La
violenta presencia del COVID-19, en nuestras vidas, cuya incidencia acompaña
una macabra estadística de quien va primero en número de infectados muertos y
recuperados, enluta el entendimiento. Son cifras que se alteran todo el tiempo.
Comparados entre los países, surgen contradicciones y desarmonías, como las
presentadas por los países ricos que se encuentran en la picota a pesar de sus
abultados medios, hay preguntas difíciles de responder. Se ha dado una variada
gama de explicaciones, los entendidos de la ciencia y la religión, emiten
explicaciones tan diferentes como si fueran simples opiniones, son al mismo
tiempo muy repetitivo que ya no concitan mayor interés, frente al cual vivimos
un enfermizo acomodamiento. Estamos frente a una situación que va más rápido
que cualquier posibilidad de acción y reflexión. Ahora bien, este hecho adverso
no nos debe llevar a la parálisis nerviosa o a la inhibición paranoica del
pensamiento.
El ¿Dónde,
cuándo y cómo? más o menos lo sabemos, pero sobre el ¿por qué y para qué?, sólo
tenemos atisbos, el futuro es imprevisible. En otra nota he explicado los
posibles escenarios de cómo se presenta y afecta a la sociedad. No sabemos
siquiera en que estadio de su evolución nos encontramos. Se está dando al decir
de Roubini una “caída libre” de los indicadores socialesy económicos, en forma
de “I” sin posibilidades de “tocar fondo”. Si llega ese día, ¿habremos cambiado
sustancialmente las personas? ¿La sociedad volverá a sus inercias de siempre
como despertando de una pesadilla’.
Enrique
Dussel, en reciente entrevista dice que la aparición del COVID-19, desde una
interpretación de la naturaleza, es la reacción natural frente a la agresión
sufrida desde el nacimiento de la humanidad. Es verdad que ella se recicla,
pero como en todo, cuando se sobrepasan los límites, esa capacidad se va
perdiendo tendiendo a su destrucción.
Más fatalmente, la segunda ley de la termodinámica, dice que las
sociedades van de lo simple a lo complejo, donde las fuerzas que la unen se
disipan, la entropía aumenta y sobreviene inevitablemente la destrucción y el
caos.
Una de
las causas es el “efecto invernadero” por el cual determinados gases, que son
componentes de la atmósfera terrestre, retienen parte de la energía que la
superficie planetaria emite por haber sido calentada por la radiación solar. Cuando
decimos que algo está caliente o que esta frio más de los límites permitidos
nos afecta a los seres vivos, el desorden se vuelve desequilibrado e
imprevisible. El nacimiento, crecimiento y muerte de cualquier organismo, es
parte de la evolución natural de los seres vivos, está condicionada por la
producción de entropía negativa y su coexistencia con el incremento del
desorden. El incremento de temperatura de los sistemas marinos por ejemplo puede
desaparecer la vida.
Los
virus y su evolución no están exceptuados de lo que pasa en el medio ambiente, cuando este se modifica, de su
estado de somnolencia que se encontraba se vuelve activa y mutante para
sobrevivir, como lo haría cualquier ser vivo (Los COVID -19, son están
formados de una cadena de ARN donde van sus genes y una cubierta lipídica con
las proteínas que les permiten adherirse y entrar en las células del cuerpo que
invaden) para algunos no califica como “ser vivo”, para otros si, desde que tiene una gran capacidad de
reproducción e infección parasitaria. Su agresividad estaría asociada a la entropía
negativa y su coexistencia con el incremento del desorden. En otras palabras
somos los humanos los que hemos provocado este desorden por la agresión
sistemática y duradera al medio ambiente.
Los
campesinos de la sierra y los indios de la Amazonia, conviven armoniosamente
con el medio ambiente, del cual extraen lo que es estrictamente necesario para
reciclar la vida, por eso cuidan de la tierra y los ríos, no solo de ellos mismos sino fundamentalmente
de los asesores foráneos a la comunidad (mineros, madereros, agro negocios de
exportación) . En este empeño muchos han dado la vida. También en estos
espacios tenemos la presencia del mercado capitalista, por el cual se necesita
producir un excedente que permita la compra de productos industriales. Dussel
dice al respecto, que si un emprendimiento da una utilidad digamos de 5%,
razonable en términos ambientales y luego en términos de productividad” forzamos
hacia un 10%, es porque inevitablemente se ha agredido al medio ambiente.
