(23 de julio de 2018)
Por Miguel Aragón
Entre otras conmemoraciones muy destacables, desde noviembre de
2017 los socialistas en el mundo entero todavía nos
encontramos en el Año del Centenario de la Gran Revolución
Rusa de 1917.
No deberíamos desaprovechar este aniversario circunstancial, para
comentar y aprovechar algunas de las grandes enseñanzas de
las lecciones de ese transcendental acontecimiento histórico, y
tener en cuenta esas enseñanzas en el análisis de los problemas de
la realidad presente.
I
Más abajo trascribo el artículo “Obama y Trump se equivocan con China”, escrito por el investigador Juan
Jiménez Herrera, publicado en las páginas de Rebelión el
17 de julio, y reproducido entre nosotros por el blog Tacna Comunitaria,
que nos ha servido de fuente para trascribirlo.
En las
últimas décadas, casi a nadie deja de
sorprender, y llamar la atención, la intensidad y la
velocidad con que la República Popular China está creciendo
económicamente. Resulta muy cotidiano leer sobre el “despertar
de China”, sobre la superación y “próximo desplazamiento
de EEUU” en el predominio económico en el mundo entero.
Tampoco
sorprende, que muy a la ligera, se afirme que el actual crecimiento de China se
debe a su “abandono del camino socialista”, y
su conversión en un país capitalista.
Del texto escrito por Juan Jiménez, considero
necesario resaltar tres afirmaciones muy precisas e importantes del autor:
1.- “El socialismo no se puede construir sobre bases
materiales subdesarrolladas”;
2.- “Quien ha despertado al gigante asiático,
quien ha puesto en marcha sus prodigiosas fuerzas productivas no ha sido, sin
embargo, el capitalismo. Ha sido, por el contrario, el socialismo; en
concreto, la construcción del socialismo en sus primeras etapas de
transición”; y
3.- “El espectacular desarrollo chino se debe al
socialismo y sus ventajas, y el declive americano a la senectud del
capitalismo. La URSS pudo cumplir también ese papel, pero el abandono
precipitado de la NEP esbozada por Lenin malogró la multiplicación
exponencial del desarrollo de las fuerzas productivas, que el centralismo y el
socialismo pleno nunca pueden conseguir sobre bases materiales insuficientes,
subdesarrolladas o pre capitalistas. China, sin embargo, ahora, ha
encontrado su propio camino”
II
Después de
leer este artículo de Juan Jiménez,
considero conveniente analizar en primer lugar lo que realmente
ocurrió durante la construcción del socialismo en la URSS en
el transcurso de siete decenios; y en segundo lugar, analizar cuáles son las
perspectivas del futuro desarrollo de China (y
complementariamente también analizar lo que actualmente
está ocurriendo en Viet Nam y en Cuba)
Recordemos
que en el largo tránsito de las viejas sociedades feudales a las modernas
sociedades capitalistas, la nueva clase dirigente, es decir
la burguesía, se vio obligada a desarrollar “el capitalismo
semi-feudal” en muchos países.
Parecería que la historia le ha planteado al
proletariado retos similares. Desde 1917 hasta el presente, en todos
los países en los cuales ha triunfado la revolución dirigida por el
proletariado, la nueva clase dirigente, se ha visto obligada
a desarrollar una especie de “socialismo semi-capitalista”, o algo
parecido, nueva modalidad de desarrollo económico social transitorio que más
adelante la ciencia se encargará de definirla acertada y definitivamente.
OBAMA Y TRUMP SE EQUIVOCAN
CON CHINA
17-07-2018
No
muchos años atrás, Obama afirmó, ante una congregación de su democrático
partido, que los EE.UU ganarían, ante China, el desafío y que el siglo XXI
seguirá marcado por la pax americana. Cifró el empeño en preservar el liderazgo
norteamericano en los nuevos sectores de las tecnologías vinculadas a las energías
renovables no fósiles. No olvidó, tampoco, el ex mandatario norteamericano
enfatizar que, en cualquier caso, el objetivo no podría ser otro que mantener
buenas relaciones con China, aunque emplazándola a abrir sus mercados, porque
de ello dependería la creación de riqueza y puestos de trabajo en EE.UU. El
imperio, por otra parte, hostigó a China, presionando a sus autoridades para
que se avinieran a seguir financiando las necesidades de la descomunal deuda
pública y externa norteamericana. Se sucedieron, asimismo, en un escenario de
tensas relaciones internacionales, varios incidentes: la venta de armas a
Taiwán, los choques con Google, etc,
Y
Obama se equivocó.
Como,
ahora, también yerra su sucesor: el imprevisible Trump. El actual inquilino de la
Casa Blanca ha reaccionado, de un lado, sustituyendo la apuesta por las
renovables por un renovado impulso a favor de los combustibles fósiles
(petróleo y carbón); y, de otro, (paradojas de la historia) dejando al Partido
Comunista Chino como abanderado del libre comercio frente a las políticas
proteccionistas del imperio, que ve como declina su antes indiscutido poderío
industrial y exportador.
Napoleón,
señalando China sobre un mapa, afirmó: “Ahí yace un gigante dormido; déjenlo
dormir. Para cuando despierte, los destinos del mundo serán suyos”. Antes Obama
y, ahora, Trump se esfuerzan, además, en ensalzar la superioridad del sistema
americano.
Quien
ha despertado al gigante asiático, quien ha puesto en marcha sus prodigiosas
fuerzas productivas no ha sido, sin embargo, el capitalismo. Ha sido, por el
contrario, el socialismo; en concreto, la construcción del socialismo en sus
primeras etapas de transición.
Desde
la dirección planificada de la economía, la prevalencia de la propiedad pública
y la preservación del carácter de clase y popular del Estado, China acordó
iniciar un periodo de transición al socialismo, que no se tuvo empacho en
aceptar que fuese considerablemente duradero; se aceptó por el marxismo chino
el postulado de que, como condición previa para alcanzar los objetivos del
socialismo, las fuerzas productivas habrían de ser desarrolladas, en principio,
por la lógica y las relaciones del capital, no obstante, subordinadas,
matizadas y reguladas desde el Estado popular y socialista. El socialismo no se
puede construir sobre bases materiales subdesarrolladas; la necesidad reproduce
las miserias y porquerías de siempre. La burguesía que se habría de encargar de
esta tarea no sería, empero, sino una emanación de las propias estructuras del
partido comunista chino; es decir, en ningún caso, una burguesía al uso, con
capacidad de dirección y vocación de dominación política. Cumpliría una misión
histórica específica, más que como sujeto, como objeto y ente instrumental
dinamizador de unas estructuras y relaciones que el mercado y el beneficio se
encargarían de engranar.
La
burguesía china no es homologable a ninguna otra; ni cuantitativa ni
cualitativamente. Desde la primera perspectiva, la parte del producto social
que se apropia es incomparablemente menor que la de cualquier otra, y. desde la
segunda, ya hemos avanzado que se le ha extraído la voluntad de dominación, al
asumir y asignársele un papel secundario e instrumental en la acumulación de
capital y riqueza en China. El país, en estas dos últimas décadas, abierto al
mundo, en contacto con las fuerzas productivas y con las distintas formas de
propiedad mundiales, ha conseguido despertar el colosal potencial productivo
propio; ha hecho acopio de tecnología, de métodos de producción; ha aumentado
la productividad del trabajo y ha puesto a trabajar a una gran parte de su
población activa (superior a la europea y norteamericana juntas), antes
postrada en el campo y subdesarrollo, por más socialistas que fuesen las
relaciones sociales allí existentes.
Con
ser importante que este modelo de crecimiento y generación de riqueza, que bien
podría denominarse socialismo en fase inicial e instrumental capitalista, haya
sacado del estado de necesidad a más de 400 millones de habitantes, no lo es
menos que, al tiempo, la colosal producción de bienes, servicios, mercancías e
infraestructuras han trastocado las estructuras sociales y económicas de los
países con quienes se relaciona China. En el centro capitalista, a más de
disolver a la aristocracia obrera, a la que condena a aceptar condiciones cada
vez menos sociales en el trabajo, convierte a gran parte de la población activa
en innecesaria. El ingente ejército industrial chino es capaz de nuclear en
torno a sí a cada vez más zonas del mundo; su entrada en África es imparable;
entabla relaciones con los Estados, en un trato igual, otorgando facilidades
crediticias y un intercambio igualitario de bienes y servicios (Cuba,
Venezuela, Brasil, Argentina, África), comprometiéndose con el desarrollo de
infraestructuras necesarias en los países con quienes entabla relaciones. Teje,
pues, cada vez más, relaciones económicas y monetarias en los cinco
continentes, consecuencia de lo cual es la expulsión, en gran medida, de las
antiguas potencias capitalistas de sus plazas tradicionales.
Y
esto es solo el principio. En un par de décadas, con crecimientos anuales de
dos dígitos, los 800 millones de trabajadores chinos y sus industrias pueden,
sencillamente, dejar, no sólo sin empleo a los trabajadores europeos y
norteamericanos, sino, también, sin plusvalía que extraer y realizar a las
burguesías europeas y norteamericana.
Obama
y Trump están profundamente equivocados, cuando fiaron, el primero, el
salvamento de su país a un expediente tecnológico y, el segundo, al
proteccionismo. El espectacular desarrollo chino se debe al socialismo y sus
ventajas, y el declive americano a la senectud del capitalismo. La URSS pudo
cumplir también ese papel, pero el abandono precipitado de la NEP esbozada por
Lenin malogró la multiplicación exponencial del desarrollo de las fuerzas
productivas, que el centralismo y el socialismo pleno nunca pueden conseguir
sobre bases materiales insuficientes, subdesarrolladas o pre capitalistas.
China, sin embargo, ahora, ha encontrado su propio camino. Europa y EE.U U no
tienen por que sucumbir junto a su caduco y senil capitalismo. Si China ha
“inventado” una burguesía instrumental y con fecha de caducidad, a los pueblos
Europa y de los Estados Unidos les corresponde, por el contrario, desprenderse
de sus respectivas burguesías. Paradojas de la historia. Y, de esta forma,
tendrán ante sí, como China, un mundo de posibilidades, sobre las bases de la
cooperación internacional y no de la trasnochada, nociva, insalubre y peligrosa
competitividad capitalista.
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