16-02-2018
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En Cuba la situación económica mejoró. El Producto Interno Bruto creció 1,6 por
ciento, hubo un aumento del 49 por ciento en las muy bajas inversiones y otro
del 26 por ciento en la sustitución de importaciones. Pero las exportaciones
disminuyeron 16,3 por ciento y hubo que importar petróleo por 100 millones de
dólares para compensar en parte la reducción de un 40 por ciento de la ayuda
petrolera venezolana (que por cuarto año consecutivo se atrasó). El gobierno
tuvo que firmar acuerdos con otros países petroleros, como Argelia, para tener
una provisión adecuada de carburante y el aumento del precio del barril es malo
para la isla y otros importadores, aunque bueno para Venezuela. Cuba también
avanzó en la creación de instrumentos para la planificación al interconectar
tres importantes centros de datos y realizó igualmente algunos progresos
significativos en el manejo de los suelos y de los huertos comunales.
Pero los problemas fundamentales siguen ahí: la
fuerte dependencia del turismo- que es volátil y socialmente muy costoso -, la
carencia de autonomía alimentaria y de viviendas e infraestructuras adecuadas a
la mayor fuerza de los huracanes, la necesidad de encontrar una fuente de
divisas no tradicional y, sobre todo, la necesidad de resolver los graves
problemas que crea un sistema monetario con dos divisas paralelas –el CUC y el
peso- y otras derivadas.
En 2013 se resolvió unificar las dos monedas en
curso porque es imposible calcular el costo real de lo que se produce y por la
gran desigualdad que introducen en la sociedad, con los consiguientes efectos
políticos, además del caos en el pago de impuestos, el sistema bancario, el
régimen de salarios. Pero las medidas que estudia una parte del establishment
implicarían una devaluación, o sea, una caída brusca del ingreso de los más
pobres y hasta ahora hay dos monedas.
También pesa mucho sobre la economía y la sociedad
la falta de motivación y de esperanzas de buena parte de la juventud que fue
fuertemente impactada por el consumismo que difunden tanto los turistas como
Internet. Pero lo peor es la dependencia de un aliado –Venezuela- que pasa por
una terrible crisis económica y contra el cual Washington prepara un golpe
militar unido a sus siervos sudamericanos y especialmente al gobierno de
Colombia, que tiene una frontera por donde se podría invadir a Venezuela.
En Venezuela, los tiempos políticos no coinciden
con los tiempos económico-sociales. El presidente Nicolás Maduro logró dividir
a la oposición de la MUD con las elecciones regionales (que una parte de ella
desertó) y con el diálogo en la República Dominicana en el que el ala
negociadora de la oposición participó para negarse después, con total
incongruencia hasta para os mediadores, a firmar el acta de lo acordado. Maduro
va así a las elecciones presidenciales del 22 de abril con mayores
posibilidades de triunfo frente a tres (por ahora) candidatos opositores.
Precisamente por eso Washington escaló varios
puntos más su agresión atacando la exportación petrolera venezolana,
recurriendo al embargo y, sobre todo, pasando de la fase de los golpes
“blancos”, con fachada democrática o parlamentaria (como el que dio contra el
presidente Manuel Zelaya de Honduras o el obispo Lugo en Paraguay o como el que
defenestró a Dilma Rousseff en Brasil), a la preparación abierta de una guerra
civil y una dictadura militar.
Porque eso es lo que se desprende de la gira de Rex
Tillerson, secretario de Estado, por Argentina, Brasil y Colombia, de las
declaraciones del embajador estadounidense en Bogotá sobre la necesidad de una
solución “democrática y rápida” al caso venezolano y, sobre todo, del llamado
del mismo Tillerson a una “solución militar” en Venezuela. Estados Unidos sabe
bien que incluso si encontrase apoyo para un golpe de Estado en una parte de
las Fuerzas Armadas Bolivarianas –que viven la situación económica dramática
del país y en las que muchos de los oficiales pertenecen a las clases medias o
a la burguesía y sufren su influencia- va a tener que vencer la larga
resistencia de un sector de los oficiales y soldados en una guerra civil
prolongada por una guerra de guerrillas en Venezuela y en Colombia que podría
contagiarse a Brasil.
