24/10/2016
| Eric Blanc
Introducción
Desde la publicación de El Estado y la
Revolución de Lenin en 1918, las ideas del teórico socialista Karl Kautsky
sobre este tema se han asimilado habitualmente con la defensa de una
utilización gradualista del estado capitalista para llevar a cabo la
transformación socialista. El influyente panfleto de Lenin ha arrojado una
larga sombra tras de sí, llevando a muchos estudiosos y socialistas a asumir
que el defecto fatal del socialismo de la II Internacional era una apreciación
no-marxista del poder del estado.
El argumento afirma que el llamamiento de los
líderes bolcheviques a destruir el Estado capitalista constituyó una ruptura
pionera respecto de la posición dominante en la socialdemocracia “ortodoxa” (i.
e., marxismo). Según una reciente explicación, "la práctica de estos
partidos socialistas [de la II Internacional no-bolchevique] estaba informada
por una importante ruptura con la teoría del Estado de Marx". Se culpa a
Kautsky de este desarrollo, pues supuestamente "desconsideró la crítica de
Marx al Programa de Gotha y la crítica similar de Engels al Programa de Erfurt,
en las que se insistía en que era un serio error que el partido alemán afirmara
que la transición al socialismo podría llevarse a cabo sin destruir el viejo
Estado por medio de una revolución"/1.
Como ha demostrado claramente el pionero trabajo de
Ben Lewis sobre Kautsky, esa crítica es en realidad incorrecta y oculta de
forma problemática las verdaderas perspectivas sobre el Estado de los
socialdemócratas revolucionarios de Alemania, la Rusia zarista y más allá/2.
Apoyándome en y desarrollando algunos de los descubrimientos de Lewis, mostraré
que la “ortodoxia” de la primera socialdemocracia representaba una estrategia
anticapitalista rupturista que tenía más en común con la orientación de la
Internacional Comunista inicial que con el reformismo y la colaboración de
clase posteriores a 1914.
Aunque Kautsky adoptó una posición distinta sobre
el poder del Estado tras 1910, su primera orientación —i. e., la estrategia con
la que se formó toda una generación de marxistas revolucionarios, incluido
Lenin— rechazaba la posibilidad de una utilización pacífica del Estado
capitalista y exigía la destrucción del ejército permanente. En línea con el
modelo de la Comuna de París de 1871, la “ortodoxia” propugnaba una república
democrática encaminada no sólo al derrocamiento de las monarquías sino a
establecer un gobierno obrero. A diferencia del propio Kautsky, los marxistas
más coherentes en el Imperio Ruso mantuvieron esta posición radical durante la
revolución de 1917.
Además, leer la historia anterior a 1918 con las
lentes de El Estado y la Revolución de Lenin ha desviado
problemáticamente nuestra atención del examen de los principales debates
estratégicos entre los marxistas del Imperio Ruso a lo largo de todo el año de
1917. Bajo el absolutismo zarista, no había grandes conflictos en torno a la
transformación gradual del Estado, porque virtualmente todos los
socialdemócratas veían la necesidad de derrocar el régimen absolutista zarista/3.
Tras el derrocamiento del zarismo en febrero de 1917, la cuestión definitoria
del poder político fue si formar o no un gobierno de coalición con la burguesía
o implantar algún tipo de régimen independiente de obreros y campesinos. Y
sobre esta cuestión —el principal punto de discusión política durante la
revolución de 1917— la socialdemocracia revolucionaria estaba inequívocamente
posicionada con una línea de clase definida.
Fueron los reformistas —incluyendo al Kautsky
posterior a 1909— los que rompieron teórica y/o prácticamente con la inveterada
posición “ortodoxa” sobre el Estado capitalista y la revolución obrera durante
1917-23/4. Aunque el enfoque revolucionario marxista hegemónico
evolucionó tras la Revolución de Octubre, las continuidades políticas son
mayores que las divergencias con las posiciones iniciales de Kautsky sobre el
Estado y la revolución. A pesar de cualquier crítica que se le pueda hacer a la
primera socialdemocracia revolucionaria, demostró ser una base política lo
suficientemente anti-sistémica como para que los bolcheviques y los socialistas
finlandeses dirigieran las primeras tomas del poder anticapitalista del siglo
XX.
La influencia de Kautsky en la Rusia zarista y en
Alemania
Si la práctica política es el criterio último de la
teoría revolucionaria, entonces la estrategia de Kautsky debería ser juzgada
por las prácticas políticas concretas de los partidos que trataron de aplicar
esta perspectiva. Y para ver cómo era en la práctica un partido dirigido por
marxistas “ortodoxos”, se debe examinar el Imperio ruso, no Alemania.
En ningún lugar del mundo fueron más populares e
influyentes los escritos de Kautsky que en los territorios gobernados por el
Zar ruso, donde sus obras sirvieron efectivamente de base para los partidos
marxistas más radicales de entre todas las nacionalidades. Kautsky era
particularmente importante sobre todo en el Imperio zarista porque el interés
por la política revolucionaria era allí muy alto. Lenin señaló este fenómeno en
El Estado y la Revolución:
"No en vano algunos socialdemócratas dicen,
bromeando, que Kautsky es más leído en Rusia que en Alemania. (Digamos, entre
paréntesis, que esta broma tiene un sentido histórico más profundo de lo que
sospechan sus autores: los obreros rusos, que en 1905 reclamaban, con avidez
extraordinaria, nunca vista, las mejores obras de la mejor literatura
socialdemócrata del mundo y que recibieron traducciones y ediciones de esas
obras en cantidades nunca vistas en otros países, trasplantaron, por así
decirlo, rápidamente al joven terreno de nuestro movimiento proletario, la
enorme experiencia del país vecino, más adelantado)."/5[27:112-113]
Como Lenin insinúa, los escritos de Kautsky
tuvieron más impacto en el Imperio zarista que en el propio Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD). Es esencial subrayar este punto desde el
principio, puesto que las teorías de Kautsky han sido frecuentemente culpadas
de causar y/o reflejar el abandono del partido alemán de la política
revolucionaria, que culminó en el apoyo a la I Guerra Mundial y sofocando la
revolución alemana de 1918-23.
Según Paul Blackledge, por ejemplo, Kautsky "subordinó
toda la política al parlamentarismo para excusar la forma en la que la
socialdemocracia alemana quedó atada al estado capitalista alemán en las
décadas anteriores a 1914"/6. Tal interpretación
diagnostica de forma fundamentalmente incorrecta el contenido de la política
inicial de Kautsky y las razones de la degeneración del SPD. En realidad, la
dirección del SPD, al menos desde 1906 en adelante, no estaba compuesta por
socialdemócratas “ortodoxos” sino por un funcionariado a tiempo completo
del partido, de los sindicatos y funcionarios parlamentarios, recelosos de la
teoría socialista en general y de los escritos de Kautsky en particular.
Como ha explicado Gilbert Badia, "la nueva
dirección del partido (y aún más la de los sindicatos) demostró indiferencia y,
ciertamente, un creciente desconfianza hacia la “teoría política” y hacia los
que la planteaban abiertamente"/7. En 1909 —mucho antes de las
capitulaciones históricas del SPD— la influencia política de Kautsky en el
partido estaba en franco descenso. En palabras del historiador Hans-Josef
Steinberg, la historia de la socialdemocracia de 1890 a 1914 es "la
historia de la emancipación de la teoría en general"/8.
El pragmatismo “no-teórico” de la burocracia del
SPD, combinado con sus definidos intereses materiales como casta de
funcionarios, facilitó una absorción inconsciente de liberalismo burgués y la
práctica integración en el Estado capitalista. Por encima de todo fue la
emergencia de este funcionariado conservador (y a-teórico) lo que transformó el
partido alemán, como a tantos otros de sus equivalentes europeos, en un sostén
del parlamentarismo burgués. Para esta dirección del SPD carente de principios,
importaba poco que su decisión de apoyar la I Guerra Mundial en 1914 y de dirigir
una república capitalista en alianza con la burguesía tras 1918 violara
flagrantemente las posiciones tradicionales defendidas por Kautsky y la SPD en
su conjunto/9. Que finalmente Kautsky cediera a la presiones de la
burocracia del SPD tras 1909, rompiera con sus anteriores posiciones y se
opusiera activamente a la Revolución de octubre no debe llevarnos a ignorar lo
que realmente dijo e hizo antes de este momento.
