Muy
probablemente antes que los latinoamericanos, el gobierno estadounidense pudo
identificar la importancia estratégica y moral que tenía Colombia. Por eso el
Plan Colombia, y por eso con toda desfachatez el senador relator de la ley que
proponía dicho Plan en el Congreso norteamericano, Paul Coverdell, sostenía que
controlar Colombia era controlar Venezuela y Ecuador y era controlar las
puertas de las cuencas de Orinoquía y Amazonía.
Mariátegui
11/10/16
Por Fernando Esteche*, PIA.-
Martes,
Octubre 11, 2016
“Para controlar a Venezuela es necesario intervenir militarmente a
Colombia” dijo Coverdell en el año 2000, a poco de iniciado el primer gobierno
de Chávez. Ese mismo año, el senador yanqui publicaba en el Washington Post una
nota titulada “Comencemos por Colombia” donde expone claramente los objetivos y
el plan de trabajo injerencista para Colombia.
Muchas han sido las reflexiones que dispararon los ahora descubridores
de los dolores de Colombia, y de las promesas de Colombia, y de la falta que
nos hace Colombia; todas apresuradas y urgentes frente a lo que se han animado
a definir como una catástrofe o una gran derrota de la Paz. La Paz es esa
situación que hace más de cincuenta años, por ser generosos, en Colombia ha
mudado.
En un artículo anterior que recomendamos siempre, “La Paz como Victoria
y el compromiso de los Patriotas Nuestroamericanos” publicada en este portal,
intentábamos mensurar la importancia estratégica del país y señalábamos que:
La violencia ha sido un elemento estructurante, constituyente y
articulador de la historia y el presente político colombiano; ante las
dificultades del Estado de construir el monopolio de la fuerza producto de su
inestabilidad hegemónica que seguramente tiene motivaciones tanto en la
debilidad de la alianza de clases dominantes como en la imposibilidad de
imponerle a las clases populares una forma de producción política que
reproduzca la normalidad y el orden que las elites colombianas pretenden.
Pero para intentar ensayar una explicación del resultado electoral del
plebiscito debemos antes identificar las causas del conflicto armado.
Hay motivos inocultables que produjeron esta situación de guerra
política, de conflicto armado. Uno es la cuestión agraria, la concentración y
enajenación de la tierra, el despojo.
Otro motivo que se desprende del anterior es la confiscación de la
política por parte de esa misma oligarquía que se apropia de las tierras,
enquistada en el Estado, produce una continua cerrazón política expulsando de
la posibilidad de disputar el gobierno a las clases populares. El Frente
Nacional será la expresión paradigmática de esta confiscación de la posibilidad
de acceder al gobierno a manos de las élites.
El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán es la expresión por antonomasia de
la cerrazón política de la que hablamos. El tercer elemento es el narcotráfico,
que no solo suministrará recursos para la guerra contra las clases populares,
construirá el paramilitarismo, será el argumento, además, la excusa moral, para
el injerencismo y el intervencionismo norteamericano a través del Plan
Colombia. Y el elemento fundamental que será paraguas de todo lo anterior es la
colonización del Estado por parte del imperialismo norteamericano. (“La Paz
como Victoria y el compromiso de los Patriotas Nuestroamericanos”)
Estando claro lo expuesto y con los antecedentes de los desarmes del
EPL, del M19 y del genocidio sobre la Unión Patriótica, las trampas de El
Caguán y tantas y tantas experiencias fallidas donde ganó la violencia, ganó el
antipueblo, ganó la civilización que proscribe a los pobres con sus aparatos de
construcción civilizatoria: el ejército, los medios de comunicación y el
sistema político excluyente.
Pero lo cierto es que las condiciones políticas y militares han cambiado
para siempre en Colombia a partir de estas conversaciones y de los acuerdos
bilaterales a los que se arribaron.
Podrá uno con buena voluntad acusar al clientelismo político o al
encantamiento en una disputa por los sentidos donde perdió la sensatez; podrá
uno echar responsabilidades sobre estas cuestiones. La verdad es que los
sectores urbanos a los que el conflicto les resulta simplemente una referencia
en una fugaz noticia periodística se han manifestado no sólo en contra de la
Paz sino en contra de la Insurgencia y en contra del presidente Santos.