Aunque
no sea este el momento para reivindicaciones ideológicas o sociales, al menos
hasta rendir al adversario que sabemos bien quienes son, esta crisis puede
ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre ciertas cuestiones de una enorme
importancia. Puede variar por ejemplo la mentalidad hegemónica del “sálvese
quien pueda”, imperante. Un conocido empresario hace mucho tiempo, cuando trabajamos
la cuestión ambiental en la “Asociación Amazonia”, dije que había una
explotación irracional que se estaba dando en la floresta amazónica, respondió:
“A la Amazonia, apenas lo hemos arañado”.
Esa mentalidad empresarial, a pesar de los efectos invernadero y el
cambio climático no han cambiado. El rio Rímac ahora se muestra admirablemente
limpio y transparente, las plantas y las aves han regresado, no porque la gente
ha dejado de contaminarla, sino porque las grandes empresas mineras,
industriales y de todo tipo han dejado de hacerlo. Quiere decir que una baja
intensidad de contaminación permite su recuperación por efectos de filtración y
acción de la luz solar.
Ante el
fracaso de los cuentistas y los pregoneros de la buena suerte y la esperanza,
es la hora que aparezcan los filósofos y hacernos las preguntas de rigor: ¿Podría
esta pandemia global dar lugar a una suerte de revolución social? Una
revolución tan inédita como la propia pandemia. Que fuese acometida sin
estridencias y se viera consumada mediante reformas de gran calado. Que
contemplara unas reglas de juego menos determinadas por los intereses
estrictamente económicos. Que generase un contrato social de nuevo cuño,
presidido por las prioridades vitales de todos los ciudadanos. Es decir un
nuevo orden económico y social, no venido del existente, sino producto del
COVID – 19 y de la presión social por la sobrevivencia de todos.
Esta
crisis carente de precedentes puede hacernos comprender que la actual desigualdad
social, cada vez más acusada, no es sostenible a medio y largo plazo. Los beneficios
desmesurados de la especulación deben tender a moderarse y no suponer el único
modelo social a seguir. Las rentas del trabajo han de apreciarse como merecen,
para reactivar un consumo atemperado en el que no se solicite tanto lo
superfluo. Puede hacernos revisar nuestro desfallecido aprecio por la
moral del esfuerzo, de “la productividad” estresante que enriquece a otros.
También puede contribuir a que cobremos una mayor conciencia sobre los
problemas del cambio
climático. ¿Tiene sentido que nuestros aviones
colapsen el espacio aéreo y nuestras carreteras no den abasto para un
ingente número de automóviles?
Acaso
advirtamos que las desorbitadas inversiones en gastos militares no sirven para
mucho, ahora están en las calles ayudando y guardando orden, pero fuera de
estos tiempos ¿Qué hace?, si ni siquiera tiene espacio ni permiso para hacer la
guerra a nadie. Que resulta mucho más rentable para todos invertir en ciencia e innovación,
cultura y educación y deporte, todo ellos junto interrelacionados e inclusivos
y además de dotar al sistema sanitario público con los recursos apropiados. Ahora
reparamos en que quienes trabajan en la sanidad prestan un servicio impagable,
tras los recortes
presupuestarios acumulados en aras de una privatización más o menos
encubierta. Bien está el
emotivo aplauso desde los balcones. Pero es obvio que esos cualificados
profesionales merecen mucho mejor trato en lo sucesivo. Empezando por contar
con los medios adecuados para realizar su imprescindible labor. El presupuesto
aplicado en estos temas en el Perú es ridículo y mal aplicados, con una
estrategia privatizadora que excluye a los que más necesitan.
Sin
embargo, la crisis del coronavirus podría generar una catarsis colectiva
propiciadora de cambios muy significativos en un orden social donde resulten
más complementarios el interés personal y los intereses colectivos.
Rentabilicemos este malhadado asedio del COVID -19 para meditar sobre cómo
suscribir un pacto social de nuevo cuño. Más allá de fórmulas periclitadas y
obsoletas que resultan cada vez más disfuncionales. Un inédito pacto social
cuyas inventivas reglas de juego sirvan para enfrentar a los conocidos del
Apocalipsis que se han provocado: la extrema desigualdad y una exacerbada
insolidaridad.
Como ha
señalado Pedro Sánchez el presidente del gobierno español, sólo quienes creen
saberlo todo no aprenderán absolutamente nada de esta traumática experiencia.
Los demás deberíamos aprovechar el confinamiento para ver cómo cabría
estructurar un futuro común presidido por valores más atentos al ciudadano de a
pie, aunque se releguen a un segundo plano los indicadores macroeconómicos. Es
muy posible que casi nada sea como antes. Porque sin duda nos encontramos ante
un punto de inflexión desde una perspectiva social. Ante uno de esos grandes
hitos que jalonan la historia. Puede darnos mucho que pensar y el tiempo para
reflexionar con serenidad.