Es esencial clarificar el contenido de la posición
de Kautsky sobre el Estado y la revolución para entender por qué la orientación
radical de los marxistas de la Rusia imperial no se debía a una incomprensión
de la naturaleza de la “ortodoxia” de la II Internacional.
Kautsky vs. revisionismo
Es algo más que una pequeña ironía que Kautsky sea
hoy habitualmente asociado con una visión gradualista de la transformación
socialista, dado que sus contemporáneos lo veían como el adversario más
destacado de exactamente la posición contraria. En el progresivo debate de la
II Internacional entre la “ortodoxia” y el “revisionismo” sobre la conquista
del poder, Kautsky fue sin duda el teórico más influyente de un enfoque
rupturista.
La posición de los reformistas era clara. Muchos
negaban hasta la necesidad de los obreros de tomar el poder: la igualdad social
y la justicia, se decía, podrían ser alcanzadas por medio de la extensión
gradual de los derechos democráticos, los servicios públicos y las
organizaciones de la clase obrera (sindicatos, cooperativas, etc.). Otros
“revisionistas” estaban a favor de la toma del poder por los obreros pero
afirmaban que tal objetivo sólo podría tener lugar pacífica y gradualmente, y
por medio de elecciones en las instituciones democráticas existentes. En
condiciones de libertad política y democracia parlamentaria no había necesidad
de una revolución. Como célebremente declaró el teórico reformista Eduard
Bernstein, "el objetivo final del socialismo, sea cual sea, no
significa nada para mi; el movimiento mismo lo es todo"/9.
Aunque los marxistas del imperio ruso acusaban rápidamente
a sus adversarios fraccionales de “revisionismo”, el lector debe tener en
cuenta que este debate sobre la transformación del Estado capitalista era, en
gran medida, irrelevante para el contexto inmediato del zarismo. En ausencia de
libertad política o de un parlamento, todos los partidos marxistas ilegales de
aquel momento estaban de acuerdo en que el Estado existente debía ser destruido
por medio de un revolución violenta. En 1903, el Partido Socialista Polaco
(PPS) señalaba que, a diferencia de Europa occidental, "los partidos
socialistas de todas las nacionalidades en Rusia están de acuerdo en que el
primer paso debe ser llevar a cabo una revolución violenta que acabe con el
principal obstáculo: el zarismo"/11. Como Kautsky explicó en 1904,
las posiciones tácticas particularmente cautas que defendía para Alemania no
eran necesariamente relevantes para el contexto absolutista del zarismo ruso,
donde los obreros "se encontrarán en un Estado en el que no tienen nada
que perder salvo sus cadenas"/12.
Hasta febrero de 1917, la principal controversia
sobre el poder del Estado en la Rusia imperial fue entre la llamamiento
socialista a implantar una república democrática por medio de la lucha armada y
la defensa liberal de una monarquía constitucional y una pacífica táctica de
presión. Sólo después de febrero de 1917 y de la constitución del gobierno
provisional, se hizo urgente en la mayor parte del Imperio la cuestión cómo
relacionarse con un gobierno burgués.
Frente al absolutismo zarista, no sorprende que
fuera sólo el Gran Ducado autónomo de Finlandia —la única zona del imperio ruso
con un parlamento, relativa libertad política y un partido socialista legal—
donde las perspectivas “revisionistas” del Estado fueran influyentes y una
cuestión de práctica política. Antes de la revolución de 1905, el partido
obrero finlandés era abiertamente reformista; los marxistas “ortodoxos” eran
una rareza y el colaboracionismo de clase era hegemónico. De modo que el
programa fundacional de 1899 del Partido de los Obreros de Finlandia (cuyo
nombre fue cambiado al de Partido Socialdemócrata Finlandés en 1903) rehuyera
hacer un llamamiento a la conquista del poder; en su lugar, sus líderes
expresaron la necesidad de "luchar por la participación en el
poder en el ámbito comunal y estatal"/13.
La “ortodoxia” marxista estaba duramente enfrentada
a perspectivas tan moderadas. La clase obrera, afirmaba, sólo podía liberarse a
sí misma y a los oprimidos tomando todo el poder político. En esta
línea, el programa fundacional de 1892 del Partido Socialista de Polonia
declaraba que se fijaba "como su objetivo principal la conquista del
poder político para el proletariado y por el proletariado"/14.
Según Kautsky, el poder del Estado no podía ser
compartido entre explotados y explotadores por la profundidad de su antagonismo
de clase. Una conquista gradual del poder político por el proletariado era
imposible: "La idea de una conquista gradual de los varios
departamentos de un ministerio por parte de los socialdemócratas no es menos
absurda que el intento de dividir el acto de nacer en un número consecutivo de
actos mensuales"/15. El programa fundacional de la
socialdemocracia del Reino de Polonia de 1900 resumía sucintamente el consenso
“ortodoxo”:
"El Estado es hoy una organización que está
al servicio del capital, cada movimiento suyo está dictado por los intereses
del capital; los gobiernos de hoy sólo aplican la voluntad de la clase
capitalista. La tarea de la clase obrera, por tanto, debe ser abolir esta forma
de estado, arrancar el estado de manos del capitalismo, transformarlo de un
modo tal que pueda empezar a servir a los intereses del pueblo. Sólo rompiendo
el poder político del capitalismo, sólo derrotando al estado político, podrán
los obreros lograr su objetivo: la abolición de la explotación, asegurar el
bienestar de toda la masa del pueblo trabajador"/16.
Rechazando la defensa de Bernstein de una
transición gradual al socialismo, Kautsky y otros radicales, afirmaban que los
obreros sólo podrían tomar el poder del Estado y acabar con el capitalismo por
medio de una ruptura revolucionaria. Tal ruptura era necesaria para derrotar “por
medio de una lucha decisiva” la inevitable resistencia de la clase
dominante/17. Como tantos otros socialistas del imperio, el marxista
polaco Kazimierz Kelles-Krauz elogió el influyente panfleto de Kautsky de 1902,
La revolución social, por haber iniciado una discusión socialista seria
sobre la conquista proletaria del poder/18. Ciertamente, el extenso
panfleto de Kautsky fue casi inmediatamente traducido, re-publicado e
ilegalmente distribuido por la mayoría de los partidos marxistas más radical
del imperio zarista.
Crítica de la democracia burguesa
La insistencia de Kautsky, y de quienes pensaban
como él, en la necesidad de la revolución estaba vinculada con su crítica a la
democracia burguesa y capitalista. Según la “ortodoxia” socialista, la clase
capitalista había dejado de defender de forma consecuente la democracia (y
menos aún luchar por ella). El marxista “ortodoxo” finlandés Eduard Valpas declaró
típicamente que "la burguesía no tiene actitud democrática alguna"/19.
Dadas las políticas cada vez más antidemocráticas de la burguesía, la lucha por
la democracia situaría al proletariado una trayectoria de enfrentamiento con el
poder capitalista.
En opinión de Kautsky, las democracias
parlamentarias bajo el capitalismo eran fraudes corruptos respecto a la
democracia real y del verdadero parlamentarismo. Una razón era que la
influencia social y económica de los capitalistas socavaba mortalmente el
proceso democrático:
"La burguesía ansía usar todos los medios
que ofrece la república para suprimir al proletariado. Se dedica al tan
cacareado “timo a los obreros” en el más alto grado […] corrompiendo
sistemáticamente a las masas, inundando el país de prensa sobornable
comercialmente, comprando votos en elecciones, ganándose a líderes obreros
influyentes […] Donde más efectivos son estos esfuerzos es en la república"/20
No menos contradictorio con la democracia era el
aumento de la burocracia estatal, lo que Kautsky llamaba “parasitismo
burocrático”. La proliferación de "categorías superfluas de
funcionarios" y el cada vez mayor poder de las instituciones ejecutivas y
no electas socavaba el poder de los parlamentos democráticamente elegidos/21.
De modo que Kautsky afirmaba que "una de las más importantes tareas de
la clase obrera en su lucha por alcanzar el poder político es, no eliminar el
sistema representativo, sino romper el poder del gobierno que se halla frente
al parlamento"/22. En línea similar, el Programa de Erfurt
—como los siguientes programas marxistas revolucionarios en Rusia— exigían que
todos los funcionarios fueran elegidos y la institución de un amplio
auto-gobierno local.