Lo cierto es que el No a los Acuerdos es la impugnación a la posibilidad
de reinserción política de la insurgencia. Y lo cierto es que el conflicto con
la insurgencia a estos sectores urbanos no les afecta demasiado en su
cotidianidad; cotidianidad que es vivir con peaje permanente y para todo, peaje
que le pagan a los narcos en las ciudades. Lo cierto es que hay una porción de
la población que uno podrá cuantificar como mayor o menor pero que es
tributaria de este estado colombiano colonizado por los norteamericanos donde
se le pide permiso a los narcos para poner un comercio o construir una casa, un
país con ocupación militar norteamericana concreta, un país rico servido en
plato de porcelana a otros para que lo disfruten. Es el sector de la población que
disfruta a penas con las migajas del festín depredador.
Los argentinos construimos nuestra paz con la consigna Memoria, Verdad y
Justicia, luego de la confiscación de la política y luego de un genocidio. En
Colombia eligieron otro camino, hablaron de Reconciliación. Es un camino a “la
sudafricana” con la diferencia que en Sudáfrica no hubo manera de excluir a la
población negra proscripta no sólo de la nueva Sudáfrica sino del gobierno
mismo. En Colombia tanto la oligarquía que expresa el presidente Santos como
los sectores transnacionalizados expresados por el ex presidente Uribe
desprecian y deploran a la insurgencia y a los sectores que la misma
reivindica.
Los más condescendientes dirán que la responsabilidad de la violencia
que generó tantas víctimas se halla en una entelequia a la que nombrarán para
no nombrar a nadie: “el conflicto”, la culpa la tendrá “el conflicto”. La
derecha más transparente dirá claramente que la culpa es de “la insurgencia” a
la que no está dispuesta a perdonar ni tolerar.
Lo que está absolutamente negado como posibilidad es que los gobiernos y
aún el Estado colombiano tengan alguna remota responsabilidad sobre esa
violencia. Curiosa victoria cultural para una sociedad
tan atravesada de operaciones estatales y paraestatales de violencia.
La Paz es para Santos lo mismo que la guerra para Pastrana y Uribe,
simplemente una mueca con lo que creen poder asegurarse caudal electoral, por
eso las urgencias inexplicables de uno y otro.
Pero dijimos más arriba que Todo cambió en Colombia. Las condiciones
mismas de una insurgencia que ha podido entreverarse en debates nacionales
asamblearios, que ha intervenido en la vida política con propuestas,
reflexiones, alternativas es una insurgencia que se hizo oír más allá de la
propaganda armada, que ha dado muestras inocultables de que está dispuesta a la
paz, de que ese es su objetivo. Y es una insurgencia que ha quedado ahora no
sólo expuesta en términos de seguridad propia, sino limitada seguramente a la
hora de pensar en cómo continuar la guerra. Porque no olvidemos que a pesar de
Clausewitz lo cierto es que la política es la continuidad de la guerra y no a
la inversa. Y la insurgencia colombiana que ha padecido arteros y durísimos
golpes, ha estado haciendo política.
Por otra parte hay que pensar cuál será la forma que planteará este
gobierno para sortear la oferta de la guerra y seguir con la política. No nos
cabe duda que un gobierno en manos del uribismo pastranismo resuelve sin más
esta ecuación lanzando incontables bombardeos sobre campamentos y poblaciones,
planteando el aniquilamiento. Pero hoy hay una experiencia recorrida como
pueblo donde se puso en debate el proyecto nacional. Una cosa es ese 30% del
electorado, mitad del cual se expresó fanáticamente por el No. Y otra cosa es
el 70% restante, que por desidia o por compromiso quiere, sabe y puede vivir de
otra manera, en la política.
No hay paz sin justicia sentenciaba Benito Juarez. Y a Colombia se le
ofrece una Paz con injusticia, con ocupación imperial, sin soberanía política.
