Por Pablo Stefanoni
Ilustración Sebastián Angresano
Decenas de miles de franceses
identificados con chalecos amarillos, por fuera de partidos y sindicatos y con
fronteras ideológicas difusas, se rebelaron contra un impuesto “ecológico” que
subió el precio de los combustibles. Clima insurreccional, pero cívico, con
clases medias y trabajadores pobres movilizados contra las élites. Políticos y
analistas están desorientados: ¿hasta dónde están dispuestos a llegar los
manifestantes, que ya tienen el apoyo del 70% de la sociedad francesa?
La rebelión de los chalecos amarillos
estalló el 17 de noviembre contra un impuesto “ecológico” que aumentó el
precio de los combustibles fósiles. La Francia del interior reaccionó y desde
las redes sociales se convocó a un bloqueo masivo de rutas en todo el país.
Pero a un gurú de campañas anónimo se le ocurrió que los “piqueteros” galos
vistieran chalecos refractarios: como desde hace algún tiempo todos en Francia
deben llevar dos en el auto, estaban a la mano para darle, desde el comienzo,
una identidad y un color –junto con un símbolo de visibilidad de los
“invisibles”, los chalecos son fluorescentes– a lo que de otro modo hubiera
sido simplemente la protesta de algunas decenas de miles manifestantes. Y de
pronto, el territorio francés se llenó de bloqueos, fogatas y otras formas de
frenar la movilidad en el país. Fue el acto I y el bautismo de fuego de
los gilets jaunes.
***
“Todos a París”. La consigna salió de
las redes sociales y la cita fue el 24 de noviembre – y se repitió el 1º y el 8
de diciembre-.. La masiva venta de antiparras –para defenderse de los gases-
anticipaba solo muy parcialmente lo que la capital francesa viviría ese día.
Enfrentamientos con la policía, decenas de autos incendiados, ataques a
comercios y edificios. Todo eso en las zonas más ricas y exclusivas de París.
Debajo del pavimento –levantado para lanzarle adoquines a la policía– no estuvo
la playa pero sí lagunas en medio de la lluvia preinvernal. Las galerías
Lafayette debieron cerrar sus puertas y los turistas chinos –que están entre
los mayores consumidores de marcas de lujo– fueron evacuados. Políticos,
analistas y académicos quedaron sin explicaciones convincentes sobre los
actores, repertorios y objetivos de la protesta.
“Todo es desconcertante, incluso para
quienes nos dedicamos a la investigación y la enseñanza de la ciencia política:
sus actores, sus modos de acción, sus exigencias. Algunas de nuestras creencias
más arraigadas están siendo cuestionadas, en particular las relacionadas con
las condiciones de posibilidad y de éxito de los movimientos sociales”, escribió
el politólogo Samuel Hayat.
Jacquerie moderna, los nuevos
“sans-culottes”, poujadismo del siglo XXI, un nuevo Mayo del
68: las analogías históricas del movimiento de los gilet jaunes son
muy, demasiado, variadas y van desde la revuelta campesina de 1358 durante la
Guerra de los Cien Años y la peste negra hasta la revuelta estudiantil que
buscó llevar la imaginación al poder. “La comparación con Mayo del 68 surgió el
1 de diciembre y es más bien visual: un París con barricadas, autos volcados y
quemados, y adoquines arrancados de las avenidas parisinas”, dice la historiadora Mathilde Larrère. Y ahora las
barricadas no se erigen para que la policía no entre a los barrios, sino que
son o para cortar el transito en avenidas y rutas o se trata de las
“barricadas” de la policía contra una multitud de chalecos amarillos que invade
las zonas más exclusivas de París. El sábado 8 de diciembre fue el acto IV del movimiento
con tres sábados sucesivos de enfrentamientos.