Todavía más amenazante para la democracia, según
los marxistas “ortodoxos”, era la expansión masiva de las fuerzas armadas del
Estado, i. e., el “militarismo”. Siguiendo el análisis de Kautsky, Marien
Bielecki del PPS afirmaba que "el abominable crecimiento del
militarismo" hacía imposible la transformación democrática pacífica de
los estados europeos/24.
Dada la naturaleza anti-democrática de los
gobiernos modernos, Kautsky concluía que las principales formas de Estado e
instituciones existentes no podían ser usadas por el proletariado para su
propia liberación:
"El proletariado, así como la pequeña
burguesía, nunca serán capaces de dirigir el Estado por medio de estas
instituciones. Y esto no sólo porque el cuerpo de funcionarios, las élites
burocráticas y la Iglesia hayan sido reclutadas siempre de entre las clases
superiores y estén unidas a ellas por los vínculos más íntimos. Por su misma
naturaleza estas instituciones de poder tratan de alzarse por encima de la masa
del pueblo para dominarla, en vez de servirla, lo que significa que casi
siempre serán anti-democráticas y aristocráticas"/25
De este análisis general, surgen dos conclusiones
tácticas clave. Primero, Kautsky no afirmaba que los parlamentos
pudieran ser utilizados bajo el capitalismo para ir abriéndose paso
gradualmente hacia la transformación socialista. De hecho, denunció
repetidamente la creencia reformista de que el camino al socialismo pudiera ser
aprobado pacíficamente por medio de la elección de una mayoría socialista en el
estado existente. Y aunque el énfasis de Kautsky en el parlamentarismo parecía
conllevar la asunción de que un cambio de carácter socialista requería ganar el
apoyo de la mayoría de la población, en los años anteriores a 1910 generalmente
no postulaba que los marxistas hubieran de ganar primero una mayoría
parlamentaria antes de que fuera posible llevar a cabo una transformación
socialista/26.
Era muy posible, explicaba, que la burguesía
recurriera a la fuerza para evitar o anular la elección parlamentaria de un
gobierno socialista, haciendo que fuera previsible un momento de ruptura
política e institucional, de revolución. En discusión con el reformista alemán
Max Maurenbrecher, Kautsky escribió:
"¿Espera que los explotadores miren con
buenos ojos mientras tomamos una posición tras otra y nos preparamos para su
expropiación? Si es así, vive en una gran ilusión. Imaginemos por un momento
que nuestra actividad parlamentaria asumiera formas que amenazaran la
supremacía de la burguesía. ¿Qué ocurriría? La burguesía trataría de poner fin
a las formas parlamentarias. En particular, aboliría el sufragio universal,
directo y secreto antes que capitular tranquilamente ante el proletariado. Así
que no tenemos la opción de limitarnos a las formas puramente parlamentarias"/27
Que la revolución resultante fuera pacífica o
violenta dependería de las circunstancias, aunque su esperanza y preferencia
era explícitamente la primera opción. Mientras que los socialistas reformistas
insistían en que para el proletariado era absolutamente impermisible en
cualquier caso utilizar la fuerza armada, Kautsky afirmaba sólidamente que los
marxistas “ortodoxos” deseaban y defendían una revolución pacífica, pero que
debían estar preparados para usar métodos violentos si fuera necesario/28.
Señaló que los capitalistas no renunciarían a la violencia aunque los
socialistas lo hicieran: "Para aquellos que renuncian por adelantado a
la violencia, ¿qué queda además del cretinismo parlamentario y las argucias de
estadistas?"/29.
Una revolución socialista pacífica era posible/30,
según Kautsky, organizando una huelga general y ganándose a los soldados de
tropa del ejército. No podía predecirse si la revolución terminaría por ser
violenta, puesto que esto dependía de la respuesta de la clase dominante. En
cualquier caso, los obreros necesitarían armas porque:
"Ahora, como en el pasado, es verdad lo que
dijo Marx: la fuerza [Gewalt] es la partera de cualquier sociedad nueva.
Ninguna clase dominante abdica voluntaria y tranquilamente. Pero eso no quiere
decir necesariamente que la violencia [Gewalttätigkeit] tenga que ser la
partera de la nueva sociedad. Una clase en ascenso debe tener los instrumentos
de la fuerza necesarios a su disposición si quiere deshacerse de la vieja clase
dominante, pero no es necesario incondicionalmente que tenga que usarlos"/31.
Esa orientación era poco reformista, aunque debe
señalarse que, a diferencia de la estrategia de la Internacional Comunista
inicial, Kautsky habitualmente asumía que una batalla rupturista sólo tendría
lugar después de que la clase dominante hubiera actuado contra las
instituciones democráticas o las libertades políticas. Esa orientación
relativamente defensiva estaba vinculada, a su vez, al fuerte énfasis que
Kautsky ponía en mantener, si fuera posible, las tácticas pacíficas y legales,
y no dar así al régimen un pretexto para tomar medidas drásticas para destruir
el poder acumulado del proletariado, antes de que fuera lo suficientemente
fuerte como para derrotar a sus enemigos. La crisis revolucionaria llegaría
tarde o temprano y plantearía a los socialistas tareas específicas, pero
mientras tanto el partido debería hacer todo lo posible para evitar cualquier
choque prematuro con la clase dominante.
Hubo también precedentes entre los marxistas que
discutieron la posición de Kautsky. Ya en 1904,en una importante pero olvidada
polémica, los líderes del PPS Kazimierz Kelles-Krauz y Marien Bielecki
afirmaron que el enfoque de Kautsky era excesivamente defensivo y que los
marxistas en las democracias parlamentarias (no sólo en la Rusia zarista)
tenían que promover activamente y preparar huelgas generales de masas y
levantamientos armados contra el Estado capitalista/32.
Una segunda conclusión táctica clave, defendida por
Kautsky y los socialdemócratas revolucionarios de 1903 en adelante, era que los
socialistas no debían, bajo ninguna circunstancia, tratar de participar en un
gobierno capitalista. Para el anómalo contexto ruso, algunos marxistas
“ortodoxos” como Kautsky y los bolcheviques se pronunciaron en favor de un
gobierno provisional revolucionario de obreros (o de obreros y campesinos) que,
aunque no acabaría con el capitalismo como tal, llevaría la revolución
democrática a la victoria. Otros, como los mencheviques, generalmente se
oponían a esa perspectiva, afirmando que un gobierno obrero desembocaría
necesariamente en la adopción de medidas contra el capitalismo, para lo cual se
carecía de condiciones sociales en Rusia. El elemento crucial que hay que
enfatizar aquí es que todas las corrientes de la socialdemocracia
revolucionaria se oponían a la formación de un gobierno de coalición con la
clase capitalista y con los partidos liberales/33.
No se puede sobrestimar el significado de esta
oposición al “ministerialismo”, pues fue precisamente este asunto el que se
convirtió en la cuestión central del gobierno en 1917 y más allá. Mucho
más que los debates sobre el uso de la violencia o las mejores formas de un
Estado obrero, las divergencias sobre si participar o no en un régimen de
coalición con la burguesía constituyeron la línea divisoria fundamental
entre reformistas y radicales en torno a la cuestión del poder del Estado en la
ola revolucionaria de 1917 en el Imperio ruso.
Las raíces de este debate decisivo sobre lo que
posteriormente sería conocido como “Frente Popular” se remontan a 1899. Ese
año, posterior al suceso de antisemetismo del caso Dreyfuss, el socialista
Alexandre Millerand se incorporó al gobierno francés en nombre de la salvación
de la República del peligro de la derecha política. Los socialistas reformistas
como el líder francés Jean Jaurès, se pronunciaron en favor de Millerand sobre
la base de que las conquistas democráticas podrían ser mejor defendidas en
alianza con la burguesía progresista; además, la participación socialista en el
gobierno era un paso estratégico hacia una transformación gradual del Estado en
dirección al socialismo/34.
Inmediatamente surgió un acalorado debate entre los
socialistas “ortodoxos” y “revisionistas” en torno a esta maniobra y sus
implicaciones estratégicas. Kautsky, Luxemburg y otros radicales rechazaban que
fuera posible una conquista del poder por parcelas y declararon que la
democracia sólo podía ser defendida por la clase obrera con una línea de clase
definida, i. e., manteniendo su independencia política de la burguesía y del
Estado.