Coltan, cuencas petrolíferas, tierras raras, acuíferos, biodiversidad,
cuenca Pacífico, mucha es la riqueza de la nación colombiana. La única
explicación por la cual no puede disfrutarla su pueblo es la política, es que
la disfrutan otros, los pocos, los cipayos. De nuevo busquemos los orígenes de
la violencia.
En un tiempo en que claramente el imperialismo norteameicano está
operando un redespliegue político, comercial y militar sobre la región
nuestroamericana, en tiempos de reveses políticos en Argentina y Brasil, con
Venezuela jaqueada por una guerra abierta de sabotaje, en tiempos de Alianza
del Pacífico; Colombia enfrenta su destino que en planes de los yanquis es
simplemente ser su portaaviones, su fuente de recursos, y el ariete de
contención y condicionamiento de Venezuela y Ecuador. En planes de su pueblo y
de nuestros pueblos el destino de Colombia es recuperar la soberanía popular
para construir una patria que merezca ser vivida.
Aturden tanto los guarismos de una elección no obligatoria,
condicionada, atrapada en una guerra de cuarta generación, como el luctuoso
tableteo de la artillería o los bombardeos sorpresivos de la guerra
convencional. Vale la pena hacer el ejercicio de despabilarse y poder encontrar
la inmensa tarea que se ha hecho en estos años de conversaciones en La Habana y
el dinamismo que en la diáspora colombiana como en la propia Colombia se le
imprimió a las luchas populares en la construcción de sus derechos. Inmensa y
trabajosa tarea que pareció hipotecarse en urgencias ajenas a las necesidades
de la hora y donde sorpresivamente se salió del debate del proyecto nacional
para limitar el debate por la Paz a la administración del desarme de la
insurgencia y la rehabilitación ciudadana de la guerrillereada.
Ganó el No. Eso no significa que la insurgencia corre a sus campamentos
a repensar una estrategia militar sino que estará pensando una estrategia
política, pero con las armas en mano para que los oscuros heraldos del uribismo
pastranismo no puedan saciar su sed, también para defender a las poblaciones de
paracos al servicio de terratenientes voraces, para defenderse y porque las
razones por las cuales se alzaron en armas primero como autodefensas y luego
como ejército no han cambiado en todas estas décadas.
Sobre el final del borroneo de estas cuartillas se publicó la noticia
del comunicado de Santos donde anunciaba un fin del cese bilateral del fuego
para fines de mes. A la vez le era otorgado el Premio Nobel de la Paz.
Se abre en Colombia un montaje que con el pomposo título de Dialogo
Político sientan a personajes guerreristas pretéritos, verdaderos ganadores del
plebiscito, como los ex presidentes Uribe y Pastrana.
Pastrana fue quien a expensas de los Diálogos del Caguán intentó el
magnicidio sobre Marulanda y fracasado esto arremetió con el PLAN PATRIOTA
pentagonal, una táctica de sofocación y aniquilamiento de la insurgencia que
causó estragos en la población civil, con sus miles y miles de muertos y desplazados,
operado inmediatamente después de estar hablando de Paz.
Si es entonces el sistema político de Pastrana-Uribe-Santos el espacio
en el cual se va a discutir las posibilidades de paz estable y duradera,
Colombia enfrenta una nueva frustración. Santanderistas de traje y corbata que
pretenden proscribir no sólo a la insurgencia sino a todo un pueblo
bolivariano. Si no se discute un nuevo marco constituyente que asegure la
soberanía popular, la disposición nacional de los bienes comunes, la descolonización
del estado incluyendo las FF.AA., el fin del Plan Colombia y la
desmilitarización paraestatal mafiosa que acomete el trabajo sucio de la
guerra; la insurgencia está ante el enorme desafío de sortear esta nueva trampa
y construir una propuesta política unitaria con los sectores nacionales y
populares que pueda recuperar la política y la soberanía para el pueblo.
* Fernando Esteche es Dr. en Comunicación Social, Profesor Cátedra
Relaciones Internacionales y Comunicación, Facultad Periodismo y Comunicación
Social, Universidad Nacional de La Plata, Argentina, y Secretario Político del
MPR Quebracho.
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