Entrevistador:
Lunes 27 de junio de 2016
Gutiérrez: “Cuando
yo estoy escribiendo me siento como un joven de 17 años”.
Miguel Gutiérrez (Piura, 1940) es uno
de los más importantes y reconocidos narradores peruanos; autor de novelas de
obligada referencia para estudiosos y lectores, estuvo en Cusco el año 2015
para participar de la Feria del Libro y luego en Arequipa, a fines del mismo
año, con motivo del primer Hay Festival. Allí es donde lo rencontramos y conversamos en
un ambiente informal y cálido sobre el espíritu de la novela contemporánea y
repasamos algunos de sus textos ya clásicos, en afán de nostalgia y permanente
aprendizaje.
—Miguel, muchas gracias por tu disposición a
conversar. Estás en Arequipa, en el ambiente de un festival donde participan
desde escritores muy jóvenes hasta personajes muy interesantes, famosos,
queridos. ¿Cómo ves estos encuentros, estos festivales, en una época en que
estamos luchando contra los medios de comunicación, contra la tecnología, y
tenemos la oportunidad de tener cerca a los escritores?
—Me parece un evento muy interesante,
muy importante; no he podido asistir a todos los conversatorios, pero a los que
he asistido me ha sorprendido gratamente la cantidad de público, veo que ha
suscitado un interés especial. Arequipa tiene una tradición literaria
interesante, pero además la oferta de tener la oportunidad de que gente de
todas las edades pueda ver y escuchar a escritores mayores como Fernando
Savater, Martin Amis, implica que hay una buena cantidad de lectores en
Arequipa, y eso me ha sorprendido gratamente, pero por otro lado, en esta
cultura del espectáculo, como la están llamando algunos, donde el escritor es
reconocido por el acceso y divulgación que tiene al medio de comunicación, es
doblemente interesante que sea posible que mayor número de escritores seas
reconocidos directamente.
—Hay una relación de ida y vuelta que sigue siendo
de grata sorpresa, por un lado el público que tiene la oportunidad de ver a los
autores y los autores sorprendidos de que tenga tantos lectores.
—Efectivamente, yo supongo que para Savater o para
ese escritor inglés, u otros, debe ser gratificante. Algunos no saben ni
siquiera dónde queda el Perú y resulta que se encuentran con lectores que
conocen muy bien su obra, y sienten interés y entusiasmo por lo que dicen.
—En los últimos años tú también has comprobado que
tienes una legión de lectores que están cada vez más interesados en tu obra,
especialmente jóvenes, que me parece tienen una apertura mayor a diferentes
lecturas, como si fueran parte de un proceso diferente al de algunos años.
¿Sientes eso con tu obra, tus lectores?
—Yo no creo que tenga muchos lectores, pero tengo los suficientes
(ríe). Pero, claro, yo pertenezco a una generación en que los temas, los
problemas que nos interesaban eran bastante diferentes a los que les interesan
a los jóvenes de ahora; yo supongo que el
mundo político, el mundo de las ideas, principalmente de las ideas políticas,
la situación de las ideas de la izquierda en el mundo, de la experiencia
socialista, todo esto ha dejado de tener un interés para los jóvenes, en todo
caso de repente tienen un interés arqueológico.
—Precisamente esos temas en tu novela han hecho que
se te catalogue como uno de los narradores que mejor ha reflejado o ilustrado
la violencia política peruana a lo largo de los últimos treinta o cuarenta
años.
—Claro, yo pienso que cada escritor debe ser fiel a su época, no porque los escritores
jóvenes, y sobre todo la moda impuesta
plantean cierto tipo de problemas, yo debo abocarme a ellos, a mí esos problemas vitalmente no me llegan.
Por ejemplo, para nosotros esos problemas políticos eran incluso parte de
nuestra preocupación cotidiana, ahora el eje ha cambiado, ahora a los
escritores jóvenes, tengo entendido, les interesa más bien los mundos que
tienen que ver con las situaciones
personales, privadas, de ahí que un
personaje importante de la nueva narrativa es el sicoanalista, casi todos
los escritores mandan a sus sicoanalistas.