Tras varios años de conflicto y controversia, los
radicales se aseguraron de que se adoptara su posición. El congreso de Dresde
del SPD de 1903 y el congreso de Ámsterdam de la II Internacional de 1904
adoptaron la histórica resolución —redactada por Kautsky— que prohibía a los
socialistas tratar de entrar en cualquier gobierno capitalista:
"El congreso rechaza de la manera más
enérgica todos los intentos revisionistas de cambiar nuestra ejercida y probada
tácita basada en la lucha de clases y en reemplazar la conquista del poder
político por medio de la elevada lucha contra la burguesía por una política de
concesiones con el orden establecido. La consecuencia de esa táctica
revisionista sería la transformación de un partido que busca la transformación
más rápida posible de la sociedad burguesa en una sociedad socialista —i. e.,
un partido que es revolucionario en el mejor sentido de la palabra— en un
partido satisfecho con reformar la sociedad burguesa. Es por esto por lo que el
congreso —que, contrariamente a las tendencias revisionistas, está convencido
de que los antagonismos de clase, lejos de atenuarse, se harán más profundos—
declara que: 1) el partido rechaza cualquier responsabilidad por las
condiciones económicas y políticas de la producción capitalista y no puede, por
tanto, aprobar ninguna medida que sirva para mantener a la clase dominante en
el poder; y 2) la socialdemocracia no puede aceptar ninguna participación
gubernamental en una sociedad burguesa"/35
Kautsky afirmaba que las raíces de la entrada de
Millerand en el gobierno estaban en la incapacidad de la débil burguesía
francesa de gobernar sin el apoyo de los socialistas:
"El crecimiento colosal del socialismo
proletario hizo que el “timo a los obreros” les fuera necesario a los
republicanos burgueses de forma urgente, mucho más que antes […] Pero ya han
renunciado a ganarse formalmente a los obreros socialistas por estos medios, y
a encadenarles a sus raída bandera. Estaban demasiado comprometidos y habían
perdido toda su credibilidad ante el proletariado. Ahora, sólo había un medio
de explotar el poder del proletariado para los fines burgueses: ganarse a
los diputados parlamentarios socialistas para que llevaran a cabo aquellas
políticas burguesas que los republicanos burgueses eran demasiado débiles para
llevar a cabo por sí mismos. Puesto que no podían acabar con el socialismo,
trataron de domarlo y convertirlo en su sirviente"/36
Como prueba histórica que demostraba que el bloque
de los reformistas con la burguesía les situaría al final en el lado equivocado
de la barricada en una crisis revolucionaria, Kautsky señaló el papel que
desempeñó el socialista moderado francés Louis Blanc aplastando la Comuna de
París de 1871:
"Su ilusoria creencia en que el
proletariado tenía que colaborar con las capas más avanzadas y nobles de la
burguesía para liberarse a sí mismo culminó en su colaboración con los
elementos más atrasados y brutales de los señores del campo para derrotarlo.
Con ello, sus ideas teóricas y simpatías apenas habían cambiado. Pero las
divisiones de clase eran más fuertes que sus piadosos deseos. Cualquiera que,
proviniendo del campo de la burguesía, no tenga el coraje y abnegación de
unirse de corazón al proletariado combatiente contra la burguesía y rompa todos
sus lazos con ella, en algún momento, puede, a despecho de sus simpatías
proletarias, ser empujado muy fácilmente al campo de los adversarios del
proletariado en el momento decisivo"/37
El transcurso de sucesos de 1917-23 en Rusia y por
toda Europa confirman este análisis. Irónica y trágicamente, Kautsky —como
Louis Blanc y Millerand antes que él— también acabó en el "campo de los
adversarios del proletariado". Kautsky se convirtió, en palabras de Lenin,
en un renegado; en otras palabras, renegó de su anterior radicalismo. De
igual modo, tras capitular ante la burocracia del SPD y abandonar su anterior
posición intransigente, el “Papa del marxismo” apoyó un bloque con los
capitalistas alemanes y defendió la participación del SPD en su Estado/38.
Los resultados se mostrarían catastróficos para las clase obrera alemana, rusa
e internacional.
Seguir o no la senda del “ministerialismo” de
Millerand se convertiría también en la cuestión política definitoria en el
Imperio ruso tras la revolución de febrero de 1917. Pero en los años
anteriores, el peso del absolutismo excluía la posibilidad misma de que un
socialista entrara en el gobierno. Sólo en Finlandia se presentó este debate
como una cuestión inmediata, y sobre ella, las alas revisionista y “ortodoxa”
del socialismo finlandés chocaron dura y repetidamente. Yrjö Makelin y otros
activistas colaboracionistas defendieron que los socialistas trataran de
participar en un gobierno nacional finlandés, elogiando y defendiendo la
entrada de Millerand en el gobierno francés como un ejemplo positivo que imitar/39.
En respuesta, el líder “ortodoxo” finlandés Edvard Valpas denunció duramente la
idea de un gobierno de coalición entre los socialistas y la burguesía. La
experiencia de Millerand, afirmaba, demostraba claramente que era “un engaño”
creer que la participación en un gobierno capitalista haría avanzar la causa de
los obreros; en la práctica, sólo serviría de escudo del Estado capitalista
frente a la lucha independiente de clase del proletariado/40.
Ésta se convirtió en una cuestión práctica candente
cuando el representante moderado de la socialdemocracia finlandesa, J. K. Kari,
pasó a formar parte del gobierno finés en noviembre de 1905. Como respuesta, un
ala “ortodoxa” en ascenso de la socialdemocracia atacó con éxito en el
siguiente congreso del partido para exigir que Kari fuera expulsado del
partido, declarando que unirse a un gobierno burgués contradecía los principios
fundamentales del marxismo/41.
Como muestra la expulsión de Kari, el Partido
Socialdemócrata Finlandés, al contrario del SPD alemán, no evolucionó
lentamente en una dirección integracionista y de colaboración de clase. La
socialdemocracia finlandesa fue única entre los partidos socialistas de masas
en Europa que operaban en contextos de libertad política porque se comprometió aún
más con la socialdemocracia revolucionaria después de 1905.
Si Finlandia no hubiera formado parte del Imperio
ruso, es probable que la socialdemocracia finlandesa hubiera avanzado por una
senda acomodaticia similar a la de tantas corrientes socialistas occidentales,
en las que la creciente burocratización e integración parlamentaria relegaron a
los líderes socialistas a una minoría interna en vísperas de la I Guerra
Mundial. Pero, a diferencia de otros partidos socialistas legales en Europa, la
socialdemocracia finlandesa tomó parte directamente en la revolución de 1905.
La huelga general de otoño radicalizó a los proletarios urbanos y rurales en
Finlandia, haciendo estallar un explosivo ascenso de masas que barrió gran
parte de la vieja guardia dirigente del partido y trajo un nuevo grupo de
dedicados marxistas, comprometidos en la aplicación de una perspectiva de clase
estricta e independiente.
De modo que aunque la difusión de la
socialdemocracia revolucionaria llegó relativamente tarde a Finlandia, jugó un
papel de pivote en la ruptura con la inveterada tradición del movimiento obrero
de alianzas con la clase superior. Desde 1905 en adelante, la experiencia del
socialismo finlandés constituye una piedra de toque particularmente
demostrativa para analizar la dinámica política y las posibilidad de la
paciente socialdemocracia “ortodoxa” en un contexto de libertad política y
democracia parlamentaria.
La república democrática y el gobierno proletario
En la anterior sección vimos que los socialistas
“ortodoxos” se oponían a los Estados capitalistas existentes por ser
insuficientemente democráticos. Pero ¿con qué proponían reemplazarlos
exactamente? La respuesta corta es una república. Es crucial aclarar lo que
Kautsky y sus camaradas entendían por tal república democrática, puesto que
este término se ha asociado con la democracia parlamentaria burguesa y la
simple ausencia de la monarquía. Pero para los socialdemócratas
revolucionarios, el verdadero republicanismo democrático, el verdadero
parlamentarismo era una perspectiva radical y a la postre anticapitalista.
A diferencia de muchos textos marxistas posteriores
a 1917, los conceptos de “república” y “democracia” no estaban, en este
período, intrínsecamente unidos a la burguesía o al capitalismo. Para Friedrich
Engels, "está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la
clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república
democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del
proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa"/42.
