por Thierry Meyssan
Al
contrario de lo que afirma el pensamiento dominante, la cumbre de
la OTAN no enfrentó a Estados Unidos con los demás miembros de
la alianza atlántica sino al presidente Trump con la alta administración
intergubernamental. El autor estima que el problema no es si
nos agrada o no la personalidad del inquilino de la Casa Blanca sino
más bien determinar si se le apoya por ser la persona que
su pueblo eligió como presidente o si preferimos a los burócratas del
sistema.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 17 DE JULIO
DE 2018
El
presidente Trump hizo venir al secretario general de la OTAN, Jens
Stoltenberg, a la residencia del embajador de Estados Unidos
en Bruselas y lo sermoneó públicamente por ser incapaz de mantener la
coherencia política de ese bloque militar.
Desde el 20 de enero
de 2017, la llegada a la Casa Blanca de un defensor del capitalismo productivo
está estremeciendo el orden internacional en detrimento de los adeptos del
capitalismo financiero. El imperialismo, hasta entonces ciegamente
defendido por los presidentes de Estados Unidos, al extremo de
identificarlo con la política exterior estadounidense, se apoya ahora en
aparatos burocráticos, con las administraciones de la OTAN y de la Unión
Europea en primera fila.
Actuando como había anunciado durante su campaña electoral, Donald Trump
es un presidente (electo) muy previsible. Es su capacidad para cambiar
el sistema lo que resulta totalmente impredecible. No ha sido
por ahora asesinado, como John Kennedy, ni obligado a dimitir, como
Richard Nixon [1], y sigue adelante, al ritmo de dos
pasos adelante y uno atrás.
En los países occidentales parece haberse olvidado que en una
República el único papel de los responsables electos por el pueblo es
controlar las administraciones de los Estados que gobiernan. Pero un «pensamiento
único» ha venido imponiéndose a todos poco a poco, transformando
a los responsables electos en altos funcionarios y los Estados en dictaduras
administrativas.
El conflicto entre el presidente Trump y los altos funcionarios de
sus predecesores es, por consiguiente, un simple intento de regreso a lo
que debería ser la normalidad. Es también un conflicto titánico, comparable al
que existió entre dos gobiernos franceses en tiempos de la Segunda Guerra
Mundial [2].
Ante lo sucedido en la cumbre de la OTAN del 25 de mayo
de 2017, donde Trump impuso que se agregara la lucha contra
el terrorismo a los objetivos de la alianza atlántica, y en el G7 de junio
de 2018, donde Trump se negó a firmar la Declaración Final, la
administración de la OTAN trató de preservar los objetivos del
imperialismo.
Primeramente, la administración de la alianza atlántica firmó con sus homólogos de la Unión Europea, justo antes de la cumbre de la OTAN, una Declaración Conjunta [3]. De esa manera, garantizaba la relación de subordinación de la Unión Europea con la OTAN, subordinación que se instituye en el artículo 42 del Tratado de Maastricht [4]. Esa Declaración fue firmada por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker. El polaco Donald Tusk viene de una familia que trabajaba en secreto para la OTAN durante la guerra fría y el luxemburgués Jean Claude Juncker fue el responsable de los servicios secretos de la OTAN en su país durante la operación Gladio [5]. Los altos funcionarios europeos saben que están en peligro desde que Steve Bannon, el ex consejero especial de Donald Trump, estuvo en Italia para respaldar la creación de un gobierno antisistema, con intenciones de hacer estallar la Unión Europea.
Segundo, la administración de la OTAN forzó la firma del esbozo de la Declaración Común en la apertura de la cumbre en vez de al final [6], así que no hubo discusión sobre su doctrina anti-rusa.
Consciente de la trampa que se le tendía, Trump decidió tomar
desprevenidos a sus funcionarios. Cuando todos los participantes de la cumbre
de la OTAN esperaban una polémica sobre la poca contribución de los
aliados de Estados Unidos al esfuerzo de guerra común, lo que Donald
Trump hizo fue cuestionar la razón de ser de la alianza: la protección
contra Rusia.
