Hay que prepararse ante el
colapso fosilista
Covid-19, el petróleo, el virus
de Wall Street y Estados Unidos
28/04/2020 | Tom Kucharz, Luis González, Ivan
Murray, Luis Flores
La Agencia
Internacional de la Energía estima que la demanda mundial de petróleo en abril
estará en un nivel visto por última vez en 1995. Lo que podría ser una buena
noticia para el clima. Aun así, se prevén
temperaturas récord este año por el calentamiento global. Los mercados anuncian
un batacazo descomunal del precio de los hidrocarburos porque fallaron las
apuestas financieras sobre los futuros del petróleo, un gigantesco
mercado especulativo. Probablemente, llega el estallido de la burbuja de la
industria del fracking en Estados Unidos que podría dañar severamente a
sus bancos.
Más allá de
la coyuntura de estas últimas semanas, en realidad, el precio de las materias
primas en
lo que va de siglo, y entre ellas destaca claramente el petróleo, se ha
caracterizado por ser alto y fluctuante. Además, la industria petrolera ha
jugado históricamente un papel decisivo en las crisis económicas y políticas.
¿Qué ha
pasado?
El 20 de
abril de 2020 ha sido uno de los días más asombrosos en el comercio de
carburantes. El precio futuro del petróleo de EE UU, el West Texas Intermediate
(WTI), cayó a terreno negativo por primera vez en su historia.
El WTI es un índice de crudo producido en Texas y el sur de Oklahoma que sirve
como referencia para fijar el precio de otras corrientes de crudo. En vez de
pagar por la mercancía, los inversores
llegaron a cobrar 37,63 dólares por comprar un barril en EE UU para su
entrega en mayo.
Para ser
exactos, lo que ha caído un 305% en realidad son los precios de futuros que
expiraban —derechos de compra con una fecha de vencimiento fijada—. Los
propietarios tenían que vender los contratos o llevarse el petróleo. La demanda
ha bajado y, además no tenían sitio donde almacenarlo.
Vale la pena
aclarar que en este suceso no son las grandes compañías extractivistas las que
han anotado menores beneficios sino aquellos especuladores que tenían esos
contratos y no consiguieron venderlos por la sobreoferta. En las gasolineras,
los precios
no se han desmoronado tanto.
¿Por qué ha
caído el precio del petróleo?
En este
momento confluyen varios factores.
La fuerte reducción de la
demanda de petróleo fruto de las medidas de confinamiento y la crisis
económica que la pandemia ha acelerado, la sobreoferta de crudo y los límites
en el almacenamiento, la especulación financiera, el sobreendeudamiento de las
empresas, los problemas estructurales de la industria del fracking en EE
UU y las tensiones geopolíticas (Rusia vs. Arabia Saudí, EE UU vs China e Irán,
intentos de golpe de Estado en Venezuela, Rusia vs Turquía). Todos ellos han
generado presión a la baja sobre los precios.
Un problema
de fondo es la falta de control público sobre los mercados financieros y la
especulación con el petróleo, que nos lleva a una situación de sobre-extracción.
De hecho, se ha empezado hablar del mayor exceso de petróleo de la historia.
Igualmente, hay una gran incertidumbre respecto al futuro inmediato para el
capital transnacional, fundamentalmente el financiero.
¿Cómo hemos
llegado a esta situación?
Como
consecuencia del coronavirus ha descendido el transporte
en las ciudades, el tráfico
aéreo —en EE UU -60%, en España -95%— y gran parte de la producción
industrial. Las medidas implementadas para frenar la crisis sanitaria han disminuido
la demanda de petróleo y productos derivados a nivel mundial. El
confinamiento que empezó en China se ha ampliado a 3.000 millones de personas
en 187 países. Muchas actividades económicas no esenciales pararon.
Así, el
consumo de petróleo en los EE UU se ha caído más del 30%, a los niveles
más bajos en al menos 30 años. En el mundo, en el mes de abril la demanda de
gasolina y diésel se ha reducido un 33% y el combustible para aviones en 64%
comparada con 2019. La demanda de carburantes en Europa es 33% menor de lo que
era hace un año.