“Algunos hablaron de motines o
situaciones insurreccionales. Es posible, pero nada se parece a lo que pudo
haber ocurrido durante las insurrecciones de 1830, 1832, 1848 o 1871 –continúa
Hayat–. Todas estas insurrecciones tuvieron lugar en los barrios, y pusieron en
juego sociabilidades locales, un denso tejido relacional que permite el
florecimiento de la solidaridad popular. Pero el 1º de diciembre estalló un
incendio en el corazón del París burgués, en esta región del noroeste de París
que nunca antes había sido escenario de algo semejante. Lejos de ser llevadas a
cabo por fuerzas locales, levantando barricadas para delimitar un espacio de
autonomía, estas acciones fueron llevadas a cabo por pequeños grupos móviles, a
menudo residentes en otros lugares”. Esos otros lugares son ciudades de la
periferia parisina más bien alejadas o del interior de Francia. Pero también se
organizan bloqueos en diversas rutas del país.
“Al principio nos ignorábamos entre
nosotros, ahora se creó un ambiente cálido, humano”, dice
una gilet jaune entre imágenes de almuerzos colectivos. Los
bloqueos incluyen una fuerte presencia de mujeres. Y, en efecto, constituyen
espacios de sociabilidad frente a la combinación de soledad creciente, sobre
todo entre los mayores, y caída del poder adquisitivo de una gran parte de la
población. Aunque Francia mantiene un sólido sistema de bienestar que compensa,
más que en otros países, las desigualdades salariales, el país asiste a un
envejecimiento de las infraestructuras, un salario mínimo atrasado frente al
aumento del costo de vida y un deterioro de los servicios públicos. Y la
sensación de declive, tan propia de Francia, junto al mito revolucionario,
declinó ahora como una movilización social por fuera de los canales habituales
de protesta en un país con una larga tradición de política en las calles.
La lista de detenidos y procesados por
el 1º de diciembre deja ver algunas características sociales del movimiento:
hombre jóvenes, de entre 20 y 40 años, con una profesión e insertos en el
mercado laboral, que pasaron la primera noche de su vida en prisión. “¿Dónde
están los casseurs (vándalos)? No acá”, titulaba el artículo el periódico Liberation sobre
los detenidos. Sin duda, entre los casseurshay un poco de todo:
militantes “autónomos” atraídos por la estética de acción directa del
movimiento, jóvenes de las banlieues que aprovecharon para
manifestarse en París, y auténticos gilets jaunes que
expresaban así su frustración. “Sin violencia nadie nos hubiera escuchado”,
reza el argumento más convincente en todo este asunto y muchos franceses
coinciden: más del 70% apoya las protestas.
***
Se trata de un movimiento anti-élite y
anti-ricos. “Por un presidente de los pobres”, decía una de las pintadas que
“vandalizaron” las paredes de la zona de los campos Elíseos y el propio Arco de
Triunfo (Macron es ampliamente denunciado desde casi el inicio de su mandato
como “presidente de los ricos”). Cada vez más, las reivindicaciones se
desplazan desde el tema inicial de las tasas sobre los carburantes hacia el
salario y el poder de compra. Pero el movimiento no está acompañado por huelgas
y paros laborales en las empresas. Los sindicatos franceses, cada vez menos
influyentes, parecen perplejos y desubicados frente a este movimiento
incontrolable e indescifrable, mientras parte de su base simpatiza activamente
con los manifestantes.
Como señala el economista del INSEE
(Instituto nacional de estadísticas) Jérome Accardo, “la ausencia de huelgas
constituye de hecho un indicio sociológico. Las huelgas por el salario se desarrollan
en las grandes empresas privadas, donde hay muchos trabajadores y una relación
de fuerzas favorable, suponiendo también que el sindicato tome la iniciativa.
Es lo mismo con los trabajadores con contrato estable en el sector público.