Trump hizo venir al secretario general de la OTAN, Jens
Stoltenberg, a la residencia del embajador estadounidense en Bruselas,
en presencia de la prensa, y le hizo notar que Alemania alimenta
su economía con gas del «amigo» ruso mientras pide que la protejan de su
«enemigo» ruso. Al subrayar esa contradicción, Trump relegaba a un
segundo plano la cuestión del financiamiento, pero sin abandonarla.
Lo más importante es que, sólo una semana antes de su encuentro con el
presidente ruso Vladimir Putin, Trump desvirtuaba así la larga lista de
quejas contra Rusia que aparecen en la Declaración de Apertura de la
cumbre de la OTAN.
A pesar de lo que afirman los comentarios de la prensa,
el señalamiento del presidente Trump estaba menos dirigido a Alemania
que al propio secretario general de la OTAN, Stoltenberg. Trump estaba
resaltando en realidad la negligencia de este alto funcionario, que
administra la OTAN sin interrogarse sobre la razón de ser de ese
bloque militar.
El enfrentamiento entre la Casa Blanca y Bruselas [7] está lejos de terminar.
Por un lado, la OTAN acaba de aprobar la creación de dos centros de
mando conjunto –en Ulm, Alemania, y en Norfolk, Estados Unidos– y un
aumento de su personal en un 10%, mientras que la Unión Europea acaba de crear
la «Cooperación Estructurada Permanente» (PESCO, un programa de
capacitación de 6 500 millones de euros) y que Francia
le “engancha” la «Iniciativa Europea de Intervención» (un programa
de operaciones). Contrariamente a los discursos que hablan de independencia
europea, esas dos estructuras están sometidas al Tratado de Maastricht y están
por tanto al servicio de la OTAN, además de complicar aún más la
ya complejísima burocracia europea, para mayor satisfacción de sus altos
funcionarios.
Por otro lado, el presidente Trump ha iniciado discretamente discusiones
con su homólogo ruso para retirar las tropas de Rusia y de la OTAN de
la actual línea de confrontación.
[1] Richard Nixon tuvo que dimitir debido a su
responsabilidad en el escándalo del Watergate. Pero esa responsabilidad sólo
llegó a conocerse gracias a la delación del célebre «Garganta Profunda»,
que finalmente resultó ser Mark Felt, un importante responsable del FBI que
había sido asistente del fundador de la policía federal estadounidense, John
Edgar Hoover.
[2] En el momento de la derrota
de Francia, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea
Nacional francesa, reunida en la estación termal de Vichy, el 10 de julio
de 1940, proclama el «Estado Francés», abrogando así de facto la
República. Aquel cambio de régimen contaba desde hacía tiempo con el apoyo de
grupos y partidos antiparlamentarios. A partir de aquel momento, Francia
estuvo representada simultáneamente por dos gobiernos que se oponían
entre sí: el gobierno legítimo de la República, exiliado en Londres,
y el gobierno legal del Estado proclamado en Vichy. En agosto
de 1944, con el fin de la ocupación alemana, de Gaulle reinstaura el
gobierno de la República en París mientras que el gobierno del «Estado
Francés» se establece en Alemania, en Sigmaringen, hasta
abril de 1945.
La confusión entre la República Francesa y el Estado francés es algo corriente hoy en día. Tanto que, para referirse al presidente de la República, se utilizan indistintamente el rango protocolar de “jefe deEstado” y el título de “jefe del Estado”.
[3] «Déclaration
conjointe sur la coopération entre l’UE et l’OTAN», Réseau
Voltaire, 10 de julio de 2018.
[4] El Tratado de Maastrich es el documento
fundacional de la Unión Europea. Nota de la Red Voltaire.
[5] «La
guerra secreta en Luxemburgo», por Daniele Ganser, Red Voltaire,
2 de agosto de 2013; «Luxemburgo:
Jean-Claude Juncker se negó a tener que dimitir por causa del Gladio»;
«Gladio en Luxemburgo: Juncker obligado a dimitir», Red Voltaire,
10 y 16 de julio de 2013.
[6] «Déclaration
d’ouverture du sommet de l’OTAN», Réseau Voltaire, 11 de
julio de 2018.
[7] Bruselas es al mismo tiempo sede de
la OTAN y de la Unión Europea.
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