Ahora bien, la fase de la preparación de la guerra
contra China y Rusia exige a Estados Unidos –para asegurar su patio trasero -el
retorno a las dictaduras directas o a las dictablandas a la Macri con represión
y leyes fascistoides de Seguridad Interior. Con una inflación venezolana del
1000 por ciento anual que destroza los salarios y las pensiones y otros
ingresos fijos y la carencia grave de alimentos y medicinas, el gobierno de
Maduro pende hoy de un hilo que Washington quiere cortar brutalmente porque
sabe que Venezuela no tendrá el apoyo sino de algunos gobiernos sudamericanos
débiles y que China y Rusia se limitarán a protestar.
Más que nunca, en Cuba y en Venezuela la carta de
salvación es la participación plena de los trabajadores, su información directa
sobre todos los problemas que se enfrentan, su capacidad de organizarse,
razonar, decidir, su preparación para lo que podría venir porque si cayese
Venezuela bajo una dictadura proimperialista Cuba sería el blanco inmediato de
un intento de invasión sostenido por Washington.
En Cuba no son los directores de las empresas los
que deben tener mayor poder: son los trabajadores, reunidos en asambleas,
eligiendo y formando consejos obreros y distritales para defender la
independencia nacional. No se puede pensar en la devaluación para salvar la
macroeconomía a costa del nivel de vida ya bajo: hay que acabar con los
privilegios, despilfarros, desvíos de fondos y la frondosidad de la burocracia.
En Venezuela la boliburguesía prepara el camino a los agentes del imperialismo:
es necesario el famoso golpe de timón organizándolo desde abajo, sin esperar de
Maduro, ni de Cabello.
CUBA Y VENEZUELA: TENDENCIAS Y CAMBIOS (I)
Para ver
cuál es la situación en Cuba y en Venezuela independientemente de los errores y
logros pasados y presentes de sus respectivos gobiernos, hay que ver antes que
nada la continua agresión de los gobiernos de Estados Unidos, en violación
constante de la legalidad internacional.
En efecto, sólo el bloqueo estadounidense le costó
hasta ahora a Cuba más de 130 mil millones de dólares. Si tenemos en cuenta que
Cuba tiene actualmente un poco más de 11,5 millones de habitantes, eso
significa una carga per cápita de 113 millones y medio de dólares, niños
incluidos.
La isla, además, tuvo que cambiar dos veces toda su
tecnología: la primera, a causa del bloqueo de Estados Unidos, que la forzó a sustituir
en los sesenta las máquinas que carecían de repuestos por otras de tecnología
soviética, generalmente menos eficaces o incluso inútiles (Checoeslovaquia le
vendió a La Habana en los sesenta nada menos que una barrenieve) y la segunda,
cuando se derrumbaron la Unión Soviética y su bloque supuestamente “socialista”
y en los años noventa hubo que pagar en efectivo máquinas, insumos industriales
y patentes de los países que aceptaban comerciar rompiendo el bloqueo y
exponiéndose a sanciones yanquis. El bloqueo impuso igualmente hambrunas y una
falta de vitaminas que producía ceguera y, además, reforzó enormemente una
costosa burocracia y el necesario desvío de las escasas divisas hacia la
defensa.
La escasez genera burocracia y desigualdades en la
distribución, privilegiando a quienes deciden. Por su parte, la obligación
impuesta a la isla de dedicar miles de sus mejores y más productivos jóvenes a
las fuerzas armadas y a los servicios defensivos, además de restarle brazos a
la producción reforzó también la centralización vertical, el decisionismo, la
naturalización de los métodos de mando a costa de la democracia, el
conservadurismo propio de los aparatos militares pues en ellos no hay
posibilidad alguna de crítica de los subalternos, y hasta los privilegios de
casta.