Mucho más que acabar simplemente con la monarquía,
para Kautsky, una verdadera república suponía disolver el ejército permanente y
subordinar a "todos los miembros de las instituciones representativas
al control y disciplina del pueblo organizado"/43. Kautsky
afirmaba, así, que aunque los gobiernos americano y francés aseguraran ser
repúblicas, no lo eran realmente/44. Como modelo de "república
democrática ideal" los importantes artículos de Kautsky de 1904-5 sobre la
república señalan a la Comuna de París de 1871:
"Porque le damos mucha importancia a la
forma de estado para la lucha de clase del proletariado, hemos de luchar contra
una forma de estado como la III República [francesa], en la que la actual clase
dominante está armada con todos los instrumentos de poder de la monarquía
centralizada. Una de las más importantes tareas de la socialdemocracia francesa
es hacer pedazos esos instrumentos, no fortalecerlos. La III República, tal y
como está actualmente constituida, no ofrece terreno para la emancipación del
proletariado, sino sólo para su opresión. Sólo cuando el estado francés se
transforme en la línea de la constitución de la I República y de la Comuna
podrá convertirse en esa forma de república, esa forma de estado por el cual el
proletariado francés a estado trabajando, luchando y derramando sangre durante
110 años"/45
Como Lenin en El Estado y la Revolución,
Kautsky citó y elogió explícitamente la "descripción clásica" de Marx
de la Comuna con su famoso llamamiento a "destruir el poder del Estado":
"Mientras que los órganos meramente represivos del viejo poder
gubernamental tenían que ser suprimidos, sus funciones legítimas tenían que
serle arrebatadas a una autoridad que trata de usurparle la primacía a la
propia sociedad, y restaurarla a los agentes sociales responsables"/46.
Kautsky sacó de su análisis sobre la naturaleza anti-democrática de las
instituciones estatales existentes la siguiente conclusión:
"La conquista del poder estatal por el
proletariado, por tanto, no significa simplemente la conquista de los
ministerios gubernamentales, que entonces, sin más, gestionarían los anteriores
medios de gobierno —el estado establecido, la Iglesia, la burocracia y los
mandos militares— de manera socialista. Significa, más bien, la disolución de
estas instituciones. Mientras el proletariado no sea lo suficientemente fuerte como
para abolir estas instituciones de poder, participar en puestos gubernamentales
individuales o formar gobiernos al completo será inútil"/47
Al contrario de la impresión dada por El Estado
y la Revolución de Lenin —que omite cualquier mención a estos llamamientos
explícitos de Kautsky a disolver las estructuras estatales existentes— no he
encontrado pruebas de que los marxistas de la II Internacional vieran de ningún
modo un llamamiento a destruir las estructuras de Estado capitalistas como algo
novedoso o “heterodoxo/poco ortodoxo”. Los textos de Kautsky de 1904-5 sobre la
república fueron re-impresos como panfleto en alemán en 1905 y fueron
inmediatamente traducidos y publicados en ruso y en polaco.
Así, Mikelis Valters de la Unión Socialdemócrata
Letona en 1905 citó y elogió explícitamente la declaración de Marx de que la
"clase obrera no puede simplemente tomar la maquinaria estatal
disponible y usarla para sus propios propósitos"/48. La
liberación nacional y social, afirmaba, sólo podría conseguirse desmantelando
el estado capitalista:
"Esta nueva sociedad báltica sólo puede ser
creada por medio del trabajo consciente del proletariado nacional letón y este
trabajo sólo puede llevarse a cabo si el proletariado gobierna la actividad
política en nuestra tierra. Nos esforzamos por mostrar a la clase obrera que
esto sólo puede ocurrir destruyendo el Estado burgués, que sólo estableciendo
un Estado proletario —i. e., agudizando y haciendo avanzar la lucha de clases
hasta su término— será posible fundar una nueva sociedad en la tierra letona,
donde no habrá explotadores ni explotados. Será una nueva Letonia, un Estado
letón, una democracia letona"/49
Valters, como Kautsky, no afirmaba que estos
argumentos supusieran una ruptura con la anterior posición de la socialdemocracia
revolucionaria. El artículo del socialista letón Jānis Bērziņš Ziemelis, “Viva
la república democrática”, se hacía eco del mismo modo del análisis de Kautsky
sobre la naturaleza real del republicanismo. Su conclusión era que ninguna
república de occidente "es democrática en el sentido estricto de la
palabra" y que el modelo socialista de república era la Comuna de París/50.
Es cierto que este elogio explícito al modelo
estatal de la Comuna de París no fue un tema principal o recurrente en los textos
de Kautsky, pero no puede decirse lo mismo de su posición sobre el ejército y
el militarismo. Y es precisamente en este punto donde su perspectiva estatal
era más radical. Este tema ha recibido, sorprendentemente, muy poca atención
por investigadores y socialistas, incluso cuando la cuestión del Estado y la
revolución se reducen en última instancia a qué clase ejerza el monopolio de la
violencia en la sociedad.
La atención historiográfica a los debates marxistas
sobre la forma política de un Estado obrero —parlamentario o soviético,
centralizado o descentralizado, con o sin antiguos funcionarios de Estado,
etc.— ha oscurecido un elemento más fundamental: todos los socialdemócratas
“ortodoxos” exigían la destrucción de la máquina militar de la clase dominante.
Esto no era un elemento menor, porque, por citar a Kautsky, el ejército era
"el más importante" medio de gobierno. Como Marx había enfatizado, y
Kautsky había repetido, la exigencia de la eliminación del ejército permanente
y su sustitución por una milicia popular fue "el primer decreto de la
Comuna [de París]"/53.
Los lectores deben recordar que Kautsky y otros
socialistas revolucionarios vieron el ascenso del militarismo como uno de los
rasgos fundamentales del capitalismo modernos y la mayor amenaza para la
democracia. El llamamiento a acabar con el ejército permanente y el armamento
del pueblo fueron un eje central en el Programa de Erfurt de 1892; como
el historiador Nicholas Stargardt señala, el primer SPD "situó la
milicia en el centro de su crítica política, social y fiscal"/54.
Según Kautsky, "el armamento del pueblo" era "el único
medio con el que se podía poner fin para siempre al régimen del sable"/55.
De igual modo, Luxemburg declaró que "el poder y la dominación tanto
del Estado capitalista como de la clase burguesa cristalizan en el militarismo.
[…] Abandonar la lucha contra el sistema militar conduce en la práctica a la
renuncia completa a cualquier lucha contra el sistema social actual"/56.
Como testimonio del peso de la socialdemocracia
revolucionaria en el Imperio ruso, todos los partidos socialistas “ortodoxos”
exigían la destrucción del ejército permanente y su sustitución por una
milicia, como una de sus exigencias inmediatas (mínimas). El programa mínimo
del Partido Revolucionario Ucraniano de 1903 proclama típicamente que "debemos
destruir el ejército permanente actual e implantar un milicia popular"/57.
Por el contrario, los “revisionistas” alemanes
pedían al SPD que eliminara este punto, suscitando un gran debate en 1899 sobre
esta cuestión entre Kautsky y sus adversarios en Die neue Zeit. Ese
mismo año, en Finlandia, el programa fundacional reformista del Partido Obrero
omitió significativamente ese punto. En su lugar, sólo declaraba que la "carga
militar debe ser reducida en gran medida y se debe progresar en los ideales de
paz y realizarlos en la práctica"/58. En 1903, el giro del
partido finlandés a la izquierda se reflejó en que adoptó la posición estándar
de la socialdemocracia sobre el ejército y la milicia. Y, en 1917, ahora bajo
dirección “ortodoxa”, la lucha por este punto desempeñaría un papel central en
impulsar la revolución hacia una ruptura anticapitalista.
La experiencia de 1905, 1917 y posteriores
mostraría que romper el ejército de la clase dominante constituía una
pre-condición para el establecimiento de cualquier forma de gobierno
obrero. Mientras que las posteriores ideas de Lenin y sus camaradas sobre la
forma de un gobierno obrero y campesino —en lo que respecta a la utilización de
los funcionarios del antiguo Estado, niveles de centralización, el papel de las
instituciones parlamentarias, etc.— habitualmente evolucionaron de forma
dramática durante y después de 1917, la política subyacente constante a todas
sus posiciones era que el aparato represivo del viejo Estado debía ser primero
aplastado. La resolución del 22 de marzo de 1917 del partido bolchevique
declaraba: "la única garantía de victoria sobre todas las fuerzas de la
contrarrevolución y del progresivo desarrollo y profundización de la revolución
es, en opinión del partido, el armamento general de la población y, en
particular, la creación inmediata de una Guardia Roja obrera por todo el país"/59.
