GUTIÉRREZ, Miguel
Ed. Milla Batres. 1ra. Edición.
Lima, 1992,
pp. 160.
Incluye fotografías de Julio Olavarría.
No hace muchos
años, un presuntuoso y destacado periodista escribió contenciosamente sobre
Miguel Gutiérrez; afirmando que era un
escritor mínimo. Poco después,
aparecieron dos obras de Gutiérrez: La Generación del 50, ensayo, y Hombres de caminos, novela. Y, el año pasado, La Violencia del tiempo, novela en tres tomos con la que se
consagró. Ahora acaba de ser
editada: La Destrucción del Reino.
Es evidente que
tal fecundidad no ha sido motivada para contravenir la afirmación del
contencioso periodista. Simplemente,
coincidió con la opción vital de Miguel que requiere una explicación. Para Miguel llegó el momento en que no pudo
soportar más la disociación entre trabajar, para sobrevivir materialmente, y su
vocación creativa.
Entonces, con
determinación y exactitud dijo: Uno no puede ser literato de fin de
semana. Renunció a su trabajo y con
un modestísimo ingreso asumió su cometido a dedicación exclusiva. Hasta que un editor intuitivo y aventurero
como Carlos Milla Batres, lo instaló definitivamente en la galería de los
grandes literatos al publicar sus dos últimas obras.
La Destrucción del Reino, se originó de
manera insólita. Julio Olavarría,
fotógrafo y paisano de Miguel, iba a publicar en Suiza un álbum sobre el
paisaje piurano y le pide a Miguel que escriba las glosas. Al emprender esta tarea, Miguel fue cogido
por la seducción de lo que escribía; es decir, cayó en su propia trampa. Gracias a ello, nos hizo el obsequio de una
obra de arte. Ahora las fotos acompañan acompasadamente
a la serie de relatos.
En todas las
fotografías llama la atención la presencia de un testigo enigmático: el niño con el velo. Este personaje es aprovechado por Miguel como
recurso narrativo, pues, la capilaridad social que le confiere al niño permite
el tránsito de un sector social a otro; hasta que, ya en la pubertad, es
ubicado definitivamente.
Por lo demás,
Miguel se identifica a veces con el mismo niño; no sólo por los indicios que se
descubren en los relatos; sino porque como todo artista, y a pesar de la madurez que
tiene, siempre subyace en él, el alma de un niño. Y Miguel, por cierto, no ha perdido la
capacidad de asombrarse ni de asombrarnos.
Además de
asombrarnos con la visión descarnada del mundo y de la semifeudalidad
piurana. La Destrucción del Reino
también nos estremece, pues toca conflictos que están muy cerca de los nuestros
y que muchas veces pasan inadvertidos; razón por la cual, y a pesar de la
fluidez de la narración, se necesita remontar la lectura para luego seguir
avanzando.
Como Miguel no ha
diseñado los personajes a partir de una moral maniquea, podría decirse que el
lector es inducido a descubrir que el bien y el mal no están tan alejados y que
pueden transmutarse inopinadamente. El
autor, con gran dominio del oficio, ha domeñado las pasiones encontradas de los
protagonistas para sujetarnos al encanto literario.
En la serie de
relatos que conforman La Destrucción del Reino, los protagonistas padece de
problemas de ubicación social, de identidad, son seres fatalizados, sin salida, que van indirectamente al encuentro de la
muerte y que tienen el “pecado” de haber nacido o de ser hijos no deseados.
-Laureano
Carnero, propietario de la hacienda Tuluma, fue maldecido por su padre al
nacer; pues, a medida que avanzaba el embarazo de su madre, ésta languidecía,
muriendo en el parto. Su padre le
prohibió que lo llamara como tal y lo confinó a vivir con la servidumbre. De niño presenció el asesinato de su padre,
quien había sido especialmente cruel y despótico con él. Vivió encapsulado en visiones bíblicas –como
su padre- y obcecado en cobrar venganza; no se casó ni tuvo hijos. El seguimiento para dar caza a cada uno de
los asesinos de su padre alcanza ribetes cinematográficos. Miguel describe el paisaje en función del
estado de ánimo de los personajes, dándole perfecta unidad a las escenas.