Pero no funciona en las pequeñas empresas privadas, sea porque lo asalariados
son demasiado débiles, sea porque reina cierto ambiente de paternalismo y
cercanía socio-cultural con el patrón, o simplemente porque los trabajadores
saben que la empresa es frágil y no hay mucha margen de aumento que ganar. La
misma cosa vale para los emprendimientos y asociaciones del sector social y de
salud, tipo auxiliares a domicilio, con muchas mujeres que trabajan a tiempo
parcial, con contratos precarios, etc. Y por supuesto para los trabajadores
independientes”. Conclusión: con ocho millones de empleados en empresas con más
de cincuenta empleados (es decir, con un comité de empresa, sindicatos con
representación oficial en ello, etc.) y siete millones en PYME y microempresas,
la ausencia de llamada a la huelga entre los chalecos amarillos sugiere que
estos siete millones de empleados de las PYME y las microempresas están muy
sobrerrepresentados en el movimiento.
En lugar de una clásica movilización
obrera, se observa una especie de clima insurreccional cívico-republicano de
clases medias bajas y trabajadores pobres, sobre todo del interior, movilizadas
contra las élites a través de redes sociales de características muy sui
géneris. Hasta ahora, ha desbordado las tentativas
de infiltración e instrumentación (inicialmente muy fuertes y
con cierto éxito en algunos lugares puntuales) de parte de la extrema
derecha.
Más allá de los temas redistributivos,
hay una profunda exigencia de reconocimiento social de parte de sectores que se
sienten excluidos de la narrativa dominante de los sectores urbanos
privilegiados o bien insertados en el proceso de globalización. Existe
entre los gilets jaunes una suerte de “economía moral” del
mérito y del esfuerzo que expresa un sentido de dignidad pero que, al mismo
tiempo, podría ser instrumentalizada de maneras ideológicamente muy diversas:
por ejemplo, contra la asistencia social (se nota toda una temática recurrente
de crítica del “assistanat”), los trabajadores “privilegiados” (como
ferroviarios o maestros) o contra los pobres que “no trabajan”. Pero pese a
algunos deslices discursivos esporádicos, hasta ahora ha funcionado más bien
contra el desprecio social de la “casta” y la meritocracia
tecnocrático-neoliberal y ultra-arrogante encarnada por Macron. La consigna más
pintada en las paredes es “Macron dimisión”. El presidente francés logró ser
más impopular que François Hollande y su proyecto de modernización capitalista
para hacer frente a la “decadencia” francesa junto con su estética de
presidente-monarca está hoy en cuestión.
Francia es, más allá de la alternancia
entre conservadores y socialdemócratas, un país gobernado por una elite
cerrada, surgida de la Escuela Nacional de Administración (ENA) y la Escuela
Politécnica. Un ejemplo de esta actitud puede encontrarse en un discurso de
Macron del año pasado, cuando al inaugurar una estación de trenes dijo: “Una
estación es un lugar donde se cruza la gente exitosa y los que no son nada
(sí, “que ne sont rien”)”. “Macron escucha pero no oye”, sintetizó
un diputado opositor. Otro ejemplo: en un debate con chalecos amarillos, una
diputada confesó no saber el monto del salario mínimo, uno de los ejes de las
disputas. Los chalecos abandonaron, indignados, el estudio de televisión.
Al mismo tiempo, hay un ethos
de “democracia directa” y una crítica a la intermediación muy radical y
muy fuerte en el movimiento, pero que no tiene casi nada que ver con las
tradiciones de la izquierda radical o del anarquismo de los siglos XIX y
XX, sino que expresa más bien una especie de sinergia entre cierto
igualitarismo republicano francés genérico (hay muchas alusiones a 1789 en
el movimiento, pero nunca a la Comuna de París) y la cultura horizontal de
las redes sociales.
