Marcelo Colussi
05-10-2015
Material
aparecido en la Revista Análisis de la Realidad Nacional , del IPNUSAC,
(Universidad de San Carlos de Guatemala), año 4, edición digital No. 81,
septiembre de 2015.
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Síntesis
En Venezuela se han producido cambios muy
importantes en estos últimos años. En el medio de la marea neoliberal que barre
el mundo, cuando la palabra “socialismo” había salido de circulación, el
proceso político que comenzó a vivir el país caribeño fue una fuente de
esperanza. Buena parte, por no decir la totalidad de la izquierda del mundo,
miró hacia Venezuela como una luz en la tiniebla, una puerta que se abría. El
preconizado “Socialismo del Siglo XXI” dejaba ver que la historia no había
terminado. Hoy, muerto ya el principal artífice de ese proceso, Hugo Chávez, el
proceso bolivariano está en una encrucijada. No retrocedió hasta su reversión,
pero tampoco avanzó como proyecto revolucionario transformador. Analizarlo
puede ser sumamente importante para quienes siguen creyendo que “otro mundo es
posible”, otro mundo no regido por la lógica del capital, del mercado, de la
guerra. Guatemala tiene muchas diferencias con Venezuela, pero también rasgos
comunes, en tanto nación latinoamericana. En tal sentido, la revisión crítica
de la situación venezolana puede darnos luces para nuestro país.
Palabras claves
Revolución, socialismo, capitalismo, petróleo,
imperialismo, renta petrolera, culto de la personalidad.
______________
I
El proceso abierto por la llegada al poder
Ejecutivo en 1998, del teniente coronel Hugo Chávez a través de elecciones
democráticas, cambió bastante el panorama en Venezuela, y en buena medida, en
toda la región latinoamericana.
Debe partirse por entender que no fue una
revolución popular, socialista, espontánea, como las que se dieron a lo largo
del siglo XX en Rusia, China, Cuba, Vietnam o Nicaragua. En realidad fue un
proceso sui generis donde un militar formado en el anticomunismo
(paracaidista de los cuerpos de élite de las fuerzas armadas), sin preparación
marxista, profundamente cristiano, se montó en el descontento popular que venía
dándose desde 1989 con el Caracazo (primera reacción popular en toda América
Latina a los planes neoliberales que se venían aplicando, violentamente
reprimido por el gobierno de Carlos Andrés Pérez con una cauda nunca
determinada de muertos que va de 2,000 a 10,000). Así, retomando la ira popular
ante ese estado de cosas, y con un mensaje moralizante, llegó a la presidencia.
A partir de un discurso centrado en la lucha contra
la corrupción, Chávez ganó las elecciones y comenzó a construir un proyecto
nacionalista. Para sorpresa de todos, aún de la misma población que lo había votado,
rápidamente comenzó a hablar de un nuevo socialismo, formulando la crítica del
socialismo real, ya caído para ese entonces. Fidel Castro inmediatamente le
tendió una mano -o más bien aprovechó la circunstancia de encontrar un aliado
latinoamericano que le ayudara a salir del “período especial”-, con lo que el
discurso chavista fue tornándose más radicalizado, más “cubanizado”. Pero nunca
hubo un planteo estrictamente socialista.
En sus alocuciones -y en su práctica política-
Chávez ponía en un pie de igualdad las figuras de Ernesto Guevara y de Cristo,
citando indistintamente la Biblia o un texto de Plejánov. Él mismo dijo muchas
veces explícitamente que no era marxista. Su plan de gobierno era una mezcla
voluntarista de “buenas intenciones”, más cerca de la socialdemocracia o la
caridad cristiana que de un proyecto revolucionario. Lo cierto es que las
circunstancias lo fueron convirtiendo en un líder increíblemente popular, con
gran arraigo dentro y fuera de su país, siendo una figura mediática como pocas
veces se dio.
