Reformas
liberales y reconstitución del tejido social
Bolivia es un país
marcado por la gelatinosidad de sus estructuras institucionales y por la
marginalidad en el contexto internacional, pero donde, quizá por ello, ciertas
cosas tienden a suceder antes que en otros lugares. En los años cincuenta, el
país vivió una insurrección proletaria, adelantándose a la irradiación del movimiento
obrero que luego se daría en varias naciones del continente. Igualmente, en los
años sesenta, se acercó con premura a la oleada autoritaria de los gobiernos
militares y, a finales de los años setenta, abrazó la reconquista de regímenes
democráticos. En 1984, cinco años antes de la caída del muro de Berlín, vivió
el derrumbe del horizonte izquierdista, forjado en los cuarenta años anteriores,
a través del fracaso de una coalición de izquierda que llevó al país a una
bancarrota económica. A finales de la década de los ochenta, mientras otras
naciones buscaban experimentar, con gobiernos populistas, una salida
alternativa al estatismo y al neoliberalismo acechante, Bolivia se sumergió en
un radical proceso de neoliberalización económica y cultural, que llevó a toda
una generación de furibundos radicales del "socialismo" a convertirse
en furibundos radicales del libre mercado la "gobernabilidad pactada"
y la privatización.
En quince años, estas
políticas produjeron grandes cambios sociales. No sólo se entregó a las
empresas transnacionales el control del 35% del Producto Interno Bruto (PIB), dejando al Estado en un papel de mendigo
internacional y de policía local, encargado de disciplinar a las clases
peligrosas; sino que, además, se modificaron los patrones del desarrollo
económico. El Estado productor dio paso al capital extranjero como locomotora económica,[2] en tanto que los
capitalistas locales retrocedieron al papel de socios menores, intermediarios o
raquíticos inversionistas de áreas subalternas de la actividad comercial y
productiva.
Esto ha llevado a conformar
un sistema productivo "dualizado"[3] entre un puñado de medianas
empresas con capital extranjero, tecnología de punta, vínculos con el campo económico
mundial, en medio de un mar de pequeñas empresas, talleres familiares y
unidades domésticas articuladas bajo múltiples formas de contrato y trabajo
precario a estos escasos pero densos núcleos empresariales. En esta estructura,
en la que las empresas económicas se deslocalizan[4] dentro de las
infinitas y diminutas actividades productivas y comerciales, las relaciones laborales
son precarias, los contratos temporales, la tecnología escasa y la clave del
sostenimiento económico radica en la creciente extorsión de las fidelidades
parentales, en una gigantesca maquinaria de mercantilización híbrida del
trabajo infantil, de ancianos, mujeres y de familiares.[5]
Abandonando el ideal de
la "modernización", a través de la sustitución de las estructuras
tradicionales urbanas y campesinas, el nuevo orden empresarial ha subordinado,
de manera consciente y estratégica, el taller informal, el trabajo a domicilio y
las redes sanguíneas de las clases subalternas, a los sistemas de control
numérico de la producción (industria y minería) y los flujos monetarios de las
bolsas extranjeras (la banca). El modelo de acumulación ha devenido así un
híbrido que unifica, en forma escalonada y jerarquizada, estructuras
productivas de los siglos XV, XVIII y XX, a través de tortuosos mecanismos de
exacción y extorsión colonial de las fuerzas productivas domésticas, comunales,
artesanales, campesinas y pequeño-empresariales de la sociedad boliviana. Esta
"modernidad" barroca —si bien ha mantenido en pie el modelo de
regulación y acumulación económica fundado en la exportación de materias primas,
débil producción industrial para un mercado interno raquítico, y un uso
intensivo de la fuerza de trabajo como principal fuerza productiva técnica del
proceso laboral, con las nuevas modalidades que asume la gestión productiva y
circulatoria de la riqueza— ha reconfigurado la estructura de las clases
sociales en Bolivia, las formas de agregación de los sectores subalternos y las
identidades colectivas.
Durante estos quince
años, hemos visto desaparecer de escena a la Central Obrera Boliviana, que
desde 1952 condensaba las características estructurales del proletariado, de su
subjetividad, de la ética colectiva. La condición obrera de clase y la
identidad de clase del proletariado boliviano han desaparecido con el cierre de
las grandes concentraciones obreras y, con ello, ha muerto una forma organizativa, con
capacidad de efecto estatal, en torno a la cual se aglutinaron durante treinta
y cinco años otros sectores menesterosos de la ciudad y el campo.
Frente a ellos ha
surgido una estructura obrera numéricamente mayor a la de hace décadas, pero
materialmente fragmentada en diminutos talleres legales y clandestinos, formas
de contrato eventualizadas, temporales; sistemas de ascenso fundados en la competencia,
y sindicatos carentes de legitimidad ante el Estado. Está surgiendo, entonces,
una nueva forma de vasta proletarización social, pero sin arraigo organizativo,
desterritorializada,[6] atravesada por una
profunda desconfianza interna, con mentalidad precarizada, y a corto plazo, por
el nomadismo de los jóvenes obreros, que tienen que combinar el pequeño
comercio, el contrabando, el trabajo asalariado o el trabajo agrícola, según
las temporadas y las necesidades.[7]
Igualmente, en el
campo, el libre comercio, la nueva legislación agraria y la municipalización
han transformado drásticamente las relaciones entre Estado y estructura comunal
agraria, modificando las pautas de reproducción social, las estrategias de recorrido
familiar y las jerarquías de dominación colonial. Las grandes movilizaciones
urbano-rurales del último año hallan precisamente en estos procesos de
reconfiguración de la vida social sus condiciones de posibilidad.
