25/10/2016
Opinión
El
sistema perdió porque 65% del electorado – la inmensa mayoría – se
abstuvo de sufragar. El mensaje es claro para ambos sectores del
duopolio.
Estas elecciones municipales fueron la crónica
de una muerte anunciada. Sabíamos que la abstención sería alta, y
existía una razonable dosis de certeza respecto de la baja electoral de
la Nueva Mayoría. Lo ocurrido el 23 de octubre no puede haberle
extrañado a nadie, a nadie que estuviese medianamente informado.
Los
grandes derrotados fueron el sistema, el gobierno y el duopolio.
Alguien dirá que el verdadero perdedor fue Chile, porque la abstención
superó el 65%, convirtiéndose en el hecho central de los comicios. Como
si fuese un imprevisto, inmediatamente se desataron los análisis y
explicaciones respecto de los porqué del ausentismo. En cuanto a su
significado, es claro: la inmensa mayoría de los ciudadanos no se
reconoce en ninguna de las dos alas del duopolio. Uno y otro bando reúne
apenas el 15% del electorado. ¿Será que se puede gobernar un país con
esa escuálida minoría?
Los inescrupulosos amantes del
consenso ¿repararon en que el duopolio unido representa apenas un 30% de
la opinión ciudadana? ¿Será que se puede gobernar el país con el apoyo
de menos de un tercio del electorado? Sin contar con las sanguinolentas
divisiones de cada partido y de cada coalición.
Por otra
parte, ¿se puede responsabilizar a los ‘abstencionistas’ por la sonada
derrota de la Nueva Mayoría? Si hubiese participado el 90% del padrón
electoral, ¿los resultados hubiesen sido diferentes?
Acreditar
esta versión sería un vano intento de tapar el sol con un dedo: es
claro que el gobierno y la Nueva Mayoría son los causantes de su propia
debacle electoral y responsables de la alta abstención. ¿Aquellos que
sugieren el voto obligatorio –patética ‘solución’– llevarán la frescura
hasta imponer el voto obligatorio por el duopolio?
Si se
mira el caso de Argentina, en donde el voto es obligatorio, se constata
el mismo fenómeno: abstención, votos nulos y blancos progresan. La
cuestión de fondo no es la voluntad ciudadana sino la delicuescencia de
la clase política. Para ese mal el remedio es una cura de decencia, de
probidad, de honradez, y en Chile ese remedio mataría al enfermo.
El comentario de un lector del diario El Mercurio da en el clavo:
“A
los que no votamos por segunda vez, no nos va a convencer un populista y
menos Lagos. El factor que ninguno de estos iluminados analistas
considera es el recambio de rostros, que se vayan todos estos niños
símbolos de todo lo malo de la política, Lagos, Bachelet, Piñera, Frei,
Navarro, Girardi, Escalona, Tohá, etc. Alejandro Guiller tampoco va a
convencer a nadie pues es otro más de la Nueva Mayoría, esto es lo que
tienen que considerar para la presidencial: gente nueva y no estos que
nos gobiernan y salen todos los días en la tele, pero no muestran sus
manos”.
Suscribimos las palabras de algunos comentaristas
de prensa cuando expresan que no son partidarios del voto obligatorio,
pero explicitan que la falta de enseñanza de la educación cívica en
escuelas y colegios está dando sus frutos y si, además, se sigue
reduciendo las horas de enseñanza de Historia y se elimina la asignatura
de Filosofía, más pronto que tarde “terminaremos como los mandriles”
(sic).
¿Se da cuenta? El problema es de fondo. El panorama
no cambiaría sustancialmente con el voto obligatorio. Muchos culpan a
los rostros, a los mismos de siempre (que obviamente tienen altos grados
de responsabilidad en el fracaso), pero omiten referirse a lo
fundamental: al salvaje sistema neoliberal, verdadero desastre que
aqueja a Chile con su cortejo de corrupción, incuria, incompetencia,
desenfado y falta de escrúpulos.
Más allá de cualquier
disquisición, estas elecciones fueron una encuesta de tamaño real, un
anticipo de lo que sucederá en las elecciones parlamentarias y
presidencial del año venidero. La prensa ya no puede inventar
“popularidades” ni “apoyos” ni “liderazgos” inexistentes.
“Hay
que escuchar a la ciudadanía”, dijo Ricardo Lagos una vez conocida la
derrota del oficialismo. Con la rapidez del rayo Lagos aprovechó la
ocasión para presentarse como el líder natural que su coalición
requiere. Pero la gente ya no le cree ni a él ni a su coalición. Lagos
mintió lo mismo, con las mismas palabras, antes de la segunda vuelta
electoral el año 1999, cuando escuchó sólo al empresariado.
En
la Nueva Mayoría se oía ayer un lamento repetido hasta la saciedad. Los
dardos eran disparados contra quienes –durante meses– criticaron y
aportaron ideas vía las redes sociales: “Los de derecha votan y
controlan al país. Los ‘revolucionarios’ no votan, y siguen creyendo que
‘unidos jamás serán vencidos’”.
Quienes poseen cierto
grado de información, replican que quienes en la Nueva Mayoría pretenden
contar con el apoyo de la izquierda –independientemente de los robos,
corrupciones y traiciones diarias de la coalición oficialista– ‘están
fumando opio’.
La respuesta la recibieron el 23 de
octubre. Clara, neta y rotunda. Hay que ser muy inconsciente para decir
que se trata de “un llamado de atención”. El castigo ciudadano fue
potente, y toca no sólo al oficialismo sino –como queda dicho– al
duopolio.
En cualquier análisis es preciso considerar un
elemento relevante: hubo muchos candidatos ‘independientes’ que
triunfaron desde esa trinchera. Otra señal del nivel de deterioro en que
se encuentran los partidos políticos que esquilman el país y su erario.
El
escritor Jorge Baradit manifestó: “El electorado NM (Nueva Mayoría) e
izquierda castigó a sus corruptos. El de la Alianza no”. La diferencia
entre la ‘centro’izquierda’ y la ‘centro-derecha’ radica pues en que
esta última es más caradura.
Arturo lo escribió hace poco:
a la derecha la une un objetivo común, mientras la ‘izquierda’ no
cuenta con un objetivo común para el archipiélago en que se ha
convertido. Carece incluso de programa, lo que facilita que en el bloque
de gobierno se impongan los intereses de sectores de derecha como el
PDC y el PPD.
Esa factura, tarde o temprano, la cobra el
pueblo. De ahí la abrumadoramente mayoritaria abstención, que permite
que el 30% del padrón electoral elija las autoridades comunales del
país.
Desde ahora y hasta el año 2020, en materia
municipal, una parte de esa minoría sonríe y se abraza porque
administrará buena parte de los 345 municipios del país, mientras la
otra parte rasga vestiduras y vierte cenizas sobre sus cabezas.
Entretanto, en el Chile profundo, fuerzas tectónicas de inigualada fuerza preparan un terremoto.
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