por Thierry
Meyssan
Hace 5 días que el Líbano vive una sucesión
diaria de motines y manifestaciones que paralizan
el país. Los cortes de carreteras hacen imposible la circulación y las protestas se han
extendido rápidamente por todo el país.
Como testigo ocular, Thierry Meyssan señala
que lo que allí sucede no es ni remotamente
espontáneo. El hecho
es que el sector que inició los motines
no acepta el cambio que está teniendo lugar
en el escenario político de la región.
Los libaneses, por su parte,
tratan de rebelarse contra un sistema
constitucional del cual son prisioneros.
Red
Voltaire | Beirut (Líbano)
Hace meses
que Estados Unidos presiona a los bancos libaneses para obligarlos a cortar las
conexiones entre el Hezbollah y la diáspora chiita, principalmente con la que reside en África.
Algo más de
la mitad de las finanzas del Partido de Dios proviene de las donaciones que
hace la diáspora mientras que el resto proviene de Irán. Presionando a los bancos
libaneses, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos esperaba obligar el Hezbollah a someterse por completo a Irán o a
rebelarse. Su intención era crear una situación comparable a la que prevaleció durante la guerra en Bosnia-Herzegovina, época en que el Pentágono financiaba el Hezbollah y lo veía erróneamente como un simple proxi. En aquella época, el Hezbollah buscó otras fuentes de financiamiento y rompió definitivamente con Washington.
Pero un
efecto colateral de esa política fue que desequilibró los bancos libaneses.
El producto interno bruto (PIB) del Líbano (limitado a la actividad agrícola y el turismo) es extremadamente bajo. La deuda pública está evaluada en más de
86 000 millones de dólares, o sea más del 150% del PIB. Los importantes volúmenes de dinero que pasan por los bancos libaneses provienen principalmente
del lavado de los ingresos del tráfico de droga en Latinoamérica. La Asociación Libanesa de Bancos reparte entre sus miembros,
incluyendo a agentes del Hezbollah, las ganancias de los cárteles de la droga –autorizados por Washington– que deciden la vida política en numerosos países latinoamericanos. Para cortar el acceso de Hezbollah a esos
recursos, el Departamento del Tesoro estadounidense cortó las transferencias en dólares a todos los bancos libaneses.
El Líbano es
un país cuya economía está ampliamente dolarizada. Todos los comercios
aceptan dólares además de libras libanesas. Pero en menos de un
mes, el dólar se ha convertido en una moneda difícil de encontrar. Numerosos bancos han cerrado sus
operaciones y se ha limitado la cantidad de dinero que los
clientes pueden extraer, incluso en libras libanesas.
En un
intento por evitar lo que sería la primera devaluación de la libra
libanesa desde 1997, el gobierno y
el parlamento
votaron nuevos impuestos, inmediatamente rechazados por la
población. Desde el fin de la colonización francesa, el Líbano está dividido constitucionalmente
en 17 comunidades étnico-religiosas que, desde que terminó la
guerra civil, se reparten las funciones públicas siguiendo un sistema de cuotas. Ese modo de organización favorece la corrupción e impide todo movimiento social. Durante 12 años, desde 2005 hasta 2017, el Líbano fue el único Estado del mundo que vivía sin presupuesto
y hoy es materialmente imposible saber qué pasó con el dinero del país.
En 2016 hubo
una revuelta en la que participaron todas las comunidades del Líbano ante la ausencia de
servicios públicos, sobre todo en materia de recogida de la basura.
Las cosas evolucionaron positivamente en el terreno, pero en el plano político los problemas sólo fueron enterrados. El Líbano sigue siendo un país que dispone de electricidad sólo durante 12 horas diarias y que carece
de agua corriente. Ya se ha hecho evidente que mientras las responsabilidades gubernamentales
se distribuyan
según criterios comunitarios, el país no logrará resolver sus problemas. Pero la reforma de la ley electoral fue sólo superficial y
no ha cambiado gran cosa. Las potencias occidentales e Israël incluso han bloqueado esa reforma por temor a una elección masivamente favorable al
Hezbollah. Sin embargo, el
tutelaje occidental sobre el Líbano ya no está al orden
del día.
La revuelta
iniciada el 17 de octubre retoma los temas que habían salido a flote
en 2016, durante la crisis de la basura. Aunque la prensa internacional afirma lo contrario, la revuelta
estaba planificada: el ejército había sido avisado y se desplegó en todo el país el día antes de su inicio; los amotinados que levantaron barricadas con tanques de basura estaban –y aún lo están– conectados telefónicamente a una computadora central. En numerosas barricadas, la policía contiene a los amotinados, pero en otras estos cuentan con la ayuda de
policías favorables a Arabia Saudita. Por el momento, sólo el ejército se mantiene neutral.