La posición “ortodoxa” sobre el ejército —y sobre
la democracia republicana en general— debilita la habitual creencia de que el
marxismo de la II Internacional separaba fatalmente sus programas mínimo y
máximo. Pierre Broué, p. ej., afirmaba que "esta separación dominaría
la teoría y la práctica de la socialdemocracia durante décadas"/60.
Hay mucho de cierto en esta crítica en lo que respecta a los socialistas
moderados y las direcciones burocratizadas del partido. Pero no se aplica
necesariamente a Kautsky, puesto que de hecho articuló lo que luego sería
conocido como un enfoque “de transición”.
Subrayando la naturaleza cada vez más conservadora
de la burguesía, Kautsky afirmaba con frecuencia que los puntos democráticos
del programa mínimo, como la eliminación del ejército permanente, sólo podrían
alcanzarlos el proletariado contra la clase dominante y probablemente sólo
podrían obtenerse por medio de una revolución. Contra el argumento de Rosa
Luxemburg de que no se debía exigir la independencia polaca porque no podría
alcanzarse bajo el sistema actual, Kautsky contestó que, según esa misma
lógica, el SPD tendría que retirar sus exigencias de una república democrática
y la elección de los funcionarios estatales: "nadie se hace la ilusión
de que la elección de los funcionarios estatales por el pueblo es alcanzable
bajo las relaciones políticas existentes"/62. Los marxistas,
afirmaba, debían plantear la exigencia de establecer una milicia armada y el
federalismo nacional a pesar de su probable incompatibilidad con el orden
existente: "cuando elaboró su programa, la socialdemocracia no preguntó
si los partidos y clases dominantes pueden cumplirlo, sino si es necesario"/63.
Según Kautsky, aunque las exigencias específicas
planteadas por los socialistas podían ser compartidas por otros partidos, y
aunque algunos de éstos pudieran ser compatibles por sí mismos por el capitalismo,
"lo que distingue [a la socialdemocracia] de los otros partidos es la
totalidad de sus demandas prácticas" y "los objetivos a los
que apuntan estas demandas"/64. Ya en 1893, Kautsky había
concluido que "la burguesía al este del Rin se ha hecho tan débil y
cobarde que parece que el régimen del burócrata y del sable no podrá ser
destruido hasta que el proletariado sea capaz de conquistar el poder político y
el derrocamiento del absolutismo militar llevará conducirá a la irrupción del
proletariado al poder político". Brevemente, para los marxistas
“ortodoxos” la lucha por la democracia constituía un puente revolucionario
indispensable entre las lucha de hoy y la conquista obrera del poder.
El Estado y la revolución de 1917
Los debates socialistas sobre el poder del Estado
en 1917, no giraron alrededor de la utilización o destrucción del
aparato estatal existente. La vieja estructura estatal zarista fue en gran
parte destruida por la Revolución de Febrero. El nuevo gobierno provisional era
una institución extremadamente débil que nunca tuvo un control sólido sobre el
aparato represivo y menos aún el monopolio de la violencia sobre la sociedad;
su débil legitimidad popular se debía en gran parte al apoyo que le prestaron
los socialistas moderados.
En tal contexto, la cuestión del Estado se
concentró en si el pueblo trabajador debía formar un bloque con las clases
superiores o establecer algún tipo de poder independiente. En 1917 esta
cuestión tendía a sobredeterminarse con otros grandes debates de la revolución.
Poner fin a la guerra, aplicar la reforma agraria, garantizar la
autodeterminación nacional o hacer frente a las acuciantes exigencias de los
obreros y campesinos requerían una "ruptura con la burguesía". La
base común fundamental en el proyecto de Estado y la estrategia de los
bolcheviques, radicales finlandeses y otros socialdemócratas revolucionarios
era su compromiso compartido con la independencia de la clase obrera y con la
hegemonía en la lucha por el poder político, patente ante todo en el rechazo
estratégico a alianzas con los partidos burgueses y el rechazo a los gobiernos
de coalición inter-clasistas.
Mientras que la mayoría de los mencheviques,
social-revolucionarios de derecha y otros socialistas moderados no-rusos
renunciaron en 1917 a la inveterada oposición “ortodoxa” a participar en
gobiernos de coalición, los bolcheviques y otros radicales mantuvieron esta
posición. Como señala el historiador Michael Melancon:
"La sospecha u oposición decidida hacia un
gobierno de orientación burguesa o a un gobierno de coalición
socialista-burgués no surgió por la agitación bolchevique sino que existía
desde el principio como parte del punto de vista de la mayoría de los
socialistas y de sus bases trabajadoras. El papel de la agitación bolchevique
fue el de situar al partido en una posición en la que pudo cosechar beneficios
organizativos de las actitudes populares existentes hacia el gobierno
provisional cuando fracasó en cumplir lo que eran percibidas como exigencias
mínimas que se le planteaban y cuando los líderes SR y mencheviques se
asociaron de forma desastrosa a sí mismos y a sus partidos con él"/66.
La exigencia popular de “todo el poder a los
soviets” concentraba la extendida aspiración de una ruptura política con la
burguesía. Por citar a Rex Wade: "excluir del poder a los elementos de
las clases superiores y medias, y la exigencia de un cambio radical era en lo
que se resumía en el llamamiento de “todo el poder a los soviets” que adoptaron
tanto bolcheviques como capas cada vez más amplias de población pero que los
líderes defensistas revolucionarios rechazaban testarudamente"/67.
La Revolución de Octubre representó ante todo la concreción de esta ruptura
anti-burguesa y una confirmación del contenido revolucionario del núcleo de
principios de la “ortodoxia” socialdemócrata.
A pesar de la continuidad general entre las
perspectivas iniciales de Kautsky sobre el Estado y las planteadas por Lenin y
los bolcheviques tras 1917, hubo también divergencias indiscutibles.
Ciertamente, una de las más significantes fue la idea de Kautsky de que un
parlamento basado en el sufragio universal sería un componente central de la dictadura
del proletariado. En contraste, el modelo soviético (de consejos) de poder
estatal en el Imperio ruso excluía a la burguesía y los terratenientes del voto
y buscaba basarse en una participación más directa y representativa de los
explotados. Como Lenin, muchos marxistas a partir de 1917 afirmaban que esta
estructura era más democrática que el parlamentarismo tradicional. Como
escribió María Kozutzka, una líder del ala izquierda del PPS, en 1918:
"El sistema parlamentario actual no permite
a las masas participar activamente en la vida pública. […] Estos defectos son
eliminados por la nueva organización estatal [de consejos] que conecta todos
las células de la vida social en un todo, que elimina las viejas divisiones
artificiales, que hace de las instituciones gubernamentales locales una parte
componente del cuerpo estatal general, que establece una estrecha conexión
entre las autoridades legislativas y administrativas, que introduce el
principio de elecciones frecuentes, etc. La constitución de la república rusa
es el primer gran intento de organizar la vida de la población trabajadora
sobre la base de un verdadero auto-gobierno, significa gobernarse a uno mismo,
no estar sujeto a un gobierno ejercido desde arriba"/68
Como está fuera del alcance de este artículo un
debate más amplio acerca del papel de los soviets durante y después de 1917, me
limitaré a unos comentarios. Primero, mientras que los soviets representaban
una forma más directa de democracia de la que imaginaba incluso el primer
Kautsky, no se deberían exagerar el alcance de las divergencias. Como vimos
antes, Kautsky rechazaba igualmente el parlamentarismo burgués como un fraude y
exigía una república en la que la separación entre clase obrera y Estado fuera
derribada por medio de la elección de los funcionarios de Estado, el armamento
del pueblo y la fusión de los poderes ejecutivo y legislativo. Una república
democrática proletaria tal se parecía bastante más al modelo soviético que a cualquier
democracia capitalista existente.
Segundo, debe subrayarse que el debate político
central en el Imperio ruso en 1917 no era entre soviets vs. parlamentos.
Aparte de Finlandia, no existían parlamentos nacionales en el imperio a los que
se contrapusieran los soviets: el nuevo gobierno provisional era una
institución auto-designada, no electa, que perdió muchos apoyos precisamente
por postergar sistemáticamente la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
Los “ortodoxos” iniciales había afirmado siempre que el contexto específico del
zarismo implicaba que la revolución en Rusia y la táctica y estrategia
marxistas apropiadas para sus condiciones serían bastante diferentes que en las
democracias burguesas occidentales. Este análisis siguió siendo relevante
durante el ascenso de 1917 que tuvo lugar en un sistema que seguía estando
profundamente marcado por el legado autocrático.
