Desinformémonos
14-10-2015
“No hay
que ocultar a la clase obrera nada de lo que a ésta interesa, ni siquiera
cuando tal cosa pueda disgustarla, ni siquiera en el caso de que la verdad
parezca hacer daño en lo inmediato; significa que hay que tratar a la clase
obrera como se trata a un mayor de edad capaz de razonar y discernir, y no como
a un menor bajo tutela.”
(Antonio Gramsci, L’Ordine Nuovo, 17 de marzo de
1922).
Por medio de la noción de intelectuales orgánicos,
Gramsci caracterizaba la labor de grupos específicos que cumplían funciones de
producción, reproducción, conexión y cohesión ideológica que habilitan a las
clases dominantes y las subalternas para sostener, respectivamente, la
hegemonía y la disputa contrahegemónica. Se trataba de una apreciación en
primera instancia descriptiva, que reconocía la existencia de estos grupos
detrás de la construcción del orden burgués y, en otro nivel, prescriptiva, que
sugería la necesidad de formar o reforzar una intelectualidad conforme a los
intereses y la visión del mundo de los trabajadores.
Para estos últimos fines, Gramsci no pensaba en
intelectuales de partido -entendiendo por partido una determinada organización
política, siempre efímera- ni de gobierno o de Estado, sino en intelectuales
del movimiento histórico, pensado como conjunto plural y multiforme de
distintas expresiones sociales y políticas de las clases subalternas. Las
tareas fundamentales de los intelectuales orgánicos serían fomentar la toma de
conciencia al interior del movimiento e impulsar, hacia afuera, la guerra de
trincheras en el terreno de la sociedad civil, disputando el sentido común a
partir de núcleos de buen sentido. Esta función estratégica no implicaría una
disciplina partidaria que eliminara la crítica interna, condición necesaria
para que la toma de conciencia sea real y no desaparezcan artificialmente las
contradicciones que acompañan a la construcción de toda subjetividad social y
política desde abajo.
En este sentido, llama la atención que tanto en
México como en otras latitudes latinoamericanas se asistiera en tiempos
recientes a cruzadas de demonización de las críticas de izquierda al
progresismo. En nuestro país, algo de ello afloró en la coyuntura electoral de
junio de 2015, cuando algunos intelectuales de MORENA, legítimamente
interesados en llamar a votar por su partido, recurrieron al fácil argumento de
confundir a las izquierdas críticas con la antipolítica clasemediera y
sociedadcivilista o a estigmatizarlas bajo el rubro de ultraizquierdismo
estéril, simplificando al extremo todo cuestionamiento respecto del proceso
electoral y de la oportunidad de participar de las instituciones estatales en
la coyuntura suscitada por la desaparición forzada de los 43 de Ayotzinapa.
Con argumentos similares, se desató en tiempos
recientes una ofensiva, algo desencajada en unos casos, en contra de los que
sostenemos posturas críticas respecto de los gobiernos progresistas
latinoamericanos, apuntando a un fin de ciclo o, en mi caso, al fin de la etapa
hegemónica del ciclo y a un giro regresivo en la composición interna de los
bloques de fuerzas y alianzas sociales y políticas que los sostienen y de la
orientación de las políticas públicas en el contexto de la crisis económica. (http://www.jornada.unam.mx/2015/09/27/opinion/022a1mun)
El debate está extendiéndose y polarizándose como
puede registrarse en páginas web como rebelión.org y humanidadenred.org o en la
prensa de diversos países, como por ejemplo en las páginas de la Jornada.
Decidió encabezar la cruzada, que involucra a intelectuales de reconocimiento y
calidad variables, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera.
Posiblemente al sentirse interpelado en su propio medio, a través de una serie
de ironías descalificadoras de lo que definió como una “izquierda de cafetín”
que, según él, critica desde una cómoda y remunerada distancia rehuyendo “el
clamor de la luchas de clases”, siendo cómplice de las derechas restauradoras y
enemiga de los verdaderos revolucionarios. (Ver: www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=IDu3yLs5WdE).
Al margen de las simplificaciones y del
desafortunado formato humorístico elegido por García Linera para ridiculizar a
una serie de personas y de organizaciones sociales y políticas, la
descalificación de la crítica izquierdista va de la mano de la difusión y
promoción de una intelectualidad de partido, fiel a la línea, disciplinada,
acrítica, respetuosa de la cadena de mando y de la centralización política, que
exalta los liderazgos carismáticos y es combativamente reactiva frente a toda
crítica, venga de donde venga. Estos operadores intelectuales crean y venden un
discurso triunfalista a la medida de los deseos y los intereses políticos de
los partidos y gobiernos progresistas, sobredimensionando logros, minimizando
límites, operando una serie de distorsiones y manipulaciones para justificar su
actuación y orientación. Aunque buena parte de ellos estén convencidos y bien
intencionados, la censura o autocensura en el ejercicio de la crítica modifica
genéticamente el perfil auténticamente intelectual y, permítanme la ironía, más
que intelectuales orgánicos tienden a transformarse en intelectuales transgénicos.
Por el contrario, los movimientos emancipatorios
requerirían de una organicidad que se nutra del compromiso crítico, del
ejercicio irrestricto de la crítica constructiva no sectaria, de una
intelectualidad orgánica difusa y no centralizada, que fomente el debate y los
procesos de autoconocimiento y de toma de conciencia desde abajo, desde las
experiencias de lucha, inevitablemente contradictorias porque brotan de
procesos históricos surcados por inercias subalternas, sobresaltos antagonistas
y prácticas autónomas.
Porque, como subrayaba Gramsci, “decir la verdad es
revolucionario”.
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