Al mismo
tiempo, los principales extractores —EE UU, Arabia Saudí, Rusia— han seguido
bombeando, lo que ha precipitado una mayor caída de los precios del petróleo.
Ahora mismo sobran 30
millones de barriles al día y los lugares donde se almacena —refinerías,
depósitos, buques— están a punto
de llenarse. Esto ha provocado que se dispare también la especulación con
el coste
de alquiler de los petroleros que ha pasado de los 15.000 dólares diarios
en febrero a los 200.000 y 300.000 dólares en marzo.
¿Por qué hay
un exceso tan grande de crudo?
La pandemia
global llegó justo cuando la extracción de petróleo había alcanzado sus
máximos. La organización de los países exportadores de petróleo y otros estados
como Rusia llevan meses
negociando el recorte en la producción para apuntalar los precios del
petróleo porque, entre otras razones, EE UU había inundado
el mercado con crudo en los últimos años.
Entre
febrero y marzo, cuando Rusia y Arabia Saudí no habían llegado todavía a un
acuerdo, Arabia Saudí abrió
sus grifos profundizando una “guerra de precios” contra su antiguo aliado
Rusia, según la narrativa oficial. ¿O tal vez fue una maniobra para hundir al
sector en EE UU?
En el mes de
marzo se empezó a avisar
que la pandemia estaba llevando el mercado de las materias primas “hacia lo
desconocido”. Se informó de la llegada del mayor
exceso de suministro de petróleo que el mundo haya conocido. Analistas
financieros reconocieron
que “el valor marginal de un barril de petróleo, en este contexto, tiende a
cero”. Hubiera sido lógico reducir drásticamente la extracción, pero el
“mercado autorregulado” se rige por la avaricia.
Los precios
del petróleo se desmoronaron a gran velocidad, justo cuando a finales de
febrero se registró el récord histórico de extracción en EE UU: 13,1
millones de barriles al día. A pesar del descenso
de los precios que lleva meses asentándose, las empresas petroleras
estadounidenses no redujeron la velocidad de su extracción.
Las
corporaciones petroleras habían pedido mucho dinero prestado por los bancos en
los últimos años para perforar miles de pozos, construir tuberías y mantener
una maquinaria costosa. Todo ello, sin haber conseguido en ningún momento ser
rentables por los altos costes del petróleo extraído mediante fracking
frente a otros crudos. Cada vez se requiere invertir más energía y capital para
extraer petróleo. Parar esa maquinaria significaba no poder devolver, al menos
en parte, esas deudas. Además, dejar de explotar un pozo no es sencillo y puede
conllevar que este colapse
y no se pueda seguir utilizando en el futuro. Bajo estas premisas, las
compañías no podían permitirse dejar de bombear y se ha producido de este modo
una loca huida hacia adelante.
Pero a
finales de marzo los precios del petróleo se habían reducido a una tercera parte
de los de enero. El delirio se hizo insoportable. Empezaron a caer el número de
perforaciones en Canadá y Estados Unidos, y las empresas recortaron sus
presupuestos. El uso de plataformas de perforación empezó
a bajar a toda velocidad. El conteo de las plataformas es considerado como
uno de los indicadores más importantes del apetito de inversión y de su
confianza en el sector, estrechamente relacionada con la evolución de los
precios.
Claramente,
el pacto
de la OPEP y Rusia del 12 de abril para recortar la producción en unos 12
millones de barriles al día en mayo se va a quedar
corto. Los precios del crudo siguen tambaleando.
¿Seguirá
disminuyendo la demanda mundial?
Según la Agencia
Internacional de la Energía, se espera que la demanda de petróleo mundial
caiga en el segundo trimestre de 2020 en 23,2 millones de barriles diarios
(Mb/d) con respecto al mismo período de 2019 —esto es una caída del 25%— y se
reduzca en una cifra récord de 9,3 millones de barriles al día en 2020. Si se
mantiene la reducción del consumo de esta magnitud podría tener una repercusión
sobre el capitalismo global de enorme calado. Algunos investigadores apuntan
que se trata de una “caída brutal”
comparada con la que se produjo con la crisis de 2008 cuando la producción de
petróleo cayó un 4%. Antes de la pandemia se extraían cada día unos 100
millones de barriles.