Roberto R.
Aramayo, Profesor de Investigación IFS-CSIC. Historiador de las ideas
morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC), dice que “Esta crisis
puede invitarnos a reencontrarnos con la naturaleza y a disfrutar de las
relaciones interpersonales como antaño. Puede hacernos ver que –parafraseando
a Kant–
las cosas pueden siempre cambiarse por algo equivalente y por eso tienen un
precio de mercado. Pero que las personas no deben ser jamás un mero instrumento
para una u otra finalidad. Porque su carácter irrepetible les hace
sencillamente insustituibles. Y ello les otorga esa dignidad indisociable del
ser humano.
Giorgio
Agamben, filósofo italiano, sacó un artículo de opinión en diciembre del año
pasado cuando el virus apenas llegaba a Italia, que tituló La invención de una epidemia. Su postura es tajante:
se está sobredimensionando una gripe más y con el despliegue mediático se
logrará una situación de pánico generalizado; una modalidad del estado de
excepción que avalará la intervención militar, el cierre de fronteras y toda
una serie de medidas económicas de emergencia.
El
filósofo francés Jean-Luc Nancy, en respuesta a Agamben, llama la atención
sobre el punto álgido que la interconexión técnica ha alcanzado en el mundo
contemporáneo. Dice que en el análisis de Agamben, se desconoce el papel de la
técnica y su vínculo con la política. Más que sospechar de un poder soberano
que mueve los hilos secretos para mantener sujetados a los ciudadanos, debemos
reflexionar acerca de los modos en que la técnica es la que impone un verdadero
estado excepción; sería una técnica soberana. En este sentido, no se niega el
estado de excepción, pero sí hay que modificar su naturaleza netamente
política; es un estado de excepción biológico, informático, cultural,
etc. permitido por la híperconectividad en estos tiempos. Ahora bien, para el
francés, en la técnica también palpita la esperanza y la solución. El bueno de
Jean-Luc, olvida que la técnica la poseen los mismos que han generado la crisis
y no serán ellos que la usen para que la tecnología sea soberana.
En un
artículo, el esloveno Žižek, frente a la información con la que hemos sido
bombardeados, se hace una pregunta pertinente: ¿dónde terminan los hechos y
dónde comienza la ideología? En ese momento, hace un poco menos de un mes, en un
tono sarcástico decía muchas distopías que ya han preludiado el futuro cercano:
teletrabajo, ejercicio en casa, yoga por Skype, clases a distancia y
ocasionalmente masturbaciones por la internet o sexo delivery previo baño y
medios de higiene garantizado y sujetos a manual normativo. Todo un modo de explotación laboral a
distancia y un modo de ayuda «humanitaria» contra el virus y sus efectos. Se
cree que este tipo de acciones bien intencionadas contribuirá con las medidas
de protección.
Humores
de Žižek, a veces de mal gusto aparte, debemos también pensar sobre el efecto
de pánico y miedo que se ha originado; toda una sensación imaginaria de
apocalipsis, racismo y egocentrismo. Llamativamente, desde el discurso
científico este tema es el menos tratado, pero el que más efectos devastadores
puede tener sobre la sociedad y la economía. Aún, creemos en sujetos racionales
que toman decisiones desde la claridad del entendimiento y con un balance de
los argumentos; en los momentos actuales, de precario equilibrio, desentonando
ligeramente con la realidad.
Por
último, deberíamos preguntarnos por el estatus de la información y
desinformación que ha circulado por medios oficiales y no oficiales. Quizá
estamos en un punto límite de la historia, un atolladero donde una “fake
new”, como por ejemplo, propiciado por Bolsonaro/hijo
desde el poder, es motivo de investigación judicial, podría desatar una
histeria colectiva con efectos sociales dramáticos o incluso, en un tono
hiperbólico, ocasionar el desplome de la economía, que, una vez más y como
siempre, afectarían mayoritariamente a los más vulnerables y empobrecidos de la
vida.
Alejo Lerzundi Silvera
CONSULTOR Y Director de Capacitación
en ORETRABAJO
Ing. Agrónomo. MSC en Planificación del
Desarrollo por el IICA/OEA
Especialista en Gestión de Proyectos
y Desarrollo Rural Sustentable
lerzundi.alejo@gmail.com
Telfs: +(51) 1 469-6148 / 999209210
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