—¿No crees que esa es una señal de nuestro tiempo?
Nos hemos hecho tan individualistas…
—Incluso sé que hay tendencias, ahora que se
plantea dejar de lado los problemas de la memoria, hacer una literatura sin memoria, del presente; incluso dentro de esa
tendencia he leído un relato interesante (tienen que ser interesantes porque
son chicos con talento), pero a mí, particularmente, no me seduce, no me
estremece.
—Tú que has estado muy interesado y preocupado por
el momento político que le ha tocado vivir al Perú y que ahora vemos que de
alguna manera se deja de lado, ¿crees que hay un riesgo en la literatura
peruana de olvidar estos momentos tan difíciles para el Perú o crees que es un
proceso “normal”?
—En parte es un proceso normal. Yo
pienso que hace unos años comenzó a haber un interés general, del público
internacional, sobre lo que había ocurrido en el Perú, sobre todo la
experiencia de Sendero Luminoso y el MRTA, entonces la gente reclamaba ese
tema, y de ahí que comenzaron a surgir muchos escritores que, particularmente
yo no le puse ningún interés, sin embargo escribieron una serie de novelas,
incluso algunas exitosas.
Seguramente el mercado ya se saturó
de los temas de violencia y quiere otros. El problema es que si uno quiere
escribir sobre la violencia debe escribir sobre la época, sobre ese momento tan
dramático; uno no debe escribir por
requerimientos que van más allá de las exigencias del mercado, debe escribir por
necesidad, por necesidad interior,
porque uno necesita entender el momento. Además, muchos escritores fueron
alcanzados por esos acontecimientos directa o indirectamente, o a través de sus
familiares. O sea el tema no era
solamente literario, era un tema vital, y me temo que hay escritores que escriben sobre ese tema solo como un requerimiento
puramente literario.
—Ensayo esta reflexión y la traslado a tu personaje
Kimper, que escapa de diferentes situaciones violentas pero también está
escapando de un yo íntimo que también lo acosa. ¿Es esa una idea del escritor
también?
—Claro, el problema de Kimper es que
es un hombre que tiene toda la experiencia de la izquierda, se ha criado en ese
ambiente, tiene la herencia paterna, su padre participó en un levantamiento
contra el gobierno el año 47 o 48, pertenece a esa generación de militares
nacionalistas que querían establecer cambios en la vida política, este hombre
fracasa pero ha educado a su hijo dentro de ese discurso, incluso este niño no
ha participado de las alegrías propias de un niño normal, entonces el primer impulso,
el primer imperativo para dedicarse a eso ha sido el fracaso de su padre, él ha
querido llevar su vida adelante pero esta vez con una ideología como el
marxismo, pero por algunas circunstancias que no se dicen, dije: “Hasta aquí y
termina todo”. Se dedica a otra actividad creyendo que va a estar al margen de
la historia, agarra un tema que lo aleje lo más posible de las ciudades, de las
pequeñas rencillas, contradicciones y discusiones de la izquierda, y se va a la
selva, y allí elige un tema particular, sobre las etnias extinguidas o en vías
de extinción o apartadas, sin embargo la guerra también lo agarra ahí. Nadie
puede escapar de eso. Y ya se sabe la anécdota: este hombre que creía estar al margen de la historia de
repente se ve acosado a muerte.
—Y como protagonista, además, de ese momento
pequeño para él pero gigante para la sociedad.
—Sí, porque agarra Sendero, agarra el
Comando Rodrigo Franco, y agarra el problema de su mujer. Yo he querido hacer
hincapié en que el mundo privado, el de
las relaciones privadas, de amor, de pareja, también son problemáticos. Y
se ve que el personaje es un perseguido total, está perseguido por todas
partes.
—Desde tu punto de vista de autor, ¿crees que esa
es una metáfora de un Perú del siglo XXI, que a pesar de que quiere librarse de
la memoria va a seguir siendo perseguido por diferentes formas de violencia?
—Yo he querido, entre otras cosas (y
eso tiene que ver incluso con mi libro anterior, Tamara Fiol),
manifestar mis preocupaciones, una de ellas es la situación de la izquierda en
el Perú, incluso nos remontamos a la
época del anarquismo, donde estos personajes que para mucha gente, para
esos jóvenes irreverentes resultan personajes patéticos, grotescos, que no los
entienden (hablo de los mejores), entregaron sus vidas, y por supuesto al
entregar sus vidas causan problemas en sus familias. Sus hijos ya no fueron
hijos normales.
—Les heredan el estigma de la violencia.
—Y algunos la continúan, o bien se
funde en ellos un rechazo, que los llevan incluso a posiciones contrarias a las
de sus padres. Hay en la novela por ejemplo el caso de Claudio, el hijo de
Kimper, porque ahí en la novela se abarcan tres generaciones. La última
generación, la de Claudio, es esa de esos chicos anárquicos, nihilistas, que no
les interesa nada y tienen hasta desprecio por el padre porque llevó a la
familia por un determinado camino. Ahora, he visto que estos personajes hace
muchos años que ya no están de moda,
porque efectivamente, sobre todo en la época de la Revolución Cubana, que era
la época de los guerrilleros, y que no condujo a nada, estos personajes ya
fueron sacados de la escena literaria. Bueno, en parte mi novela también ha
sido un intento de dar un homenaje a
esos hombres que entregaron su vida a sus ideas. Por eso, si uno se da
cuenta, ahí rindo homenaje a diferentes tendencias, incluso al trotskista, al
que se suicida.
—Yo no veo esto como un marco histórico, como un
telón de fondo, sino como elementos que narran situaciones muy concretas que
hay tomar en cuenta no solo para entender la novela sino nuestra propia
historia.
—En efecto. Entonces, estos
personajes llegan a determinada situación cuando ya está ese acontecimiento
terrible que es Sendero Luminoso, que resulta más problemático porque está en
desacuerdo con el contexto internacional. En la entrevista del siglo, el
llamado “Presidente Gonzalo” dice que vivimos la revolución mundial, y eso es falso, en ese momento vivimos el mundo
de la reacción, si todo el mundo denominado socialista se vino abajo. Quién iba
a pensar en la descomposición de la URSS, apenas setenta años después, ¡y tan
rápido!, ¡se cayó solito!, y después el viraje de China. Cómo podemos decir que
el momento principal era el de la revolución, ¡no! Es más, al contrario, ya había signos de un
refortalecimiento del capitalismo a través de esas nuevas ideologías como el
neoliberalismo. Entonces es bien bravo, y he notado a gente, amigos, que no
sabían qué hacer. Y encima de eso viene la experiencia tremenda de Sendero Luminoso que remeció a la historia peruana, y terminó
en fracaso, o por lo menos en la derrota.
—Has dicho unas palabras que me parecen
interesantes y que a veces no se toman en cuenta para mirar la literatura: usas
la literatura para rendir homenaje a ciertos personajes, para redimir incluso
tu mirada personal de los hechos, y para reflexionar sobre la historia en
general. ¿Cuál es el riesgo de la ficción frente a la realidad? hay una delgada línea ahí en la que
el lector podría confundir realidad con ficción. ¿Cómo asumes ese riesgo como
novelista?
—Yo tengo varios temas que desarrollo
en mi narrativa, uno de esos temas es este, del que estamos hablando. En cuanto
a estos últimos relatos, que conforman la trilogía que estoy trabajando y que
vendría a ser la tercera parte de esta novela.
Después de pensarlo un poco, Gutiérrez sigue:
—Me temo que va a ser una tetralogía,
porque he querido comprender al país, y
porque estoy en deuda con los míos, y conmigo mismo, por supuesto. En
determinado momento de la vida dije: bueno, yo estoy muy cercano a estas
posiciones, pero lo mío era la escritura y llevaba mucho tiempo sin publicar,
entonces en el período de Narración, yo me enfoqué en los aspectos
críticos e ideológicos, y mi creación estaba ahí y no publicaba nada porque no
estaba de acuerdo, porque yo quería escribir de acuerdo a mi nuevo acercamiento
a la izquierda. Fue una búsqueda; hubo
un momento en que debía elegir entre
la novela o el camino de la revolución, bueno, para decirlo metafóricamente
había que elegir entre Marx y Cervantes
y elegí a Cervantes, pero no quiere
decir que renuncie a mis preocupaciones de tipo social y político, que siguen
siendo pero ya no de tipo partidarista, orientado dentro de una línea política,
me mantengo dentro del campo de la izquierda. Creo que hay una base marxista en
mi formación, pero también hay posiciones heterodoxas; por ejemplo, yo nunca
participé de las ideas estéticas ni de la época de Lenin ni de la época de Mao,
las divulgábamos sí, pero no estaba de acuerdo por ejemplo con la idea del
realismo socialista. ¿Acaso el
realismo socialista pudo detener el desmoronamiento de la URSS? No, porque
ocultaba las contradicciones que había dentro de la concepción del socialismo,
porque en esas novelas siempre hay un agente del imperialismo. Muy bien,
entonces yo dije que ese es un mundo al que tengo que incorporar a mi
narrativa, aun cuando el mundo, por lo menos en el plano de las ideas, marche
en otro sentido.
Y tengo que hacerlo, tengo otros
temas pero no tengo la edad para
escribir de todos los temas que se me ocurren, tengo que priorizar y en eso
estoy. Ahora, las luchas continúan, la guerra entre los ricos y los pobres van
a continuar. Vemos los movimientos regionales, pero hay una cosa, ya no hay
hegemonías de partidos, se meten ahí, pero los movimientos regionales los
superan.
—Y probablemente los partidos no entienden,
los movimientos no salen del pensamiento sino de la realidad.
—Ni
siquiera los entienden, ya no dan la línea, porque los viejos sistemas ya no
funcionan. Los remanentes de los partidos intentan meterse en los
movimientos para dirigirlos, pero ellos los exceden, y hasta los expectoran.
Por eso cuando Sendero Luminoso lo
intenta, cuando ni siquiera había cumplido la etapa de la nueva democracia, ya
quería implantar el comunismo entre los indígenas obligándolos al monocultivo,
y se rebelaron; además la izquierda
nunca entendió bien el problema de las culturas, había un menosprecio hacia
ellos, si no apoyaban eran sus enemigos, los fusilaban.
—¿Tú crees que esta reflexión que estamos haciendo
sobre la situación política, por ejemplo, está en las novelas de los autores
jóvenes?
—Yo pienso que sí hay esta reflexión,
pero como un rechazo, como si
hubiese sido el pecado de los
padres. No veo que vaya a reflexionar sobre las razones de ese
fracaso y la mayoría da la espalda, y dice no, y se fija en otro tipo de
cosas más actuales, que tienen que ver con cosas y el mundo propio de la
concepción liberal, eso es lo que se ha impuesto en un ochenta por ciento; son chicos liberales y tienen una
animadversión contra la gente de izquierda.
—No creo que eso afecte la calidad de la escritura,
pues tú decías que hay jóvenes con muchas cualidades, pero sí puede afectar al
análisis social que requiere la novela.
—Por supuesto. Y otra cosa, ¿esos
chicos con talento serán capaces de escribir una gran obra? Eso es lo que yo
dudo. Una novela basada en lo que está de moda ahora, lo que llaman la
autoficción, o sea poner como tema de la obra las vivencias del propio escritor
como tal, no como un referente simbólico, sino como él, de carne y hueso,
supongo que a algunos les interesan los entretelones de la vida de esos
jóvenes, como también les interesan los problemas de parejas que hay entre las
vedetes, ¿no? Igual. Alguien puede leer a estos chicos con mucho interés, y ese
es su problema, en todo caso yo soy un
hombre de 76 años y esos temas no me interesan, a la gente joven tal vez sí, lo
cual es lamentable. Sin embargo, no sabemos el golpe que da el mundo, la
dura realidad para enfrentar a nuevos problemas. Pero también veo jóvenes que
no son ajenos a los problemas, sino que los plantean desde otra perspectiva.
Ahora, a muchos de estos escritores, interesados en temas políticos, sociales,
les interesa el problema de la revolución, el narcotráfico, pero para escribir para el entretenimiento.
—Para
meterse en el mercado.
—Exacto. Ahora, las novelas de temas “más serios” también deben ser entretenidas;
yo pienso que cualquiera que sea el tema que aborde el escritor debe ser
interesante, debe llamar la atención del lector, saber cómo termina el libro,
cumplir las cosas elementales que le pedimos a toda novela, porque esas novelas, reflexivas, sesudas, llenas de
monólogos interiores, página tras página y no sucede nada, eso ya no, esos
tiempos ya terminaron.
—Volviendo al ejercicio literario, este enfrentarse
del escritor a la literatura, como tú decías, me hace recordar a Onetti, que se
enfrenta a la literatura más que con dolor con una tragedia personal. Ahora,
con la experiencia que te ha dado la vida y la experiencia literaria, ¿cómo te
enfrentas a la literatura?
—Lo
único que me hace soportar la vejez es que todavía creo poder escribir algunas
ficciones más. Y este es el sentido que tengo de la vida para poder
escribir; ya no puedo hacerme grandes proyectos, pero por el momento sí: en
este momento mi proyecto es terminar la novela que estoy escribiendo. Y cuando
yo escribo, y cuando veo que el relato
surge, fluye, entonces me invade la felicidad, me olvido de todos mis achaques,
de todos los problemas que tiene un hombre de 76 años. Pienso
que hasta que eso exista, bueno, valdrá la pena seguir viviendo, si no, ya, hay
que quitarse del mundo, ¿no?
—Lo que nadie espera, por supuesto, de una persona
como Miguel Gutiérrez.
—Pero fíjate que cuando yo estoy escribiendo me siento como un joven de 17 años,
porque para mí, y esto no es una frase, es
como si aprendiera a escribir con cada libro. Mira, si uno recorre mis
libros, se ve que son diferentes, ya sea por temas, por estrategias narrativas,
entonces para mí una novela siempre es
un nuevo desafío y un nuevo aprendizaje. Por ejemplo, encontrar la manera
de escribir sin repetirme. Yo no he
querido tener una fórmula, porque hay escritores muy buenos que tienen una
fórmula de escribir y sobre esa fórmula hacen variantes. Por ejemplo las
novelas de Graham Greene, un escritor que he leído muchísimo: ha encontrado una
fórmula y todas sus novelas se parecen, son igualitas, lo que varía es la
historia, la intriga, en fin, pero ya estructuralmente responde a un molde que
por lo demás él lo ha descubierto. Para mí es diferente; por ejemplo,
entre La violencia del tiempo, Babel, el paraíso,
y El mundo sin Xóchitl, existen
diferencias en cuanto a la actitud narrativa, a la actitud del narrador y el
lenguaje. La violencia del
tiempo, de acuerdo a lo que yo me propuse en esa época, es como un
muestrario temático y también un muestrario de estructura y estilos.
—Novela gigante, inagotable, además.
