Capitàn Eloy Villacrez
Preàmbulo
La Campaña de la Breña llevaba casi
tres años, prácticamente todo el año 1881, 1882 y más de medio año de 1883,
había cansancio en la opinión chilena sobre, observaban que los cadáveres
de sus soldados eran una rutina y no encontraban una solución, esto es la paz
con cesión territorial, tema que fue rechazado de plano por Cáceres.
El cuadro político era muy complejo,
con el retiro de la escena del Presidente Piérola, que abandona el país luego
de la caída de Lima y según èl, se dirige a Bolivia a revitalizar la alianza y
buscar armas y apoyo, lo cual no fue cierto.
En la práctica quedaron dos
presidentes, en la Sierra Central Cáceres y en el Sur, Arequipa-Puno,
Lizardo Montero. Cada uno actuaba de acuerdo a su libre pensar y parecer.
Lo real y concreto, era que se requería
paciencia para observar el panorama, la única manera de mantener la integridad
territorial era mediante la sucesión de cientos de batallas, casi todas tenían
como consecuencia el arrasamiento de poblaciones civiles, tal como ocurrió con
Huamachuco, ese fue el precio que nuestro pueblo pagó por mantener la unidad
territrial.
La Batalla,
Fue una demostración de arrojo y valor
de nuestros hombres, la escases de parque hizo que estando en retirada los
chilenos, al observar que nuestro ataque languidecía, volvieron grupas para
atacar a unas fuerzas sin recursos para seguir actuando.
Si bien nuestro ejército fue vencido,
Cáceres y Albarracín lograron, fugar, hay la narración de un subteniente
chileno, que logró perseguir a Cáceres cuando ya todo estaba perdido, indicando
que realmente era un brujo y por eso se escapó. Momentos previos los oficiales
le dicen a Cáceres que abandone el campo de batalla, para mantener la
resistencia, sólo él podía reagrupar nuevas fuerzas, como realmente ocurrió al
constituirse a Andahuaylas y formas el cuarto ejercito de la Breña.
La Bajeza humana
Luego de la derrota, Iglesias
quedó libre con su camarilla, llegó incluso a brindar por el triunfo
chileno, al respecto el historiador Comandante Guerrero dice
(pag.187, sus memorias):
"A raíz de la derrota de Cáceres
en Huamachuco, los partidarios de Montàn (Miguel Iglesias), dieron el
incalificable espectáculo de celebrar, en Cajamarca, el triunfo chileno.
Iglesias disponía de agentes montados
en diferentes sitios de Huamachuco a Cajamarca. Uno de ellos galopó a mata
caballo hasta esta ciudad trayendo la noticia de la derrota de Cáceres. Las
autoridades iglesistas festejaron jubilosas la victoria de los chilenos.
Iglesias mandó una comisión especial a Huamachuco para felicitar en su nombre a
Gorostiaga, sabía que Lynch (Jefe de la ocupación chilena) lo había condenado a
muerte por lo ocurrido en San Pablo (1882) cuando la guarnición chilena de
Cajamaraca fue diezmada y se culpabilizò a Iglesias de ese acto..
Chile tenía más recursos, por eso fue
un error enfrentarse de aparato a aparato en una gran batalla, la única forma
de vencer era realizar mil ataque en todos los lugares donde era débiles los
chilenos para mantener el espíritu de combate.
Gorostiaga dio las órdenes de no
dejar a un solo peruano con vida y, en forma sistemática, los chilenos se
dedicaron al "repase" de cuanto herido encontraron y aquel que caía
con vida, era ejecutado en forma inmediata. La caballería chilena salió en
persecución de los soldados en retirada y aquel que alcanzaron, lo ejecutaron
en el lugar.
Leoncio Prado, quien recién el día 14,
a cuatro días de la contienda, las patrullas enemigas en busca de peruanos, lo
encontraron gravemente herido en una pierna, en la casa de José Camón, por vil
delación del propietario, en el lugar denominado Cushuro, a 15 kilómetros del
campo de batalla. Preso fue llevado a Huamachuco junto con sus ayudantes. No se
le permitió comunicación alguna y al día siguiente fue fusilado alevosamente en
su lecho de herido, luego fueron ejecutados sus ayudantes.