II
Eso es, en definitiva, la llamada Revolución
Bolivariana: una indefinición. Y así cursó varios años, con interesantes
avances para el campo popular (mejoras en los niveles de vida a partir de una
más equitativa distribución de la renta petrolera del país), pero sin tocar
nunca los resortes últimos del capital. Muriendo, Chávez -que pasó a ser figura
sempiterna del proceso, abriéndose forzosamente la pregunta de si puede haber
socialismo basándose en el culto a la personalidad de un dirigente-, designó
“sucesor”.
Nicolás Maduro, un ex sindicalista que proviene de
las filas del Partido Socialista, fue el ungido. El Partido Comunista de
Venezuela acompaña todo el proceso con una posición crítica: acompaña, es
parte, defiende la construcción de este experimento, sin haberse querido
integrar plenamente al Partido Socialista Unido de Venezuela -el PSUV-, el cual
en realidad es más una maquinaria electoral que un verdadero partido
revolucionario organizado de la clase trabajadora.
Hoy día la revolución sigue en pie, aunque muy
atacada (¿débil?) en sus cimientos. Puede decirse que en Venezuela hoy se libra
una guerra. Pero para ser exactos, hoy por hoy se acrecienta una guerra que, en
realidad, se viene librando desde hace años.
Seamos claros: la guerra en cuestión no es sólo la
situación de ataque económico a la que se ve sometido el gobierno de Nicolás
Maduro en este momento puntual. La guerra está desde el momento mismo en que
Hugo Chávez puso en marcha un proceso en que se pretende tocar las estructuras
de la sociedad.
La actual “guerra económica” que sufre el proceso
bolivariano no es sino la profundización de una lucha eterna que, siendo
consecuentes con el análisis del materialismo histórico, ha existido siempre en
todos estos años de intento de transformación.
La guerra que vive la Revolución Bolivariana, hasta
ahora sin armas de fuego, no es muy distinta de la que padeció durante 64 años
Corea del Norte, durante 50 años Cuba, durante 60 años Palestina, durante 38
años Irán. A pesar de amenazas, invasiones y una interminable batería de
artilugios -en muchos casos sí con armas de fuego- esos países siguen ahí. ¿Se
podrá decir lo mismo de Venezuela en el futuro? ¿Seguirá ahí?
Vale la pena preguntarnos, con un sentido crítico y
¡constructivo!, por qué no se tomaron las precauciones elementales para librar
esa guerra si se sabía que el enemigo siempre ha estado y estará ahí. En 15
años que lleva el proceso, 840 mil millones de dólares generados por la renta
petrolera pareciera que no fueron suficientes para fortalecer la transformación
iniciada con Hugo Chávez vivo. ¿Por qué? Un proceso que se pretende socialista
sólo se puede fortalecer -dicho de otro modo: sólo se puede ganar esta guerra-
con más socialismo, nunca con menos.
La lucha de clases, motor de la historia -en
Venezuela y en cualquier parte del mundo- sigue estando al rojo vivo. Ahora,
con estas iniciativas desestabilizadoras que está tomando la oligarquía
nacional desde fines del 2014, centradas en la esfera económica, la lucha cobra
mayor fuerza; pero esto, si bien tiene características particulares, no es muy
distinto en esencia de todos los ataques que ha venido sufriendo la Revolución
Bolivariana en su historia.
Si algo hubo en estos 15 años de proceso
bolivariano fue justamente pretender sentar las bases de un nuevo modelo, de
una nueva sociedad. Evidentemente eso no es fácil. Y en estos momentos -es
preciso reconocerlo con valentía para seguir creyendo en la utopía y continuar
dándole forma- ese proyecto debe ser revisado con carácter crítico
constructivo.
III
¿Es particularmente más agresivo el ataque de la
derecha ahora? ¿Hay errores propios que se están pagando? ¿Hay una combinación
de ambas causas? Resulta imprescindible analizar a profundidad la situación
actual -conociendo la historia que le antecede- para buscar alternativas. No
hacerlo podría llegar a significar el fin de esa hermosa utopía que llamamos
“socialismo del siglo XXI”.
Y ahí debe arrancar el verdadero análisis crítico:
¿qué es este socialismo?