¿Dónde
guardar tanto petróleo sobrante?
La capacidad
mundial de almacenar crudo está a punto
de llegar al máximo. No hay datos oficiales sobre la capacidad de
almacenamiento global de crudo. Según la Agencia Internacional de la Energía es
de 6.700 millones de barriles, pero resulta muy complicado saberlo porque
muchos datos no son públicos. Por ejemplo, hay unos 800
megapetroleros navegando por los mares capaces de albergar conjuntamente
unos 1.800 millones de barriles. Las empresas comercializadoras se están gastando
una fortuna para acopiar una cantidad récord de crudo en estos buques
esperando precios más altos. Algo similar, pero en mucho menor escala ocurrió
el año pasado tras los ataques
contra instalaciones petrolíferas en Arabia Saudí.
En algunos
meses surgirán más
dificultades cuando el crudo empieza a degradarse o inducir la corrosión de
las instalaciones.
Otro aspecto
a tener en cuenta es la geopolítica asociada a la capacidad de almacenamiento
del petróleo. Aunque la información no es muy clara al respecto. Destacan EE UU
(1.499 millones de barriles), China (1.440 millones) y Arabia Saudita (329
millones). Ahora lo que va a ser crucial es quién llena antes sus depósitos, es
decir quién acaba antes con la capacidad de almacenamiento. Este será el que
perderá en el juego geopolítico. Y en este escenario los EE UU están ya al
borde del precipicio, lo que podría profundizar aún más la quiebra del “american
way of life” y del régimen de Wall Street.
Mirando al
bosque, ¿está realmente barato el crudo?
Si tomamos perspectiva
histórica, en realidad los precios del petróleo, que están en niveles de 20
dólares el barril ahora mismo se sitúan dentro de la horquilla en el que han
fluctuado a lo largo del siglo XX, descontando las crisis del petróleo. No
están tan baratos. En el contexto en el que sí están baratos es en el de la
historia reciente, pues desde el inicio del siglo estos precios se caracterizan
por ser muy volátiles y, en término medio, mucho más caros que los del siglo
XX. Esto es consecuencia
de tres factores: haber atravesado el pico del petróleo convencional —y
probablemente ya de todos los tipos de crudo—, la crisis económica recurrente y
la comercialización del crudo a través de los mercados financieros.
Las
consecuencias de este escenario de precios volátiles son muy importantes para
la industria petrolera en un contexto en el que la extracción cada vez es más
cara.
¿Estados
Unidos, origen de una nueva crisis?
La crisis
financiera de 2007-2008 tuvo su origen en EE UU, y específicamente en Wall
Street, por la ruina del sector inmobiliario, activada por la quiebra del
mercado de las hipotecas basura, los denominados subprime —entre otras
razones—, aunque el epicentro del terremoto se desplazó luego a la UE. Desde
hace años, se lleva inflando otra
burbuja financiera vinculada a los combustibles fósiles en EE UU y se ha
empeorado con la administración de Donald Trump.
En 2010, la
extracción de petróleo y gas en rocas poco porosas —como esquisto o pizarra— en
los EE UU era mínima. Si bien en 2018, el bombeo mediante la técnica
ultra-contaminante de la fractura hidráulica —fracking en inglés— había
aumentado en 2,2 millones de barriles por día y en 2019 alcanzó los siete
millones de barriles por día —sin incluir el petróleo convencional de Alaska,
Texas o el Golfo de México—. El país pasó de ser importador neto durante
decenios a ser exportador neto de energía en septiembre de 2019. La Agencia Internacional de la Energía
llegó a plantear que los EE UU representarían el 70% del aumento de la
capacidad de extracción mundial hasta 2024 y colocó a EE UU en el trío de
cabeza petrolero junto a Arabia Saudí y Rusia.
La jugada de
Trump y el lobby de los multimillonarios con el “make
America great again” [Hacer América grande de nuevo] significaba más
petróleo estadounidense para aumentar el consumo doméstico, reducir las
importaciones y desestabilizar sus competidores internacionales —Irán, Rusia y
Venezuela— principalmente.