Fruto de estos
cataclismos socioeconómicos han reemergido poderosas y radicales estructuras de
autoorganización social, que han cerrado el corto ciclo de la legitimidad
neoliberal forjada en quince años, por medio de la desorganización,
estatalmente inferida, de las antiguas maneras de agregación popular (los sindicatos),
el desplome moral de los subalternos y una industria cultural de consagración
liberal, que incorporó un amplio abanico de ideólogos e intelectuales abatidos.
Estudiar brevemente las
características de estas formas de autoorganización social emergentes,
compararlas con la antigua forma sindical, ver sus condiciones de posibilidad y
sus potencialidades históricas, son los objetivos que vamos a abordar en las siguientes páginas.
Contexto,
estructuras, estrategias y simbolismos de la movilización social
Existen diferentes vertientes teóricas para el estudio de los movimientos
sociales. Algunos autores han trabajado como fuerza movilízadora la reacción
emocional resultante del desfase entre las expectativas colectivas y los
resultados;[8] otros, a su vez, han adecuado
la lógica de la razón instrumental a la dinámica de la acción colectiva;
mientras que algunos han hecho hincapié en la importancia de la
"oportunidad política" (clausura de los espacios políticos, división
en las elites, presencia de aliados, represión, etc.) en la concurrencia de los
movimientos sociales.[9]
Por otra parte, hay
investigaciones que han abordado la importancia de un contexto internacional
específico como facilitador de ciertas acciones colectivas;[10] en tanto que otras se
han preocupado por la dimensión de las orientaciones culturales definitorias
de las acciones conflictivas que dan lugar a los movimientos sociales[11] y a
las etapas posibles que preceden a su institucionalización.[12] De
manera puntual, Anthony Oberschall ha propuesto una lectura de los movimientos
sociales como "empresas de protesta", caracterizadas por su capacidad
de acción estratégica, la amplitud de los recursos movilizados y las redes sociales
de articulación interna y externa;[13]
mientras que hay autores cercanos que se han centrado en movimientos sociales
que resultan de una crisis de Estado y afectan al sistema político. Por su
parte, William Gamson[14] ha
propuesto la identificación de los procesos de formación de las solidaridades;
mientras que Franck Poupeau ha incorporado al estudio de la racionalidad,
implícita y explícita de la movilización, la dimensión estatal o contra-estatal
de la acción colectiva, las estrategias de descomposición de la dominación, la
forma de institucionalización de la acción social y la función del
"capital militante" como fuerzas dínamizadoras.[15]
En términos estrictos, consideramos que el modelo de "nuevo movimiento social", propuesto por Alain Touraine en los años setenta, no resulta pertinente para estudiar los movimientos sociales contemporáneos en Bolivia, debido a que esa teoría se centra en las confictividades que cuestionan los marcos culturales dentro de las instituciones sociales,[16] lo cual es importante, pero deja de lado los conflictos dirigidos contra el Estado, las estructuras de dominación y las relaciones que contraponen a las elites gobernantes con las masas, que precisamente caracterizan las actuales acciones colectivas. En ese sentido, para el estudio de los acontecimientos en Bolivia, resultan más útiles los aportes brindados por Oberschall, Sidney Tarrow, Tilly, Jenkins, Poupeau y Eckert, que precisamente se centran en los efectos de los movimientos en la estructura política de la sociedad, sin perder de vista, sin embargo, que la acción colectiva es mucho más que un cálculo consciente de objetivos en función de medios para alcanzarlos, y que vínculos como la solidaridad, las pautas morales de igualdad y la identidad, que también forman una racionalidad interna de la acción, son componentes sociales por los cuales la gente es capaz de movilizarse.
Recuperando
varios de los elementos brindados por estos autores, vamos a considerar los
movimientos sociales como estructuras de acción colectiva capaces de producir
metas autónomas de movilización, asociación y representación simbólicas de tipo
económico, cultural y político. De manera analítica, en su interior se pueden
diferenciar, al menos, los siguientes aspectos: las condiciones de posibilidad
material que habilitan un espacio amplio, pero acotado de probables ámbitos de
interacción social y que, bajo circunstancias excepcionales de trabajo
colectivo, generan la emergencia de determinado movimiento social; el tipo y la
dinámica de las estructuras de agregación corpuscular y molecular de los
sujetos movilizados; las técnicas y los recursos de movilización y, por tanto,
la trama material del espíritu de cuerpo movilizado; los objetivos explícitos e
implícitos de la acción social, manifiestos en los discursos y la acción del
cuerpo social movilizable; la narrativa del yo colectivo, esto es, el fundamento
cultural y simbólico de autolegitimación del grupo constituido en el momento de
su movilización; las dimensiones política (estatal o antiestatal) y democrática
(reinvención de la igualdad y de lo público) puestas en juego.