Insistamos con la idea: un socialismo jaqueado sólo
podrá vencer no con concesiones y titubeos, sino con más socialismo. ¿Cómo pudo
reconstruirse la Unión Soviética devastada por la terrible Segunda Guerra
Mundial, para llegar a ser superpotencia pocos años después? Con más
socialismo. ¿Cómo pudo Cuba soportar el “período especial” una vez desaparecida
la Unión Soviética? Con más socialismo. Las concesiones y titubeos no llevan
por buen camino.
No cabe ninguna duda que luego de décadas de
capitalismo salvaje, extinguido el campo socialista soviético, las ideas de
justicia social y lucha por un cambio revolucionario de la sociedad quedaron
debilitadas. Las luchas de clases no terminaron (¿cómo podrían terminar acaso,
si son lo que mueve la historia?), pero el discurso conservador dominante
intentó pasar al baúl de los recuerdos todo lo que tuviera que ver con
“socialismo”, “revolución obrera y campesina”, “poder popular y socialización
de los medios de producción”, “lucha antiimperialista”.
Fue la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de
Venezuela lo que permitió desempolvar esos anhelos. El proceso que él iniciara
revitalizó esas dormidas y muy golpeadas esperanzas. La historia, por supuesto,
no había terminado. El campo popular allí siguió estando, resistiendo como pudo
las políticas neoliberales, diezmado, desorientado en su lucha política.
Lo que sucedió en Venezuela sucedió igualmente en
todos los puntos de Latinoamérica. En algunos países hubo respuestas que
podríamos caracterizar como socialdemócratas, tibias, reformistas (Argentina
con los Kirchner, Brasil con el PT, Chile con Bachelet, Uruguay con los ex
tupamaros, Ecuador con Correa. Lo de Bolivia merece un capítulo aparte, porque
es el punto donde más se avanzó en la respuesta socialista y popular). De todos
modos, ninguno de esos planteamientos jaqueó al sistema capitalista de su
nación ni al amo imperialista estadounidense.
El caso de Venezuela es una “piedra en el zapato”
para Washington dadas las enormes reservas de hidrocarburos que atesora, botín
que el imperio no va a perder. Ese pareciera el elemento principal a considerar
para entender la situación del país caribeño; un gobierno nacionalista que
quiere manejar autónomamente sus recursos, y si a eso se suma un presidente
díscolo (Hugo Chávez) que puede tratar de “diablo” en la cara al primer
mandatario de la primera potencia mundial, llamando a una unidad
latinoamericana con un talante al menos no capitalista, el resultado es lo que
vemos: el imperio muestra los dientes.
Ahora, después de la caída del muro de Berlín y la
extinción del campo socialista europeo, desde hace ya unos años los viejos
ideales de socialismo volvieron a la palestra. Volvieron no sólo en Venezuela,
sino que se expandieron por el continente, en muy buena medida, de la mano de este
proceso que se abrió en el país caribeño, y bajo la perspectiva de un “nuevo
socialismo”, el del siglo XXI.
Pero resta por definirse qué es eso: ¿no es el
socialismo clásico? ¿No es la concepción forjada un siglo y medio atrás a
partir de la lectura crítica de la economía capitalista que hicieron sus
fundadores?
Seamos rigurosos: ¿cuál es, en definitiva, la
ideología que mueve este proceso esperanzador que se abrió en la República
Bolivariana de Venezuela? ¿En qué consiste exactamente el socialismo del siglo
XXI? En realidad, nunca se lo definió en sentido estricto. Si es la intención
de formular una crítica a la burocracia y el verticalismo de las experiencias
soviéticas: ¡bienvenido! La constatación de la realidad venezolana nos muestra
que las prácticas burocráticas, verticales y corruptas no desaparecieron en su
dinámica. Y lo que resulta más importante, definitorio si se quiere: la
propiedad de los medios de producción (¿de quién son realmente?), nunca fue
transformada en su raíz.
El economista venezolano Manuel Sutherland hizo
notar que, según las Cuentas Nacionales, explicitadas por el
Banco Central de Venezuela (BCV), el PIB privado (el porcentaje de la actividad
económica del país en manos directas del empresariado) corresponde al 71% del
total (año 2010). En el año de 1999 el PIB privado era de 68%. Es decir que, a
pesar de las nacionalizaciones, el PIB sigue siendo mayoritariamente privado, y
comparado con países que nada tienen que ver con el comunismo –como Suecia,
Francia e Italia, donde el PIB es mayoritariamente público (estatal)–, el
Estado venezolano no tiene en sus manos (salvo el petróleo) ningún resorte
económico importante de la economía ( Sutherland, 2013).
En otros términos: el proceso de transformación que
se vive tiene como soporte ideológico una mezcla algo ambigua de
socialdemocracia, voluntarismo, caridad cristiana y, por allí, algunos
chispazos inspirados en el materialismo histórico. No hay dudas que algo está
pasando, por eso la derecha (nacional e internacional) reacciona airadamente.
No hay duda que las clases populares, subalternas
-el “pobrerío” en sentido amplio, para decirlo con un término quizá no
marxista- hoy día se sienten protagonistas de su propia historia. El poder
popular, al menos en parte, comienza a ser un hecho: los “negros de los
barrios” ahora entran triunfantes al Teatro Teresa Carreño, otrora un ícono de
la oligarquía vernácula. Y donde quiera que se vaya está instalado el discurso
popular.
En un país “acostumbrado” por décadas al
espectáculo mediático de la democracia (se votaba y se cambiaba el partido
gobernante con una alternancia casi ensayada, pero no más), ahora esa misma
población discute sus asuntos en asambleas comunitarias; una sociedad
acostumbrada a la banalidad y a los concursos de belleza femenina, ahora pide
cerrar los canales televisivos golpistas (como pasó con Globovisión) y formar
milicias populares armadas para defender su revolución.
He ahí los gérmenes de lo que, si se potencia,
puede ser una verdadera transformación. Pero los resortes últimos de la
sociedad, la propiedad de los medios de producción, siguen en manos de una de
las clases enfrentadas a muerte con los productores reales de la riqueza:
¡continúan siendo de la burguesía! Si eso no cambia, el manejo estatal del
petróleo no alcanza para crear esa nueva sociedad que se desea, la sociedad
socialista. La “guerra económica” actualmente vivida tiene su origen en esa
dinámica, en esa contradicción de base no superada todavía.
En relación a esto se preguntaba el Ministro del
Poder Popular para la Cultura, Reinaldo Iturriza:
Respecto del gobierno, de nuestra responsabilidad,
de la necesidad de reconocer nuestras incapacidades, cabría esperarse un
ejercicio (…) [para ir] identificando lo que hemos hecho y lo que hemos dejado
de hacer (…) . Identificar, por ejemplo, cuándo y cómo permitimos que una
“nueva clase” creciera al amparo de la revolución, y cuándo y cómo ella misma
terminó siendo un obstáculo para liberarnos de las amarras de la economía
rentista. Cómo y cuándo, por acción u omisión, contribuimos a crear las
condiciones para la aparición del fenómeno del cadivismo *
.
Por
supuesto que dentro de las filas bolivarianas hay voces críticas. Quizá no
todas las que debiera, pero las hay. En algunos, al menos, existe la intención
de preguntarse seriamente qué se hizo mal. Porque, siendo realmente
revolucionarios, no puede pensarse que todos, absolutamente todos los problemas
son consecuencia del accionar del enemigo. La CIA existe y complota, sin dudas;
pero el campo bolivariano -e incluso el intocable comandante Chávez- pueden
cometer errores. ¿No debería ser la crítica continua un elemento que supere al
burocrático y anquilosado socialismo soviético?
IV
Estas líneas en modo alguno pretenden ser una
“receta” para corregir errores, pero sí un honesto y transparente aporte para
tratar de entender un poco más lo que está pasando con la actual “guerra
económica”, que podría terminar frenando y haciendo caer el proceso.
¿Es sólo la derecha la causante? Por supuesto que
la guerra estuvo desde el primer día en que Chávez mostró que era algo más que
un militar golpista (igual que una amplia mayoría de militares
latinoamericanos). Hablar de “socialismo” después de la Guerra Fría y del
triunfo omnímodo del gran capital era una herejía. En Venezuela se comenzó a
hablar. Y se comenzó, quizá con tibieza, a tratar de construirlo.