En esa forma murieron cerca de 700 a
1300 soldados, de un ejército que al entrar en batalla no contaba con más de
1800 hombres. Enfrentamiento que tiene una particularidad: que no hubo un solo
prisionero ni tampoco heridos, todos murieron.
La soldadesca de Gorostiaga, después de
la batalla se dedicó a depredar y destruir la ciudad de Huamachuco, utilizando
el derecho a saqueo, que sus jefes les prometieron. Para mostrar lo que
sucedió, copiamos algunos párrafos de la obra "La batalla de Huamachuco y
sus desastres", escrita por Abelardo M. Gamarra "el Tunante",
obra presentada por el editor en las "Memorias de Cáceres": (188) ...
"Para pintar los horrores de la
implacable crueldad de los chilenos nos bastará citar las siguientes palabras
textuales de don Raimundo Valenzuela, chileno, autor de un libro titulado
"La batalla de Huamachuco" (Santiago, Imprenta Gutemberg, 1885), que
dice, hablando de la persecución de los fugitivos: "Duró esta como hasta
las nueve de la noche. En el delirio de la persecución no perdonaban a nadie:
enemigo alcanzado era enemigo muerto". Lo que quiere decir que repasaron a
los que heridos habían quedado en el campo, que ultimaron despiadadamente a los
que se rendían y que fusilaron a jefes y oficiales, dignos por mil títulos de
respeto de quienes en verdad fueran hidalgos; pero no es esa carnicería
espantosa la menor de las manchas, que eternamente llevarán sobre sí los
chilenos que pelearon en Huamachuco, sino las escenas que pasamos a describir,
y de cuya autenticidad a Dios ponemos por testigo. La hora del infortunio había
sonado.
Una a dos de la tarde del 10 de julio
de mil ochocientos ochenta y tres. Durante los tres días del sangrante reñir,
casi todas las familias principales, y no pocas de las del pueblo, habían, como
hemos dicho, abandonado la población: dos o tres, a lo más, de las primeras,
vieron llegar el terrible momento, y no tuvieron ni tiempo para huir, ni
encontraron un lugar donde refugiarse. Como volcán que estalla y derrama su
lava sobre la campiña, desde la cumbre del Sazón se lanzó sobre la ciudad la soldadesca
desenfrenada, semejante a los bárbaros del siglo V, en los pueblos que
conquistaban; aullando como jauría de perros, más que dando gritos de triunfo,
en grupos armados se esparcieron los chilenos por toda la ciudad y sus
suburbios, rompiendo a culatazos cuanta puerta encontraban cerrada, después de
descerrajar tiros de rifles en las chapas.
Olvidando todo sentimiento humanitario,
solo hablaba en aquellos feroces y crueles hombres el instinto del bruto; sus
rostros mismos, bañados por el sudor, embadurnados con el polvo de la refriega
y muchos salpicados con la sangre peruana, presentaban, según refieren testigos
presenciales, aquel aspecto patibulario de los descamisados del 93, o de los
salvajes compañeros de Atila. Ebrios por el licor, por lujuria y la codicia,
acuchillando moribundos, "repasando" a los heridos, lanzando gritos,
destrozando cuanto encontraban; era aquello como danza infernal, en la que el
horror del asesinato, las imprecaciones del asesino y el clamor de las víctimas,
se mezclaba la algaraza de la lubricidad.
—"¿Dónde está la plata?" era
la primera pregunta, de aquellos criminales autorizados.
—Señor, soy una pobre, respondía alguna
infeliz anciana. —"Mientes, vieja bruja, entrégame la plata si no quieres
morir" y la boca del rifle tocaba el pecho de la desventurada. — ¡Por el
amor de Dios!
