miércoles, 1 de junio de 2016

FUERZA INTERIOR Y APARIENCIA EXTERIOR: OSWALDO REYNOSO Y MIGUEL GUTIERREZ



 Fuerza interior y Apariencia exterior
Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez

No voy a confrontar la calidad literaria de Oswaldo Reynoso recientemente fallecido y autor de Los Inocentes  con la de Miguel Gutiérrez, autor de La Violencia del tiempo.  Son dos extraordinarios narradores alejados de los detentadores del poder e identificados con el socialismo.  Ambos animaron la legendaria revista Narración.  En los dos es notorio  la vigorosa fuerza interior que erupciona en sus obras.  Tanto en Oswaldo como en Miguel existe una disonancia positiva en la personalidad.  Contrasta la fuerza interior con la apariencia exterior.

Conocí a Oswaldo cuando  Hernán, hermano menor y a quien llamábamos cariñosamente Perico, me invitó a almorzar a su casa.  Con Perico estudiábamos pre-letras en la universidad de San Marcos para luego ingresar a la escuela de psicología.  Me sorprendió encontrar al autor de Los Inocentes con chinelas, una bata y gorrito; algo entrado en carnes y amable.  Su aspecto era de una persona muy doméstica.



Era el año 1961, año de aparición de Los Inocentes. Obra que acababa de leer y estaba bajo su poderoso influjo.  Me había prefigurado a un avisado navegante de los siete bares (mares).  Mi sorpresa aumentó al sentarnos a almorzar.  La mesa era larga, los lados laterales eran ocupados por sus hermanos, la cabecera estaba reservada para una respetable matrona arequipeña de una hermosa cabellera plateada:  era la mamá de Oswaldo.  Sus hijos acudían de donde estuvieran para llegar puntualmente a cumplir con el rito de acompañar a la mamá a la hora de almorzar.  Yo también me sentí un hijo más. 

Esa amistad me sirvió para buscar a Oswaldo en la ciudad de Huamanga, de cuya universidad era profesor.  Eso ocurrió cuando en la delegación de San Marcos acudí el año 1963 al congreso nacional de la Federación de Estudiantes del Perú.  Oswaldo tuvo la cortesía de ser mi cicerone.  Recuerdo que me condujo hacía el pórtico de piedra de una casona colonial; en los capiteles de cuyas columnas estaban esculpidos dos monos con sus falos erectos.

A Miguel Gutiérrez lo conocí cuando ambos estudiábamos el primer año de en la escuela de Sociología de la universidad de San Marcos y, simultáneamente, cursaba también Literatura y yo Psicología.  En ese tiempo se podía estudiar dos carreras a la vez.  Luego, Miguel abandonó sociología.


La fuerza interior se revela no solo en el contenido de La Violencia del Tiempo; sino también en el mismo ejercicio físico de escribir.  Su obra se publicó en tres tomos y tiene más de mil páginas.  Tecleó una vieja máquina alemana marca “Torpedo”; además, prestada.  Sacó cuatro copias con papel carbón.  ¡Imagínense!  La tenacidad de Miguel.  En cada equivocación, tener que borrar el original y las copias.  (Después adquirió una computadora).

Primera edición, editorial Milla Batres. Lima 1991

También en Miguel, la fuerza interior y la apariencia exterior no guarda armonía, hay un desbalance.  Tal como lo muestra el siguiente episodio.  Hará unos 25 años Miguel invitó a sus amigos más allegados a Chorrillos para almorzar en la casa de su hermano mayor que estaba ausente.  Fue una invitación especial: comida Piurana, de su tierra, y, nada menos, preparada por su mamá para su hijito y sus invitados.

Acudí con mi amiga Lupe Camino Diez Canseco porque me había manifestado su deseo de conocer al autor de La Violencia del Tiempo, novela que le había agradado de sobremanera.  En esa reunión, no solo la comida fue sabrosa; sino la conversación, bromas y anécdotas.  Aunque no parezca, Miguel en la intimidad es irónico, chistoso.  Bueno, aquí viene la extrañeza de Lupe.

Luego de despedirnos, Lupe me dijo que después de leer La Violencia del Tiempo se imaginó que el autor era un hombre alto, corpulento y vigoroso; agregó:  pero si tiene manos de Marqués.

En contraste con sus manos, Miguel es un fanático espectador del deporte de los puños.  Se concentra de tal manera ante una pelea de box en la televisión que hace caso omiso a todos los estímulos del ambiente como si estuviera concentrado en plena relación sexual.  Si ocurriera un K.O., alcanza el éxtasis.  ¡Quién creyera!?

Ante el reciente fallecimiento de Oswaldo, es de esperarse no una plegaria fúnebre; sino un ensayo de alta calidad literaria sobre la personalidad y la obra de quien fuera su cercano amigo:  Miguel Gutiérrez.  Miguel, además de novelista, es un notable ensayista.

Lima, Unidad Vecinal N°3, mayo 24 del 2016

Antonio Rengifo Balarezo

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