Pero para sostener
una extracción mucho más cara que la saudí y la rusa, el precio del
petróleo debía mantenerse en una horquilla que iría entre los 40$/barril
—precio mínimo para que las compañías de fracking empiecen a anotar
beneficios— y un máximo en torno a los 120$/barril —cifra a partir de la cual
se desencadenaría una escalada de precios que acabaría arrastrando a la
economía de los EE UU—. Los últimos datos
indican que para cubrir costes se requería un mínimo de 39,2 $/barril, frente a
los 2,8$/barril en Arabia Saudí y los 5$/barril de Rusia.
La clave
para explicar el crecimiento en la extracción de petróleo y gas de esquisto no
ha sido en el campo productivo, sino en el financiero. Muchos pozos no fueron
rentables para operar. La mayoría de empresas centradas en fracking
gastaron más dinero del que ingresaron. Según un estudio de IEEFA las compañías
estadounidenses gastaron 189.000 millones de dólares más en perforación y otros
gastos de capital en la última década de lo que generaron al vender petróleo y
gas. De hecho, entre 2012 y 2017 las compañías de fracking sumaban unas
pérdidas de
unos 9.000 millones de dólares trimestrales. Fue el capital financiero y
las políticas monetarias del Gobierno —con la tasa de interés a casi cero es
barato endeudarse— que permitieron el boom del fracking que en realidad
ha sido un fracaso económico, social y ambiental.
Desde 2015,
más de 200 productores de petróleo y gas se han
declarado en bancarrota, dejando una deuda de 129.000 millones de dólares
sin pagar. Solo entre 2020 y 2022, las empresas tendrían que afrontar el
vencimiento de sus deudas por una valor de 137.000 millones de dólares. En el
tercer trimestre de 2019, el 91% de los impagos de deuda corporativa
estadounidense se debía a las empresas de petróleo y gas.
Con la
volatilidad y los precios de petróleo tan bajos muchas empresas
de fracking no son más que un cadáver. Se cree que la cifra
de las quiebras aumentará y la situación empeorará. Para remate, en EE UU
se alcanzó el pico de extracción de petróleo de roca porosa.
Trump y el
fiasco relativo de controlar el grifo del petróleo
A lo largo
de la historia, los vínculos de los gobiernos estadounidenses con la industria
petrolera son muy estrechos. El petróleo es un asunto de Estado.
La crisis de
hegemonía de los EE UU está estrechamente unida al declive de los
hidrocarburos. Sus élites han intentado revertirla mediante, por ejemplo, el
proyecto de un “Nuevo Siglo Americano” que propugnaba incrementar la presencia
militar en el sureste y centro de Asia para controlar el grifo mundial de
petróleo y gas, bajo el pretexto de la “guerra (global permanente) contra el
terrorismo”, continuó con la invasión de Iraq y Libia, las sanciones contra
Irán y Venezuela y la militarización de América Latina y el Caribe. Pero estos
intentos han sido infructuosos. Es más, la Gran Recesión, a partir de 2008, ha
acelerado la tendencia.
Los subsidios
públicos a los combustibles fósiles alcanzan los 649.000 millones de dólares en
2015, diez veces el gasto federal para la educación. Pero Trump dio un salto
más. Colocó un gran
número de abogados y ejecutivos de la industria petrolera y automotriz en
puestos de alto rango de la administración. Nombró como primer Secretario de
Estado (Ministro de Exteriores) a Rex Tillerson, ex presidente de Exxon Mobil,
multinacional acusada de haberse beneficiado de la guerra contra Iraq para la
venta de petróleo o haber financiado el negacionismo del cambio climático
siendo una de las empresas del mundo que más ha contribuido al calentamiento
global.
En la
reciente pugna entre Rusia y Arabia Saudí, Trump, empujado por la industria
petrolera, anunció que llenaría la Reserva
Estratégica de Petróleo y tras el desplome de precios de abril dio la orden
de comprar hasta 75 mIllones de barriles.