En ausencia de cualquier parlamento nacional, los
soviets representaron desde el principio la expresión democrática dominante del
pueblo trabajador, en el que depositaron progresivamente su participación y
aspiraciones. A lo largo de 1917, los marxistas revolucionarios tanto del
centro como de la periferia veían generalmente los soviets existentes y la
futura Asamblea Constituyente como instituciones complementarias para
establecer un poder de obreros y campesinos/69. Esta posición cambió
cuando estuvo claro que la Asamblea Constituyente recién elegida —reunida
finalmente en enero de 1918— oponía a los socialistas moderados y liberales al
nuevo gobierno soviético.
Tratando de defender y profundizar la revolución y
sus conquistas, los bolcheviques y los SR de izquierda disolvieron la Asamblea
Constituyente después de que rechazara reconocer la autoridad política del
régimen soviético. Como han señalado Alexander Rabinowitch y muchos otros
historiadores, la razón "más importante" de la victoria del poder
soviético sobre la Asamblea Constituyente en 1918 era "la indiferencia
fundamental del pueblo ruso" hacia ésta última/70. Este particular
contexto político ayuda a aclarar por qué la disolución de la Asamblea
Constituyente no fue, como afirmaron tantos liberales y reformistas, una
expresión del “autoritarismo leninista”. La virtual ausencia de una institución
o tradición parlamentaria fuerte en el imperio ruso debe ser tenida en cuenta
cuando se calibre hasta qué punto la estrategia bolchevique en 1917 fue una
ruptura o estuvo en continuidad con la “ortodoxia” socialdemócrata, que siempre
había enfocado la revolución rusa como un fenómeno histórico bastante singular.
En último término, el significado internacional
tras 1917 de la posición de Lenin y la Comintern inicial sobre los consejos
estaba ante todo en que planteaba una nueva vía estratégica hacia la conquista
obrera del poder. En contraste con la posición de Kautsky sobre el
parlamentarismo y su énfasis en una táctica defensiva, postular los consejos
obreros como la forma necesaria de la dictadura del proletariado iba de la mano
con un énfasis estratégico sin precedentes en la acción de masas
extra-parlamentaria y en la movilización de las más amplias capas de
trabajadores, más allá de las bases del partido y los sindicatos. Igualmente,
la nueva posición legitimaba una estrategia más ofensiva, más insurreccional
para ganar el poder del Estado: la revolución socialista ya no era vista más
principalmente como una reacción defensiva contra los intentos de la burguesía
de eliminar las libertades democráticas o para anular la elección de una
mayoría socialista en el parlamento.
Para los marxistas que no estaban dispuestos a
posponer el derrocamiento del capitalismo a un futuro indefinido, ganar una
mayoría de población trabajadora organizada en consejos probó ser un criterio
más realista para la legitimidad revolucionario-democrática que ganar la
mayoría electoral de toda la población en condiciones de gobierno capitalista.
En 1918, Rosa Luxemburg trazó la siguiente conclusión estratégica de la
revolución rusa:
"Los socialdemócratas alemanes han tratado
de aplicar a las revoluciones la sabiduría doméstica de la guardería
parlamentaria: para llevar a cabo cualquier cosa, primero debes tener la
mayoría. Lo mismo, dicen, vale para una revolución: convirtámonos primero en
una “mayoría”. La auténtica dialéctica de las revoluciones, sin embargo, da la
vuelta a este saber de topos parlamentarios: el camino no va de una mayoría a
la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a una mayoría.
Sólo un partido que sabe cómo dirigir, esto es, de adelantar cosas, logra tener
apoyo en tiempos de tormenta"/71
Tal posición era ciertamente distinta de la
“ortodoxia” marxista que Kautsky planteaba en su época revolucionaria, aunque
no necesariamente contradictoria con ella. Dicho esto, de ello no se sigue que
la anterior posición fuera inherentemente reformista. La revolución en
Finlandia sirve aquí como punto de comparación importante. En su conjunto, la
revolución finlandesa, como la propia Revolución de Octubre, confirma las
potencialidades anticapitalistas de la posición inicial de Kautsky sobre el Estado
y la revolución/72.
En 1917, la dirección de la socialdemocracia
finlandesa estaba posicionada hegemónicamente (aunque no homogéneamente) con la
socialdemocracia revolucionaria y, con algunos errores reales, trataron de
aplicar este enfoque a lo largo del año. Un parlamento finlandés una tradición
parlamentaria fuertes supusieron obstáculos y oportunidades que no afrontaron
los socialistas del resto del imperio. A diferencia de las otras regiones de la
Rusia imperial, aquí había un alarga tradición de libertad y un parlamento;
como planteaba la doctrina “ortodoxa” para tales condiciones, la
socialdemocracia finlandesa ponía un fuerte énfasis en la actividad
parlamentaria. De hecho, el partido ganó la mayoría absoluta en el parlamento
finlandés en 1916 y trató (sin éxito a la postre), a lo largo de gran parte de
1917, de usar esta institución para atender las exigencias básicas de la clase
obrera. En tal contexto, no sorprende que ni entre los socialistas finlandeses
ni entre la clase obrera surgiera un empuje por constituir consejos obreros en
1917.
A finales del verano de 1917, la gobierno
provisional ruso en alianza con los conservadores finlandeses disolvieron
ilegalmente el parlamento finlandés de mayoría socialista y convocaron nuevas
elecciones. En respuesta a este golpe burgués anti-democrático, la dirección
del socialismo finlandés protestó con fuerza, y luego dio rodeos durante meses.
Aunque las condiciones de crisis y de contrarrevolución ponían firmemente la
insurrección en el orden del día, dicha dirección era muy vacilante en romper
con el terreno parlamentario. Al mismo tiempo, sin embargo, luchó duramente
contra todos los intentos de la burguesía finlandesa de establecer una fuerza
policial y un ejército que apuntalara su gobierno (el viejo aparato represivo
había sido también destruido en Finlandia en febrero de 1917).
Tras un considerable retraso y bajo presiones de su
propias bases radicales y de la revolución en la Rusia central, la
socialdemocracia finlandesa acabó superando sus vacilaciones, que habían
sido provocadas en particular por la ala parlamentaria y moderada del partido.
En enero de 1918 los socialistas finlandeses tomaron el poder por medio de una
insurrección armada. Aunque el objetivo inicial de la revolución finlandesa no
iba más allá del establecimiento de un sistema parlamentario más democrático
basado en el sufragio universal, el nuevo régimen obrero finlandés, como su
homólogo ruso, fue empujado por las circunstancias y por la contrarrevolución a
avanzar en el camino hacia la revolución socialista de lo que pretendía en un
principio. Sólo tras una sangrienta guerra civil y la intervención extranjera
de Alemania el régimen obrero fue derrocado en mayo de 1918/73.
Finlandia confirma en muchos sentidos el enfoque
tradicional de la revolución expuesto por Kautsky: por medio de una paciente
organización y educación con conciencia de clase, los socialistas consiguieron
una mayoría en el parlamento, que llevó a la derecha política a disolver la
institución, lo que a su vez hizo estallar una revolución de orientación
socialista. La preferencia de la “ortodoxia” finlandesa por una estrategia
pacífica, defensiva y parlamentaria no evitó al final el derrocamiento violento
del Estado capitalista existente y de dar pasos hacia el socialismo. En
contraste, la burocratizada socialdemocracia alemana mantuvo activamente el
gobierno capitalista en 1918-9 y aplastó violentamente los intentos de los
obreros y socialistas revolucionarios por derribarlo.
Mi tesis no es que la experiencia finesa muestre el
camino que seguirán todas las revoluciones obreras bajo condiciones de
democracia burguesa. Tampoco que los marxistas deban siempre tratar de obtener
una mayoría parlamentaria antes de intentar derrocar el estado
democrático-burgués o que instituciones como los soviets no puedan surgir en
regímenes parlamentarios. Las lecciones de la revolución alemana de 1918-23 y
otras posteriores sacudidas obreras imposibilitan esquemas simplistas de ese
estilo. Además, Finlandia mostró no sólo las fuerzas sino también las
potenciales limitaciones de la “ortodoxia” socialdemócrata: vacilación en
abandonar el terreno parlamentario; tendencia excesivamente defensiva; excesivo
énfasis en tácticas defensivas; y subestimación de la acción de masas.