—"Muere vieja ladrona", y el
soldado arrojándola por el suelo, penetraba hasta el último rincón de la
casucha; rompía los baúles, tomaba todo lo que era de valor, pasando a otra
casa a repetir la misma escena, y así no hubo una sola de la ciudad que se
librara del saqueo.
Indescriptible era el cuadro que
presentaba cada casa: puertas hechas pedazos, baúles destrozados; objetos que
no eran de valor rodando por el suelo en fragmentos; manchas de sangre en las
paredes; cadáveres de infelices ancianos, de indefensos inválidos, tendidos en
los corredores o en medio de las habitaciones; mujeres desmayadas o
semimuertas, víctimas de horribles violaciones en actitudes vergonzosas.
Las infelices subían a los tejados a
ocultarse, las seguían los soldados: se arrojaban al suelo desde lo alto,
prefiriendo la muerte a la deshonra, y sobre caídas y exánimes, como sobre
cadáveres, se lanzaban los que no habían subido tras ellas, y las violaban.
Ebria la mayor parte de aquella infame
soldadesca asesinaban por placer, robaban y cometían violaciones lanzando
carcajadas bestiales. Ni el templo se libró del ultraje: rompieron a balazos las
cerraduras, de igual modo las de los Tabernáculos, despojaron de sus alhajas a
los altares y las imágenes, dejando pisoteados y por el suelo las vestiduras de
los santos...
Todas las casas, desde la de Dios,
hasta la del último ciudadano, fueron profanadas en tan criminal feria; unos
entraban y otros salían, para facilitar su robo llevaban a los indios con
alforjas al hombro en las que conducían a sus cuarteles cuantos objetos
juzgaban de valor, y así, la población quedó barrida
Los siete pecados capitales, en traje
militar, celebraron su fiesta durante cinco días consecutivos. Nada fue
perdonado, ni la criatura de once años, ni la anciana de ochenta: muchas
desgraciadas murieron a consecuencia del acto criminal en ellas cometido; y por
lo que hace a sangre fue vertida entre la de muchos, tomados caprichosamente
por montoneros, la de setenta y dos ancianos, inválidos la mayor parte de
ellos, por sus achaques, algunos miserablemente degollados.
De entre esos infelices recordamos a
los siguientes... (sigue la relación de múltiples nombres).
Todos estos fueron victimados con una
alevosía inexplicable, y nada clamará más al cielo, eternamente, como el
asesinato de esos setenta y dos desventurados, que en vano levantaron sus manos
juntas implorando misericordia. La casa del rico y la casucha del más pobre,
todo cayó bajo el saqueo de los insaciables chilenos. Tal y tan grande fue esto
que multitud de familias quedaron en la mendicidad, muchas sin más camisa que
la que llevaban en el cuerpo, sin un plato en qué comer, ni menos un mal
pellejo que pudiera servirles de cama. Casas hubo después del saqueo, que
parecían no haber sido habitadas jamás;
A la llegada de la noche era Huamachuco
semejante al cadáver de un mendigo, y avaluando "tan solo" lo que en
dinero, alhajas y especies de valor se perdió en el saqueo, se calcula un
millón de soles de plata. Todas las tiendas de comercio quedaron completamente
escuetas: sin más que el entablado de sus pavimentos y destrozadas por completo
sus puertas, parecían, vistas a la distancia, bocaminas; entre tanto, cada
cuartel era una aduana". Anexo 56
Enseñanza:
La Guerra es un acto político, una
decisión de medir las armas con el enemigo se hace luego de observar el
objetivo por alcanzar, en el presente caso no había razón de enfrentar a Chile
de aparato a aparato, el enfrentamiento debió seguir siendo mil combates
diarios, en una hostilización permanente, con una unidad de comando y no con
intereses de grupo. Probablemente los oficiales que acompañaban a Cáceres, querían
demostrar a Iglesias que podían imponer condiciones para la Paz y se jugaron
“todos sus ases” en una sola partida, eso nos costó Tarapacá y Arica.
Aprendamos siempre
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Enviado por: Eloy Villacrez
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