18/07/2018
La república
criolla que el neoliberalismo repotencia con el golpe del cinco de abril parece
estar llegando a su destino: la descomposición. Esto no es setiembre del 2000,
cuando se exhibieron los videos de la salita del SIN, ni el salvador es un
novísimo Valentín Paniagua que resucite algún espíritu republicano por allí
extraviado. No. El edificio institucional ya no necesita de refacciones, porque
está podrido. Las termitas del fujiaprismo han terminado con él.
Nos engañan
quienes nos dicen que es problema de personas o de instituciones. Falso.
Ni el más engominado de los prohombres del régimen tiene dedos de organista
para lidiar con la situación. Se les han terminado en el correveidile de los
favores palaciegos. El problema es de estructuras y estas vienen de
atrás.
Ahora bien,
esto no quiere decir que las estructuras vayan a cambiar por si solas o que sus
protagonistas vayan a irse. Es más, en su desesperación ya empiezan a clamar
por salidas autoritarias. Por ello digo que nadie se retira del escenario de la
historia por su propia voluntad. Hay que botarlos y no se avizora en el
horizonte una fuerza capaz de hacerlo. Por eso hay que recapitular y saber de
qué se trata para no dar palos de ciego en el futuro inmediato.
La república
criolla reedita el encuentro del Estado colonial con los poquísimos que en el
momento de la independencia eran considerados ciudadanos y jamás Ha podido
superar esa situación. Como dice el historiador Pablo Macera, al día siguiente
del 28 de julio de 1821 el Perú era más colonia y más feudal que nunca. Pero
cuál era la característica fundante de esa relación: el patrimonialismo. La no
distinción entre el bolsillo privado y el tesoro público. El Perú pasó de ser
patrimonio del rey de España a patrimonio de la casta heredera de los
españoles. La república nació corrupta porque en su diseño original no tenía
otra forma de ser y así y todo hay quienes insisten en celebrar un
bicentenario.
Esta
república criolla y patrimonial intentó varias veces reinventarse pero siempre
potenciando su característica central: privilegiar la vida de un pequeño grupo
a costa de los demás. Esa fue la historia de la república práctica del primer
civilismo, de la república aristocrática del segundo civilismo, de la patria
nueva con Leguía y el oncenio, de las dictaduras militares y los adláteres
civiles de mediados del siglo pasado. Con la única excepción de Velasco el
principio siguió siendo el mismo: privilegiar la vida de un pequeño grupo a
costa de los demás.
Hasta que
llegó el momento culminante y por ello también ojalá que su último esfuerzo: el
golpe de Estado del cinco de abril de 1992. Con él, Alberto Fujimori y
Vladimiro Montesinos, los protagonistas del golpe, se atreven a una reedición
postrera de la república criolla y su característica central: el
patrimonialismo. Esta vez en la versión neoliberal del capitalismo de amigotes:
para hacer buenos negocios en el Perú hay que tener amigos en los puestos
claves del Estado. Así, pasan gobiernos y hasta retorna la democracia, pero no
cambia la arquitectura de Fujimori y Montesinos. Acaba de caer un presidente de
la república porque no pudo explicar la calidad de sus amigotes y seguimos
escuchando las grabaciones de los favores supremos entre amigotes.
Hay, sin
embargo una diferencia entre el patrimonialismo anterior y lo ocurrido en los
últimos 26 años. La extraordinaria producción de riqueza en este último cuarto
de siglo, sin variar un ápice el principio de privilegiar la vida de un pequeño
grupo a costa de los demás, ha permitido vender ilusiones. La república criolla
en su versión oligárquica era un mundo sin ilusiones para la abrumadora
mayoría. Las ilusiones reformistas y revolucionarias de la segunda mitad del
siglo XX fueron tachadas por el poder, exitosamente, como irresponsables
e imposibles. El neoliberalismo volvió a vender la ilusión del esfuerzo
individual a una importante mayoría, hasta se han fabricado libros —sin ninguna
base empírica— señalando que en el medio había sitio. Pero esta ilusión ha
tenido frutos que han permitido, aunque fuera temporalmente, cubrir lo que no
hacían los magros ingresos de la población.
Sin embargo,
el declive del modelo que deja a la vista la corrupción rampante, ha empezado a
liquidar las ilusiones, porque, como nos señalan los maestros en las calles “el
que estudia no triunfa” en el Perú de estos tiempos. Esta erosión, inicial
ciertamente, de la hegemonía política pero también cultural del poder
neoliberal pasa a ser crucial en la coyuntura.
Los que
mandan empiezan a perder su derecho a mandar, la debilidad del Presidente
Vizcarra es patética al respecto. No sólo legal, como lo vemos en la burla
cotidiana de nuestro débil Estado de Derecho, sino también legítimamente. La
población deja de creer en sus gobernantes, llámense congresistas, jueces,
presidentes, ministros, etc., etc. Pero no solo en los personajes sino, lo que
es más trágico, en las instituciones que estos dicen representar y, por último,
en el mecanismo o régimen político que las articula: nuestra alicaída
democracia.
Por ello, sin
perdonar los crímenes de las personas, que deberán pagar por sus culpas,
decimos que las estructuras están infectadas y que continuarán, sino las
cambiamos, secretando una y otra vez personajes corruptos. La lección del 2000
que se repite hoy día, antes como tragedia y hoy como farsa, es lección
suficiente para que aprendamos de una vez por todas.
La república
corrupta del fujimontesinismo de los noventas es la república podrida del día
de hoy, esta última no hubiera podido existir sin la anterior. No esperemos una
tercera edición. Por eso, la única alternativa viable para este país es una
Nueva República, que surja de la voluntad soberana del pueblo, a través de
elecciones adelantadas y una Nueva Constitución. Cualquier consigna menor es un
operativo de distracción de aquellos que no quieren soltar sus privilegios para
que proceda el futuro del Perú
https://www.alainet.org/es/articulo/194174
No hay comentarios:
Publicar un comentario