Muy
rápidamente, los motines iniciados por unas pocas personas se han
convertido en una revuelta generalizada de todas las comunidades y de todas las clases
sociales, como si los libaneses sólo hubiesen estado a la espera de
un incidente para expresarse.
Los
manifestantes han reclamado la dimisión de los tres principales responsables
políticos del país: el presidente
de la República (cristiano), Michel Aoun; el primer ministro (musulmán
sunnita), Saad Hariri; y el presidente
del parlamento (chiita), Nabih Berry. También reclaman nuevas elecciones generales… que nada resolverán si se hacen sin haber
modificado la actual ley electoral. Desde que la fuerza siria de paz se retiró del Líbano, en 2005, el país no para de morderse la cola.
Pero sí ha
cambiado lo que está en juego en el plano político, y eso explica la revuelta.
El primer ministro, Saad Hariri, fue hasta hace poco “el hombre de Riad”. Pero en noviembre de 2017, al llegar a
Arabia Saudita, convocado por el príncipe heredero Mohamed Ben Salman, Saad Hariri fue arrestado y golpeado por sus
captores en plena pista del aeropuerto. Sometido a las mismas condiciones
de confinamiento que los demás miembros
de la familia real (Saad
Hariri es hijo ilegítimo de un príncipe del clan Fahd), a pesar de su condición de primer ministro libanés Saad Hariri fue retenido en Arabia Saudita hasta que el Hezbollah emitió
una enérgica protesta y el presidente
de la República, Michel Aoun, amenazó con llevar el asunto al Consejo de Seguridad de la ONU. Liberado gracias a esas intervenciones, Saad
Hariri se distanció
rápidamente de Arabia Saudita y se acercó al Hezbollah y al presidente Aoun, a pesar de que
durante todo un decenio había acusado al Partido de Dios y a
los aliados de esa formación de estar
implicados en el asesinato de su padre, Rafic
Hariri.
Después del
inicio de las actuales protestas, las Fuerzas Libanesas de Samir Geagea
(cristiano maronita) retiraron del gobierno a sus 4 ministros, exigieron la renuncia del
primer ministro Saad Hariri y están reclamando, lo cual resulta contradictorio, la formación de un
gabinete de tecnócratas. Es posible que el Partido Socialista Progresista de
Walid Joumblatt (druso) adopte la misma actitud. Tanto las Fuerzas
Libanesas como el Partido Socialista Progresista están íntimamente vinculados a Estados Unidos y a Arabia Saudita.
Pero lo más
importante es que el Medio Oriente está en plena mutación. Estados Unidos
retira sus tropas de Siria y
pronto habrá de retirarlas también de Qatar. Rusia aparece ahora como la potencia que
pone y quita reyes y también como el
gran técnico en explotación del petróleo. Los clanes libaneses vinculados a Washington no aceptan este
cambio y, mediante las actuales manifestaciones contra la corrupción –corrupción de la que ellos mismos son partícipes– hacen saber a sus rivales que no piensan
hundirse solos.
El Hezbollah
fue el primero en acudir en ayuda de sus aliados. Su secretario general,
Hassan Nasrallah, se opuso de
inmediato a la realización de elecciones generales si no se modifica
antes la actual ley electoral. El primer ministro Saad Hariri anunció un
ambicioso plan de reformas económicas, con el cual todos
están de acuerdo… pero que hasta ahora nadie
quería implementar.
Ese plan,
que los cuatro partidos de la coalición gubernamental deberían aceptar, incluye
reducir a la mitad los altísimos salarios de los ex ministros y los ex diputados, el levantamiento del secreto bancario para esos personajes y
el inicio de procesos judiciales contra quienes se hayan enriquecido a costa del Estado.
Sin embargo,
parece difícil que el primer ministro Saad Hariri aplique realmente ese
programa ya que su padre fue uno de los más beneficiados por el actual sistema. Claro, también es cierto que lo que se echó en el bolsillo no fue gran cosa en comparación con las grandes sumas malversadas
por Fouad Siniora, otro ex primer
ministro, quien huyó del Líbano hace 3 días. Más allá de la lucha contra la corrupción, las medidas anunciadas por el primer ministro
Saad Hariri tienen que ver con todos los sectores de la sociedad, desde los
préstamos para la adquisición de viviendas hasta la supresión del ministerio de Información.
Pero el
problema principal seguirá existiendo si la ley electoral se mantiene
sin cambios. Hace años que muchos vienen sugiriendo
que se deje el poder en manos del ejército, única fuerza del país capaz de romper con el sistema confesional
favorecido por el colonizador francés. El ejército libanés se compone principalmente de soldados chiitas y de oficiales cristianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario