20/07/2016
Es por lo menos
llamativo, que las mismas fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia
de los que dispone el estado turco, que hasta el viernes último no habían
detectado los planes del golpe de estado que se fraguaba contra el presidente
Recep Tayyip Erdogan, en pocas horas, tras el fracaso de la intentona, hayan
podido individualizar y detener a más de 50 mil personas involucradas, entre
ellas: 6 mil militares, incluidos varios generales; unos 3 mil jueces y
empleados del poder judicial y 9 mil policías.
Como para
curarse en salud, el Sultán ha extendido sus purgas a diferentes áreas
gubernamentales: El lunes comenzó con la suspensión de 15 mil empleados de los
ministerios de Justicia, Interior y Finanzas. El martes continuó con la
suspensión de 40 mil funcionarios del Ministerio de Educación, al tiempo que se
cesantearon cien agentes de los servicios secretos, más de 250 de la oficina
del primer ministro, casi 400 del Ministerio de Familia y Políticas Sociales y
500 de la Dirección de Asuntos religiosos.
Si
bien apenas conocido el desarrollo y desenlace del golpe, del que ya venían
haciendo referencias importantes medios occidentales, pocas dudas quedaron de
que todo había sido otra patraña de Erdogan, para lanzar una monumental cacería
de opositores, dentro de las fuerzas armadas, el poder judicial, y en la
sociedad toda, donde, obviamente, el periodismo no va a quedar afuera, con un
solo fin: eternizase en el poder.
El nuevo
Sultán se ha lanzado a la concreción de su más anhelado sueño: reconvertir a Turquía
en una República Islámica y sacar lustre a los viejos oropeles del Imperio
Otomano. Para ello ha debido dinamitar el sueño de Mustafa Kemal
Atatürk, fundador de la República en 1923, considerado el padre de la Turquía
moderna, cuando estableció las bases de la democracia laica y la renovación de
la sociedad, aferradas hasta entonces a los modos del imperio y atadas por la
rigurosidad religiosa.
Erdogán,
desde su llegada al poder con el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP)
en 2003, ha cambiado la ecuación política, virando de una democracia
parlamentaria a una presidencialista.
Sin poder en
las cámaras para lograr todos los cambios a la Constitución del 82, Erdogan ha
apelado a este auto golpe para avanzar con sus reformas, con las que pretende
para construir una Turquía a su imagen y semejanza. Entre sus planes, se
incluye la pena de muerte que provocara urticaria en más de un dirigente
europeo y la que, sin duda, terminaría cerrando su entrada a la Unión
Europea o finalmente convirtiéndola en una pieza de cambio.
Erdogan ha
manejado a su voluntad la relación con Europa y Europa lo sabe, pero se
encuentra, atada frente a las posibilidades de que el Sultán, otra vez, permita
el flujo de refugiados hacía Grecia, haciendo recrudecer la crisis que
prácticamente ha puesto al borde de la disolución a la Unión Europea. Erdogan
cuenta en su territorio con 4.5 millones de refugiados. Abrir el grifo para
vaciarse de semejante carga representaría para Europa la anarquía absoluta y el
descontrol de las organizaciones de ultra derecha e islamofóbicas, que desde
hace años vienen ganado espacio en los medios y en los gobiernos.
Si a esto le
sumamos el reciente reconocimiento de parte de los servicios de inteligencia de
que se ha detectado, entre el 1.5 millón de refugiados que consiguieron entrar
a lo largo de la mitad del año pasado y en lo que va de este, hombres de Estado
Islámico y al-Qaeda, para realizar atentados, a nadie se lo podría haber
ocurrido que eso no iba a suceder. Esto pone más presión sobre Europa en
general y la Unión Europea en particular, en vista de la reciente matanza en
Niza y la acción de un joven afgano de 17 años que llegó recientemente a
Alemania, sin familia, y que estaba en espera de asilo, que este último lunes
atacó a hachazos a los pasajeros de un tren que cubría la ruta Treuchtlingen -
Würzburgen en Bavaria.
Occidente,
desde los años de la Guerra Fría, preparó a Turquía, con su inclusión en la
OTAN y el despliegue de múltiples bases militares, para que se convierta en el
frente sur occidental en una fortuita guerra con la Unión Soviética, aunque
nunca consideró la posibilidad de que todo ese gran andamiaje pueda ser
utilizado en su contra.
Erdogan ha
sabido manejar la debilidad política que las guerras de la Primavera Árabe han
provocado a Europa, siempre como aliado fundamental de los intereses
norteamericanos y sus socios regionales (Arabia Saudita, Qatar e Israel. Ahora
parece dispuesto a jugar fuerte y plantea la disyuntiva: o membresía de la
Unión Europea o República Islámica.
Erdogan ya
había dado muestras de su adscripción al fundamentalismo islámico desde el
cierre de escuelas e institutos laicos, la apertura de madrassas o
escuelas coránicas, disposiciones acerca de la prohibición de venta de alcohol,
la reconvención de museos en mezquitas y la construcción de otras nuevas;
mientras que se ha vuelto a permitir el uso del velo en las universidades,
atuendo prohibido por Atatürk, cuándo comenzaron sus reformas noventa años
atrás.
Durante las
horas de incertidumbre, antes de derrotar a los golpistas, Recep Erdogán llamó
a sus acólitos a pronunciarse y manifestarse contra el golpe. A partir de ese
momento legiones de hombres salieron al grito de Allahu Akbar (Dios
es Grande). Fue significativo que en dichas manifestaciones no hayan
participado mujeres, al tiempo que, según se puedo apreciar en la televisión,
sólo había hombres con bigote, un distintivo exclusivo de los islamistas.
Muchos de ellos capturaron a simples soldados que habían quedado sin mandos, a
quienes se los torturó y, en algunos casos, se los degolló a la vista de todo
el mundo, cómo sucedió en el puente Boğazi, que une la Estambul europea y la
asiática.
Si bien ya
el presidente Obama, la canciller Ángela Merkel y la responsable de la
diplomacia de la UE, Federica Mogherini, le han solicitado cautela a la hora de
tomar venganza, Erdogan parece no estar dispuesto a escuchar. Hasta ahora la
represión ha costado 500 muertos y unos mil quinientos heridos, una cifra
modesta para los presupuestos del Sultán. Sin duda las ejecuciones, legales o
no, ya se deben estar desarrollando.
Mi capricho
y solo mi capricho
Tras el
golpe, Erdogan ha ocupado toda la escena de la política turca y nada ahora
parece hacerle sombra. Ha puesto manos a la obra para deshacer la endeble
estructura de la democracia turca, y asumir todo el poder. El golpe lo ha
plebiscitado y sus pergaminos resultan inobjetables.
Si antes del
golpe la presión internacional y la oposición parlamentaria no pudieron impedir
sus acciones contra la libertad de prensa como la detención de periodistas
críticos y la incautación de sus bienes, el asalto y clausura del periódico,
Zaman, en marzo último, el más leído del país con una tirada diaria de 850
mil ejemplares, a partir del viernes las libertades públicas serán una cuestión
del pasado.
Uno de sus
descarados actos de corrupción se ejemplifica con la construcción del Ak
Saray (Palacio Blanco), una alusión a su movimiento político AK
Parti, la nueva residencia de mil habitaciones, inaugurado en abril del
2014, de 300 mil metros cuadrados (la Casa Blanca tiene 55 mil), cuyo gasto
exacto se desconoce, ya que no hubo fondos autorizados, al tiempo que no
contaba permisos legales para ser levantado en una zona natural protegida. El Ak
Saray, es también una muestra de su intención de desmarcase de la
presencia de Atatürk, ya que remplaza a la Villa de Çankaya,
residencia oficial de todos los presidentes desde 1923, que fue elegida por el
propio Padre de la Patria en 1921.
Sus hijos,
Bilal y Burak, han sido acusados por el presidente ruso Vladimir Putin de
comercializar, a través de sus compañías y navieras, el petróleo
que el Estado Islámico extraía en las zonas ocupadas de Sira e Irak.
También fueron investigados por fiscales turcos por una compleja red de
sobornos, fraudes, blanqueo de dinero y contrabando de oro, pero fueron
“milagrosamente” liberados del juicio cuándo su padre exoneró a los policías y
los magistrados que los inquirían.
Erdogan
quiere terminar con el último escollo para su perpetuación: su ex socio
político: Fetulá Gülen, a quién acusa de ser el cabecilla del movimiento del
viernes 15. Gülen es un religioso suni, que se encuentra exiliado en los
Estados Unidos que pugna por un islam distante de la actividad política, pero
con una fuerte impronta en muchos de sus casi 80 millones de habitantes.
Mientras
miles de seguidores de Recep Tayyip Erdogan se reúnen cada noche en las
principales plazas del país como la Kizilay, en Ankara, o la de Taksim, en la
parte europea de Estambul, obedeciendo las órdenes de permanecer vigilantes, la
aviación turca ha recomenzado los bombardeos contra núcleos civiles kurdos,
frente al silencio cómplice de la OTAN y la comunidad internacional.
El
presidente turco Recep Tayyip Erdogan, uno de los grandes responsables del
holocausto sirio, se inició en la política como un ferviente anticomunista, en
1999, fue encarcelado cuatro meses por haber recitado una poesía en la que se
comparaban los minaretes de las mezquitas con bayonetas y las cúpulas con
yelmos, para después declarar: “La democracia es solo un tren al que subimos
hasta que llegamos a nuestro destino”. Y por lo que parece ha llegado.
Guadi
Calvo es escritor y periodista argentino.
Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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http://www.alainet.org/es/articulo/178950
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