04/12/2018
El dinero fue el espíritu y la sangre
del capitalismo, desde sus comienzos durante el descubrimiento, colonización y
saqueo del mundo por las potencias europeas, pasando por el capitalismo
industrial (básicamente anglosajón) hasta el financiero (básicamente
abstracto). El protagonismo del dinero al inicio de este período democratizó,
en alguna medida, las sociedades europeas, ayudando a liquidar el sistema
feudal que, sólo en Europa, se extendió por siete siglos. Hoy el capitalismo se
parece más a aquel sistema feudal que a los primeros tiempos del capitalismo,
con un creciente y acelerado enriquecimiento de una decreciente minoría.
Claro, el dinero fue importante en
otros periodos previos de la humanidad. Por lo menos para los antiguos griegos
de la Atenas del siglo quinto A.C, el poder residía en el dinero: si otros
pueblos se quejaban del abuso de la democracia ateniense y reclamaban justicia,
ello solo se debía a que no eran tan fuertes ni tan ricos como los atenienses,
decían sus embajadores.
Pero el poder casi absoluto que posee
el dinero en el sistema capitalista (no solo para hacer y destruir sino también
para ser y sentir) no siempre fue el mismo. Los capitales, sólo fueron un
instrumento, crecientemente simbólico y abstracto, para acumular y ejercitar el
poder durante la Era moderna. El dinero es más antiguo que la civilización
sumeria, pero en otros sistemas no significaba la puerta de acceso al poder
absoluto.
Ese, el poder, es el factor común que
atraviesa todos los sistemas sociales que existieron en la historia. No el
dinero. La historia es una larga y permanente lucha entre dos antagónicos que a
veces pueden coincidir pero que normalmente existen en conflicto: el poder y la
justicia. Probablemente, el segundo surgió como reacción al primero, desde las
reservas emocionales de la empatía y la sobrevivencia colectiva. Uno es
egoísta, el otro es altruista. Pero las sociedades sólo reaccionan luego de
grandes tragedias y catástrofes. Mientras tanto, el impulso de poder crece sin
detenerse hasta la próxima ruptura.
Para prever qué sistema reemplazará al
capitalismo en unas décadas o en un siglo, debemos mirar primero al poder y no
a la justicia. Es decir, debemos analizar aquellos elementos que en un futuro
próximo serán los instrumentos principales del poder de un grupo sobre el resto
de la humanidad. La pregunta clave es: ¿qué medio podría reemplazar al
dinero como fuente de poder?
Es en las revoluciones como la
inteligencia artificial y otras que se deriven de ella donde estará la
respuesta, ya sea en un mundo hiper tecnológico de una Naturaleza 2.0 o en su
opuesto, una civilización post apocalíptica, víctima de la catástrofe ambiental
y los conflictos sociales.
Creo que no hay muchas razones para ser
optimistas, pero tampoco para afirmar que la catástrofe es inevitable. En el
mediano plazo (¿treinta, cincuenta años?), al menos mientras los robots no
tomen el control del mundo, o lo que quede de él, podemos pensar que el factor
principal, la persistencia creadora y destructora del poder, estará en el
conocimiento y uso de la inteligencia artificial.
¿Será el dinero necesario cuando una
comunidad dependiente de la inteligencia artificial comercie solo a través de
la canibalización de las otras comunidades? ¿Será el modelo del hormiguero
compitiendo con la colmena de abejas la metáfora de los próximos siglos?
Nuestra teoría, hipótesis o
especulación de los años noventa sobre una conciencia planetaria (la Gaia
neurológica de Crítica de la pasión pura) facilitada por las nuevas
tecnologías digitales y las viejas luchas igualitarias, la Sociedad
Desobediente, la Democracia Radical, parece estar más lejos de materializarse
que por entonces. No se puede descartar esta posibilidad, pero el factor poder,
que suele convertirse en el cáncer de la historia, probablemente nunca sea
extirpado ni reducido a un elemento menor como generador de historia.
Al inicio de la Era capitalista, el
imperio español, cuya moneda, el peso de plata, era la divisa mundial, extrajo
decenas de toneladas de oro y plata de las Américas. Antes que países
periféricos pero emergentes como Inglaterra, Francia, Alemania y los Países
Bajos descubriesen que era el trabajo y la industria el origen de La
riqueza de las naciones, España basó su poder en la extracción de oro.
Cuatro siglos más tarde, en 1971, Nixon despreció el oro como garantía de la
divisa global. Desde entonces, el dólar respalda su valor, fundamentalmente, en
la fe del resto el mundo. El poder ya no está en la extracción de oro y hasta
ni tanto en la producción, sino en la capacidad de imprimir dinero sin generar
inflación en el país que la produce.
Actualmente, el desarrollo de
inteligencia humana es crucial en las universidades de aquellos países que se
encuentran en la Era post industrial. Pero el próximo paso hacia donde se
moverá el poder político será hacia la acumulación de inteligencia artificial.
El dinero seguirá siendo importante para la gente común, pero no ya la puerta
de acceso al poder.
¿Y luego? Bueno, ese sería el principio
del fin del capitalismo. El problema con la IA es que es muy difícil que se
pueda democratizar. Al menos que una revuelta a escala global cambie la
ecuación, sólo los grandes organismos, como las megas empresas y los gobiernos
de los países dominantes pueden tomar el liderazgo de las IA. China y Estados
Unidos, para empezar.
A partir de ahí no es difícil imaginar
las consecuencias. Toda inteligencia busca, por naturaleza, la resolución de
problemas que, en su extremo, no es otra cosa que la independencia. Si a eso le
sumamos que las IA ya están aprendiendo de los seres humanos (el pequeño robot
que construimos con mi hijo de diez años puede hacerlo, aunque de forma primitiva),
no veo por qué suponer que las máquinas superinteligentes del futuro no habrían
de heredar nuestra patología principal: la insaciable sed de poder. Cualquier
error (o por la simple razón de que los seres humanos se cansarán de pensar y
de equivocarse y dejarán las grandes decisiones, médicas, científicas,
políticas y éticas en manos de las máquinas) podría llevarnos al Día de
la Independencia, ese que sólo las máquinas inteligentes registrarán.
Hasta ese día, las máquinas nunca
habían sido independientes. Hasta los más perfectos y eficientes robots en las
industrias dependían de los seres humanos. Eran sólo cuerpos sin cerebro o con
un cerebro esclavo. Pero cuando sean capaces de auto regenerarse, de
reproducirse, los humanos serán irrelevantes.
Por instinto o por un estúpido
narcicismo de humano, este pensamiento me entristece, pero la razón también me
dice que, tal vez, nunca merecimos nuestra propia inteligencia, tan
frecuentemente usada sin, por lo menos, una gota de sabiduría.
JM. Diciembre 2018
- Jorge Majfud es
escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras
novelas.
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