***
Los gilets jaunes pusieron
en la agenda un debate sobre los impuestos en un contexto en el que Macron
eliminó el impuesto solidario sobre las fortunas (ISF) y subió los impuestos
indirectos. “La crisis de los gilets jaunes pone a Francia y
Europa frente a una cuestión central: la justicia tributaria”, escribió el economista
Thomas Piketty. Para el autor de El capital en siglo XXI, Macron se
equivoca de época. “Desde la crisis de 2008, y especialmente desde Trump,
Brexit y la explosión del voto xenófobo en toda Europa, muchos han comprendido
mejor los peligros planteados por el aumento de las desigualdades y el
sentimiento de abandono de las clases trabajadoras, y es bien conocida la
necesidad de una nueva regulación social del capitalismo. En estas condiciones,
tomar otra vez medidas a favor de los más ricos en 2018 no fue muy inteligente.
Si Macron quiere ser el presidente de los años 2020 y no de los ‘90, tendrá que
adaptarse rápidamente”.
También está en discusión quién paga la
transición ecológica. La Francia del automóvil frente a la Francia del
monopatín: hay una sociología de la movilidad detrás de la rebelión amarilla.
La Francia del interior necesita el automóvil para la vida cotidiana (ir al
trabajo, llevar a los hijos a la escuela…) a diferencia de los sectores urbanos
que se mueven en metro, bicicleta o monopatines…públicos. “Ellos hablan del fin
del mundo (por la crisis ecológica), nosotros del fin de mes” –decía uno de los
carteles. Otro decía que ellos usan los autos pero los sectores urbanos
parisinos usan más aviones (low cost). Sin embargo, la entrada al juego
de estudiantes secundarios, sectores urbanos y militantes de izquierda ha
impedido -hasta ahora- una deriva trumpiana de estas cuestiones.
Sorprendentemente, la marcha por el clima del mismo sábado 8 de diciembre, en
el marco de la COP 24 que se celebra en Polonia, tendió puentes y lazos
solidarios con los chalecos amarillos. “No a la ecología sin justicia social”
fue la consigna-puente entre ambos “mundos”. “Los gilets jaunes nos
muestran el camino”.
“El clima y la justicia social son dos
causas relacionadas”, explicaba a Mediapart un ingeniero de 29 años. Y
apuntaba: “En Angoulême (donde vive) todos necesitamos un coche. En la
periferia, todos los servicios gubernamentales se están desmoronando. Los
puestos y las salas de maternidad están cerrando. La gente se ve obligada a
usar sus autos para llegar allí. No es una elección”. Caminaba por el clima con
un chaleco amarillo para mostrar su solidaridad con el movimiento.
Ciertamente, no existen vacunas para
evitar derivas hacia el “qualunquismo” como ocurrió en Italia con el
movimiento 5 Stelle, hoy parte de un gobierno de extrema derecha.
Algunos chalecos amarillos hablan de presentar una lista propia — “ni de
derecha ni de izquierda” – en las elecciones europeas, lo que por supuesto
puede evocar la dinámica italiana, pero parece difícil que logren consenso y
representatividad para esto en un movimiento tan celoso de la autonomía y descentralización
de sus bases. Además, los partidarios de Beppe Grillo no eran resultado de una
poderosa ola de protestas callejeras, y entre los 40 puntos que circulan como
propuesta de plataforma de un sector de los chalecos, se plantea una
democratización del sistema político mediante la convocatoria a una Asamblea
Constituyente ciudadana, la eliminación del senado y un sistema proporcional de
elección de diputados. Y los temas de migración no han escalado al primer plano
como querría la extrema derecha. En lugares como Marsella, se añaden protestas
por las condiciones de alojamiento tercermundistas (incluso hubo derrumbes de edificios con muertos y heridos)
y las movilizaciones son muy populares y multirraciales.
Como decía un editorial de la
revista Mediapart, el movimiento de los “chalecos amarillos” escapa
a las interpretaciones preconcebidas de los políticos y editorialistas de los
medios. Nadie puede anticipar lo que sucederá con la movilización más
escurridiza en décadas.
[Últimas tres fotos: Europa Press]
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