—Claro, técnicamente yo utilizo todos
los recursos de los que yo disponía en ese momento; y se justifica, porque no es una búsqueda puramente formalista. En
esa novela hay un tema, que es el tema del aprendizaje de Martín Villar
(los críticos han dicho que hay hasta cinco novelas dentro de ella), uno de los
temas es ese: Martín Villar rompe con la universidad, se mostraba un poco
avergonzado de su ascendencia popular, indígena, mestiza, tenía una mala
conciencia frente a ese problema; se va a estudiar a Lima, rompe con la
universidad, regresa a su pueblo para escribir la historia de su pueblo, pero,
¿cómo escribir? Entonces es un
aprendizaje de la vida pero también de la escritura, hay una situación en
que se lee una determinada cantidad de libros y por lo tanto se justifican
todas las maneras que él emplea. Ahora bien, en Babel, el paraíso, es
diferente, ahí se emplea el lenguaje estándar, la lengua general, casi lineal,
de un hombre culto. En cambio El mundo sin Xóchitl para mí fue un
desafío porque la novela es una especie de elegía en prosa, una cosa más
sentimental, incluso me deshago de mi romanticismo.
—Pero más que romántico es un ejercicio lírico.
—Exacto, un lirismo que yo nunca
había practicado. Entonces yo planteo una cosa, si la historia te convence, crees en la historia, tú solucionas los
problemas. El asunto es cuando las historias ni el fondo no te agarran en
todas tus fibras, ahí sí hay problemas. Por ejemplo, yo creía no tener
capacidad para las descripciones. Si me dices descríbeme este espacio no podría
hacerlo, mientras que digamos Vargas
Llosa le da una mirada y te la describe, tiene una mirada fotográfica.
Busqué otra manera de escribir que estuviera de acuerdo con mi manera de ser, yo soy un tipo más introvertido que
observador, entonces trato de describir en forma minuciosa, pero objetos
inventados, imaginados: es el camino que encontré. Tú eres escritor, y te
habrás dado cuenta, vas encontrando ciertas cualidades que no creías tener,
pero todo depende de la historia y
entregas tu vida a eso.
—Miguel, te agradezco tu tiempo, estas
conversaciones contigo son interminables, pero estoy contento no solo por la
entrevista sino por los minutos de aprendizaje que he aprovechado.
—No, tú eres escritor y me alegra conversar con
escritores. ¿Sabes? He estado en Cusco muy contento, he ido varias veces, pero
esta última vez (fines del 2015) ya no podía disfrutar de caminar, pero estuve
contento en tu casa, la gente me ha tratado con mucho cariño. Cusco es una ciudad tan impactante, es belleza y poder. Yo, piurano, la
primera vez que hice un viaje largo por toda la sierra, y llegué al Cusco,
quedé impactado por la belleza de la ciudad, pero también por todo el poder que
se ve brotar eternamente.
(Negritas: A.R.B.)
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Escritor y periodista peruano (Lampa,
1965). Estudió periodismo y literatura en Arequipa y tiene estudios de maestría
en literatura latinoamericana, mención estudios culturales, y en comunicación
para el desarrollo. Ha obtenido el Premio Copé de Oro de Poesía, en 1995, y el
premio nacional de poesía convocado por la Municipalidad de Paucarpata, el
mismo año. Ha publicado los libros de poesía Etapas del viento y de las
mieses (1986), Recital de poesía (Flor de cactus
editores, 1990), Elogio de la nostalgia (con prólogo de Pablo Guevara,
Lluvia Editores, 1995), Montaña de jade (Premio Copé de Oro de
Poesía, Ediciones Copé, 1996), Mares (Lago Sagrado Editores,
2002), El laberinto (2008), Coca (2009), Mare nostrum (Universidad
Nacional del Altiplano, 2013), Mar de
la intensidad(Casca huesos Editores, 2014), el cuento Rosario a las seis (2005);
otros textos y artículos periodísticos se han publicado en varios países en
revistas y diarios impresos y electrónicos. Ha ocupado diversos cargos en la
administración pública y ejerce la docencia universitaria. Mantiene la columna El
barco ebrio y el blog La silla prestada, donde reflexiona sobre literatura, periodismo,
política y cultura.
Sus textos publicados antes de 2015
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