10-10-2015
El 7 de octubre de 1928, en un modesto domicilio
obrero de Barranco, José Carlos Mariátegui fundó el Partido de los Comunistas
Peruanos, al que, en su momento, denominó Partido Socialista del Perú.
Hoy, 87 años después diversos colectivos y
conglomerados políticos se reclaman herederos del pensamiento del Amauta.
Incluso, hay quienes celebran la fecha como si la organización en la que hoy
militan fuera, en efecto, fundada por José Carlos en aquel tiempo.
No es necesario entrar en el debate de ese tema. Lo
que importa es evocar la importancia que tuvo, en su momento, la decisión de
crear un Partido del Proletariado que proclamara su adhesión a la III
Internacional –la Internacional Comunista-, se adhiriera a los principios del
Marxismo-Leninismo y expresara su voluntad de desplegar la batalla por la
Revolución Socialista en el Perú.
Subrayar eso, es hoy más trascendente que debatir cuál
fue el Partido que creó el autor de los “7 Ensayos…”; y cuáles, de los
conglomerados existentes, tiene derecho -y ejecutoria suficiente- para
proclamarse heredero de esa gloria.
Recordemos que en 1918, antes de viajar a Europa,
Mariátegui fue tentado a integrar un núcleo partidista que se llamó
precisamente Partido Socialista. No aceptó la invitación, no obstante que
procedía de personas a las que estimaba amablemente. Pensaba, quizá que él
mismo, no estaba aún preparado para encarar ese reto; o que el país no había
madurado lo suficiente como para que naciera de su seno un Partido de esa
proyección. En todo caso, juzgó que quienes encarnaban ese propósito, no eran
verdad socialistas, o no lo eran a la manera que él concebía ese compromiso.
Fue necesario que viajara al viejo continente y
permaneciera en él entre 1919 y 1923, para que tuviera conciencia clara de la
necesidad de forjar un instrumento de clase, de definido carácter
revolucionario.
En Italia, pero también en Francia, Alemania y otros
países, Mariátegui hizo su verdadero aprendizaje. Examinó y estudió tres
procesos que marcharon en paralelo: la crisis de post guerra, el
ascenso del fascismo como herramienta del Gran Capital, y el surgimiento del
proletariado como fuerza combativa de los pueblos. En ese esquema, puso
particular interés en dos fenómenos de inmenso valor en el
siglo XX: La Revolución Rusa, liderada por Lenin en el viejo Imperio de los Zares;
y el proceso de formación de los Partidos Comunistas y Obreros en Europa
Central y Occidental, que afirmaran los sueños -y las enseñanzas- de Carlos
Marx y Federico Engels.
Mirando el escenario de conjunto, el Amauta asimiló
dos conceptos cardinales: el ideal socialista, y el carácter internacionalista
de la lucha planteada.
La primera Gran Guerra, concluida en 1918, había
devastado Europa, pero no resuelto la crisis del sistema de dominación
capitalista. Al contrario, había agravado las tensiones internacionales y
abierto nuevas rivalidades entre potencias empeñadas en un “mejor reparto” del
mercado mundial. Las mas “castigadas” en el periodo -en particular Italia y
Alemania, y en menor medida Bulgaria y Hungría- asomaban enarbolando demandas
de tipo nacional. Ellas asumían la forma de conflictos territoriales e
incompatibilidades raciales. En sus conchos, fermentaba el fascismo.
Desde el primer momento el fascismo asomó como la
dictadura terrorista del Gran Capital, y ganó para su causa a una burguesía
asustada, deprimida, y pauperizada, además de empeñada en captar al lumpen del
proletariado usándolo como fuerza de choque contra los trabajadores. Así, desde
su origen, estuvo directamente vinculado a la ofensiva contra el proletariado.
Los monopolios, no se resignaban a compartir beneficios, ni a perder
privilegios. Pero temían, sobre todo, a la Revolución Social.