-La
Zarca nació en un establo y fue abandonada por su madre; llega a ser jefa
de una partida de bandoleros, imponiéndose en un ambiente en donde campeaba la
rudeza y la agresión sexual masculina
Ella tiene el
conocimiento objetivo que el amor y el poder –como todas las pasiones- son excluyentes;
y va al encuentro de su destino en el duelo singular que sostiene con el
bandolero romántico Carmen Domador. Este
duelo concita tremendamente la atención y nos convierte en espectadores
fanatizados, gracias al influjo literario de Gutiérrez.
También este
relato es enriquecido por la íntima relación de la bandolera con Paula La Birítica; quien, luego de ser
ultrajada por El Negro Chepecera y su
banda se suicida. La Zarca desafía al Negro
y después de vencerlo, lo capa.
De todos los
relatos que componen La destrucción del Reino, quizá, la historia de La Zarca alcance mayor popularidad. Por una parte, las historias de bandolera no
son frecuentes en el mundo. Y, por otra
parte, las sociólogas han puesto de moda las investigaciones sobre “las relaciones de género”.
-Ella
Patricia, gran
terrateniente de inconcebible belleza, fue
producto de una indeseada gestación. Sus
padres pertenecían a dos ramas familiares enemigas; la madre de extirpe chola y
de excluida belleza fue seducida en
un acto de burla por su primo que era bello y de ojos azules. Cuando la emergencia campesina y la Reforma
agraria velasquista afectan sus latifundios, Ella Patricia se siente desubicada e ingresa en un proceso de
degradación autodestructiva, arrastrando consigo al hijo menor que estaba
identificado con ella. Este es un relato
de lectura sumamente fácil y entretenido, aunque no por ello deja de
estremecer.
-Artimidoro
Alberca, joven propietario de una pequeña granja, vivió con su abuelo y su madre
en un paraje desolado. A la madre se le
desencadenan las apetencias sexuales en la adolescencia, después de aceptar los
requerimientos de un apuesto terrateniente y sale encinta. Al notarlo su padre, es decir, el futuro
abuelo de Artimidoro, decide
trasladarse con su hija a un paraje aislado para evitar la vergüenza y conjurar
los impulsos sexuales de la hija. Con el
tiempo el abuelo muere; pero, poco antes, le encomienda a su nieto el cuidado
de la madre. Artimidoro asume el encargo
obsesivamente; tal es así, que no se casó ni tuvo hijos. Sin embargo, al enterarse de su origen
bastardo decide matarla. Este conocimiento no fue el móvil del crimen, sino el
factor precipitante. La historia de Artimidoro
Alberca es un relato imperecedero; por momentos adquiere la dimensión de
una tragedia griega. Gutiérrez al
configurar la personalidad del matricida, ha hecho gala de la destreza que
posee en el oficio.
Con esa misma
habilidad presenta en toda su obra las diferencias sociales, especialmente a
través de las versiones que de los mismos sucesos vierte el grupo señorial y el
de la servidumbre. En ese sentido, las
páginas 92 a 99 son las más ilustrativas;
ahí destaca la revelación de la vieja cuarterona, que eventualmente
continúa al servicio de los patrones.
Finalmente, el
reconocimiento a Carlos Milla Batres, quien ha elevado la actividad editorial a
oficio artístico. A él se debe la
hermosa composición de la portada, aunque no figura como tal en los créditos
respectivos por la sencillez que lo caracteriza.
Antonio Rengifo Balarezo
KACHKANIRAQMI
Revista
N°8, II época
Lima
marzo 1993.
Sección: Comentarios Reales
pp.
71/73.-
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