La
Administración estadounidense también estaría estudiando pagar
a las empresas de petróleo por no extraerlo y dejar en el subsuelo unos 365
millones de barriles a disposición del Gobierno. Aunque esto es más complicado
de lo que parece. Parar la extracción es caro e implica la posibilidad física
de que el campo no se pueda reabrir. Esta secuencia de acontecimientos da
entender que el Gobierno de EEUU, a pesar de su apuesta petrolera, en realidad
tiene poca capacidad de maniobra.
El anuncio
de Trump en Twitter que “Nunca dejaremos caer a la gran industria de
petróleo y gas de EE UU. ¡He dado instrucciones al secretario de Energía y al
secretario del Tesoro para que formulen un plan que ponga a disposición fondos
para que estas empresas y empleos tan importantes estén asegurados en el
futuro!”, suena a respuesta desesperada por su pésima gestión de la crisis
sanitaria y su miedo a perder las próximas elecciones presidenciales. Incluso
pretende usar los programas de alivio económico del coronavirus, cuando
millones de estadounidenses están desempleados y con necesidades vitales sin
cubrir.
Se sabía
desde hace años que la burbuja financiera de las empresas del fracking
podría explotar y provocar una nueva crisis financiera global. Las políticas de
los bancos centrales han permitido que muchas empresas deficitarias hayan
seguido funcionando
Si Trump
subió al poder con su eslogan “make America great again”, que resumía su
alianza con las petroleras estadounidenses, la crisis de covid-19 le puede
pasar factura. La incidencia de la pandemia en los EE UU y sus efectos
económicos, como la quiebra de empresas del fracking, se está traduciendo ya en
un aumento terrible del desempleo. Además, esas quiebras y el desempleo
asociado se producen en zonas donde Trump ganó las elecciones de 2016. Ese
apoyo estaba condicionado, entre otras cosas, a la promesa de nuevos empleos.
Muchos de esos empleos estaban, directamente o indirectamente, vinculados al
“Big Oil”. Así pues, podría perder votos en Texas, Dakota del Norte, Virginia
Oriental, Pensilvania y Ohio. Además, en algunos de estos estados Trump ganó de
manera muy ajustada.
¿Otra vez
Wall Street?
Las
políticas de los bancos
centrales han permitido que muchas empresas hayan seguido funcionando. Se
trata del proyecto político de las élites de los EE UU en el escenario
postcrisis subprime, reforzado por Trump. Entre la Casa Blanca, las altas
finanzas y la compañías
energéticas han puesto en marcha los mecanismos financieros necesarios para
sostener todo el entramado de la industria fósil con el objetivo de reducir
importaciones y enriquecer aún más —si cabe— a la clase
de multimillonarios que pusieron a Trump en el poder. Esto se ha
complementado con el desmontaje de políticas de protección ambiental, los
planes de transición energética y el hostigamiento a los Estados díscolos, como
Irán o Venezuela.
Aun sabiendo
que la quiebra de las petroleras podría provocar unas enormes pérdidas o
incluso una nueva crisis, las mayores entidades financieras estadounidenses, JP
Morgan Chase, Bank of America, Citgroup y Wells Fargo, han financiado cada
una con más de 10.000 millones de dólares este peligroso negocio.
Sin embargo,
ahora los principales bancos, que han financiado esta industria contaminante,
están explorando la posibilidad de retirar la financiación y embargar los
activos de las compañías del fracking que no están devolviendo los
préstamos. El petróleo y el gas que pretendían extraer no desaparecen. Los
bancos pretenden quedarse con las reservas de los productores que han puesto
como garantía, creando sociedades de cartera e intentando esperar que pase la
tormenta y se recuperen los precios. Aunque esto está por ver.
Otros
actores financieros, que también tienen una posición fuerte en el sector, como BlackRock,
están pensando en una estrategia de desinversión. El mayor gestor de fondos del
mundo contaba con importantes participaciones en las grandes corporaciones
petroleras del mundo —ExxonMobil, Shell, BP y Chevron— y en el verano de 2019
presentaba unas pérdidas de 90.000 millones de dólares por sus inversiones en
combustibles fósiles. Por ello se postula de repente como nuevo paladín del
Pacto Verde Europeo (Geen
New Deal) gracias a la ayuda de la Comisión Europea.
El impago de
la deuda de las empresas de petróleo y gas en EE UU es un ejemplo flagrante de
un sistema económico altamente financiarizado y un modelo empresarial basado en
el endeudamiento
a bajos tipos de interés. En el mundo, el volumen de la deuda de las empresas
alcanzó un máximo histórico en términos reales de 13,5 billones de dólares a
finales de 2019, impulsado por políticas
monetarias. En todo este tiempo, la calidad general de la deuda corporativa
se derrumbó, según un nuevo
informe de la OCDE.
¿Cómo puede
afectar la caída del precio del petróleo?
El impacto
de los “bajos” precios del petróleo se sentiría sobre todo en los EE UU. Lo que
valida la estrategia saudí: el colapso de los precios por la sobreoferta
eliminará a muchos productores estadounidenses del mercado, obligando a la Casa
Blanca a contribuir al ajuste a la baja de la producción mundial.
¿Habrán
conseguido Rusia y Arabia Saudí debilitar a la extracción estadounidense? ¿Se
hundirá allí gran parte de la industria petrolera? ¿Se verá un diálogo global
sobre la producción del petróleo y el precio como hace tiempo no se ha había
visto?
Según la Administración
de Información Energética de EE UU (EIA), el país podría volver a
convertirse en un importador neto de petróleo crudo y productos petrolíferos en
el tercer trimestre de este año y continuar así hasta la mayor parte de 2021.
Aunque unos precios “bajos” también podrían debilitar los regímenes
autoritarios de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes lo que tendría secuelas
para todo el Oriente Medio.
¿Cómo es la
“nueva normalidad”?
El problema
político que se nos plantea en el corto y medio plazo es el siguiente: a medida
que la demanda mundial de petróleo se tropieza y sectores como el turismo o
transporte aéreo sigan teniendo restricciones, las empresas ligadas a los
combustibles fósiles pedirán la intervención del Estado.
Como ya está ocurriendo con los rescates para los sectores vinculados al
capitalismo fósil: compañías petroleras
y automovilísticas,
líneas
aéreas, turismo,
etc.
El desorden
global refuerza los argumentos que se plantearon durante numerosas
movilizaciones sociales. El Covid-19, como detonante de una nueva crisis
global, nos aporta nueva vida y urgencia a las luchas de larga data contra la
globalización
En EE UU se
aprobó un paquete de estímulo económico de dos billones de dólares. De ellos
500.000 millones para salvar grandes corporaciones. La Reserva
Federal ha anunciado que comprará deuda de empresas por 750.000 millones de
dólares y existe el riesgo que una gran parte de todo este dinero beneficie a “Big
Oil”. La UE también está dirigida por tecnócratas y gobiernos fuertemente
capturados por los intereses que ponen el rescate de empresas contaminantes
antes que el interés general. El Banco
Central Europeo, por ejemplo, favorecerá a las grandes corporaciones, que
son las que más han contribuido a la gran crisis socioambiental a la que se
enfrenta el planeta, con su compra los bonos de deuda bajo el paraguas de la
expansión cuantitativa (Quantitative
Easing en inglés).
¿Qué
oportunidades alberga un declive energético?
Después de
las crisis del precio del petróleo de la década de 1970 siguieron décadas en
las que aumentó
el consumo de petróleo, así que no podemos esperar ningún cambio
progresista de esta caída del precio de petróleo. De hecho, desde la última
crisis global hace diez años no se ha hecho casi nada para reducir la demanda
de petróleo.
Las élites
del poder económico y financiero intentarán aprovechar la situación actual para
poner en práctica el conocido manual
del capitalismo del desastre. Los gobiernos y muchos medios seguirán
fingiendo que los fondos de "reconstrucción” en respuesta a la covid-19
servirán para recuperar el crecimiento a toda costa, cuando en realidad
empeoran las perspectivas. Tipos de interés negativos fruto de enormes burbujas
monetarias, rescates “trillonarios” con dinero público sin los mínimos
criterios medioambientales o sociales —más bien lo contrario—, especuladores
pagando porque no les entreguen las materias primas que han comprado, etcétera.
Son tantas disfunciones que es inevitable buscar un sistema diferente antes de
que el actual implosione. El reciente episodio de especulación financiera por
un lado y de límites físicos por otro explica muy bien la necesidad de decrecer
económicamente.
El desorden
global refuerza los argumentos que se plantearon durante numerosas
movilizaciones sociales. El covid-19, como detonante de una crisis global que
viene de lejos, nos aporta nueva vida y urgencia a las luchas de larga data
contra la globalización, desde las políticas de comercio e inversión hasta la
especulación financiera, la agricultura industrial y la deuda externa, para
reivindicar la protección de la vida como eje central de nuestras sociedades.
En
definitiva, como sociedad tenemos la gran tarea de evitar que se vuelva a
repetir la “salida” de la Gran Recesión que ha sostenido las tasas de
beneficios de los grandes capitales a costa de incrementar la explotación de
las mayorías sociales, y especialmente de las mujeres y las clases populares
—rescates del capital financiero con ayudas públicas, recortes sociales y
salariales, reformas laborales— y de la naturaleza.
Tenemos la
gran tarea de evitar que se vuelva a repetir la “salida” de la Gran Recesión
que ha sostenido las tasas de beneficios de los grandes capitales a costa de
incrementar la explotación de las mayorías sociales
Los
movimientos por la justicia climática deben hacer la máxima presión para evitar
estos rescates de la industria fósil y conseguir que todas las ayudas públicas
por la covid-19 estén condicionadas a una profunda transformación
socioambiental.
Si se
cumplen las previsiones y la demanda de carburantes se reduce este año en 9,3
millones de barriles al día respecto a 2019 esto sería bueno para el clima. Aun
así, se seguirán quemando a diario cerca de 89 millones de barriles que
emitirán unos 270 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera cada día. Además,
el sector tiene previsto gastar otros 335.000 millones de dólares en nueva
exploración y extracción de crudo. ¿No sería deseable dedicar este dinero a una
transición energética justa? Si de verdad queremos frenar la emergencia
climática y evitar nuevas pandemias, hay
que dejar la mayor parte del petróleo —y gas, carbón y uranio— bajo
tierra.
En vez de
salvar nuevamente a la industria
petrolera, los gobiernos deberían aprobar planes para su cierre paulatino.
Hay estudios
señalando que la juventud apoyaría medidas en este sentido.
Otra buena
medidas sería prohibir la inversión en combustibles fósiles, como sugiere el
informe "Banking
on Climate Change" en el que se denuncia que 35 bancos —entre ellos
BBVA y Santander— han financiado dicha industria con más de 2,7 billones de
dólares en los cuatro años transcurridos desde el acuerdo climático de París de
2015.
Preparémonos
ante el colapso fosilista
Aunque
cueste hacernos la idea, esta nueva crisis es la antesala del declive de la era
fósil y en esta década se producirá una quiebra energética mucho más profunda.
Los datos nos indican que no hay ninguna fuente energética alternativa que
pueda sustituir el petróleo convencional y, muchos menos, el conjunto de los
combustibles fósiles.
Tanto la
emergencia sanitaria y climática son una oportunidad para impulsar cambios
profundos. No sólo hay que invertir más en los servicios públicos y revertir
las privatizaciones, también relocalizar las economías, reducir el consumo,
volver a la planificación, regular y gravar fuertemente las corporaciones y
actores financieros, e incluso expropiar sectores vitales, recortar el gasto
militar y restituir nuestras deudas con el Sur global.
Para
garantizar una vida digna para todo el mundo, hay que redistribuir de arriba a
abajo, tanto los ingresos como la riqueza. Y este proceso debe ir acompañado de
una fuerte reducción y redistribución del tiempo de trabajo remunerado, y un
reparto equitativo de los trabajos de cuidados. Hay que erradicar la pobreza
como el factor más importante que crea miedo e incertidumbre. Por eso también
necesitamos un impuesto a las rentas altas para financiar la renta básica.
27/04/2020
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