Ahí comenzaron los primeros problemas: la derecha
reaccionó (así como sigue reaccionando ahora, por eso el golpe de Estado contra
Chávez en el 2002, los sabotajes petroleros, los paramilitares, las guarimbas *
*
y toda la parafernalia de acciones que podrán venir en el futuro
inmediato).
Pero la revolución nunca tuvo claro (y parece que
no lo tiene tampoco ahora) qué es eso del socialismo del siglo XXI. Que el
enemigo de clase reaccione es lo esperable (¿por qué no habría de hacerlo?,
pues la “guerra” no comenzó con el mercado negro, la especulación y el
desabastecimiento actuales: la guerra es la lucha de clases, siempre presente
desde que hay sociedades con propiedad privada). La otra parte del problema
está del lado del movimiento bolivariano: ¿hacia dónde se quiere ir realmente?
Si esto
no está precisamente definido, será difícil cuando no imposible, seguir
caminando. El proyecto económico de la revolución es algo incierto, confuso
incluso: ¿es socialista? ¿Es socialdemócrata? ¿Capitalista con rostro humano?
¿Control obrero de la producción o asistencialismo gubernamental? Alguna vez el
presidente Chávez ponderó lo que él llamó “Método Chaz-Az de resolución de
conflictos”, en alusión a una negociación que él mismo, en persona, mantuvo con
el hacendado Carlos Azpurúa con motivo de la nacionalización de su propiedad
ganadera en 2005. Negociación dentro de los márgenes de la empresa privada, con
la garantía de un gigante político como Chávez, al que, pareciera, nada se le
podía cuestionar, y mucho menos ahora, erigido ya en figura casi mítica
(después de su muerte comenzó a llamársele “Comandante Supremo”). Pero para un
planteo socialista, ¿es posible, o más aún: es deseable un proyecto de esas
características, de resolución amistosa de conflictos? ¿Diálogo con el enemigo?
Es para pensarlo. ¿Qué puede salir de ahí? Esa indefinición, este cuestionable
modelo asentado finalmente sólo en las espaldas del Comandante que decidía
todo, no es sostenible. Alguna vez Fidel Castro, acompañando al presidente
Chávez en una gira dentro de Venezuela y viendo cómo éste se ocupaba de
resolver todos y cada uno de los detalles que cada ciudadano se acercaba a
plantearle, le dijo sabiamente: “Chico, ¡no puedes ser el alcalde del país!”
. Quizá es hora de comenzar a cuestionar críticamente mucho de lo hecho
hasta ahora. El culto a la personalidad nunca es aconsejable. ¿No era eso,
entre otras cosas, lo que se debía superar en relación al burocratizado
socialismo soviético?
V
Digámoslo claramente: en los 15 años de proceso
bolivariano no hubo una clara política económica socialista. Se podría alegar
que no era posible, por razones político-coyunturales, levantar banderas del
socialismo clásico hoy. En un mundo globalizado por los grandes capitales y con
Washington a la cabeza, sin campo socialista como reaseguro, tal como lo tuvo
Cuba en su momento, es imposible.
Puede ser, pero ello abre la pregunta respecto a
qué se ha estado construyendo estos años. Lo cual lleva a conclusiones
inexorables: 1) la economía, y el Estado que la administra, siguen siendo
capitalistas. Y, no menos importante, 2) no se salió del rentismo petrolero. He
ahí un cuello de botella ineludible. Superar eso es la clave para ganar la
“guerra económica”. O, dicho de otro modo, para profundizar, de una buena vez
por todas, la revolución y construir el socialismo.
El rentismo petrolero constituye, quizá, el
principal nudo gordiano. Valga retomar y profundizar la tesis de Juan Pablo
Pérez Alfonso (padre de la OPEP, como se le conoce): “El petróleo hay que
sacarlo de la economía, porque su presencia interfiere toda la actividad
económica y lo peor, obnubila las conciencias, destruye al individuo”
(Moraria: 2015).