En 1917, con los disparos del Crucero Aurora, los
obreros rusos habían tomado el Poder bajo la dirección del Partido Bolchevique.
A partir del Palacio de Invierno correría, como una gigantesca hoguera, la ola
revolucionaria de los años 20. Fenómenos como la Revolución de Finlandia,
liderada por Otto Koussinen, la República Húngara de los Consejos del Conde
Karoldy y Bela Kun; la Insurrección Eslovaca o la Revolución Alemana de 1919,
no fueron sino algunos hitos de la historia vivida en ese entonces, que
asustaron a los explotadores. Aterrados, sustentaron al fascismo.
Por eso se dijo que el fascismo surgió para evitar
-mediante la violencia más desenfrenada- el ascenso del proletariado y la
victoria de la Revolución Social en Europa. Y por eso también el proletariado,
llamado a enfrentar la salvaje ofensiva del capital, acuñó la idea de formar
los Partidos Comunistas a fin de combatir mejor por sus propios intereses y los
de sus patrias.
Aunque la IC, surgida en Moscú en esos años, dispuso
que todos los partidos que se adhirieran a ella, se denominaran Partidos
Comunistas, la realidad dijo otra cosa en ese momento, y después. Hasta
luego de su victoria, los comunistas rusos se denominaron “Social Demócratas”;
y lo mismo ocurrió con los comunistas búlgaros de Dimiter Blagoev y Jorge
Dimitrov. Años más tarde, en la Europa Central, los Comunistas actuarían bajo
el rubro de “Partido Obrero”, sin que eso menoscabara su
identidad, ni su vínculo con la IC.
En América latina, en Chile, Luis Emilio Recabarren
creó su Partido con el nombre de Partido Obrero Social Demócrata en 1912. Y en
Argentina los comunistas se hicieron, en un inicio, integrantes del Partido
Socialista Internacionalista. Y en Cuba, después del Partido de Carlos Baliño
en 1925, los comunistas se agruparon en el Partido Socialista Popular que, con
denominaciones parecidas existió también en Cosa Rica, República Dominicana, y
aún Panamá.
No debiera sorprender por eso, que Mariátegui optara
por una denominación partidista distinta a la requerida formalmente por la
Internacional Comunista. No tendría por qué llamar la atención, dado que se
trataba de una denominación, de una forma y no de una esencia.
La esencia es decir, su contenido-, estaba dada por el carácter del Partido, su
ideología y su vínculo con el espacio revolucionario mundial. Y en torno a eso,
el Amauta no dejó ninguna duda.
Consideró su Partido, como la herramienta política de
la clase obrera, reivindicó el Marxismo-Leninismo como su referente ideológico,
proclamó su identificación sin límites con la Revolución Rusa, y sumó sus filas
al ejército emancipador del proletariado, la IC. Y, claro, reconoció Lenin como
el abanderado de las mejores causas.
Por eso, más allá de desavenencias puntuales, debiera
reconocerse, sin mezquindad, la opción política de José Carlos; y el hecho que
el Partido que fundó, fue realmente, el Partido de los Comunistas
Peruanos.
Mariátegui fue, en efecto, un revolucionario ejemplar
y un comunista a carta cabal. Tuvo la formación y los conocimientos que captó
en su época. Y se proyectó al porvenir con osadía, pero sin los elementos que
hoy existen. No fue un terrorista, un social demócrata, ni un bolchevique
arrepentido. Tampoco un reformista. Creyó en la Revolución Social, como único
medio de cambiar de raíz la maligna sociedad capitalista.
Fue un combatiente con ideas claras y propósitos
definidos. Nunca se hizo ilusiones electorales, ni buscó pactos, o compromisos
de esa índole, que pudieran mellar su filo de clase. Infatigable constructor de
un movimiento independiente fundó, con ideas propias, las bases de lo que habrá
de ser, sin duda alguna, el Socialismo en el Perú. ¡Honor a su vida y a su
lucha!
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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