29-12-2018
A la memoria de Osvaldo Bayer, historiador anticapitalista y hombre de
una sola pieza.
|
La lucha de clases, de la que la
rebelión de los chalecos amarillos franceses forma parte, es como un río
cársico que cuando parece hundirse en la arena reaparece en la superficie más
tarde y a distancia porque mientras existan las clases explotadoras y la
opresión será inevitable la resistencia de los explotados y su búsqueda de una
alternativa social.
Los
trabajadores reconstituyen su unidad en la lucha y en ella construyen su
conciencia de clase sobre la base de valores morales antiguos - como la
solidaridad, la fraternidad, la justicia, la igualdad, el altruismo, la acción
comunitaria, la democracia de iguales nacida- que nacieron mucho antes de la
construcción de Estados y de aristocracias, esa división en estratos sociales
separados y congelados que los pueblos bárbaros imitaron queriendo parecerse a
Egipto y Roma.
Toda
gran ola social de fondo arrastra inevitablemente desclasados y desechos
sociales, delincuentes y fascistas pero, al mismo tiempo, destruye las barreras
a la alegría y la creatividad de los pueblos y fomenta heroísmos, abnegación,
desarrollo humano, origina canciones y, porque confusamente busca cauces al
desarrollo de una sociedad justa y bella, tiene reiterados momentos lúdicos y
no sólo expresiones de una antigua y profunda ira.
Francia
nos da un ejemplo. Con sus jacqueries (sublevaciones
campesinas) y sus intelectuales subversivos obligó en 1788 al rey a convocar
los Estados Generales que dieron origen a la revolución que terminó
decapitándolo y creando la República de Robespierre y Saint Just. Los Cuadernos
de Reclamos que prepararon esos Estados Generales fueron amasando un
pensamiento común y las discusiones en las asambleas de los Clubes infundieron
seguridad y audacia a los quejosos y afinaron sus propuestas y soluciones.
Enterrada
la República por Napoleón I, esas experiencias reaparecieron en 1830 en la
huelga insurreccional de los tejedores de seda de Lyon y, después de la derrota
de éstos, en las barricadas en los barrios obreros de París en 1848 que
restauraron la República. Después, culminaron y se expandieron en la Comuna de
París de 1871 y el Frente popular en 1936 con su huelga general masiva o el
1968, con la mayor huelga general de la historia de Francia y el libertarismo
juvenil, mantuvieron en alto esas antorchas.
Hoy
los alcaldes en lucha contra el poder central de tipo monárquico que les quita
derechos y fondos reúnen nuevamente Cuadernos de Reclamos para sostener la
lucha de los Chalecos Amarillos y de sindicatos, asambleas locales y piquetes
surge la exigencia de Estados Generales (de la Sanidad, de la Educación, del
Transporte). Por su parte, las acciones de los Chalecos Amarillos, que el 78
por ciento de los franceses apoyan, son autoconvocadas, democráticas y
autogestionarias y no tienen ni jefes ni delegados omnipotentes mientras la
canción de los guerrilleros comunistas italianos Bella Ciao se
canta hasta en las fiestas junto con la reciente On lâche rien! (¡No
nos rendiremos!).
Existe
una conciencia histórica profunda que hace que los trabajadores y los sectores
populares reproduzcan siempre los momentos del pasado en que se vieron a sí
mismos en toda su fuerza y capacidad potenciales al rebelarse contra el poder
monárquico- burgués, como el de Luis XVI. Esa seguridad histórica les da un
fuerte espíritu de ofensiva que convence y arrastra a otros sectores oprimidos
y explotados de Francia y del resto del mundo, donde la historia popular
francesa tiene gran peso.
“Los
muertos agarran a los vivos”.
La historia actúa hoy porque los seres humanos toman conciencia apoyándose en
las experiencias pasadas y encontrando en ellas materia para reconstruir sus
formas organizativas y su visión del mundo y de sí mismos.
Los
Chalecos Amarillos hicieron ceder dos veces al gobierno y le desbarataron sus
planes pues la reforma de las jubilaciones que aquél pensaba hacer resulta ya
políticamente imposible. Hundieron así la arrogancia y la prepotencia de
Macron, dividieron al partido de éste (la República en Marcha) amenazando con
barrerlo del escenario político y sus acciones y reivindicaciones son hoy el
centro de la vida política francesa, en la cual Macron y el capital financiero
han perdido protagonismo y la iniciativa política.
Sin
embargo, los Chalecos Amarillos aún deben crecer y definirse mejor para evitar
desvíos o pérdidas de impulso siempre posibles. Para imponer la alternativa
anticapitalista que les anima pero que por ahora sólo esbozan deben incorporar
a los inmigrados antiguos y recientes (físicamente poco presentes en
manifestaciones y piquetes) y a los trabajadores sindicalmente organizados,
ayudándoles de paso a democratizar y politizar sus sindicatos.
Lo
que todavía es consciente a medias y constituye su memoria histórica profunda
debe incorporarse como conciencia de clase para que una huelga general unida a
la resistencia civil pueda abrir las puertas a otra política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario