?
Es posible lograr una sutil unidad de significados,
desarrollando multiplicidad de lenguaje, acciones y formas. No tan sólo
“tolerando” la diversidad, sino motivándola. La traducción de significados
comunes en vertientes distintas, comprendiendo la unidad de intenciones,
extrayendo sus motivaciones centrales, es un camino que permite acuñar unidades
esenciales sin caer en preciosismos externos.
Todo aquel que construye equidad, que restringe la
ya abultada porción de las cúpulas para repartirla entre todos, que genera la
posibilidad de una mejor vida y de decisión plena para los que hoy sufren
enormes carencias; Quien ayuda a organizar y cualificar al colectivo social, es
un compañero de tareas y de lucha. No importa tanto el nombre que elija para
hacerlo.
Habrá distintos matices y sensibilidades,
bienvenidas sean. Esta diversidad es imprescindible para llegar a distintos
sectores sociales, a las distintas generaciones, a las necesidades diversas. Es
además el único modo de aprender a considerarnos iguales, siendo distintos.
¿Cuál es entonces aquel significado compartido
alrededor del cual puede crecer una poderosa unidad, capaz de contrarrestar al
poder del dinero? La democratización.
Democratizar, ¿qué significa?
Democratizar significa balancear el poder de
decisión social, evitando que los sectores de poder decidan por los demás.
Implica devolverle al todo social su soberanía arrebatada. Es el modo de
afrontar la acumulación histórica de desigualdad que nos pesa como especie.
Democratizar la economía, la salud, la educación.
Sin condiciones de vida digna, no hay elección
posible. Hoy el hambre afecta a cerca de mil millones de personas y la riqueza
está concentrada en manos de menos del 1% de la población mundial. Nada hace
pensar que esto vaya a cambiar por sí sólo.
El acceso a la educación y a cuidados de salud no
está garantizado de manera igualitaria. No es un sistema eficiente, como suele
autopublicitarse el capitalismo, sino deficiente. Un sistema ignorante y
enfermo. Injusto, por tanto ilegítimo. Democratizar la economía, la salud, la
educación no es un pasatiempo accesorio, es pura y dura necesidad. Forjar
idénticas posibilidades, no tan sólo derechos virtuales ante la ley, es la
perspectiva.
Democratizar la comunicación
Unas pocas agencias de noticias, unos pocos
conglomerados de medios deciden qué es verdad y qué no, qué es lo correcto y
qué lo repudiable, cuáles son los buenos y cuáles los malos de la película.
Ellos definen la realidad, mostrando en infinitas pantallas lo que les conviene
que las personas crean. Como en el circo, todos saben que es un truco, pero no
es fácil descubrirlo. Estos manipuladores han logrado apropiarse de la palabra
“democracia”, maquillando a los criminales como angelitos y haciendo ver a los
que sí quieren democratizar, revolucionando y evolucionando, como demonios.
La comunicación, por tanto, debe democratizarse,
prohibiendo su concentración en manos de unos pocos monopolios. La comunicación
es un servicio público, no puede estar al servicio del lucro privado.
Democratizar la cultura
Hoy casi nadie decide cómo quiere vivir. La forma
de vida, los modales, las vestimentas, la música, los aparatos, las películas y
hasta las festividades, son dirigidos desde una cultura imperial,
pretendidamente superior, increíblemente racista, imposiblemente única. Gran
parte del auge de los nacionalismos y el giro a la derecha de los pueblos,
tiene que ver con ello. Esta situación no es solamente ilegítima, es
insostenible. Democratizar la cultura es salir del embudo en el que nos quieren
a todos y a todas.
Democratizar las relaciones humanas
Todas. Más de la mitad de las personas en este
planeta, por el sólo hecho de haber nacido mujer, es relegada, maltratada,
acosada, discriminada, asesinada. No hace falta explicar más, es necesario
transformar radicalmente este tipo aberrante de relación de dominancia
patriarcal. Para ello, al igual que en todos los otros ámbitos, hay que
democratizar el acceso al poder de decisión. Mujeres en sitiales de decisión,
eso es empoderar, no cursos de cocina.
Democratizar la mundialización
El mundo es uno, aunque existan infinitos mundos
adentro y afuera de él. Sin embargo, unas pocas naciones se arrogan el derecho
de decidir sobre todas las demás. Ese es el actual diseño de las Naciones
Unidas, en el que cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad tienen
derecho a veto, minimizando la voluntad de los ciento ochenta y ocho países
miembros restantes. El proceso de democratización está en curso pero debe
acelerarse, mal que le pese a los ogros del Norte o a los burócratas que viven
una vida lujosa gracias a su financiación.
Democratizar la democracia
Como dijimos, la casta dominante, para permanecer
en su sitial de privilegio, ha vaciado de sentido democrático a la democracia.
Así, ésta se convirtió en el imaginario corriente en la emisión periódica de un
voto. Eligiendo autoridades en general desconocidas aunque ampliamente
publicitadas. Ese voto, al eximir por regla general al votante de posteriores
actividades, deja en manos de representantes decisiones primordiales para la
vida en común. El problema radica en que los representantes no siempre
representan a quienes dicen representar, sino que en innumerables ocasiones
representan a quienes financian y/o promueven sus campañas. Ese es el sencillo
motivo por el cual, en las democracias neoliberales, todo es formalidad y nada
es democrático.
En síntesis, si bien democracia y democratización
comienzan igual, se llega con ellas a orillas bien distintas. Como el vampiro
que no resiste la luz, la plutocracia no resiste la democratización.
- Javier Tolcachier es un investigador perteneciente
al Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista.
https://www.alainet.org/es/articulo/190853
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