En Venezuela toda actividad económica productiva
choca con el petróleo, el dios todopoderoso que todo lo puede, sin coto ni
medida. La renta petrolera no se debe repartir: se debe dejar guardada igual
que estaba cuando era petróleo.
Pérez Alfonso decía que el petróleo es como una
alcancía de la cual sólo se puede sacar, pero no se le puede meter. Hay que
sacar sólo lo indispensable. A lo que se saca hay que darle utilidad como
ahorro, no como gasto público ni menos como incentivo de la economía. La economía
debe ser altamente productiva, no rentista; debe defenderse por sus propios
medios, por sus propios mecanismos, por su propio dinamismo y no por la muleta
de la renta petrolera.
Existe en Venezuela una economía ficticia, por
cuanto todo, absolutamente todo está subsidiado. La construcción del
socialismo, en tanto modelo de una sociedad de justicia donde todos producen y
todos igualitariamente reciben una parte de esa riqueza social, no puede
basarse en una dispendiosa chequera que subsidia todo, tal como vino haciendo
el proceso bolivariano estos años.
Los noruegos siguieron las
recomendaciones de Pérez Alfonso y son la economía más fuerte de Europa, sin
las angustias de los demás países de la Unión Europea, con reservas por 900 mil
millones de dólares. ¿Por qué no hizo lo mismo la Revolución Bolivariana?
El analista económico Claudio Katz (2006), citando
a Modesto Guerrero, dijo con precisión: “En Venezuela no faltan dólares. Lo
que está en juego es el destino de la renta petrolera”. Expresado de otro
modo: en el país no faltan recursos, de ningún modo. La cuestión está en cómo
se reparte esa renta.
Históricamente la riqueza generada por la
producción quedó mayormente en manos de la clase dirigente: una burocracia
petrolera y el empresariado nacional (agrícola, industrial, de servicios), o
retornaba a las casas matrices de las corporaciones multinacionales que operan
en territorio venezolano. Muy buena parte de esa renta iba destinada a un
consumo en cierta forma irracional, suntuario: “está barato, ¡deme dos!”.
Con el proceso bolivariano ello no cambió
sustancialmente, pero sí en parte la forma en que se repartía, por cuanto
comenzó a llegar algo más a los desposeídos de siempre. Por eso la derecha reaccionó
(por razones más viscerales, ideológicas, que económicas). De todos modos, los
mecanismos últimos de la economía (la propiedad de los medios productivos) no
se expropiaron. Y lo mismo pasó con el sistema financiero.
Sucede hoy que ese sistema, el capital bancario, es
el que más se beneficia del ingreso petrolero y de la producción general del
país. Las divisas con que cuenta Venezuela terminan pasando por el sistema
financiero privado, que es el que finalmente marca el ritmo de la economía. En tanto
el Estado siga en esa dependencia, está atado de pies y manos.
El asistencialismo que permitió la renta petrolera
en estos últimos años (“Chávez me regaló la casa” es el ejemplo arquetípico) no
construye socialismo. La dádiva no es socialista, así como la llamada
cooperación internacional (USAID, Unión Europea, JICA, etc.) no coopera más que
con quien la da.
Por otro lado, ese asistencialismo descansa en una
dadivosa chequera, pero no en un genuino crecimiento económico. ¡Así no se
puede construir la sociedad socialista! La derecha puede hacer la guerra porque
tiene servida en bandeja las facilidades con qué hacerla.
Citando una vez más a Sutherland :
Lo que sucede en la República Bolivariana de
Venezuela es la fuga de capitales, la fuga de dólares fundamentalmente; eso se
da junto o a través de la importación fraudulenta con el control de cambios. En
Venezuela, desde el 2003 al 2013 se han fugado más de 150 mil millones de
dólares; eso equivale al 50% del PIB y hace que la moneda venezolana siga perdiendo
valor, se deprecie y lamentablemente el gobierno no ha estatizado el comercio
exterior (que es lo que como marxistas proponemos, la estatización de la banca
y del comercio exterior) sino que ha respondido haciendo emisiones monetarias
inorgánicas, es decir, imprimiendo más dinero, presionando sobre los precios y
que haya inflación (Sutherland, 2013).