El marxismo evoluciona necesariamente con el tiempo
por medio de la práctica vivida de la lucha de clases. El ascenso
revolucionario sin precedentes que se dio a lo largo del imperio ruso y a nivel
planetario en 1917-23 llevó a la Comintern inicial a asumir muchas de las mejores
tradiciones de la socialdemocracia revolucionaria y a desarrollar una
concepción más definida del poder del Estado y de de la estrategia política.
Sin negar estas importantes evoluciones, sigue en
pie el hecho de que la política de los marxistas revolucionarios de 1917 y de
los años posteriores, reflejaron mucha más continuidad que ruptura con la
“ortodoxia” socialdemócrata. Es cierto que Kautsky capituló ante el reformismo
tras 1909 y desempeñó un papel reaccionario durante las insurrecciones socialistas
de posguerra. Pero su teorías iniciales formaron a los marxistas bolcheviques,
fineneses y otros radicales que dirigieron los primeros asaltos victoriosos al
gobierno capitalista. Nos acercamos al centenario de la revolución rusa y es ya
hora de reconocer que las raíces de 1917 yacen firmemente en el legado de la
socialdemocracia revolucionaria.
13/10/2016
Traducción: VIENTO SUR
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Notas
1/ Blackledge 2011. Para una explicación académica
que afirma que Kautsky no pretendía destruir el Estado capitalista, cfr. Van
Ree 2002, pp. 31–2.
2/ Cfr., por ejemplo, Lewis 2011. Quisiera dar las
gracias a Ben Lewis por permitirme incluir en este artículo extractos de su
próxima colección de textos de Kautsky sobre la democracia y el republicanismo.
3/ Las únicas excepciones significativas fueron los
reformistas del ala moderada de la socialdemocracia finesa y los liquidacionistas
mencheviques rusos después de 1905.
4/ Por razones de espacio, me ocuparé en otro
artículo de los debates entre los marxistas de la Rusia imperial sobre la
“cuestión agraria” y sobre si lo próxima revolución podría acabar directamente
con el capitalismo.
5/ Lenin, V.I. 1964 [1918], p. 481–2.
6/ Blackledge 2013.
7/ Badia 1975, p. 140.
8/ Steinberg 1967, p. 124.
9/ Sobre la burocratización y evolución política
del SPD, cfr. Schorske 1955.
10/ Citado en Luxemburg 2004 [1900], p. 129.
11/ A.W. 1903, p. 247.
12/ Kautsky 2009 [1904], p. 215.
13/ Cited in Martin 1971, p. 248. My emphasis.
14/ Polska Partia Socjalistyczna 1975 (1892), p.
252.
15/ Kautsky 1902, p. 19.
16/ SDKPiL 1934 [1900], p. 185.
17/ Kaustky 1996 [1909], p. 5.
18/ Kelles-Krauz 1904, p. 560.
19/ L’internationale Ouvrière & Socialiste
1907, p. 158.
20/ Kautsky 2017 [1905], p. 177.
21/ Kautsky 2017 [1905], p. 222.
22/ Kautsky 2017 [1893], p. 155.
23/ Cfr., por ejemplo, Sozialdemokratische Partei
Deutschlands 1891, p. 5. and ‘Latviešu Sociāldemokrātiskās Strādnieku Partijas
Programa’ [1904] en Latvijas KP CK Partijas Vēstures Institūts 1958, p. 13.
24/ Bielecki 1904, p. 157.
25/ Kautsky 2017 [1905], pp. 191–2.
26/ Waldenberg 1972, pp. 409–11, 530-1.
27/ Kautsky 1908, p. 456.
28/ Kautsky 1902, pp. 98-99.
29/ Kautsky ‘9 June, 1902’ in Adler 1954, p. 405.
30/ Kautsky 1902, p. 88.
31/ Kautsky 2009 [1904], p. 247.
32/ Kelles-Krauz 1904; Bielecki 1904.
33/Sobre estas cuestiones, cfr. Larsson 1970.
34/ Frölich 1940, p. 81.
35/ Secrétariat Socialiste International 1904, pp.
114–15. Las resoluciones de 1903 de Dresde y de 1904 de Ámsterdam marcaron una
línea más dura respecto a las posiciones iniciales de Kautsky, Luxemburg y
Pléjanov. En principio, estos líderes se opusieron a la entrada de Millerand en
el gobierno francés y rechazaron la posibilidad de una transformación pacífica
del Estado capitalista, sin embargo no excluían terminantemente la posibilidad
de la participación socialista en un gobierno capitalista en circunstancias
“escepcionales”.
36/ Kautsky, Karl 2017 [1905], pp. 279-80. Énfasis
mío.
37/ Kautsky, Karl 2017 [1905], p. 210.
38/ Sobre el viraje ideológico de Kautsky a la
derecha tras 1909, cfr. el volumen II de Waldenberg 1972.
39/ Soikkanen 1961, p. 109.
40/ Valpas 1904, pp. 60–3.
41/ Soikkanen 1961, p. 261–66.
42/ Citado en Lenin 1964 [1918], p. 450. A pesar de
la cita que hace Lenin, afirma inmediatamente después que la república
democrática representaba necesariamente solo es "el acceso más
próximo a la dictadura del proletariado", que "no suprime ni mucho
menos la dominación del capital" (Ibid. Ënfasis mío).
43/ Kautsky 2017 [1905], p. 259.
44/ Kautsky 2017 [1905], p. 225.
45/ Kautsky 2017 [1905], p. 286.
46/ Kautsky 2017 [1905], p. 214.
47/ Kautsky 2017 [1905], p. 192.
48/ Valters 1905, p. 18.
49/ Valters 1905, p. 20. Énfasis mío.
50/ Citado en Treijs 1981, p. 188.
51/ Stargardt 1994 proporciona una panorámica útil
sobre los debates del socialismo alemán sobre el militarismo, pero su breve
análisis sobre la posición de Kautsky es confusa políticamente.
52/ Kautsky 2017 [1905], p. 224.
53/ Kautsky 2017 [1905], p. 213.
54/ Stargardt 1994, p. 45-46.
55/ Kautsky 2017 [1905], p. 225.
56/ Luxemburg 1971 [1899], p. 147.
57/ Гермайзе 1926, p. 171.
58/ Suomen Työväenpuolueen 1899, p. 30.
59/ “On the Provisional Government” [1917], p. 205
in Elwood 1974.
61/ Kautsky 1896, p. 514.
63/ Kautsky 1898, p. 724.
64/ Kautsky 2017 [1893], p. 163.
65/ Kautsky 2017 [1893], p. 169.
66/ Melancon 2004, p. 156.
67/ Wade 2004, p. 212.
68/ Koszutska 1961 [1918], p. 252.
69/ A lo largo de 1917, el llamamiento de “todo el
poder a los soviets” no era visto generalmente ni por Lenin ni por los
bolcheviques como algo contrapuesto a la convocatoria de la Asamblea Constituyente.
La segunda fue una importante exigencia del partido durante la mayor parte del
año, aunque habitualmente hubo serias diferencias internas entre las dinstintas
alas de los bolcheviques sobre la potencial relación política entre esa
Asamblea y los soviets. La mayoría de los bolcheviques contemplaban que ambas
instituciones desempeñarían un papel importante en un gobierno post-burgués.
Algunos líderes bolcheviques, como Lenin, contemplaban los soviets como la
forma más elevada de república desde principios de 1917 en adelante; una
Asamblea Constituyente podría, en el mejor de los casos, ser un suplemento y
una legitimación de un gobierno soviético. Otros líderes bolcheviques no
compartían la defensa de Lenin de un “estado-comuna” consejista y trataron de establecer
una Asamblea Constituyente de mayoría socialista como el fundamento clave del
nuevo gobierno obrero y campesino. Sobre la evolución de las posiciones
bolcheviques sobre estas cuestiones tras Octubre, así como las ideas populares
más amplias (y no bolcheviques) sobre la Asamblea Constituyente, cfr.
Rabinowitch 2007, pp. 62–127, passim.
70/ Rabinowitch 2007, p. 127.
71/ Luxemburg 2004 [1918], p. 289.
72/ Para una detallada explicación de las políticas
de la socialdemocracia finesa en 1917-18, cfr. Carrez 2008.
73/ Sobre el gobierno obrero finés en 1918, cfr.
Rinta-Tassi 1986.
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