Sobre todo, estableció una falsa lista de
prioridades nacionales y subordinó la agroganadería y obtención de la soberanía
alimentaria a la defensa y la importación de bienes industriales y, desde los
noventa, el fomento del turismo, que necesita inversiones cuantiosas y también
importar productos de lujo para satisfacción no del pueblo sino de los
visitantes y, además, desarrolla el consumismo y los valores burgueses por no
hablar de la prostitución, la corrupción, la delincuencia.
Donald Trump acentúa ahora esa agresión rechazando
las resoluciones de las Naciones Unidas que condenan el bloqueo a Cuba como
Hitler y Mussolini rechazaban hace ochenta años las resoluciones de la Sociedad
de las Naciones contra su intervención en España junto a los rebeldes
franquistas que asesinaron la República Española.
Lo hace en el mismo momento en que se produce un
cambio importante en Cuba e hipoteca así al gobierno de la generación posterior
a los revolucionarios de los cincuenta obligándoles a aumentar los gastos de
Defensa a costa de la reconstrucción de los daños provocados por el huracán
Irma (y de la previsión de los nuevos y peores desastres que provocará el
recalentamiento global) y a postergar la necesidad de la juventud cubana de una
mejor alimentación y de una solución rápida al problema de la falta de vivienda
y de trabajo calificado.
Cuando Raúl Castro abandone sus cargos estatales
después de las elecciones del 11 de marzo, pasándolos presumiblemente a manos
de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, actualmente vicepresidente primero, habrá
un recambio generacional y un cambio de mentalidad. Los nuevos dirigentes
nacieron después de la revolución de 1959, no conocieron el pasado capitalista
y batistiano ni la corrupción anteriores y, después de una infancia sin
problemas demasiado graves hasta los setenta, sólo vivieron desde entonces
crisis internacionales y graves problemas en la isla para cuya comprensión
estaban muy poco preparados debido a la influencia antimarxista, burocrática,
nacionalista y estatalista de la educación soviética que casi asfixió la rica
vida cultural cubana de los primeros años de la Revolución.
Hoy cuatro tendencias se enfrentan esquemática y
sordamente en el Partido Comunista cubano y sus entornos. Una, muy minoritaria,
sigue creyendo en la posibilidad de aguantar en Cuba hasta que haya un cambio
en la situación internacional más favorable a la superación del capitalismo de
Estado actual y de las restricciones a la democracia en el país y en el
partido. Otra, conservadora, burocrática, persigue el imposible mantenimiento
del actual régimen, que los ataques de Trump a Cuba y a Venezuela
desestabilizarán aún más. Esta tendencia es particularmente fuerte en sectores
del Estado y de las empresas estatales y paraestatales de las que sus
partidarios extraen privilegios.
Hay también una amplia capa de la burocracia que
busca ampliar y respaldar jurídicamente sus privilegios como lo hicieron sus
homólogos de Europa oriental, y que sueña con convertirse en capitalista a la
Gorbachiov o la Yieltsin acercándose a Washington y al exilio burgués y
expropiando en su beneficio los bienes comunes. Por último, está la
intelectualidad progresista que gira alrededor de Cuba Debate (antes Espacio
Laical, de la jerarquía católica, pero ahora independiente) con posiciones
democráticas y socialistas variadas que cuentan con la participación de gente
durante años marginada que apoyó a Pensamiento Crítico, clausurado, y al
Centro de Estudio de América, disuelto.
Sólo un debate abierto en el PC cubano y en todo el
país sobre las perspectivas, la estrategia, las necesidades y las prioridades
puede evitar que las tendencias burocrática y capitalista se desarrollen
impulsadas por la policía de Trump. Quienes deben decidir el destino de la Revolución
son los trabajadores y el pueblo cubanos, no sus enemigos en Washington y Miami
ni sus aprovechadores o los decididores paternalistas (continuará).
almeyraguillermo@gmail.com
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