Con todas esas medidas, que no son socialistas,
quien se perjudica finalmente es la gran masa de asalariados, el “pobrerío” de
siempre.
Por otro lado, la edificación de una sociedad
nueva, con dignidad para todos, sostenible y respetuosa del medio ambiente, no
se puede hacer sobre la base de la monoproducción, de la venta de petróleo,
quedando el país en dependencia casi absoluta de la industria y la tecnología
extranjeras, incluida también la seguridad alimentaria.
Ello es una bomba de tiempo con la que, de ningún
modo, es posible edificar una nueva sociedad alternativa. Si aún persiste una
extendida cultura consumista y el ícono nacional continúan siendo las reinas de
belleza con implantes de silicona (¡hasta hubo un intento de crear una Misión
para dotar de pechos plásticos a las mujeres que no podían pagarlos!), eso
descansa en la cultura rentista desarrollada por casi un siglo. Construir algo
alternativo sobre un “socialismo petrolero”, como se llegó a decir, abre más
interrogantes que las soluciones que aporta.
La “guerra económica” actual existe, como parte de
un ataque constante que sufre el país, y de ningún modo se le puede restar
importancia a las estrategias de desestabilización que hay tras ella.
Basten palabras de James Clapper, Director Nacional
de Inteligencia de Estados Unidos en su Informe sobre Venezuela / 2012, para
graficarlo de modo más que elocuente: “Explotar la alta inflación del país,
la carencia de alimentos, la escasez de energía y los galopantes índices de
delincuencia.” (Lanz Rodríguez:2015)
No hay dudas que se deben poner las barbas en
remojo. La experiencia de Chile, en 1973, es un patético recordatorio de lo que
podría esperarle a la Revolución Bolivariana.
Se produjo la angustia de la escasez, el país
estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban a la
población sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba lo que
hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se paraban en las colas sin saber
lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar
algo, aunque no lo necesitaran. Surgieron profesionales de las colas, que por
una suma razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas que
aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas
para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. (Allende, I. en
TeleSur:2015)
Así describe Isabel Allende la crisis preparatoria
del golpe de Estado de Pinochet / CIA en su país. Cuatro décadas después, lo
que sucede en Venezuela es casi un calco de aquel escenario.
La guerra está abierta, es candente y urge tomar
medidas para frenarla. De ello depende el destino de la revolución en esta
coyuntura. Pero también es imprescindible ver, pensando a futuro, que es
consecuencia de no controlar las palancas últimas del país.
Una “revolución bonita”, no violenta, amparada en
un ¿método? como el “Chaz-Az”, abre enormes interrogantes. ¿Hasta cuándo se
podrán seguir manteniendo los programas asistenciales? ¿Qué pasará ahora con la
baja de los precios internacionales del crudo, manipulados por las potencias
occidentales del Consenso de Washington justamente para desestabilizar a
Venezuela (junto a Rusia e Irán)?
Ahora que el desabastecimiento y el mercado negro
campean, sin llegar todavía a ser el Chile del último período de Salvador
Allende, pero recordándolo, es urgente retomar aquella imagen que nos legara
Rosa Luxemburgo en 1918 cuando analizaba la revolución bolchevique:
No se puede mantener el “justo medio” en ninguna
revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora
avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada
por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a
aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino,
arrojándolos al abismo. (Luxemburgo:1918)
En síntesis: el socialismo sólo puede mejorarse con
¡más y mejor socialismo!
Bibliografía
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Varios autores (1999) "Fin del capitalismo
global. El nuevo proyecto histórico". México: Editorial Txalaparta.
* CADIVI ( Comisión de Administración de Divisas )
es el ente encargado del manejo de las divisas en el país. Si bien hay un
estricto control cambiario, existen diversas maneras de burlar el mismo, siendo
CADIVI (el “cadivismo”) el núcleo del problema, por burocratismo y malos
manejos. La fuga de capitales es un problema muy serio en la economía
venezolana.
** Guarimba: término popular que designa
movilizaciones callejeras, barricadas, disturbios. La derecha, asesorada por la
CIA y la NED, ha realizado infinidad de ellas para desestabilizar al gobierno.
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