Opinión
23/10/2019
Otra vez el
ejército de Chile, uno de los más sanguinarios cuerpos militares de nuestro
continente ha salido a las calles para defender los privilegios de una casta
corrupta y envilecida, aquella que aplica en el sur de América el “modelo”
neoliberal al servicio de los grandes monopolios.
“Estamos en
guerra”, ha dicho Sebastián Piñera para justificar el bestial accionar de los
uniformados. Así, las mismas fuerzas que aplaudieron a quienes bombardearon La
Moneda en septiembre de 1973; han batido palmas cuando han visto caer a niños
fulminados por las balas en las calles de Santiago.
Las imágenes
recogidas por las redes sociales – y no siempre mostradas por la Tele- han sido
simplemente espeluznantes. Y han hecho que la memoria de nuestros pueblos
retorne a épocas de oprobio que creímos –ingenuamente- superadas.
La sangre de
los caídos asomó fresca otra vez como en diciembre de 1907, cuando los fusiles
del general Silva Renard abatieron a casi tres mil obreros del salitre en la
Escuela Santa María de Iquique. Como en esa circunstancia, hoy también podemos
decir “Benditas víctimas que bajaron / desde las pampas llenas de fe / y a su
llegada lo que escucharon / voz de metralla tan solo fue” evocando la sentida
cantata melódica de Francisco Pezoa.
Ahora no
fueron necesariamente las pampas, sino las calles de la capital y otras
ciudades de ese país tan largo y martirizado; pero el espíritu de los ordenaron
tan aberrantes crímenes fue la reencarnación de Sergio Arellano Stark, el
hombre de la Caravana de la Muerte que en octubre de 1973 recorrió la costa chilena
fusilando trabajadores y estudiantes acusándolos de luchar por la justicia y la
dignidad. Fue esa, una gota, pero de sangre
Los
analistas políticos convienen en afirmar que la gota que hoy rebasó el vaso,
fue el alza injustificada de los pasajes del Metro de Santiago. Pero es claro
que fue eso, apenas un inicio; porque lo que estalló después, fue el odio
acumulado y trabajosamente contenido por millones de chilenos humillados y
explotados vilmente por fuerzas extremadamente soberbias y poderosos, que jamás
permitieron que el pueblo se expresara con legítima libertad.
En los 17
años de la dictadura fascista de Pinochet, el Ejército de Chile y sus armas
complementarias, la Fuerza Aérea y la Marina, consumaron infinitos abusos
contra el pueblo: asesinatos, torturas, desapariciones forzadas, secuestros,
violaciones, fueron casi el pan del día en los barrios más humildes; en tanto
que centenares de hombres y mujeres fueron arrojadas al mar, atadas en rieles,
para perecer en las profundidades de océano. Cada uno de estos crímenes fue
macerando en la conciencia de un pueblo que -porque tiene historia- tiene
memoria
En estos
años, se hicieron gloriosos numerosos nombres de hombres y mujeres. Martha
Ugarte, Jorge Muñoz, Víctor Díaz, Miguel Enríquez, Víctor Jara; fueron unos
cuantos a los que se sumaron otros que combatieron con firmeza ejemplar: Luis
Corvalán, Volodia Teitelboim, Gladys Marín, entre muchísimos más.
En toda esta
etapa de la historia, los versos de Pablo Neruda cantaron la epopeya y cincelaron
sentimientos que hoy perduran clavos en piedra. La condena a los asesinos fue
escrita con palabras de fuego: “Ellos aquí trajeron los fusiles repletos / de
pólvora, ellos mandaron el acerbo exterminio / ellos encontraron aquí un pueblo
que cantaba / un pueblo por deber y por amor reunido / / y la delgada niña cayó
con su bandera / y el joven sonriente rodó a su lado herido / y el estupor del
pueblo vio caer a los muertos / con furia y con dolor / Entonces, en el sitio /
donde cayeron los asesinados / bajaron las banderas a empaparse de sangre /
para alzarse de nuevo frente a los asesinos…”
Quienes
conocieron esa historia podrían comprender con cabalidad por qué Guillermo
Teillier, el Presidente del Partido Comunista, no fue recientemente a La Moneda
para reunirse con Piñera bajo el pretexto del “frente común para defender la
democracia”: “No quiero que me den la mano / empapada con nuestra sangre / pido
castigo”, habría dicho con toda la razón del mundo el recio vocero de un pueblo
indoblegable.
Mucho habrá
de ocurrir más adelante. Incluso que militares de fila deserten de los
escuadrones asesinos. Y es que también por los uniformados, ha pasado la
historia.
Hoy, al
sexto día de la lucha vigorosa de un pueblo ejemplar, vaya un abrazo solidario.
Como ellos mismos lo dicen, no pelean aquí por 30 pesos, sino por 30 años de
angustia y de dolor. El fascismo redivivo, no pasará esta vez por las calles de
Santiago.
https://www.alainet.org/es/articulo/202830
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