Autor: Álvaro García Linera
[1] Texto extraído de Álvaro García Linera,"
Sindicato, multitud y comunidad. Movimientos sociales y formas de autonomía
política en Bolivia", en Álvaro García Linera, Felipe Quispe, Raquel
Gutiérrez, Raúl Prada y Luis Tapia, Tiempos de rebelión. La Paz, Comuna y Muela del
Diablo, 2001.
[2] Luis Carlos Jemio y Eduardo Antelo (eds.), Quince años de reformas
estructurales en Bolivia. sus impactos sobre inversión, crecimiento y equidad. La Paz: Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL)
y Universidad Católica Boliviana, 2000 y Juan Carlos Chávez (ed.), Las reformas estructurales en
Bolivia, La Paz. Fundación Milenio, l999.
[5] Álvaro García Linera. Reproletarización. Nueva clase obrera
y desarrollo del capital industrial en Bolivia (1952-1998). La Paz. Comuna y Muela del Diablo. 1999; y Estructuras materiales y mentales
del proletariado minero, La Paz, Comuna y Universidad
Mayor de San Andrés (UMSA),
Carrera
de Sociología. 2001
[6] Raúl Zibechi, "La disgregación de la clase
obrera", en La
mirada horizontal-
movimientos sociales y emancipación, Montevideo, Nordan Comunidad, 1999
movimientos sociales y emancipación, Montevideo, Nordan Comunidad, 1999
[7] Álvaro García Linera, "Procesos de trabajo y
subjetividad en la nueva condición obrera", en Guillermo Campero et al., Culturas obreras y
empresariales, La Paz, Programa de Naciones Unidas
para el
Desarrollo (PNUD), 2000
[8] Ralph Turner y Lewis Killian, Collective
Behavior, Englewood Cliffs, Prentice May, 1957; Mancur Olson, The Logic
of Collective Action, Cambridge, Harvard University Press, 1965 y Ted Gurr,
Why Men Rebel?, Princeton, Princeton Uni-versity Press, 1971
[9] Sidney Tarrow. "States and Opportunities. The Political
Structuring of Social Movements" y Donatella Della Porta, "Social
Movements and the State: thoughts on the Policing of Protest", en Mayer
Zald, Doug McAdam y John McCarthy (eds.), Comparative Perspectives on Social
Movements, New York, Cambridge University Press, 1996; Charles Brockett,
"The Structure of Political Opportunities and Peasant Mobilization in
Central America", en Comparative Politics, Vol. 23, No. 3, 1991, Sidney Tarrow, El poder en movimiento. Los
movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Madrid,
Alianza, 1997
[10] Anthony Oberschall. "Opportunities and Framing in the Eastern
European Revolts of 1989", en Mayer Zald, Doug McAdam y John McCarthy
(eds.). Comparative Perspectives on Social Movements, op. cit.;
también, del mismo autor, Social Movements: Ideologies, Interests, and
Identities, New Brunswick, Transaction, 1993
[11] Alain Touraine, Producción de la sociedad, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e Instituto Francés de América Latina (IFAL),
1995 y
"An Introduction to the Study of Social Movements", en Social Research, Vol. 52, 1985; véase también, Alberto Melucci, "The New Social Movements: A Theoretical
Approach", en Social
Science Information, Vol.
19, No.
2, 1980
[13] Anthony
Oberschall, Social Conflict and Social
Movements, Englewood Cliffs,
Prentice-Hall, 1972; Franck Poupeau, Le "mouvement du 93", Paris, École des
Hautes Études en Sciences Sociales, 1999.
Prentice-Hall, 1972; Franck Poupeau, Le "mouvement du 93", Paris, École des
Hautes Études en Sciences Sociales, 1999.
[14] William Gamson,
"The Social Psychology of Collective Action", en Aldon Morris y Carol
McClurg, Frontiers in Social Movemet Theory, New Haven, Yale
University Press, 1992
University Press, 1992
[16] Alain Touraine, Producción de la sociedad, op. cit. Un autor que retoma varios de los apones de Touraine para la lectura
de los movimientos sociales en América Latina en la década de los ochenta es
Fernando Calderón, Movimientos
sociales y política, México,
Siglo XXI y UNAM, 1985.
Una lectura parecida,
que busca fijarse en el desplazamiento déla esfera "estado-céntrica"
ala "sociocéntrica" de los llamados "nuevos movimientos
sociales" en Bolivia (movimiento de mujeres, ecologista, cultural, etc.),
es Fernando Mayorga, en el artículo "La sociedad civil en Bolivia",
en Fernando Mayorga y Ricardo Paz, Sociedad civil y democracia participativa, La Paz, Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDIS), 1999,
Para una crítica del
reduccionismo culturalista de estas interpretaciones, véase William Carroll (ed.),
Organizing Dissent, Toronto, Garamond, 1997.
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